Montar un festival no es tarea fácil. Desde definir los talentos cuyo directo deberá cautivar a una audiencia cada vez más exigente, hasta hacer frente a todos los obstáculos (y la importante inversión) que poner en marcha un evento de este tipo conlleva. El reto que tenía Oasis por delante era mayúsculo. Y es que, tras 2 años en los que casi la totalidad de citas con la música se vieron suspendidas o, en el mejor de los casos, aplazadas, cuesta hacerse un hueco en un mapa donde los festivales se cuentan por decenas y apenas hay tiempo para acercarse a conocer nuevas iniciativas.
Oasis Sound superó el primer reto (posiblemente también el más grande hasta llegado el momento de deleitar a los asistentes con la música) y demostró que su propuesta iba en serio. Un cartel extremadamente potente como carta de presentación, unas redes sociales cuidadas a través de las cuales informar a todas las personas interesadas en saber más sobre este proyecto en tiempo real, y unas ganas más que demostradas por hacer del festival un nuevo epicentro de la música en nuestro país. Eran muchas las herramientas, resultado del trabajo incansable y la unión entre socios y colegas, que prometían hacer de esta cita algo grande. Y después de haberlo vivido en primera persona, podemos concluir que efectivamente así ha sido.