Cuando abordo un proyecto fotográfico no asumo el papel de observador objetivo, no busco informar, busco comunicar, contar algo, intento transformar. Mis fotografías comienzan mucho antes de que la cámara capture una imagen, comienzan con el concepto del proyecto y la ideación para esa sesión en concreto. Propongo una serie de acciones e involucro a los retratados en el resultado final, en este caso algunos de los artistas más destacados del nuevo panorama. El resultado son imágenes entre escenificadas y espontáneas, de las que no te puedes fiar, borran la división artificial entre géneros fotográficos y reflejan así la inestabilidad de nuestro tiempo. Si las fotografías fueran retratos al uso en las que se reconoce al individuo, entraríamos en la dinámica de quién es quién, quién está en el libro y quién no. Naturalmente las imágenes serían una representación de esa persona en particular y dejarían de funcionar como metáforas de lo que quiero contar y transmitir.
Por otro lado, al no haber ese reconocimiento inmediato, la audiencia puede asumir un papel activo y apropiarse de la obra. La presencia de los rostros, especialmente si hay una mirada directa de sus ojos al público, centra toda la atención en ese punto. Cuando no tememos esta referencia nos vemos obligados a buscar en toda la fotografía pistas que nos ayuden a darle sentido. Esto provoca un proceso creativo que abre la puerta a multitud de interpretaciones, asociaciones y lecturas. La obra se enriquece con esas nuevas interpretaciones, como, por ejemplo, la tuya sobre la problemática de la otredad, que me parece extremadamente interesante. Los rostros y la mirada directa de los retratados imposibilitaría, o al menos dificultaría, este rico proceso.