Su universo creativo huele a gasolina y está teñido de un pálido amarillo nicotina. “El negro carbón también lo utilizo mucho”, añade Lle Godoy, quien con tan solo 24 años ya ha experimentado en primera persona con la fotografía, la dirección creativa, el modelaje y el arte en el sentido más amplio del término. Mañana inaugura su primera exposición individual, En el cólico, en la galería bilbaína Aldama Fabre, puedes verla hasta el 7 de enero.
Conectado desde siempre al mundo de la danza, el creativo vasco se mudó a París sin haber cumplido la mayoría de edad, sin trabajo y sin saber hablar francés. Fue allí donde entabló relación, convertida al poco tiempo en amistad, con Eduardo Casanova, quien tras percatarse de su potencial le invitó a sumarse al reparto de su ópera prima como director, Pieles. Al poco tiempo, le contactaría Balenciaga proponiéndole crear contenido visual para sus redes sociales. “Metía los zapatos en el lavavajillas”, recuerda entre risas.

No pertenece al mundo académico. Tampoco le interesan las teorías clásicas ni los cánones impuestos. Los esfuerzos de Lle Godoy se dirigen a encontrar un código propio con el que expresarse de forma libre y sincera, dando rienda suelta a sus preocupaciones –y respondiendo a sus preguntas internas– a través del arte, ya sea a través de imágenes, esculturas o artefactos. “He empezado a entender que me dedico a la belleza, a la estética en todas sus formas”, explica el polifacético creador bilbaíno. Su obra bebe de la aversión, la deformidad y la decadencia. Términos muy denostados de acuerdo al joven artista en los que encuentra su verdadera inspiración. “En cuanto al feísmo, lo nombro así para que popularmente se entienda, pero yo lo veo preciosísimo”, matiza.

Tras haber participado en innumerables exposiciones colectivas, inaugura mañana su primera muestra individual, En el cólico, en la galería bilbaína Aldama Fabre. Una exhibición en la que, a través de artefactos de distinta naturaleza, ofrece remedios bucodentales materializados en expansores del paladar. “He hecho soluciones para bocas que no existen, por lo tanto son problemas irreales”, comenta, a la vez que confirma la existencia de un componente sexual en su debut como creador en solitario. “Es una paradoja en sí misma que estoy intentando resolver”.
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Foto: Alicia Lehman
Tu nombre real es Mikel, pero todo el mundo te conoce como Lle Godoy. Y es así como te presentas al mundo en tu primera exposición individual, En el cólico. ¿Qué nos puedes contar acerca de tu álter ego?
No es un personaje de ficción, ni mucho menos, pero sí que de alguna manera es un nombre que he elegido para poder hacer todo lo que quería. He estado bastante tiempo dando vueltas alrededor de mi área de expresión artística, y cada vez estoy más cerca de aquello que disfruto haciendo: utilizar cualquier tipo de soporte, plataforma o forma para desarrollar ideas. No me importa tanto si lo hago a través de la escultura, los artefactos o audiovisualmente; e incluso si es a través del trabajo de otras personas. Simplemente es una excusa para poder acceder a todo eso y, de alguna manera, es un nombre que elegí porque no me gustaba el mío. Al final era como empezarlo todo desde cero. Y empezar de cero también supone ponerte un nuevo nombre.
Has experimentado con infinidad de disciplinas, destacando la fotografía y la dirección creativa. ¿Te sientes identificado con el término ‘artista’?
Sí, y es a lo que aspiro. Ni siquiera es una aspiración, lo vivo como algo identitario. Creo que cada vez entiendo mejor que es una identidad en sí misma.
Emprendiste tu carrera muy joven y, sin haber cumplido los 20, ya habías realizado campañas y editoriales de moda con Neo2 e i-D Spain, entre otras publicaciones. ¿Cómo recuerdas tus comienzos?
Empecé a trabajar antes de los 18. Desde siempre he formado parte de grupos de competición de baile y danza contemporánea y, a su vez, siempre me he sentido conectado con la fotografía y el cine. Aunque no fuese consciente, ya por aquel entonces me estaba educando visualmente.
Comencé muy pronto a hacer fotos y a entender que tenía un código en base a eso. Con el tiempo, la moda me fue dejando de interesar porque sentía que no podía jugar ni equivocarme lo suficiente. Fue entonces cuando decidí irme a París a currar de asistente.
No has parado ni un segundo, te has dado prisa.
Si te soy sincero, soy una persona muy lenta (risas). Me quedo atrancado todo el rato, soy muy nervioso.
La formación autodidacta ha sido fundamental en tu proceso de desarrollo, profesional y personal. Y reconoces que YouTube fue determinante en esta etapa, al abrirte un amplísimo abanico de posibilidades que desconocías.
Sí, yo no pertenezco para nada al mundo académico. Antes de terminar segundo de bachillerato, me fui a trabajar a París. En ese momento, no encontraba mi sitio ni en bellas artes ni en audiovisuales. La gran mayoría de mis amigos se dedicaban a la performance y se sentían muy poco acompañados en la universidad… No les entendían. Y yo entendí que ese tampoco era mi sitio.
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Resultaste vencedor del Mix Milano Festival en la categoría Rainbow con tan solo 16 años. Y por si fuera poco, tus proyectos fueron seleccionados en el Festival Internacional de Cine Invisible, y reconocidos en más de una edición del concurso de cortos Beldur Barik, contra la violencia machista. ¿Qué temas abordabas en estas primeras creaciones?
Por aquel entonces, ya estaba obsesionado con el cine. Empecé a presentarme a concursos que, de alguna manera, eran una oportunidad de lanzar un proyecto. Era la forma de poder hacer algo. Mi objetivo no era ganar, me bastaba con llegar a la fecha de entrega (risas). En cuanto a los temas que abordaba, tenían relación con las categorías propuestas; principalmente, asuntos sociales y activistas. Había menos lugar para la poesía y el ensayo.
Poco después, cambiarías Bilbao por París tratando de encontrar tu lugar. La primera toma de contacto con el extranjero no suele ser fácil: desconocimiento de la lengua, diferencias culturales, temores internos… ¿Cómo te recibió París?
La primera vez que llegué allí era verano. Empecé a trabajar como asistente en un estudio en Montparnasse y solo tenía una colega, además de un par de contactos que había conocido por Instagram. Realmente estaba muy solo. No supe gestionar para nada la experiencia. Iba al trabajo, apenas me relacionaba con gente… fue bastante crudo ese viaje. La segunda vez que fui le supe sacar más provecho. Trabajé en un estudio en Saint-Denis, en Novembre Magazine, etc. Logré reconvertir la situación, pero el primer bloque fue muy disfuncional, no tenía herramientas y no sabía qué hacer. Un poco catástrofe.
Y fue precisamente en la capital francesa donde conociste a Eduardo Casanova, con quien no has dejado de trabajar desde entonces.
Así es, empecé a entablar relación con Edu, por Instagram, estando allí. Fue entonces cuando me ofreció participar en un corto junto a él y María Barranco, Jamás me echarás de ti.
Después de tu etapa en París y tras pasar un tiempo en Bilbao tratando de encontrarte, decides marcharte a Madrid para estudiar en la Factoría de Guión. ¿Cómo fue ese momento?
Llegué de un día para otro. Llamé a Edu porque ya le había comentado anteriormente que quería estudiar guión, y él me recomendó esta escuela. Llamé y me dijeron que podía empezar inmediatamente, así que me fui sin pensármelo dos veces.
Vuelves a encontrarte con Eduardo en Pieles (2017), su ópera prima como director. Y en esta ocasión, abandonas la dirección artística para asumir el papel de actor.
Así es. Él quería que estuviera en la peli, pero antes quería grabar algo. Así que hicimos el corto con María Barranco y luego la película. Yo no tengo una aspiración muy clara de ser actor, sino de ser artista multidisciplinar. Me gusta formar parte de proyectos en los que creo que puedo aportar algo, y que me puedan aportar algo a mí. Después de probar la faceta actoral en este primer proyecto, recondujimos nuestra relación hacia un prisma más creativo, compartiendo los proyectos en lugar de aparecer en ellos.
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La película pintada de rosas y violetas, en la que también participaban Ana Polvorosa o Macarena Gómez, plasmaba la vida de distintas personas con deformidades. ¿Qué destacarías de esta experiencia?
La primera vez que la vi fue en el Festival de Málaga, cuando fuimos a estrenarla, porque a la Berlinale no había podido ir. Ya sabía lo que me iba a encontrar, pero el momento de verme a mí mismo en pantalla me generó un poco de rechazo. Me dio impresión verme. A la vez, estaba muy feliz de haber formado parte del proyecto.
Ese mismo año te contactó Balenciaga, a través de Instagram, para proponerte un proyecto.
Sí, la oferta era como visual content para generar contenido visual en sus redes. Me mandaron a mi casa un montón de cajas. Yo en ese momento trabajaba en Pans & Company a la vez que hacía rodajes, y me acuerdo que me llevaba la ropa, fuera de mi turno de trabajo, a la cocina. Metía los zapatos en el lavavajillas (risas). Intentaba ver qué podía hacer con todo eso. Mi encargada no me tomaba para nada en serio. Le decía que era Balenciaga, y me decía que podía meter los zapatos en la freidora si quería (risas). Esa fue la primera vez que trabajé con Balenciaga y he mantenido la relación desde entonces.
También has desfilado para Roberto Etxeberría…
Fue hace tanto tiempo… Tenía 18 años y era la época en la que Roberto también desfilaba en Nueva York, con Shaun Ross. Yo veía sus desfiles y me gustaba un montón lo que hacía. No sé por qué razón, pero le mandé un video por mail y le dije que me encantaría desfilar para él. Accedió y me dijo que fuese a Madrid. Él se encargó de todo el trámite y desfilé cinco o seis veces. Me encantó formar parte de eso.
La dirección de arte empieza a cobrar protagonismo en tu vida a partir del libro de tu ya amigo Eduardo Casanova, Márgenes (2019). Un proyecto extremadamente cuidado en el que no hay lugar para la censura, en el que exploráis la marginalidad y la exclusión a través de la imagen. ¿Cómo afrontaste este cometido?
Es el proyecto en el que hemos pasado más tiempo juntos. Estábamos solos Edu y yo. Me encargué del arte y la producción, de la parte técnica del libro. Estuvimos cinco meses trabajando de forma muy intensa. Al principio nos dio mucho vértigo porque queríamos trabajar con vagabundos, pero generando una narrativa que no se limitase a un ejercicio estético únicamente. Tenía que tener un trasfondo político que trascendiese lo social. Finalmente, hicimos una exposición en La Fresh Gallery. Fue un trabajo muy duro pero, aún a día de hoy, lo seguimos teniendo como referencia en otros proyectos en los que trabajamos.
Además de haber desfilado en pasarela, tu relación con la moda se extiende al ámbito creativo. Y es que has asumido la dirección artística en el fashion film de JC Pajares, presentado en la última edición de Mercedes-Benz Fashion Week Madrid.
La verdad es que estoy muy contento. Era la primera vez que trabajaba con él, no nos conocíamos realmente. Me llamó y me dijo que había hecho un equipo en el que le gustaría que yo también estuviera. Han sido muchas semanas de trabajo, pero ha sido una gozada. Me ha dejado hacer lo que he querido y me ha dado toda la libertad del mundo. Tenía un concepto muy claro de lo que quería; ser ético con el momento y con el contexto. Ha sido muy valiente al renegar del desfile presencial, algo a lo que pocos se han atrevido. Ha sido una locura, pero ha merecido muchísimo la pena.
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En cuanto a tus fuentes de inspiración, has confesado sentirte especialmente atraído por “las señoras mayores y la prostitución de la autoestima que ejercen las redes sociales”. Dos aspectos que abordas en tu proyecto Señoras en bandeja. ¿Cómo es tu relación con las redes?
Me atrae un montón el enganche que produce Instagram sobre muchas personas y cómo mide sus niveles de autoestima y su nivel anímico. Genera una adicción muy fuerte, lo he visto en gente muy cercana. Hay quienes encuentran refugio en estos espacios, al igual que otros lo hacen en el sexo, la comida o las drogas. Podríamos decir que las redes sociales son una nueva droga que apela a lo más íntimo de las personas, a la autoestima. Con Señoras en bandeja quería abordar este tipo de prostitución tan característico. Es tal el enganche de algunas personas hacia las redes que serían incluso capaces de grabar a su madre muriéndose y publicarlo.
Entiendo que tú también pasas tiempo en los ‘prostíbulos digitales’ buscando referencias.
Leo mucho Twitter porque me gusta estar al tanto de todo lo que pasa. Lo que piensa la gente no me interesa tanto, pero sí trato de estar al día en lo que a eventos artísticos se refiere. Y al tanto de las convocatorias (risas). Instagram es la que más utilizo, Facebook no me interesa nada. Pero no las utilizo para decir, estoy aquí en La Rioja pasándomelo increíble. Para eso no.
¿Son los influencers los dealers de esta nueva droga? ¿Qué opinas de los actuales líderes de opinión?
Son las estrellas del momento dentro de una burbuja o una pompa. Referencias y modelos aspiracionales para mucha gente que, desde un plano más plano y pobretón, influyen. Entiendo que una persona que a mí no me interesa, a otra persona pueda serle importante. Me encanta que existan, no tengo ningún conflicto con ellos. Me parece muy respetable.
“Lo que ves en mi trabajo son mis limitaciones”, admites, además de sentirte inspirado por la decadencia, el feísmo, el delirio o el aislamiento. ¿Qué es lo que te atrae de estos conceptos?
He empezado a entender que me dedico a la belleza, a la estética en todas sus formas. La belleza no es más que una sublimación de elementos, de personas, de intereses que quieres llevar a otro lado. Y comencé a entender que la belleza, al igual que todo, es una decisión. En el momento en el que tú tomas la decisión de lo que es sublime o no, incluso si te surgen preguntas o dudas, empiezas a entender tu visión. Me interesa el error y tener un estilo propio. Y querer tener un estilo supone indagar en mis limitaciones. En cuanto al feísmo, un término muy denostado incluso caricaturesco, lo nombro así para que popularmente se entienda. Yo lo veo preciosísimo, pero es una manera de amoldarme al discurso dominante para hacerme entender.
Y en cuanto a personajes o movimientos, ¿hay alguno que te guste especialmente?
Me vuelve loco Bernardí Roig, David Cronenberg, Pedro Almodóvar… La gente en la que me fijo está viva.
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Si el universo creativo de Eduardo es rosa, ¿de qué color es el tuyo?
No sé si soy tan atrevido con los colores… En En el cólico estoy trabajando con el amarillo nicotina, me gusta un montón. El negro carbón también lo utilizo mucho, además de un naranja muy común en los expansores de paladar.
Tal vez te sientas más identificado con algún olor o sabor concreto.
Hace poco, un amigo que se dedica a la perfumería de autor, me hizo un test para encontrar mi perfume. Casi todo lo que elegí era sintético: amoníaco, gasolina, olores propios de una persona drogadicta, etc. Me encantan las gasolineras y el olor de la pintura.
Todos los trabajos ayudan a construir al artista pero, ¿cuáles han significado más para ti y por qué?
Para mí la exposición más importante es la Muestra Arte Joven en La Rioja, enmarcada en el Certamen de Arte Joven que se está celebrando ahora. Es una convocatoria con bastante prestigio y no pensaba que me fueran a seleccionar. Sentir que tengo un hueco en un marco más institucional me ha hecho muchísima ilusión. Admiro un montón a toda la gente que ha ganado el certamen y a todos los nominados, tienen muchísimo nivel. También estoy participando en un proyecto conducido por Ernesto Artillo, que me hace mucha ilusión.
Está claro que la pandemia no te ha detenido.
Estamos en un momento de muchas limitaciones, pero igualmente se están haciendo cosas. Todo el mundo me decía que moviese la exposición de fecha, y yo no quería bajo ningún concepto. Ahora me alegro de no haberlo hecho.
Hablando de la exposición, es tu primera muestra individual, con la que pretendes “enmarcar, sublimar y deconstruir la belleza de las técnicas del paladar”. Has reconocido haber estado en contacto con la boca toda tu vida, siendo ésta un pilar fundamental en la personalidad de cada uno de nosotros. ¿Qué nos puedes contar acerca de este proyecto?
Los expansores del paladar son, de alguna manera, el negativo de nuestra boca. He hecho expansores que son soluciones para bocas que no existen, por lo tanto son problemas irreales. Me he inventado una serie de soluciones y, a través de artefactos, busco generar una segunda revisión sobre algo que es completamente interno. El hecho de que la gente venga a una exposición sobre aparatos de bocas con la boca cubierta por la mascarilla me hace mucha gracia, a la vez que lo convierte en algo más actual. Estoy explorando este nuevo lenguaje. La curaduría me la ha hecho un artista increíble, Javier Pérez, con el que creo que comparto bastantes cosas. Eugenia Griffero, la galerista, me está cuidando y apoyando incondicionalmente.
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¿Por qué se llama En el cólico?
En el cólico es el título que he elegido básicamente porque es un estado emocional, no tiene nada que ver con lo físico. Es un estado desde el que he trabajado para realizar todo esto. En las once piezas, entre las que destaca un artefacto principal, hay un componente sexual; están fetichizadas de alguna forma. Es como si me ofreciese a mí mismo soluciones que no necesito, pero que me apetece plantear. Es una paradoja en sí misma que estoy intentando resolver.
Has dicho que hay una pieza central…
Sí, para mí es la única pieza que ilustra el problema. Es el contrapunto a todas las demás, capaz de hacer de la exposición un todo. La cierra narrativamente.
Dices estar más interesado en los proyectos individuales en este momento de tu vida. ¿Qué ventajas y desventajas conlleva trabajar en solitario?
Cuando trabajo solo no dejo de trabajar en colectividad. Tengo más autoridad de alguna manera, pero sentir que hay mucha gente realizando un proyecto lo hace especial, sublime. Eso pasa en el cine, que es un ejercicio colectivo. Necesito el trabajo individual y el colectivo para sentirme yo mismo. Cuando es algo que tiene que ver con mi persona, también trabajo en equipo.
En 2015 reconociste que tu mayor miedo era la indiferencia. “Si no causo ninguna sensación en ti, algo estoy haciendo mal”, decías en una entrevista.
Sí, la indiferencia entendida como un sentimiento de apatía. No tiene que ver con que la gente sienta indiferencia hacia mí, sino con que yo la sienta hacia las cosas. Eso es lo que me da miedo; estar en un estado en el que no me ilusione, no sienta.
¿Tienes algún sueño?
Dirigir.
En el cólico, en la galería Aldama Fabre hasta el 7 de enero. Plaza de los Tres Pilares, 7, Bilbao.
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