Para la cultura griega el dios Dionisio era un catalizador del exceso y el éxtasis constitutivos de la vida. Las celebraciones dedicadas a él incluían ingestas de vino, grandes manjares, cantos y una desinhibición compartida. Se suelen considerar estas fiestas paganas como el origen de las tragedias griegas. ¿No eran estas, acaso, una forma de acercar al público las grandes cuestiones que los dioses planteaban? Ritualizar esas experiencias constituyó la esencia de nuestra civilización conforme a una representación cuyo sentido hoy se nos escapa pero sigue fascinándonos. Las máscaras, los cantos, la danza, las tragedias, las comedias, las procesiones, la veneración e incluso el sacrificio más despiadado, y sobre todo la catarsis, son algunos de los elementos más característicos del rito dionisíaco.
En nuestro tiempo, hace ya algunos años, el circuito del arte performativo se ha rendido a los pies de un artista sin igual, que ha despertado el interés no solo de los críticos de arte y del público, sino de los políticos y la Iglesia, algo inaudito en España. La obra de Abel Azcona, es reconocida internacionalmente como un revulsivo en el mundo del arte al poner en el centro de sus propuestas temáticas incómodas y transgresoras, así como una manera de proceder desde lo más abyecto del cuerpo y con una contundencia que fascina a muchos y escandaliza a una minoría. Su afrenta constante al poder y la justicia le acercan a una de esas figuras de las tragedias griegas que siguen siendo referentes para la humanidad. ¿En qué se asemeja Abel Azcona al mito del dios Dionisio? Ambos desvelan aquello que no queremos ver ni aceptar como parte sustancial de nuestra existencia.

Azcona ha expuesto sus traumas más íntimos para marcar un discurso ideológico político que va más allá del hecho artístico. A Dionisos, con un origen incierto, siendo hijo de Zeus y de una madre que bien podría ser Sémele o Perséfone, lo veneraban además de por otras cualidades, por su habilidad con la música y la comunicación entre los vivos y los muertos. Al dios se le honraba con representaciones que bien podrían ser consideradas hoy como performances por su fugacidad y la sublimación del cuerpo. Abel Azcona va camino de convertirse en un símbolo social de resistencia combativa que tiene como única herramienta de expresión su conciencia y su cuerpo. ¡Celebrémosle!
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¿Qué relación tienes con los rituales y su valor simbólico?
Yo vengo de una familia conservadora y católica, así que el ritual siempre lo he vivido como una repetición de patrones, en mi caso, religiosos y en torno a una educación y unos valores determinados. La educación católica que recibo cuando me adopta a los 7 años una familia católica navarra, la considero un ritual en cuanto a los códigos que existen a nivel eclesiástico. Tanto mi obra como mi vida han sido una repetición de patrones, un ritual en el sentido de que he utilizado la repetición como herramienta de catarsis y de empoderamiento. A lo que me he dedicado desde los 16 años es a repetir acciones y situaciones, muchas de ellas muy difíciles, que he vivido a lo largo de mi infancia y juventud. Las he repetido para con ellas poder conseguir varios objetivos. El primero de ellos es alcanzar esa especie de exploración catártica y personal en la que yo me empodero como artista, como creador y sobre todo, como persona. Y después también está la parte ritual que hago de una forma performativa y pública que mucha veces, de forma humilde, puede volverse colectiva. Las performances en sí, al ser todas autobiográficas, tienen esa parte de ritual. Si yo he sufrido abusos sexuales y repito un patrón en el que me pongo en medio de una galería de arte y mi cuerpo está desnudo, y la gente puede pasar por mi cuerpo abusando de él de nuevo, para mí, aparte de hacer una performance, está ese aspecto ritual también catártico o de apertura de heridas que puede tener un fin sanador. Aunque muchas veces no acaba de una forma sana.
¿Cómo recuerdas tus inicios en el rito?
Yo tengo varias fases vitales que podríamos considerar inicio de... La noche de mi gestación ya lo es de hecho –nunca me había planteado todo esto del ritual, pero me hace gracia porque encaja. Mi madre era una prostituta que mantiene relaciones sexuales (yo digo forzadas, otras personas con otra ideología dirían pagadas) con un putero. Hay una noche de gestación, mi madre se queda embarazada, y en 8 meses nazco yo. En ese nacimiento ya hay una serie de connotaciones importantes por el hecho de que mi madre decide 3 meses antes, no darme a luz. Intenta abortarme en la católica Navarra en diferentes espacios donde es imposible abortar. Hoy en día en Navarra todavía es muy difícil abortar a nivel público, porque todos los médicos objetan, y el que no lo hace le persiguen o le hacen bullying. Si esta situación existe hoy, ¡imagínate en los ochenta! Yo no dejo de ser el típico hijo de familia desestructurada, víctima de la heroína de los años ochenta. Esta mujer que consumía droga cuando yo estaba en su tripa, intenta abortarme en tres ocasiones. Siempre digo que el único acto de amor que ha tenido alguien por mí en mi vida lo ha hecho mi madre biológica, al intentar abortarme tres veces.
¡Qué duro!
Sí, pero es así. Yo entiendo el aborto como una de las mayores medidas de protección a la infancia que existen. Y entiendo el derecho a no nacer. Yo he nacido de una madre que no debería haberme tenido. Estaba en una situación de precariedad, de calle, de desconocimiento y de falta de formación. Ella sabía que no debía tenerme. Aún viviendo en la calle se fue a tres centros diferentes a intentar no tenerme. Ese fue para mí un gran acto de amor pero la sociedad ultra católica navarra no se lo permitió y nací por nacer. Lo hice evidentemente con un montón de problemas; alcoholismo fetal, una serie de taras y una enfermedad mental. Mi experiencia vital viene marcada de los 3 a los 6 años por abuso sexual infantil, por maltrato, abandono, precariedad, por haber vivido situaciones de estar más de una semana en una casa sin alimentarme ni lavarme. Nací como objeto político, porque si tu madre lucha para que no nazcas y naces, creo que naces como objeto político en sí, ya que la sociedad ha movido los mecanismos necesarios para que nazcas. Hay algunos partidos políticos y organizaciones que todos sabemos cuáles son, para los que nacer por nacer es un derecho a toda costa. Da igual nacer sin manos, sin piernas e incluso sin cerebro, lo que importa es nacer. Yo creo que es justamente todo lo contrario. Hay una frase de Sófocles que uso mucho que dice: “No haber nacido nunca puede llegar a ser el mayor de los favores”.
¿En qué momento tomas conciencia de ello?
A los 16 años es cuando empiezo a empoderarme como persona y hago un discurso crítico de todo esto, y a trabajar el tema de los abusos sexuales infantiles. Tuve una crisis personal muy fuerte con un intento de suicidio y me ingresan en una clínica psiquiátrica. Y cuando salgo a la calle al día siguiente me desnudo totalmente, cojo una silla, paro el tráfico en Pamplona, me subo a la silla desnudo y me pongo a gritar como un salvaje durante casi media hora. Apareció la policía nacional, me agarran, me sacan de allí, retiran la silla y restituyen el tráfico. Mi psiquiatra me dijo que eso fue un brote psicótico, y una profesora de la Escuela de Arte de Pamplona, me dijo que eso era una performance. (Risas)
¡Te abrió un mundo!
Puse 'performance' en Google y pensé, ¡qué mal de la cabeza están todos estos! ¡Esto es lo mío! A los 16 años asumo que estaba con muchos problemas mentales, como puedo estar ahora, pero también asumo que con 16 igual no era una performance lo que había ocurrido... A veces en el campo del trabajo corporal, el límite entre la locura y el empoderamiento crítico no está muy claro. Pero tampoco es necesario buscarlo. Eso es lo bonito también; tenemos menos límites que los demás. Esa acción es el inicio de todo. Como ves, hay de tres inicios destacados en mi vida. El inicio con una familia adoptiva ultra católica, que evidentemente me obligó a seguir todos los rituales católicos habidos y por haber: catequesis todas las semanas, confirmaciones y todo lo demás. El inicio de mi vida a nivel performativa parando el tráfico en Pamplona, y el inicio de mi familia biológica, que es una especie de ritual en el que me obligaron a nacer y a vivir desde el alcoholismo, con un montón de carencias desde pequeño. Yo no era un niño normal, era muy pequeño y sin alegría vital, al que se le daba alcohol para que no molestara… Esas situaciones no sé si se pueden considerar como ritual o no, porque la verdad es que nunca me lo había planteado, pero creo que tiene sus conexiones.
En un ambiente escolar tan marcado por la religión, ¿cómo recuerdas las celebraciones, los actos litúrgicos, o los festivales de fin de curso? ¿Cómo te introduces en el rito católico?
Todos los domingos hacía de monaguillo, con mi sotana y con todo. Siempre he sido una persona que si tengo que hacer algo a medias, no lo hago. Una de las cosas bonitas de mi personalidad es que cuando me meto en algo es a fondo. Si eres cocinero, no eres cocinero, eres chef. Y si no lo eres, ¡te lo crees! Esta es una de las cosas que son defecto del trastorno pero lo puedes disfrutar. ¡Que también se puede disfrutar un trastorno, qué cojones! Estuve de catequista y en la milicia de Santa María, vinculada al Opus Dei, muy implicado. Evidentemente, siendo monaguillo durante nueve años todos los días, me sabía muy bien el ritual. Me encargaba de coordinar a los chavales que hacían teatro, hacíamos las primeras lecturas, representaciones en la iglesia. Siempre estaba metido en todo. He sido una persona que nunca ha sabido ser espectador, la verdad, soy consciente de ello... (Risas). Yo era parte de todo eso, pero a la vez, era diferente. Era un niño amanerado que no tenía la misma situación económica que los demás. No era un niño normal, que incluso mordía. Me trataban así: vamos a darle un beso, un abrazo y una moneda (risas). Era un niño raro, cosa que me parece maravilloso. Desde muy joven tenía impulsos sexuales muy fuertes. Recuerdo que pasé un año entero solo en un aula de un metro cuadrado con un pupitre, porque me dijeron que no podía estar con el resto del alumnado. Venía un profesor, me daba papeles y me dejaba solo el resto del día. Me apartaban de los demás. Siempre he sido una persona como muy catártica y muy positiva, muy resiliente en ese sentido. Además he aprendido a manejarme tanto en ese mundo de sentirme solo y mísero, que estoy mucho más cómodo en ese ritual de agresión.
¿Es lo que reconoces como propio?
Además de sentirlo como propio, es la parte cómoda. He hablado de esto en muy pocas ocasiones pero en todos los tipos de terapias que he hecho he tratado estas conductas. Con 12 y 14 años me iba a una estación de autobuses, dónde había hombres que mantenían relaciones sexuales entre ellos. Con 13 años me plantaba allí, venía un señor de 60 años, me desnudaba en una esquina y me hacía lo que fuera. En ese momento no era consciente de por qué lo hacía, puesto que no había trabajado los abusos sexuales que sufrí de pequeño, ya que mi familia adoptiva se negaba a tratar el tema. Otras veces me iba a un kebab y me ponía de rodillas en el suelo con 7 árabes alrededor mío. Vivía situaciones de estas, y las vivía como una forma de volver a hacerme daño a mí mismo.
¿Era inconsciente?
No lo tengo muy claro. Es un mecanismo de defensa. Hay días que los vivo de una forma tan express que después de situaciones como estas, mi cabeza no las procesa.
Lo que me acabas de contar me parece que es una forma de representación ritualista en sí misma.
Hay otro ejemplo muy claro que tiene algo de ritual. Mi familia católica me echó de casa con 17 años. El único conocimiento que tenía de mi madre biológica era la heroína y la prostitución y también que yo había nacido en la Clínica Montesa de la ciudad de Madrid. Ella bajó a Madrid con su compañero en aquel momento para un tema de drogas, y nací allí por accidente en esa clínica que estaba vinculada a la prostitución y a la gente de la calle. Cuando me echaron de casa, de un día para otro, yo también me encuentro en la calle y me planto en Madrid. En dos semanas acabo vinculado a la prostitución y a las drogas en primera persona. Sin saberlo ni quererlo, estaba haciendo una búsqueda. Estaba borrando esos diez años de educación católica que a mí no me representaba para volver a mis orígenes, a los únicos tres datos que yo tenía de mi herencia vital. De repente yo era mi madre. Mantenía relaciones sexuales a cambio de dinero con hombres, cuando en ese momento yo tenía una pareja mujer. Empecé a hacerlo porque me ponía en el papel de mi madre. Por eso en las performances trabajo sobre los patrones de dolor. Me parece terrible causar daño, abusar, prostituirme, pero llega un momento en que te das cuenta que la gente que tenemos este patrón nos hemos construido sobre esos pequeños códigos de señas de dolor. Está claro que hemos aprendido a funcionar disfuncionalmente. ¿Que no es la mejor manera? Desde luego que no, pero lo mejor habría sido no nacer, como te he dicho antes. Yo funciono en la estabilidad que puedo manejar. La performance que está en el centro de mi obra tiene que ver con esos códigos que a su vez tienen que ver con las situaciones que han ocurrido en mi infancia y en mi juventud y que con el tiempo he aprendido a manejarlas. La sociedad no las acepta porque no está preparada.
¿A nivel cotidiano, ritualizas tu vida? ¿O eres más bien anárquico?
Yo soy un poco anárquico. En un año tengo varios meses que me dejo ir, y en ese dejarme ir descuido las comidas, los horarios, la salud mental, la capacidad de relacionarme correctamente... Y cuando se me va del todo sí tengo unos rituales que tengo que hacer durante un mes para volver a ser social, que es una cosa que no me gusta nada. Pero con el trabajo, las exposiciones, he ido aprendiendo a racionalizar, aunque también es verdad que tres o cuatro veces al año bajo la persiana y que no me hable nadie. Tengo una capacidad de autocontrol brutal. He aprendido a manejar mi cuerpo y mi discurso. Y me siento satisfecho de ello. Pero considero que como no soy la persona más estable del mundo yo mismo me tengo que atar corto, ya que no tengo a nadie que lo haga. No tengo padre, no tengo madre, no tengo abuelo. El día de mi cumpleaños el teléfono no suena. Tengo mi propio auto regalo: ¡ese sí va a ser mi gran ritual! El día que yo muera va a ser con una pieza artística con carga vital en la que me voy a empoderar como persona y voy a añadir un discurso a mi obra que creo que se va a entender con esa pieza y ese final. Yo sé que va a llegar a corto plazo. Eso es como una especie de ritual que me da una cierta estabilidad antes de que llegue el momento. Me da una coherencia en la que más o menos puedo mantenerme.
¿Cómo construyes tus perfomances? ¿Las escribes? ¿Las dibujas? ¿Las comentas con colaboradores? Cómo empiezas desde cero?
Es un proceso híbrido, aunque reconozco que muchas ideas me vienen a las cuatro o cinco de la mañana. Las escribo en un cuaderno y al día siguiente los leo. Suele pasar que me parecen una auténtica mierda. Casi todos los procesos creativos que empiezo abren a su vez procesos que desarrollo más adelante. Generalmente son procesos abiertos por otros procesos. Por ejemplo, acciones corporales en una galería en este momento no estoy haciendo, porque estoy teorizando, escribiendo, me está apeteciendo más meter un discurso que la acción corporal. Pero todos son etapas. Todos son idas y venidas. Creo que tiene que ver con mi salud mental. Y eso en mi obra se ve. Me gustaría ser más ritualístico, pero por suerte o desgracia (aunque no creo en la palabra 'suerte') siempre tengo un punto de estabilidad. Siempre hay una persona a mi lado que aunque no siempre sea la misma, me da la estabilidad, o dos hostias en la cara, que me ayudan un poco a poder bajar a un bar y saludar a la gente y recuperar esa parte humana que a veces se me pierde un poco.
¿Eso quiere decir que en el fondo te dejas querer?
Esto nos llevaría a hablar del amor como trastorno del apego, pero más allá de todo esto, evidentemente todos necesitamos una persona a nuestro lado para darnos un poco de oxígeno y dosis de realidad. Como pareja soy una persona muy compleja más allá del género de mi pareja, porque he tenido de todo. Sí es verdad que siempre estoy en continua pelea conmigo mismo. Muestro en mi obra lo que soy en mi vida. Lo que soy, soy.
Pero no rechazas el afecto...
No rechazo el afecto, pero mis parejas no te dirían que soy cariñoso.
Me ha llamado la atención que digas que prácticamente las encadenas...
Siempre estoy encadenando parejas. Parece un tetris (risas). En mi último libro lo explico, mis parejas son muchas más cosas que eso. Cubren como una cuota de maternidad, afectividad, intimidad... Les pido una serie de cosas que no hay que pedir a una pareja. Lo reconozco pero también te digo que cada vez va mejor la cosa.
Nos dicen que la nueva democracia será mucho más sencilla. Sólo tendremos que creer en Dios, en el dinero y el sexo. ¿De cuáles de ellos te has apropiado tú?
Desde luego me he apropiado de Dios. Si algo me ha dado prestigio y reconocimiento ha sido Dios y sus discípulos. Si no llega a ser por la persecución que he sufrido, no hubiera llegado a ninguna parte. Un artista contemporáneo que es crítico, social y político, debe pensar el arte como herramienta de provocación y confrontación con la religión. Para mí, evidentemente los católicos, islamistas o sionistas cuando salen a la calle de una forma enferma (sin frivolizar) a protestar por una obra mía, eso le da un poder a la pieza innegable. Dios está en mi obra y aunque sea ateo, si a algo tengo que dar gracias, es a Dios (risas). En cuanto al dinero, después de vivir en la calle unos años, comiendo patatas fritas de la basura del Mc Donald's, la relación no deja de ser compleja. Ahora tengo la suerte o la desgracia de que vendo piezas por valor de 200.000 euros, y tengo una situación de raciocinio entorno al dinero y vivo conforme a él. Con el sexo, siempre he tenido una relación amor/odio, nunca mejor dicho, en el que durante años ha sido muy complicada. A los veinte, prácticamente era asexual, y asociaba el sexo al dolor. Ahora te puedo decir que tengo relaciones sexuales a diario de una hora totalmente placenteras.
¿En qué momento tomas conciencia de que tu historia puede interesar?
Ha surgido de forma natural. He ido contando mi historia a medida que la he ido descubriendo. Entiendo el arte como una herramienta con la que trabajar los datos que tengo, los suelto fuera y ya me ayudará alguien a procesarlos. Lo lanzo todo al aire, mi catarsis personal, toda mi miseria y que todo esto llegue como llegue a la gente. España tiene dos cosas: es un país de tabúes donde enseñar tus miserias está mal visto. Y luego también que es el país más amarillista que existe. Hay una especie de morbo hacia lo que cuentas por una parte de la sociedad. Creo que al final he contado mi historia, ya se conoce, y ya está. Una vez esté muerto, creo que todo se colocará en su sitio. Al fin y al cabo mi obra es un discurso más allá de mi cuerpo, y ese es el que permanecerá. Durante muchos años de mi vida me han prohibido e incluso negado mi propia historia. Ahora la puedo exponer en una vitrina, en una pared, o donde sea. Tengo todo mi derecho. Y a quien no le guste que no entre en el museo, o que se cambie de país.
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El otro día hablaba con el videoartista Carles Congost sobre la ética personal del artista. Él sostiene que un artista únicamente se debe a su propia ética. ¿Estarías de acuerdo?
Cada artista tiene que tener sus códigos personales, ahí vamos en la misma línea que Carles. Tengo pocas cosas que agradecer a la educación católica que tuve, pero hay una que sí les reconozco y es que me dieron unos principios muy firmes. Sé que jamás en la vida haría ciertas cosas, porque me moriría antes de hacerlo. El 99% de la gente que es pederasta ha sufrido abusos sexuales en la infancia. Gracias a esos principios y mi fortaleza, hoy sé lo que no me hunde y me deja seguir adelante. Al final, ir al mejor colegio de Pamplona me permitió razonar de bien joven y elaborar un discurso propio con cierto raciocinio. Me dieron unas herramientas artísticas que me han sido muy útiles y al final les he salido un poco rana. (Risas)
Te has declarado en desobediencia civil y has dicho que no te resistirías en caso de arresto. ¿Cómo vives esta situación?
Estoy acostumbrado a vivir situaciones de continua alerta. Es una posición en la que incluso he aprendido a sentirme cómodo. Ahora mismo tengo siete querellas criminales. Denuncias que, en broma, digo son del bando nacional: de la Fundación Franco, el Partido Popular, VOX, Abogados Cristianos, Hazte Oír, resumiendo, toda la extrema derecha. ¡Si quería ir al cielo, con eso voy al cielo directo! Llegó un momento en que como ya había ganado los juicios, y abrieron otro proceso judicial igual, consideré que alguien como yo que trabaja con el cuerpo, el discurso y la performance como herramienta, no tenía que ir. Toda mi vida me ha gustado mucho estetizar, me encantan Hannah Arendt, Foucault, Thoreau y su teoría sobre la desobediencia civil. En una situación como la nuestra en este país en el que se permite la persecución a los artistas, considero que lo que se debe hacer como discurso es no ir. La desobediencia civil es para eso, y si se persigue a una persona por sus ideas no debe ir. Porque en el momento en el que siete entes con la misma ideología ultra persiguen a la misma persona por su obra artística, entonces evidentemente hay una persecución ideológica, soportada por un país que sigue en una situación no del todo limpia. Si estamos en un Estado franquista post borbónico, pues es un problema. Yo creo en la libertad de expresión plena. Que una persona me llame hijo puta lo considero libertad de expresión. Además, no sólo lo considero libertad de expresión, sino que lo considero verdad, porque soy hijo de puta. En este caso, el acto que hay que hacer es no acudir, y racionalizarlo como discurso artístico. Como artista puedo escribir el libro “Acto de desobediencia” en el que cuento cómo lo hago y lo cuento como una pieza performativa. Considero que como tengo la opción de accionar con mi cuerpo, de empoderarme y dar un discurso a todo ello en un sentido curatorial, ¿por qué no hacerlo? ¿Por qué no puede ser una opción no ir a un sitio al que me están llamando continuamente por mi ideología? ¿O exiliarme por ello?
¿Estarías dispuesto a ir a la cárcel?
Sí. No quiero ir a la cárcel como idea. Yo voy a seguir con un orden normal, de septiembre a noviembre tengo programadas exposiciones en todo el territorio español. En algún momento pasará que va a haber una detención para llevarme a testificar. Ya he dejado escrito en el libro que voy a asumir una posición de silencio. Se ha utilizado el silencio como acción performativa en lugares como la plaza de Tiananmen o en la revolución de El Cairo, y considero que en mi caso es lo que hay que hacer. Cuando me detenga la policía, porque me van a detener, voy a hacer una cosa de la que no existe jurisprudencia en España, que es que te lleves a la persona que tiene una posición artística performática de silencio frente a la policía, frente al juzgado, al juez, la prisión y las situaciones de poder. Si no testificas ante el juez ni nada, no se sabe qué hacer contigo. Estos actos de desobediencia los continuaré haciendo pese a que ellos tampoco saben cómo actuar ahora mismo.
¿No te ha llamado el ministro de cultura?
Al ministro de cultura lo conozco porque he expuesto en la Casa Encendida de Madrid. Yo hago mis cosas, mi trabajo, y ya está. Además, sé muy bien que hay secretarios de Estado y ministros que conozco personalmente, alguno hasta tiene una obra mía, que entienden mi trabajo totalmente.
¿Has recibido muestras de solidaridad por parte de otros artistas?
Sí, sí. También es cierto que yo siempre he sido un poco antisocial con los artistas. Siempre me he sentido fuera de todo. He sido antisocial en el sentido en que me he vinculado lo justo. Nunca me he vinculado del todo. También es verdad que como trabajo piezas individuales, no participo en proyectos colectivos. No estoy en el arte para hacer amigos, yo tengo mi discurso y quiero que prevalezca de alguna forma. Uno de los errores de “El artista está presente” del MOMA es precisamente decir que el artista está presente. Lo que tiene que prevalecer es el discurso y la revolución del discurso. El artista debe desaparecer. Por eso llega un momento en que mi cuerpo tiene que desaparecer. Un discurso que será el doble de potente cuando el cuerpo no esté presente.
¿Tienes prisa por terminar el discurso?
Sí, por supuesto. Soy muy acelerado para todo: la forma de crear, de hablar, de hacer, etc. Tengo un discurso muy centrado y sé lo que quiero y cómo lo quiero. Prefiero tenerlo hecho en un período de trabajo de 8 a 20 años que en 60. Hoy en día tengo 242 exposiciones individuales, pero tengo muchas temáticas que no he trabajado y quiero abarcar.
Sientes la necesidad de controlarlo todo. ¿No te dejas sorprender?
Es mitad y mitad. Tengo una parte muy controladora sobre mi obra. Yo tenía en mente morir con 29 años y tengo 31. Hay cosas que cambian, cosas que son volubles. La pelea personal que tengo en mi día a día es una pelea terrible que sólo la persona que lo vive lo sabe. Sé que eso no va a cambiar. Puede cambiar la forma de verlo. Hay una serie de piezas que van a estar seguro en mi vida porque las quiero hacer. La pieza de la adopción que dentro de unos años quiero hacer en EEUU, esa seguro. Hay varias piezas que están. Voy yendo hacia ellas. Hay varios libros que se están publicando. Tengo un concepto del terrorismo X y he publicado un libro de terrorismo de autor. Eso se va haciendo y creo que se tiene que hacer. ¿Qué voy rápido? ¡Pues sí, porque soy así!
¿Te da miedo aterrizar en el mainstream dentro de poco?
Bueno, siempre lo he sido un poco. Cuando te mueves en los códigos amarillistas todo es mainstream. A mí me hace gracia porque llevo 15 años liándola, haciendo estas performances y sigo siendo yo con la misma estética desde los 16 años. Y ahora parece que sea un 'modelo'. No es algo que me preocupe. Voy a seguir siendo el mismo, voy a seguir trabajando igual. Hago las mismas declaraciones políticas e ideológicas que hacía con 16 años, evidentemente con mucho más trabajo realizado y mucho más criterio. Evidentemente el resultado es mucho mejor y con más fundamento, pero voy a seguir trabajando en lo mismo. Y los que quieran que me sigan. No me preocupa.
¿No tienes terror a aburguesarte con los años?
Me ha pasado un poco esto ahora. Cuando ves que te entra tanto dinero dices, en realidad no estás escribiendo, te la estás agarrando con dos manos, ¿no? Bebes vino bueno, te crece la barriga cuatro kilos... En los últimos años he tenido un ritmo vital de auténtica locura. Sólo en 2015 cogí 116 aviones. Y porque iba a Colombia y desde ahí viajaba por todo Latinoamérica. Ese ritmo era la leche e iba súper justo con todo, cobraba viajaba, cobraba... Todo lo bueno se va, que la vida es parriba pabajo y eso es lo que más me gusta. Algo me pasará y hará que vuelva a la calle y esté súper activo. A partir de septiembre tengo 33 exposiciones así que parado, parado no voy a estar.
Con todo este barullo, ¿cuándo encuentras el tiempo necesario para pensar, para reflexionar?
Pienso mucho. Cuando viajo a una ciudad, no veo la ciudad. Hasta hace 2 años yo no tenía móvil, no había hecho ninguna foto de las ciudades que he visitado. Había visitado 80 países y no tenía ni una puta foto. Pero lo que sí conocía eran los bares delante de los museos. Y yo en esos sitios me siento en la barra con mis libros. Es ahí donde más pienso. Puedo estar hasta las dos o las tres de la mañana solo, además se liga bastante porque estás ahí en la barra solo con libros y es algo que atrae a la gente. Estoy ahí tranquilo escribiendo y son como mis momentos de calma. Porque yo necesito ese ruido externo, a mí me ayuda a concentrarme. Yo tengo mucho ruido interno. Prefiero estar en un entorno de ruido donde mi cabeza se centra y ahí es donde pienso, escribo, me bebo mi copa de vino y hago mis procesos personales.
¿Te preocupa trascender?
No sé si es por mi trastorno de la personalidad pero tengo que empoderarme de mi diagnóstico. Sí es cierto que tengo momentos muy bipolares. Hay días en los que me levanto y me gustaría ser tal. Depende del día. Hoy por ejemplo me da todo bastante igual. Hace no mucho tiempo hemos pedido firmas para que a la Escuela de Arte de Pamplona le cambiaran el nombre y pusieran el mío. Son tonterías que no las he valorado nunca hasta ahora. Al final la vida te coloca en una situación que escribe la Historia. Ahora mismo, tres alumnas están haciendo un doctorado sobre mi obra. Una de ellas me dijo que había conseguido a través de Google 5.000 trabajos académicos sobre mí. Eso nunca lo he valorado ni es mi objetivo. Además yo suelo decir burradas en las entrevistas. ¡Cómo voy a ser un referente yo! Si tengo que ser un referente, apaga y vámonos. Aunque sí que me apetece dejar huella de que he estado aquí, pero no con el objetivo de ser un referente porque no me parece que tenga nada bueno.
¿Nada?
Yo no quiero que mi hijo sea como yo ni de coña. No quiero tampoco que ningún niño tenga un padre como yo. No quiero porque tengo una herida tremenda y una vida muy complicada y porque no creo que tenga que ser referente de nada. Que pueda ser un elemento de catarsis, un elemento crítico y de denuncia, muy bien. Marioneta arrojadiza, muy bien. Pero de ahí a quedar como referente, me parece que no tengo que ser la persona. Prefiero quedar en la Historia más como un terrorista que como un Papa. Prefiero que se me odie. Considero que ese es mi sitio. Tengo un momento de vanidad, de ego, como todos los artistas, pero en realidad con la racionalidad, desde el discurso asentado, crear un referente con una persona como yo es un error social.
Habrá sitio para todo el mundo, ¿no?
Ya, pero como la sociedad es una puta mierda... Llegar a decir que yo soy un referente social... pero, claro, ¡los referentes que hay son peores!
Parece que convives bien con el auto odio...
Claro, pero yo vivo muy bien en mi salsa. En mi salsa de que me odien. Estoy mucho más cómodo cuando me llaman hijo de puta por la calle. Si alguien me dice por la calle, qué gran artista eres!, yo te juro que me hago muy pequeñito. Si dicen, qué hijo de puta eres, me hago muy grande. He aprendido a vivir en eso. He nacido cuando no tenía que nacer, me he criado donde no me he tenido que criar, me han educado como no me tenían que educar, y he crecido en una situación en la que siempre pierdes, de ser el que no debe estar ahí, esa posición de error que hace que la gente no me quiera y no sea un referente. Que haya gente que me quiera porque es una punki, pues bueno, eso sí me parece bien. No pretendo ser un intelectual. Soy un hijo puta, criado por el Opus, que da por culo todo lo que puede. Igual todo eso va más allá. Yo vivo y ya está. Llega un momento en que me declaro cansado.
¿Has podido salir de ti mismo y crear a partir de historias ajenas? ¿Sientes la necesidad de contar la vida de los demás?
Hay momentos en mi vida de cierta estabilidad y surgen obras como “Enterrados” en la que hablo de historias de fusilados. Y como esta hay varias piezas que no tienen nada que ver conmigo, donde yo no soy el protagonista en absoluto y que las hago con la tranquilidad y la calma que la pieza me permite. Hay piezas, como la pieza “Visible” en las que me sentido más nervioso que en las mías. Cuando tratas con nietos de fusilados por Franco, y los pones en el suelo y los entierras con tierra del huerto donde fusilaron a sus padres y a sus abuelos, pues esas situaciones son mucho más violentas y complicadas de trabajar. Lo puedo hacer porque mi propia exploración está bastante calma. Sí están, hay piezas en las que trato temas ajenos. Tampoco todo el tiempo va a ser yo, yo, yo. Eso es un poco complejo. Yo necesito estabilidad y eso tampoco me la daría. Ahora estoy abierto a todo, que llevo diciendo 15 años lo mismo. (Risas) Estoy en transición, acabando unos libros... Y sigo. Estoy en otra etapa. A ver como acaba esto de los juicios y seguiremos. La verdad que tengo muchas cosas nuevas en las que voy a trabajar.
Si tuvieras que escoger un ritual que haya marcado tu vida, ¿cuál sería?
Después de parir, mi madre biológica me da en adopción en la misma clínica, deja un número de teléfono y me abandona. Me recoge su pareja que no es mi padre biológico. Él sube con un fondo de heroína y conmigo a Pamplona desde Madrid. Al poco tiempo se echa una nueva pareja prostituta de 16 años y me crío con ella, que es con quien tengo episodios de abuso. Había una situación que ritualizaba todas las semanas. Vivíamos en un piso mísero, sin baño. En mi recuerdo está que limpiaba toda la cocina y quedaba blanca, reluciente. Me ponía en mitad de la cocina completamente desnudo. Pasábamos mucha hambre porque solo nos daban una bolsa de comida a la semana unas monjas. Me daba unos sobaos Martínez, me los ponía en la mano, me hacía abrir el plástico y el papel negro que tienen los sobaos. Y yo con un hambre atroz con solo 3 años de edad. Cada vez que se me caía el sobao al suelo me daba una bofetada que me tiraba al piso. Hasta que yo, muerto de hambre, dejaba la magdalena y me iba. Al final, hambriento como estaba, no me lo comía y me iba. Eso me lo hacía todas las semanas. Luego tuve otras experiencias de abuso sexual; me tiraba del pene y me hacía torturas chinas. Ella tenía relaciones de prostitución y las tenía delante de mí. En algunas se supone que participé.
La teatralidad está muy presente en tu vida.
Sí, he vivido en un mundo muy iconográfico, de más es más. En mi vida actual también más es más.
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