The Human Hibernation, la ópera prima de Anna Cornudella, es un filme atmosférico, lleno de enigmas, que atrapa al espectador durante sus noventa minutos de metraje. Acudimos a un tiempo de espera donde el ritmo se dilata a un estado de pausa que traslada a aquel que la contempla a otra realidad posible. Una comunidad granjera de Dakota del Sur, junto a toda su fauna domesticada, se deja llevar por la ficción, recreando una sociedad hipotética en la que los seres humanos se convierten en una especie animal que duerme durante los tres meses de invierno. La película tuvo premiere internacional en la Berlinale y llega el próximo enero a todos los cines.
Este traslado entre especies acarrea una serie de consecuencias para los ecosistemas que conforman el mundo oscilante de The Human Hibernation y plantea una serie de incógnitas que sirven de investigación sobre nuestra relación con el entorno. Con el visible sello de Artur-Pol Camprubí en la dirección de fotografía, la autora logra recrear un mundo fantástico en el que la barrera entre animales y humanos está mucho más diluida y donde el ser humano se comunica y relaciona con el resto de las especies de una forma más igualitaria.
Rodada con un equipo muy pequeño, de máximo seis personas en la mayoría de las escenas, Anna Cornudella asegura que la película se construyó de una forma muy especial: “Nos fuimos a Estados Unidos, llamando a granjas y picando a puertas buscando los protagonistas de la película. Queríamos buscar personas que tuvieran una relación especial con la naturaleza. Fue muy duro por las condiciones, pero muy bonito por lo que fuimos encontrando”, nos cuenta.
Más tarde, junto al coguionista Lluís Sellarès, construyeron un esqueleto de guion basado en la estructura de cómo sería el ciclo de hibernación de un humano. A partir de la improvisación y el encuentro con un universo animal, que al igual que en el cine de Miyazaki es observado como una especie superior, tal vez divina, la directora logra rodar una utopía rural en la que los seres humanos viven hiperconectados con el ecosistema que los rodea.
Explica Cornudella que uno de sus más gratos hallazgos fue conocer a una vaca que bautizarían como Valentine, la vaca líder que las guía a todas. “De hecho, para mí fue de lo más bonito del rodaje, todos los planos con las vacas fueron los más complicados porque rodábamos tipo documental. Los planos en que estas aparecen más quietas, como misteriosas, son los que rodamos al principio, cuando no nos conocían. Pero luego entablamos una especie de relación en la que Valentine, cuando nos oía llegar, venía corriendo, nos lamía la cámara y el micro. Fue un poco como un juego. De hecho, fue muy guay aprender de ellas”.
Asimismo, el rodaje participó activamente con algunos centros de Estados Unidos que luchan por la reintroducción de la fauna, como por ejemplo una serpiente que protagoniza una de las secuencias más bellas de la película, fomentando la idea que promulga la tesis fílmica de la película: qué espacio habitarían los animales si los humanos dejásemos de ocupar ciertos territorios durante los tres meses de hibernación.
El visionado de The Human Hibernation supone una vuelta a lo primario, un encuentro con la identidad animal de cada cual, donde se pone en praxis aquello que Thoreau indagaba en Walden o la vida en los bosques, donde la lógica del tiempo prevista de todo sentido productivo se resignifica, avistando un portal que cruzar en la profundidad de los charcos.