Si en Barcelona ya se llevan celebrando festivales de cine documental sobre música o moda desde hace algunos años, el de arte contemporáneo se hizo esperar hasta el año pasado. Pero en esta segunda edición de Dart, celebrada en los Cinemes Girona del 29 de noviembre al 2 de diciembre, algo ha quedado claro: era necesario y la gente lo quiere.
Dart está dedicado a documentales cuya temática es el arte contemporáneo a través de biopics de artistas donde se diseccionan vida, obra y procesos, o simplemente a través de extensos recorridos por la obra y exhibiciones de algunos de los creadores más importantes del panorama artístico internacional. “Dart lleva a la pantalla de cine, medio democrático por excelencia, un mundo que a veces resulta elitista, y obras que en la mayoría de casos no entiendes sin leer una explicación”, nos contaba su cofundadora, Enrichetta Cardinale, el año pasado, cuando debutó el festival.

Y es esa democratización, esa voluntad de enseñar y explicar qué hay detrás de las obras de algunos de los creativos más importantes de los siglos 20 y 21, lo que parece haber calado hondo en el público barcelonés. Dos documentales (el de Yayoi Kusama y el de David Hockney) hicieron sold out incluso antes de empezar.

El festival se inauguró con El espíritu de la pintura (2017), de Isabel Coixet, una de las directoras más prominentes del panorama internacional. Coixet realiza un gran documental, muy efectista, con explosiones y humo de colores. Y es que el artista chino Cai Guo-Qiang, su protagonista, utiliza la pólvora como medio pictórico. Guo-Qiang es el primer artista vivo que expone en Museo del Prado de Madrid, y el filme sigue el proceso de producción e inspiración de dicha exposición.
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Guo-Qian, mediante su propia voz en off, ofrece una valiosa breve introducción a las bases de filosofía oriental, el chi, y la energía que usa para conectar con sus admirados maestros del Prado; como dice Kandinsky en su texto Sobre lo espiritual en el arte (1910), “L'art pour l'art”. Por otro lado, la magistral narración mediante voz en off de Lluis Homar, ofrece dramaturgia y emoción con sus sosegadas descripciones sobre la vida y obra de El Greco, Goya, Velázquez y Rubens.

Pero en su segunda edición, Dart dedica una sección entera al Arte Povera, uno de los primeros movimientos artísticos conceptuales de Italia que aparece en Turín a mitad de los años 60. Cuando la herencia artística clásica y la riqueza patrimonial es tan extensa como lo es en la península italiana, es difícil que movimientos artísticos no retinianos y no esteticistas proliferen. Como fue el caso del Arte Povera, donde no solo es innovador el uso de los materiales pobres (frente precisamente a la grandiosidad de las épocas premodernas) y de fácil obtención, como arcilla, algodón, sacos, cuerdas, yeso o materiales de desecho y, por tanto, carecientes de valor, sino que además se aúnan en un esfuerzo por huir de la comercialización del objeto artístico, ocupan el espacio público y requieren la intervención de los asistentes.

Cuando se menciona el nombre de Mario Merz, todo el mundo piensa en iglús. Sin embargo, Marisa Merz, no suena tanto. Casi nada, a pesar de ser la única protagonista femenina del movimiento. Intorno a Marisa (2013), de Simona Confalonieri, muestra a un personaje silenciado por las circunstancias masculinas que rigen –incluso hoy día– el arte contemporáneo. Pero a todas luces es decisión propia el seguir silenciada: no aparece ni un retrato, ni un medio plano de la protagonista, ni siquiera en fotografía. Por eso es tan acertado el título, Entorno a Marisa, porque en este corto documento, de tan solo veintiséis minutos, se recorre la obra, la fuerza creadora y las relaciones de la artista mediante el testimonio de la gente que la rodea, sus amigos, sus galeristas, o Germano Celant, crítico y comisario que además acuñó el término Arte Povera y diseminó el movimiento por diferentes países.
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Diametralmente opuesto a Marisa es el retrato fílmico de Michelangelo Pistoletto (2013), dirigido por Daniele Segre. Pistoletto, en primerísima persona y mediante un super close-up, comienza con sus precoces recuerdos –tiene memorias de cuando contaba con tan solo un año de edad– y continúa con sus tempranos inicios en el arte, el desarrollo de su carrera, sus elecciones estéticas y conceptuales, y el porqué de sus autorretratos con espejo. Sin duda un documento valioso, sobre todo para futuros y presentes artistas, ya que no solo permite entender de primera mano su obra, sino que también es una especie de manifiesto de cómo articular una carrera artística consistente.

Con ese aura que adquieren los artistas que mueren jóvenes, inesperadamente y de forma trágica, el filme sobre Pino Pascali, On the Edge of Glory: The Life and Works of Pino Pascali (2017), de Maurizio Sciarra, enfatiza el carácter provocador y kamikaze del artista, cuya fatalidad le hace incluso más irreverente. El director recorre la vida y la producción artística de Pascali, procedente de Apulia pero con base en Roma, que si bien se ha englobado dentro del Arte Povera, posee mucha más libertad creadora, tanto temática como conceptual. Escenógrafo, escultor, pintor y performer, sus aparatos de guerra, animales gigantes, marinas e instalaciones de agua han dado la vuelta al mundo.

García-Alix, quinta esencia por excelencia de personaje perteneciente a la subcultura española, se desnuda en el desgarrador retrato audiovisual Alberto García-Alix. La línea de sombra, dirigido por Nicolás Combarro en 2017. El documental está filmado en riguroso blanco y negro, como la propia producción fotográfica del artista. Con tomas magistrales y delicados movimientos de cámara, este film altamente estético se aproxima al fotógrafo mediante un íntimo y expresivo primer plano.
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El fotógrafo, con su voz rota a causa de una enfermedad en las cuerdas vocales, narra pausadamente sus también estetizadas e inmortalizadas experiencias personales, sus idas y venidas en el mundo de la droga y la estela de muerte que dejó a su paso. Pero, sobre todo, La línea de sombra es un diálogo entre su vida y su obra y plasma principalmente su obsesión –como buen personaje intenso se obsesiona– por la imagen y las posibilidades de la misma: la captura de un instante, la composición de ese segundo y las circunstancias que envuelven cada disparo fotográfico.

En La vida secreta de Portlligat. La casa de Salvador Dalí (2018), de David Pujol, y hecho con la estrecha colaboración de los Museos Dalí, en especial de Montse Aguer, la directora, descubrimos la historia detrás del fascinante y curiosísimo estudio/casa del genio surrealista (y de paso, los edificios que le siguieron, como el museo en Figueras). Pensada a modo de trilogía (un film por espacio), el enfoque diferencial del documental permite ahondar en la biografía tan confusa de Salvador Dalí (¿qué era real y qué no? ¿Dónde acababa el personaje y dónde empezaba la persona, si es que realmente había un principio y un fin?) a la vez que se profundiza en sus obras menos valoradas: las arquitectónicas.

Con mucha expectación, y con las entradas agotadas días antes de su proyección, Kusama – Infinity (2017), de Heather Lenz, nos descubrió los orígenes de la archiconocida artista japonesa Yayoi Kusama y su arduo camino hasta la cima del mundo del arte contemporáneo. Hoy en día, es innegable su poder de influencia, convocatoria y, por qué no decirlo, comercial (si alguna vez visitas la isla de Naoshima, en Japón, verás a cuánto se venden unas simples galletas de calabaza en una cajita firmada por ella…). 
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Sin embargo, la japonesa, que sufre un trastorno obsesivo compulsivo y que reside en un centro de salud mental en su país de origen, se descubre como una de las personalidades más fascinantes, pioneras, innovadoras y sensibles de mitades del siglo pasado. Tras recibir respuesta de la gran Georgia O’Keeffe, que no es muy esperanzadora, Kusama se lanza a la aventura y se muda a Nueva York, donde sobrevive a duras penas pero donde crea incesantemente. El documental es muy revelador y demuestra cómo artistas muy reconocidos del siglo pasado, incluyendo Andy Warhol, indudablemente copiaron el entonces no tan reconocible estilo de Kusama, que intentó suicidarse en más de una ocasión antes de conquistar el mercado del arte décadas después, cuando su nombre había caído en el olvido.

El que sí pudo disfrutar de vivir de su arte fue Cecil Beaton. Sin una educación formal (“soy casi analfabeto”, escribía en uno de sus diarios) pero con un ojo irrepetible, una fuerza arrolladora, y una gran inteligencia social que le ayudó a moverse en los círculos adecuados, el británico que se retrata en Love, Cecil (2017) es una fantasía en mayúsculas. La directora, Lisa Immordino Vreeland, decidió narrar la fascinante historia del personaje a partir de sus propios diarios personales, una de las pequeñas muestras de su egolatría, pero que nos da un insight inmejorable a sus pensamientos y cavilaciones.

Por la pantalla desfilan un sinfín de intelectuales, tanto en entrevistas actuales como en imágenes de archivo, como Truman Capote, David Sims, Tim Walker, Diana Vreeland, e incluso la Reina madre. Una carta de amor al personaje irrepetible que fue Beaton, que se movió grácilmente entre la moda, el cine, la fotografía, y los eventos de sociedad, y que dejó tras de sí uno de los cuerpos de trabajo más importantes (y voluminosos) del siglo pasado.

Para clausurar el festival, la película elegida fue Megalodemocrat: The Public Art of Rafael Lozano-Hemmer (2018). Sin duda, la elección fue muy acertada: con un mensaje esperanzador sobre el futuro del arte, la tecnología y la sociedad, y con un protagonista cercano y divertido (no por ello menos serio o comprometido). El director, Benjamin Duffield, que vino a presentarlo en persona y contestó muy amablemente las preguntas del público tras acabar la sesión, ha seguido al artista mexicano a más de treinta ciudades alrededor del mundo (Nueva York, Seúl, Ciudad de México, Londres, etc.) durante diez años. Un trabajo hercúleo a todos los niveles cuyos frutos son más dulces que el propio Olimpo: muestra cómo las nuevas tecnologías son capaces de resaltar y fomentar la interrelación humana, fortalecer nuestros vínculos, y hacer que nos acerquemos los unos a los otros gracias al poder creativo y del sentido del humor. Y de paso, el porqué del curioso adjetivo que describe su trabajo: ‘megalodemocrat’.
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