Rocío Quillahuaman es peruana, marrón y se mudó a Barcelona a los 10 años; estas son las tres razones que le han llevado a escribir su primer libro: Marrón (Blackie Books). Su primera experiencia al aterrizar en Barcelona fue que le acuchillaran su peluche en busca de droga. Luego, en el instituto, los niños latinos eran vistos como los ‘problemáticos’ o los ‘peligrosos’, por lo que desde bien pequeña ella buscó alejarse de esa imagen y ser una ‘niña ejemplar’. Siempre se le ha obligado a mostrar su mejor versión, aunque –como bien cuenta en el libro– eso, en su mayoría, era simplemente una manera de negar quién era y de dónde venía para poder encajar.
Todas estas vivencias las cuenta en su libro debut con el objetivo de que, si una niña marrón y migrante se encuentra en su situación, pueda sentirse acompañada. “Es muy importante para una niña verse representada. Quizá si yo de niña hubiera visto a más gente marrón en la televisión habría crecido con más fuerza para enfrentarme al racismo. Quizá así no hubiera sentido que tenía que negar mi propia identidad, mi color de piel”, nos cuenta la autora.
De hecho, seguramente a muchos de vosotros os sonarán las animaciones que comparte en redes, ya que ya hemos hablado con ella un par de veces, primero en 2019 sobre su incipiente carrera, y hace unos meses en nuestro podcast sobre su amor por el arroz chaufa y Shrek, y aunque hoy no vengamos a hablar de su trabajo, tiene mucho que ver. Esa chica tan educada y agradable encontró su vía de escape para criticar a los modernitos de Barcelona o el infierno que supone ser autónomo en España a base de gritos y animaciones. “Después de todo lo que había vivido hasta entonces, cómo no iba a estar harta. Mis animaciones me sirvieron para explotar, para gritar que estaba harta y para mandar a la mierda a todas esas personas horribles que conocía”, dice Quillahuaman.
Hablamos con Rocío sobre no sentirse ni de Lima ni de Barcelona, la falta de referentes marrones en productos culturales o crecer demasiado rápido debido a la pobreza, es decir, algunos de los temas que trata en Marrón y que, si aún no os lo habéis leído, no sé a qué esperáis. De verdad, vais a llorar de impotencia y rabia, pero también vais a reír y entender que, si no eres blanca y/o rica, no te lo ponen tan fácil.
De hecho, seguramente a muchos de vosotros os sonarán las animaciones que comparte en redes, ya que ya hemos hablado con ella un par de veces, primero en 2019 sobre su incipiente carrera, y hace unos meses en nuestro podcast sobre su amor por el arroz chaufa y Shrek, y aunque hoy no vengamos a hablar de su trabajo, tiene mucho que ver. Esa chica tan educada y agradable encontró su vía de escape para criticar a los modernitos de Barcelona o el infierno que supone ser autónomo en España a base de gritos y animaciones. “Después de todo lo que había vivido hasta entonces, cómo no iba a estar harta. Mis animaciones me sirvieron para explotar, para gritar que estaba harta y para mandar a la mierda a todas esas personas horribles que conocía”, dice Quillahuaman.
Hablamos con Rocío sobre no sentirse ni de Lima ni de Barcelona, la falta de referentes marrones en productos culturales o crecer demasiado rápido debido a la pobreza, es decir, algunos de los temas que trata en Marrón y que, si aún no os lo habéis leído, no sé a qué esperáis. De verdad, vais a llorar de impotencia y rabia, pero también vais a reír y entender que, si no eres blanca y/o rica, no te lo ponen tan fácil.
“No tengo que caer bien a todo el mundo, así que puedo hacer lo que me dé la gana y que les jodan a todos.”
Antes que nada, decirte que lloré desde la segunda página del prólogo, sin exagerar (risas). Así que enhorabuena por atreverte a escribir un libro que relata vivencias tan íntimas y duras. Tú misma dices en el prólogo: “Escribirlo ha supuesto para mí un viaje a un lugar al que en realidad no quería volver nunca más”, entonces, ¿qué te motivó a salir adelante con este proyecto?
La única cosa que me animaba a seguir escribiendo era pensar en la oportunidad que tenía por explicar mi historia, que es la de muchas otras personas. Pensar en lo mucho que significaría este libro para niñas migrantes y adultas que fueron esas niñas marrones que fui yo. Me aferraba a esto cuando odiaba mi manera de escribir y me sentía una farsante. He tenido muchos momentos de pensar que no podía seguir adelante, pero por suerte tengo un marido y unos amigos maravillosos que siempre me animaban a seguir adelante, que confiaban en mi libro y en mí mucho más que yo misma.
Tu primera experiencia al llegar a Barcelona a los 10 años fue que te extirpasen, en busca de droga, el peluche de Winnie de Pooh que te habían regalado tus compañeras de clase de Perú. Seguramente esta fue la primera experiencia de racismo que viviste aquí, pero, ¿cuándo dirías que te diste cuenta de que todas esas experiencias que habías vivido en un pasado eran racistas?
En el proceso de adaptación y de intentar encajar en el país al que llegas, normalizas muchas cosas para seguir adelante, porque no te queda otra. Durante mucho tiempo yo hice como que no pasaba nada cuando la gente era racista conmigo, pero poco a poco me fui cansando. Exploté cuando empecé a explotar en general, con mis animaciones, y luego cuando empecé a escribir mi primer monólogo y este libro. Cuando empiezo a examinar todos esos momentos en los que me sentí como una mierda porque me decían comentarios racistas o me hacían sentir mal por ser marrón. Cuando te das cuenta ya no hay marcha atrás.
Cien por cien, cuando creces normalizas comentarios o actitudes que están totalmente fuera de lugar. En la presentación del libro en Barcelona junto a Ana Polo hablaste de ese jetlag constante que sentías de estar entre Barcelona y Lima (Perú). Creo que es una sensación que vive muchísima gente cuando sus padres no son de aquí o se han mudado de pequeños. Me recordó a como lo explicaba Moha Gerehou en su libro Qué hace un negro como tú en un sitio como este, en el que hablaba del síndrome del eterno extranjero. ¿Cómo lo vives hoy en día? Porque también comentaste que hasta en redes te han criticado por no hablar igual que los peruanos, simplemente por usar ‘vosotros’ en vez de ‘ustedes’.
Cuando dejas tu país, dejas también de tener el permiso de decir ‘de toda la vida’ porque luego aquí no te dejan sentirte que eres de aquí de toda la vida. Llevo viviendo en Barcelona casi 20 años y me siento de toda la vida de aquí, pero sé que mucha gente no lo cree así, y eso es injusto. Llevo viviendo casi todo ese tiempo en la misma zona de Barcelona (Sant Andreu) y me conozco los bares, los mercados, los parques, las plazas, las calles, las bibliotecas, mucho más que gente que ha nacido aquí, ¿por qué tengo que sentir que no soy de aquí de toda la vida? Luego está la sensación que tiene una misma de no pertenecer ni a un sitio ni al otro, de vivir entre dos mundos, de no encajar donde naciste ni donde llegaste. Pero todo esto está muy ligado a que aquí tampoco te dejan pertenecer.
Sin duda, demasiado peruana para la gente de Barcelona y demasiado catalana para la gente de Perú. Siempre hay algo que no les encaja... Creo, por lo que contaste en la presentación, que coincidimos en capítulo favorito del libro: El paseo. En este se retrata a la perfección el contraste entre barrios y clases de la población de Barcelona, a la vez que se refleja esa inocencia de cuando eres una niña y no te acabas de dar cuenta de qué está pasando a tu alrededor, aunque realmente te afectase. ¿Por qué dices que dejaste de ser una niña demasiado rápido?
Perdí toda mi inocencia cuando me pasó lo de Winnie The Pooh. Ver cómo unos guardias acuchillan a tu oso de peluche delante de ti para buscar drogas te arrebata la inocencia de golpe. Pero ya de antes la había empezado a perder porque cuando se vive en la pobreza se madura antes. La pobreza te hace ver la crudeza de la realidad demasiado pronto. Cuando era niña jugaba a ser funcionaria porque pasábamos mucho tiempo haciendo papeleo para migrar o sabía que debía portarme bien cuando acompañaba a mi madre a limpiar casas porque sabía que ella trabajaba duro por nosotras y lo mínimo que podía hacer era no molestarla. Ojalá hubiera sido una niña estúpida e inconsciente, ¡qué suerte tienen las que pudieron serlo!
En el capítulo Esta latina no es como los otros, es como nosotros, hablas del hecho de querer ser la mejor versión de ti misma, pero que eso realmente significaba esconder o negar quién eres y de dónde vienes. Cuéntanos un poco más sobre esta idea.
Cuando iba al cole veía cómo marginaban a niños latinos y los etiquetaban como problemáticos. Yo no quería que hicieran eso conmigo, así que me esforzaba por ser la número uno, la migrante ejemplar, la ‘latina ideal’. Intentaba encajar para poder tener alguna oportunidad, pero esto lo veo ahora. En ese momento no era consciente, ¡era una niña! No fue una decisión deliberada. Es algo que se hace de manera inconsciente porque se te empuja a ello. Es muy triste porque yo ahora siento que he perdido mucho el tiempo, podría haber tenido muchos amigos latinos con los que podría haber compartido muchas cosas…
También mencionas como un día tus compañeras de clase estaban buscando su parecido con actrices y a ti te dijeron que te parecías a Pocahontas. Esto se debía a la falta de referentes reales con la que hemos crecido todos nosotros. Viéndolo con perspectiva, ¿cómo crees que te ha afectado el hecho de no verte un parecido en el mundo de la cultura? ¿Consideras que esto ha cambiado?
Hay una cosa que me cabrea mucho y es tener que leer de vez en cuando (cada vez más) a periodistas decir que no hay por qué buscarse en la ficción, que no hay por qué verse representada en productos culturales. Así, en general. Como persona marrón que soy me veo incapaz de soltar algo así. Es realmente preocupante que lo digan porque hablan en términos generales desde su privilegio. Siempre son personas cisgénero, blancas y normativas que no necesitan buscarse porque sus historias están por todas partes. Entonces, pueden decir que no hace falta hacerlo, ¡evidentemente! Así cualquiera.
Yo soy feminista y creo que, así como el feminismo busca recuperar esos espacios que se nos han arrebatado, como persona marrón que soy, también quiero recuperar esos espacios en los que a las personas marrones nunca se nos ha escuchado o representado. Es tan sencillo como eso. Quiero ver a gente marrón en libros, series, películas, en todas partes. Es muy importante para una niña verse representada. Quizá si yo de niña hubiera visto a más gente marrón en la televisión habría crecido con más fuerza para enfrentarme al racismo. Quizá así no hubiera sentido que tenía que negar mi propia identidad, mi color de piel. Fíjate lo importante que es.
Yo soy feminista y creo que, así como el feminismo busca recuperar esos espacios que se nos han arrebatado, como persona marrón que soy, también quiero recuperar esos espacios en los que a las personas marrones nunca se nos ha escuchado o representado. Es tan sencillo como eso. Quiero ver a gente marrón en libros, series, películas, en todas partes. Es muy importante para una niña verse representada. Quizá si yo de niña hubiera visto a más gente marrón en la televisión habría crecido con más fuerza para enfrentarme al racismo. Quizá así no hubiera sentido que tenía que negar mi propia identidad, mi color de piel. Fíjate lo importante que es.
Exacto, qué rabia me dan esos comentarios. Dices que, en el colegio, los profesores resaltaban tus logros por encima de los demás alumnos y que esto ha provocado que actualmente sientas rechazo cuando te felicitan por tu trabajo. ¿Por qué crees que esos comentarios de la infancia te siguen persiguiendo a día de hoy?
Cada vez estoy más desligada de eso, por suerte, pero es cierto que antes me pasaba mucho. Sentía que no solo se me estaba felicitando por ser una migrante que hace algo bien, sino que también sentía la sospecha de que quizá yo seguía haciendo las cosas para contentar a esa gente que quería que me aceptara. Hubo un momento en el que esta situación empezó a cabrearme mucho. Me ayudó mucho darme cuenta de que en el fondo me daba igual caer mal a alguien (risas). Cuando te das cuenta de eso ya no hay nada que perder. Fue como una epifanía que me llevó a hacer mis animaciones: no tengo que caer bien a todo el mundo, así que puedo hacer lo que me dé la gana y que les jodan a todos.
En el libro también cuentas cómo empezaste a hacer tus conocidas animaciones que compartes en redes. ¿Por qué quisiste huir de los modales y la perfección en la que te habían educado? ¿De qué manera supuso una liberación para ti?
Una vez más, no fue una decisión deliberada. Ocurrió que pasé de ser una niña ideal a una adulta que gritaba y mandaba al diablo a todos. Ni yo misma fui consciente de esa transición, que me parece supernatural y lógica, hasta que escribí el libro. Después de todo lo que había vivido hasta entonces, cómo no iba a estar harta. Mis animaciones me sirvieron para explotar, para gritar que estaba harta y para mandar a la mierda a todas esas personas horribles que conocía. Tengo mucha suerte de haber encontrado mi camino hacia ellas porque me han permitido desahogarme. Todos necesitamos desahogarnos, disfrutar de una buena catarsis. Las animaciones me permiten eso y es lo mejor que me ha pasado nunca. Animo a todo el mundo a gritar porque, aunque parezca un cliché, es una manera buenísima de limpiar esa rabia o frustración que se lleva dentro. Esas sensaciones negativas hacen más daño dentro que fuera, como dijo Shrek en Shrek 2. Aunque su frase era sobre pedos, pero viene a ser lo mismo.
Me encanta la referencia (risas). Y ya para acabar, ¿por qué decidiste que el capítulo dedicado a Néstor, tu marido, fuese el último? Entiendo que es una manera de expresar que por fin sientes que estás donde tienes que estar, que con él estás en casa.
Exacto. Néstor me ayudó a comprender, con todo el amor que me dio, que no se trata de pertenecer a un lugar concreto, una ciudad o un país, sino de pertenecer a algo que va más allá: la gente que te hace sentir que encajas, que estás en el lugar correcto y que te seguirá queriendo allá donde estés. Esto me ha quedado muy cheesy, ¡pero es que es real! Para las personas migrantes es muy importante contar con espacios seguros en los que sentirse acogida, y yo puedo decir que tengo la suerte de tener ese espacio. ¡Qué fortuna la mía!