Clara Navarro nos recibe en su casa/estudio de Sabadell, un fantástico chalet adosado con una curiosa disposición hacia atrás: tras pasar la vivienda y un soleado patio interior se descubre su cobertizo particular. Un taller, que, por cierto, otro diseñador antes que ella construyó para dedicar ahí horas a su oficio. Cuando Clara estaba visitando la casa por primera vez, al verlo fue como si escuchase un ‘por aquí’. La diseñadora de moda y técnica de punto nos cuenta que se enamoró inmediatamente, y nos damos cuenta rápido de que precisamente de amor va todo lo que hace. Amor por la moda, su oficio, la artesanía, su madre, otras artesanas… Y de todos estos pequeños amores (o intuiciones) de los que ella se ha fiado como de guías nace Rafaela Knitwear.
Igual que las letras irregulares que escriben ‘Rafaela’ en el logo de la marca, sus decisiones también han ido encajando una a una, incluso antes de que ella fuese consciente. Al final, una oferta de trabajo casi irrechazable le hizo parar, reflexionar y tomar la salida: “Quería hacer algo propio y desde el corazón (…) algo eterno, único y de calidad, alejándome del sistema convencional de producción de moda”. Así comienza a definir las condiciones de un proyecto que debe basarse en el respeto por su entorno y sus clientes, a distanciarse de la insostenibilidad y del cinismo que sabemos que caracterizan la industria de la moda y a pensar el futuro no a través de la innovación, sino de la tradición.
Clara dedica Rafaela a su madre, que la introdujo en el mundo del diseño de moda y del punto. Los diseños hechos para durar son atemporales, y aún así nos proponen algo totalmente fresco: volver a crear un vínculo emocional con nuestras prendas. Volver a verlas como nuestras aliadas y compañeras de viaje y cuidarlas como tal; sentir su calor “como el abrazo de una madre” y devolverles algo de ese cariño de vuelta, así realmente durarán.  Marcas como Rafaela plantean una cuestión importante: ¿el valor está en el cuánto o en el qué? Si sabemos contestar estaremos acercándonos a un futuro en el que se consuma de forma más sana.
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¡Hola, Clara! Rafaela Knitwear se pone en marcha, ¡enhorabuena! ¿Cómo están siendo los primeros meses a cargo del proyecto?
Ilusionantes e intensos al mismo tiempo. Trabajar en un proyecto propio, sabiendo que está completamente alineado con tus valores, es muy satisfactorio. Aunque requiere mucho esfuerzo, hacerlo desde la honestidad lo hace más llevadero.
¿Qué adjetivos rondaban tu mente mientras concebías la marca y esta primera colección de diseños?
Consciente, emotiva, funcional, cálida, imperfecta, eterna, optimista, paciente, artesanal, confortable.
Te preguntaría de dónde nace tu amor por el punto, pero no hace falta buscar mucho para conocer que lo heredas de tu madre, Rafaela, que es “el alma tras la marca” y tu inspiración desde pequeña. ¿Tienes algún primer recuerdo de esta fascinación por el hobby de tu madre? ¿Qué es lo que te atrajo tanto de él?
¡Tengo muchos! Mi madre no solo hacía punto, también hacía ropa de todo tipo. De hecho, todavía hace. Nunca se ha dedicado profesionalmente a la moda pero tiene una intuición y una sabiduría innatas. En mi proyecto final de carrera muchas prendas eran de punto, y algunas bastante complejas. Las hicimos juntas e incluso involucré a una tía mía. Fueron momentos inolvidables, pasamos muchas horas trabajando en los diseños, averiguando cómo desarrollarlos y disfrutando del proceso. Las prendas quedaron preciosas. Con la marca quería volver a conectar con esos recuerdos y, al mismo tiempo, rendir homenaje a mi madre y a todas las mujeres que han tejido prendas para sus casas y familias.
Además de musa, ¿Rafaela trabaja contigo en la marca?
Sí, quería involucrarla de alguna forma. Ella se encarga de la última etapa del proceso de las prendas: unir las piezas a mano. Es una parte imprescindible y muy significativa. Saber que, mientras pueda, su huella estará presente en la marca me llena de orgullo.
Tus prendas son hechas a mano y la marca se basa en el respeto a los valores y procesos artesanales. Llevas formándote como diseñadora y técnica de tricot durante muchos años. ¿Podrías explicarnos algo acerca de esta técnica y su tradición?
Siempre me pregunto quién sería la primera persona en coger un hilo y crear ese entrelazado que luego se convertiría en un tejido. Más tarde, alguien pensó en acompañar el hilo con agujas para perfeccionar el proceso. Aunque parece sencillo es un acto ingenioso y complejo. Tejer con agujas empezó como una actividad doméstica y familiar, especialmente realizada por mujeres, aunque seguramente también se comercializaba. Era una habilidad que se transmitía de generación en generación, y en tiempos de guerra o posguerra fue esencial para vestir a las familias y soldados.
En el siglo XX se popularizaron las máquinas tricotosas domésticas, que permitían tejer más rápido pero seguían requiriendo habilidad y conocimiento. En Rafaela trabajamos con una de estas máquinas manuales. Requiere mucha concentración pero también respeto por el proceso. Con la revolución industrial y la globalización, estas técnicas evolucionaron hacia sistemas automatizados, adaptándose al ritmo frenético de la producción en masa.
Hemos podido ver en Instagram partes del proceso, por ejemplo, cómo conviertes el hilo crudo en ovillos. También tiñes tú los hilos en las distintas paletas de colores. ¿Qué estados atraviesa un jersey desde que te llega la materia prima hasta que lo acabas?
El proceso empieza con la preparación de la lana. Primero se deja en remojo y luego se calienta para fijar los colores con los que trabajo. Después pasa por un nuevo remojo y un lavado respetuoso, todo hecho a mano. Una vez seca, convierto cada madeja en un ovillo. A veces, este ovillo pasa por una máquina especial que peina la fibra para facilitar el trabajo. Luego empieza el tejido.
Trabajo con lana mohair de la más alta calidad, un hilo delicado que requiere cuidado y precisión al pasarlo por la máquina. Después, cada pieza pasa un control de calidad para garantizar que no tenga defectos. Finalmente, se cosen las piezas a mano y se realiza un último peinado manual para que la lana adquiera su textura característica.
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Todo este concienzudo proceso repercute en la prenda, que recibe la máxima atención y cuidado, y en el consumidor que la recibirá. ¿Cómo influye en ti este trabajo?
Por un lado, siento una gran responsabilidad, pero también es muy satisfactorio saber que estás creando algo único para una persona concreta, a veces incluso la conoces. Es un proceso emocionante tanto para mí como para quien la recibe.
Llevas años formándote en el punto, pero también ejerciendo. Has sido diseñadora para varias marcas, la última de ellas Sita Murt, conocida precisamente por su trabajo con punto. Pasaste allí nueve años. ¿Qué lecciones guardas de esa época?
Consolidé mi pasión por el punto y trabajé con proveedores y talleres cercanos, lo que me dio esperanza de que la recuperación textil de nuestro territorio es posible si la cuidamos entre todos. Aprendí que este sector tiene mucha competencia y un mercado saturado, por eso es clave encontrar un equilibrio constante entre diseño, demanda, precio y viabilidad comercial. Además, al ser una empresa de origen familiar con tradición en el punto, siempre conecté con sus valores.
¿Qué motivaciones te llevaron a aventurarte con una marca propia?
Era algo con lo que siempre soñaba. A veces cuesta encontrar el momento, pero me ofrecieron un trabajo y replanteé mi camino, quería hacer algo propio y desde el corazón, así que me decanté por empezar mi proyecto y marca en sintonía con mis valores. Quería crear algo eterno, único y de calidad, alejándome del sistema convencional de producción de moda. Esa idea fue mi principal motor.
Rafaela presenta un lookbook con una colección casi cápsula. ¿Te centrarás en este conjunto de piezas clave o planeas ir incorporando nuevos diseños, temporadas, etc.?
Mi intención es que los diseños sean atemporales. Tenía claro que no quería lanzar una colección y retirarla la temporada siguiente. Poco a poco iré añadiendo nuevos colores y referencias, pero siempre de manera orgánica y lejos del ritmo frenético que impone el sistema de la moda.
La expresión personal y la pertenencia al grupo es la principal motivación a la hora de consumir moda, pero las dinámicas de la industria han transformado la ropa casi en un disfraz ocasional y desechable; a la prenda en una imitación barata de otra prenda. Factores como la buena calidad, la durabilidad o la funcionalidad son innecesarias porque el consumidor busca cambiar la prenda con la misma rapidez que cambian las tendencias. ¿Consumir menos implica renunciar a la autoexpresión? ¿Cómo crees que pueden convivir en la moda la espontaneidad y el buen hacer?
No creo que consumir menos sea un impedimento para la autoexpresión. Más bien, puede potenciarla. Hoy en día hay muchas alternativas como la ropa de segunda mano o el upcycling, que permiten expresar tu personalidad con creatividad. Es importante aprender a consumir menos y mejor, equilibrando lo nuevo con lo que ya tienes. A veces requiere imaginación pero vale la pena. Además, las instituciones y las marcas tenemos la responsabilidad de educar mejor al consumidor.
Tu pericia como diseñadora también la llevas a la docencia. Eres profesora de diseño de moda en la Escola Illa, una institución que pone énfasis en la sostenibilidad y el consumo sostenible de moda. Los alumnos ya conocen técnicas como el upcycling y otras alternativas a la moda rápida. ¿Cómo podríamos los clientes empezar a reeducarnos?
El primer paso es informarse. Leer artículos, ver documentales o investigar sobre el impacto de la moda rápida es fundamental. Si no somos conscientes de la realidad que hay detrás del sistema actual, no podremos avanzar hacia un consumo más responsable.
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¿Qué opinas de la frase ‘no existe consumo ético’?
Es cierto que nuestra sociedad está estructurada en torno al consumo, y abandonar esa dinámica por completo es imposible. Pero sí podemos tomar decisiones más conscientes y alejarnos del consumo irresponsable. Lo importante es hacer un esfuerzo por cambiar nuestros hábitos.
Creas tus prendas por encargo y cada una de ellas es única. Este enfoque productivo es sostenible y hacia donde la industria debería ir pivotando, aparte de lo especial que es como cliente saber que un artesano está creando una pieza para ti. Ya no estamos acostumbrados a esa honestidad. ¿Cómo es desde tu punto de vista crear para el cliente?
El proceso de creación tiene mucho más sentido. Cada pieza está diseñada para acompañar a esa persona durante años, convirtiéndose en parte de su historia. Es un proceso emotivo y gratificante, tanto para quien la crea como para quien la recibe.
Tu taller está en Sabadell, una ciudad con un legado textil importante. ¿Decisión intencional o bonita casualidad? ¿Qué tal se trabaja desde aquí?
Tengo un vínculo especial con Sabadell, ya que estudié diseño aquí. Para mí es emocionante arraigar mi proyecto a un territorio con tanta tradición textil. Trabajamos desde nuestro propio estudio y es bonito ver cómo muchas personas todavía recuerdan las fábricas textiles, el sonido de las máquinas desde la calle y las historias de esa época. Es un legado que inspira y motiva.
Rafaela defiende la perdurabilidad del “punto eterno, amoroso como el abrazo de una madre”. Desde luego, una buena prenda tiene esa capacidad de hacernos sentir reconfortados y seguros. ¿Hay alguna que te venga a la mente al pensar en estos sentimientos?
Diría que todas las prendas tienen esa esencia, pero el jersey es la prenda estrella. Es la más compleja de producir, pero también la que mejor representa ese abrazo. La idea surgió de un jersey que diseñé con mi madre; era mi prenda más preciada. Quise trasladar esa emoción a la marca.
Dices que los valores de amor, arte y tradición que para ti representa cada puntada de lana han transformado tu trabajo y tu vida. En tu trabajo lo podemos adivinar pero, ¿cuál sería un aspecto de tu vida que el punto o Rafaela han transformado?
Me ha enseñado a valorar la magia y la complejidad que hay detrás de cada prenda. Trabajar de manera artesanal me obliga a ser más paciente y a aceptar que no siempre todo sale como esperabas. El punto, en particular, tiene algo especial: es imprevisible. Aunque uses los mismos materiales y las mismas técnicas, el resultado nunca es exactamente igual. El punto es flexibilidad y adaptación, nunca es exacto.
¿Dónde te gustaría ver Rafaela de aquí a unos años?
Me encantaría que estuviera presente en tiendas que admiro y que la marca hubiera llegado al corazón de personas de distintos lugares. Quiero que Rafaela sea reconocida como una marca pequeña, honesta y exigente, que defiende el oficio artesanal y los valores que la sostienen. Sería un sueño que nuestras prendas estuvieran en casas y armarios donde se aprecie el sacrificio, el amor y el esfuerzo que hay detrás de cada punto.
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