Fundado en plena pandemia, en un momento de incertidumbre absoluta, Qabalum nació como una maniobra de supervivencia de dos estudiantes a punto de graduarse. Diego Pazó y Lucía Burguete se embarcaron en este proyecto sin más pretensiones que no quedarse de brazos cruzados. Pero trabajo tras trabajo, este dúo de bailarines ha ido creciendo y ampliando sus horizontes hasta el día de hoy. A través del movimiento de sus cuerpos, tratan de contagiar su magia e historias a cada uno de sus espectadores, incluso en el otro lado del Atlántico, y nunca cerrándose a nuevas ideas.
Puede que sean jóvenes, pero ellos saben perfectamente lo que hacen. Una buena muestra de ello es su último trabajo, Todo este ruido, que presentan el próximo jueves 10 de abril en el marco del Festival Dansa València. Lo especial de esta pieza de danza, más allá de su poético mensaje, es su atípico tercer protagonista: un dron controlado a distancia que danza junto al dúo de bailarines como parte íntegra de la composición.
¡Hola, chicos! Para empezar, aún hay personas que no os conocen. ¿Qué hace a Qabalum especial o diferente?
Es algo que aún nos preguntamos a día de hoy. Tenemos intuiciones respecto a lo que es, pero sinceramente no lo sabemos. En la danza, que es algo tan poco sujeto a lo verbal, hablar de estas cosas es algo complicado.
¿A quién se le ocurrió el nombre de Qabalum? ¿Cómo llegasteis a decidiros por él?
El nombre viene de un poema de Carlos Oroza. Él se inventaba palabras cuando creía que el lenguaje no era suficiente para comunicar lo que quería. Decía que ‘cabalum’ era más lejos que lejos, porque lejos van los aviones o los trenes, pero ‘cabalum’ era una lejanía mayor a esa. Nos gustaba lo que expresaba esa palabra y esa idea suya de dar vida a una realidad que no tiene nombre simplemente con una palabra que nadie ha formulado antes, así que la adoptamos, cambiando una letra. Es corto, fácil de recordar y con mucho significado, así que era perfecto.
Qabalum nació en 2020, justo cuando comenzó la pandemia. ¿Qué fue lo que os convenció de iniciar este proyecto en ese momento?
Probablemente el miedo. Aquel fue un momento de extrema incertidumbre. Ahora lo vemos con distancia y parece ridículo, pero nosotros estábamos terminando nuestros estudios y no sabíamos ni siquiera si los teatros iban a volver a abrir, cuándo lo iban a hacer o de qué forma lo iban a hacer. Así que, honestamente, empezamos el proyecto como ‘maniobra de supervivencia’. Un poco pensando en que las compañías iban a convocar audiciones a saber cuándo y que había que hacer algo mientras el mundo se recuperaba. En realidad pretendíamos empezar como intérpretes, trabajando para otra gente y demás, pero surgió esta circunstancia y, bueno, hasta hoy.
¿Cuál fue el punto de partida para diseñar Todo este ruido? ¿Cómo se transformó esa idea en movimiento?
El proyecto lleva mucho tiempo gestándose, pero ha ido poco a poco. Las ideas que le dieron comienzo casi se han diluido. Además, en nuestro proceso creativo hay bastante caos. No en el sentido de desorden, sino que hay muchas ideas que se lanzan al aire. Algunas se convierten en movimientos, otras en texto, otras en luz o en música y el todo va cobrando una independencia que trasciende las motivaciones que lo originaron.
Uno de los pilares era esta idea de que nuestras vidas se han cruzado en este momento del tiempo y en este lugar del espacio. Uno siempre tiene una sensación extraña de que eso es así y punto, pero que a la vez nada impide que pudiera haber sido de otro modo. Como hacerle una foto al cielo nocturno. La luz de estrellas extremadamente lejanas y antiguas, probablemente ya muertas, acaban plasmadas en un trozo de papel y tú lo puedes sostener en tus manos. Y nuestra vida es algo así, también tenemos un origen muy, muy lejano pero hemos terminado aquí.
Uno de los pilares era esta idea de que nuestras vidas se han cruzado en este momento del tiempo y en este lugar del espacio. Uno siempre tiene una sensación extraña de que eso es así y punto, pero que a la vez nada impide que pudiera haber sido de otro modo. Como hacerle una foto al cielo nocturno. La luz de estrellas extremadamente lejanas y antiguas, probablemente ya muertas, acaban plasmadas en un trozo de papel y tú lo puedes sostener en tus manos. Y nuestra vida es algo así, también tenemos un origen muy, muy lejano pero hemos terminado aquí.
“La danza tiene esa magia. Todos tenemos huesos, carne y neuronas espejo y siempre se produce esa conexión.”
¿Qué es lo que quiere inspirar o transmitir la obra?
Citando una vez más a Oroza, “si tuviera que explicar mi libro, tendría que escribir otro libro y de ser así no hubiera escrito el primero”. A nosotros nos llega con que el público se lleve algo. Para algunos es una admiración por el virtuosismo, para otros es la conexión que tenemos como intérpretes, otros se llevan una experiencia más profunda y poética. Pero, en cualquier caso, no pretendemos imponer ningún significado.
En Todo este ruido incorporáis un dron en escena. ¿Es la primera vez que trabajáis con algo así? ¿Fue complicado integrar tecnología en vivo?
Hablando en plata: fue una idea que surgió un día estando de copas. Pero tuvo mucho sentido entonces y ha funcionado muy bien. Pareció muy fácil al principio, pero se complicó la cosa… Integrar al objeto no fue difícil en sí. Tiene una movilidad bastante limitada, así que no se pueden hacer tantísimas cosas con él. Su rol tiene más que ver con la presencia, pero lo difícil fue encontrar a la persona adecuada para hacer ese trabajo. Encontramos a Joan Cano, que es un virtuoso de ello y todo un profesional y le estamos muy agradecidos.
La danza contemporánea, para un público general, puede no ser fácil de entender. ¿Cómo conseguís conectar con el público?
Siempre decimos que eso es más un tópico que una realidad. La gente, en general, cuando ve una propuesta de calidad, la recibe con mucho entusiasmo. La danza tiene esa magia. Todos tenemos huesos, carne y neuronas espejo y siempre se produce esa conexión. El espectador también se está moviendo aunque no se dé cuenta. Pero sí, es cierto que a veces se dan situaciones donde la gente en su cabeza hace demasiadas preguntas a los artistas y pocas a la obra o a sí mismos. Usamos el ejemplo de la música clásica: ¿qué significa la música de Bach? Ni idea, es difícil saberlo solo con oírla, pero tampoco nos hace falta saberlo para que nos conmueva. Probablemente en ese misterio reside su belleza.
¿En qué estado creéis que se encuentra la danza contemporánea en España? ¿Pensáis que recibe el apoyo necesario?
Nosotros intentamos ver el vaso medio lleno, dentro de lo que cabe. Hay gente que tiene trabajos mucho más precarios y tal vez más necesarios que el nuestro. Pero es obvio que la danza es la gran olvidada de las artes escénicas, que ya de por sí son frágiles. Probablemente porque hay una herencia de pensar al bailarín como un cuerpo bello que se mueve y no también como un artista que toma decisiones sobre lo que hace. Que tiene un gran bagaje cultural y se esfuerza en dar vida a algo que es muy efímero, algo que uno no puede experimentar ni en un cine ni en un concierto ni leyendo un libro. Desde luego no hay, en general, el nivel de apoyo que hay en otros países, eso por descontado. Por ello siempre hay que seguir luchando.

El año pasado fuisteis invitados al Festival Dança em Trânsito en Brasil. ¿Cómo fue esa experiencia internacional?
Brasil es un país exuberante y frenético, pero a la vez muy calmado en cierto sentido. El tiempo pasa distinto allí. Llegamos a bailar en plazas muy importantes del país, pero también en pequeñas aldeas casi flotando sobre el río. Desde las ciudades más grandes hasta los pueblos más remotos y pequeños. Participar en un festival así es una experiencia más humana que profesional. Le guardamos mucho cariño al equipo del festival y al público brasileño, que es entregadísimo.
Además de vuestros proyectos creativos, también os dedicáis a la docencia. ¿Qué consejo le daríais a los jóvenes bailarines y coreógrafos que quieren desarrollarse en la danza?
No es nuestro principal foco, pero siempre que tenemos encuentros pedagógicos tratamos de inculcar a los alumnos que cultiven mucho su cuerpo, su mente y su intuición. Que intenten conocerse y que mantengan siempre viva la pregunta de ¿qué me mueve a bailar o crear? La respuesta a esa pregunta a veces trae muchos dolores de cabeza, pero puede ayudar mucho a guiar una carrera.
Desde que comenzasteis con Qabalum, allá por 2020, ya han pasado cinco años. ¿Cómo sentís que habéis crecido desde entonces?
Bueno, como intérpretes somos mucho más maduros. También como creadores, eso seguro. Como decíamos antes, el comienzo fue un poco por supervivencia, no sabíamos muy bien lo que estábamos empezando y además teníamos una mezcla de ilusión e inseguridad bastante extraña. El proyecto se está profesionalizando poco a poco, tomando una envergadura algo más grande aunque aún modesta y en esas estamos, siempre pensando en mantener un rumbo coherente y asumible.
Y mirando hacia el futuro, ¿qué planes tenéis para Qabalum? ¿Cómo os veis dentro de cinco años?
No somos muy amigos del hype, nos gusta trabajar tranquilos y con calma. Que los resultados vengan del trabajo en silencio. Además, la vida siempre nos sorprende con cosas que llegan en el momento menos esperado, así que siempre estamos con los sentidos abiertos. Obviamente seguiremos creando, girando y presentando las obras al público, que es la esencia de nuestro oficio, pero no tenemos ni idea de cómo será nuestro próximo proyecto.
