Conectado desde siempre al mundo de la danza, el creativo vasco se mudó a París sin haber cumplido la mayoría de edad, sin trabajo y sin saber hablar francés. Fue allí donde entabló relación, convertida al poco tiempo en amistad, con
Eduardo Casanova, quien tras percatarse de su potencial le invitó a sumarse al reparto de su ópera prima como director,
Pieles. Al poco tiempo, le contactaría Balenciaga proponiéndole crear contenido visual para sus redes sociales. “Metía los zapatos en el lavavajillas”, recuerda entre risas.
No pertenece al mundo académico. Tampoco le interesan las teorías clásicas ni los cánones impuestos. Los esfuerzos de Lle Godoy se dirigen a encontrar un código propio con el que expresarse de forma libre y sincera, dando rienda suelta a sus preocupaciones –y respondiendo a sus preguntas internas– a través del arte, ya sea a través de imágenes, esculturas o artefactos. “He empezado a entender que me dedico a la belleza, a la estética en todas sus formas”, explica el polifacético creador bilbaíno. Su obra bebe de la aversión, la deformidad y la decadencia. Términos muy denostados de acuerdo al joven artista en los que encuentra su verdadera inspiración. “En cuanto al feísmo, lo nombro así para que popularmente se entienda, pero yo lo veo preciosísimo”, matiza.
Tras haber participado en innumerables exposiciones colectivas, inaugura mañana su primera muestra individual,
En el cólico, en la galería bilbaína
Aldama Fabre. Una exhibición en la que, a través de artefactos de distinta naturaleza, ofrece remedios bucodentales materializados en expansores del paladar. “He hecho soluciones para bocas que no existen, por lo tanto son problemas irreales”, comenta, a la vez que confirma la existencia de un componente sexual en su debut como creador en solitario. “Es una paradoja en sí misma que estoy intentando resolver”.