Ir al teatro es como hacer trampas en esto del tiempo lineal. El mundo se para y arranca otro mundo, el de la ficción, que se desenvuelve delante de tus ojos y te absorbe. Los ritmos de las artes escénicas están en las antípodas de los ritmos de la industria cultural. Tanto en la producción como en la exhibición. El fast content frente al trabajo artesanal. El scroll infinito frente a una narrativa que se escapa de nuestro control.
Con este dispositivo, el de las artes escénicas, la actriz alicantina Sara Ruiz Ferrer encarna a su alter ego Máxima Starr, en una obra homónima que se presentará el 20 de octubre en el Centro Cultural Las Cigarreras de Alicante, bajo el marco del Festival Alacant a Escena. Una tragicomedia de autoficción, entre el esperpento y la rave, que se filtra en la vida de esta estrella del pop, con la mala o buena suerte, según se vea, de volverse viral durante veinticuatro horas.

Máxima Starr
en una alegoría al clásico de Valle-Inclán Luces de bohemia, muestra esa sociedad deformada ante su propio reflejo y lo hace a través del humor y de la música. La presión por sumarse a la inmediatez hace que los artistas, sedientos de reconocimiento externo, se conviertan en seres extraños, patéticos a menudo, pero irremediablemente atractivos para el deseo de consumo de los espectadores.
En la obra denunciáis la inmediatez y la rapidez que demanda la industria cultural en estos momentos. ¿Cómo sientes que afectan estas exigencias a las artes escénicas?
Por los propios tiempos que tienen las artes escénicas, a veces es complicado causar impacto en la gente. Cuando estás acostumbrada a que todo vaya muy rápido, el hecho de sentarte en una butaca y tener que bajar las revoluciones a cero, a veces lo agradeces y a veces lo padeces.
Otro punto fuerte de la pieza es su relación con la obra de Valle-Inclán Luces de bohemia. ¿Por qué escogiste esta obra del siglo XX para hablar de la contemporaneidad?
Cuando era adolescente, Luces de bohemia me despertó algo muy fuerte con el teatro. Es una pieza literaria que siempre he tenido muy presente. Todo el tema del esperpento, el espejo cóncavo, la deformidad, la figura de Max Estrella, el artista desfasado superado por las tendencias, Don Latino como una metáfora de esa industria que te deja morir cuando ya no das más dinero… Volví a leer la obra e hice conexiones conmigo misma. Creo que es muy guay recuperar clásicos. A mí me gusta trabajar con las dos cosas. Te conecta con las raíces del teatro.
Una de las preguntas que lanzáis es qué pasaría si Max Estrella, un artista tan decadente, se hiciese viral. Pero eso ya sucede en cierto modo. El contenido que se hace viral no es precisamente por su calidad.
Yo creo, por mi experiencia, que nos gusta ver esas realidades tan distintas a la nuestra, tanto por decadentes como por opulentas. Puedo estar enganchada a ver entrevistas de Callejeros a gente súper random y luego ver las Kardashian, que están aún más alejadas de mí. Nos gusta poner el ojo en la intimidad de la gente.
¿Cómo te sientes encarnando el personaje de Máxima Starr?
Ese personaje vivía en mí. Hay un poco de autoficción, pero yo me siento un cuadro. El personaje nace de imitar a las divas del pop, cuando eres pequeña, en frente del espejo. Menos mal que tengo un equipo y a José Maleno en la dirección escénica dándome fuerza, porque encarnar a una supuesta diva del pop, la cual no eres ni te acercas, y defenderlo con dignidad... hay que afrontarlo desde el disfrute.
El espacio ficcional se convierte en un espacio seguro. De ahí también esa tendencia que hay ahora hacia la autoficción.
Yo estoy más cómoda en la escena que en la vida real. Para muchos es sanador canalizar tus mierdas, tus frustraciones, y hacer un collage con eso.
En la compañía Traspasarte lleváis trabajando con el hecho biográfico desde antes de que se pusiera de moda la autoficción.
No fuimos muy conscientes al inicio. Surgió de manera natural y desde una necesidad de contar desde otro punto más allá de lo clásico, que también lo abrazo mucho. La experimentación fue evolucionando a la autoficción. De hecho, nuestros personajes nunca tienen nombre, siempre somos nosotras.
¿Qué crees que aporta la autoficción?
Lo concreto también es universal. Cuando cuentas algo personal es más fácil que alguien se sienta identificado que si lo dices de manera muy general. La gente se ve reflejada en detalles pequeños y honestos. Lo que más aporta es cercanía con el espectador. Se crea un espacio muy honesto.
También trabajáis mucho con la nostalgia millenial. ¿Qué ves de diferente entre la adolescencia de los 90 y la de ahora?
Es diferente, como la mía fue diferente a la de mi madre y la de mi madre a la de mi abuela. Si tengo que decir algo concreto, creo que ahora llevan mejor la exposición social. Nosotras, cuando empezamos a hacernos selfies con la cámara digital al revés, con el flash, que ni te veías, hubo un proceso de reconocimiento de tu propia cara muy diferente al que deben tener ahora. Una niña de diez años ya sabe cuál es su ángulo bueno.
¿Y en cuanto a los referentes estéticos, ¿cómo piensas que han evolucionado?
Nuestros referentes pasaban por el filtro que ponían las propias revistas. Las influencers eran las que la Bravo, la Loca y la Super Pop quisieran que fuesen. En ese momento, te comprabas una revista o ponías la MTV, si la tenías, y no había más. Ahora hay más abanico de posibilidades.
¿Qué es lo que más extrañas de principios de los 2000? ¿Hay algo que te gustaría que volviera?
Los videoclubs. Recuerdo que además de películas podías alquilar también videojuegos. En mi pueblo sigue existiendo un videoclub. Podría ser patrimonio de la humanidad. También, quedar en el parque y que tu abuela te tirase el bocata por el balcón, llamar al telefonillo, llamar al teléfono fijo y que sonase el aviso de internet.
¿Qué no querrías que volviera de ninguna manera?
Como mujeres, aunque seguimos estando silenciadas, ahora hay mucha más consciencia. Y los cánones estéticos, que siguen estando, antes solo se contemplaba la delgadez y no lo echo en falta.
¿Qué podemos hacer las personas para protegernos frente al torrente de la inmediatez?
La única manera que he encontrado para sobrevivir un poco a esto es tomar consciencia. Es inevitable caer en estos ritmos, y hoy se te ha olvidado qué te gustaba ayer, pero saber te da poder.
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