Si leer a Pol Guasch es una delicia, hablar con él lo es todavía más. Es articulado, reflexivo, cercano, comprometido y tiene mucho que decir. De hecho, cuando nos encontramos hace unas semanas en el centro de Barcelona, nuestra conversación se alargó casi una hora (al principio me insistió en que tenía que irse a equis hora a manifestarse contra el bodrio de la Fórmula 1 en Passeig de Gràcia, esa acción barata y panfletaria que sigue posicionando nuestra ciudad como un circo decadente). Y en esa hora pudimos hablar un poco de todo: de En las manos, el paraíso quema (2024), su segunda novela con Anagrama, por supuesto, pero también de las amigas, del catalán y la violencia contra la lengua, de la historia compartida por ser del colectivo LGBTQ+, de su proceso creativo, de la institucionalización del amor… De la vida, vaya.
Aunque Pol ya era un autor publicado y conocido gracias a sus premiadas obras de poesía –Tanta gana (2018), La part del foc (2020)–, el boom que le supuso ganar el Premio Llibres Anagrama de Novela con Napalm al cor (2021) le catapultó a un público mucho más amplio. Ese primer acercamiento a la narrativa todavía guardaba mucho de poético y, como él dice en esta entrevista, tenía mucho de manifesto: “Esta es mi manera de entender la literatura, esto es lo que me interesa, esto es lo que quiero hacer”. Su estructura era un rompecabezas que tenías que ir resolviendo poco a poco, dejando esos huecos que a veces te confundían como lector pero que, al final, cobraban sentido.
Con En las manos, el paraíso quema, Pol sigue rompiendo las reglas más hegemónicas de la narrativa clásica, aunque esta vez sus códigos son más digeribles. En él nos encontramos la historia de Rita y Líton, dos amigos cuya relación evoluciona en un entorno sofocante y adverso donde, a pesar de todo, lo bello puede florecer. Hoy hablamos con su autor sobre su acercamiento a la creación literaria, la maldición de la segunda novela, corazones rotos, capitalismo y mucho, muchísimo más.
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En las manos, el paraíso quema es tu segunda novela con Anagrama tras Napalm en el corazón (2021), con la que ganaste el prestigioso Premio Llibres Anagrama de Novela. ¿Sentías alguna presión por hacer algo ‘al mismo nivel’?
La empecé a sentir al final de todo. Afortunadamente me enteré de la maldición de la segunda novela cuando ya llevaba la mitad del libro escrita.
No la conozco, ¿cuál es esa maldición?
Se ve que la segunda novela es un bluff, o eso cuenta la leyenda (risas). Representa que en la primera eres novedad, a veces va con premio, la gente quiere saber qué has hecho, etc. Pero la segunda hay gente que la escribe sin tener nada que decir y eso se nota. Eso es lo que dicen… Pero yo no sentía para nada eso.
Después vinieron los nervios las semanas antes de la publicación y cuando se publicó, pero creo que son los nervios normales antes de salir al escenario. Pero volviendo a tu pregunta, no lo viví con demasiada presión porque como para mí la escritura es un juego y voy allí por deseo, cuando estoy creando me olvido mucho del proceso de publicación o de exposición posterior. Cuando estoy escribiendo pienso poco en lo que implica eso, que a mí me va bien. Si lo pensara demasiado, mi escritura tomaría otras formas, otros caminos más evidentes, más legibles, a lo mejor incluso más comerciales. Pero como no es importante para mí, creo que la literatura se queda despojada de esa presión y esos ruidos.
Ya que hablas de la leyenda esta, ¿cómo estás notando la recepción? ¿La gente considera que no tienes nada que decir o está teniendo éxito? A mí me encantó la novela, la verdad.
Pues llevo seis meses de la recepción en catalán y la verdad es que estoy supercontento. Además ha pasado una cosa muy bonita: la novela trata en gran parte sobre la amistad, y tengo la sensación de que ha coincidido en un momento en el que varias personas estamos hablando sobre este tema y se ha generado una especie de momentum de abrir la conversación pública (o cultural si más no) a la cuestión de la amistad. He tenido la sensación de que la novela abría un espacio de diálogo. Eso es de las cosas más bonitas que pueden pasar cuando creas, que tu obra tenga algún tipo de repercusión en el mundo, aunque sea mínima.
Esto por un lado. Y por otro, en Sant Jordi venía muchísima gente a comprar el libro para su amiga. Entonces la novela en sí misma no es solo un relato sobre la amistad sino que se ha convertido en un gesto de amistad, y eso me parece precioso. Ahora, con la publicación reciente en castellano, sí que noto que hay una trayectoria. Vengo de la Feria del Libro de Madrid y he hablado con muchísima gente que está interesada, así que tengo buenas sensaciones.
Siento que esto es un poco circular: como buen artista que eres reflejas el zeitgeist, los tiempos que corren, y a la vez, como eres una figura pública ayudas a canalizar esta conversación al dominio público.
Creo que lo bonito de la escritura (y del arte en general) es que tiene algo de oracular. Me explico: no hablo de cuestiones místicas, que también. Hablo de qué pasa cuando abres el mundo a la ficción, es decir, cuando intentas leer o interpretar el mundo no a través de unos códigos fijos con un discurso superdeterminado, que normalmente es el discurso hegemónico, sino cuando abres la posibilidad mirar el mundo desde el discurso de la ficción donde todo es posible y todo puede pasar, donde la mirada es otra, donde se genera un gesto de empatía, un movimiento, un cambio de mirada, un intentar ver lo que no puedes ver normalmente. Cuando crees que eso es posible pasan cosas maravillosas.
No creo que una novela tenga el poder de modificar el discurso social pero sí la posibilidad de captar algo que está pasando y a lo mejor no estamos comunicando, o que está trabajando a un nivel mucho más silencioso. Una novela, o la escritura en general, pueden hacer que algo que está muy sumergido pero que es latente flote.
Justo ayer veía un reels de Fran Lebowitz donde decía que un libro no tenía que ser un espejo sino más bien una puerta que te abra a otros mundos, otras realidades.
Total. O puede ser un espejo roto, que es una imagen que me gusta muchísimo, también en referencia al título de Mercè Rodoreda. Contra esta idea, una frase de Stendahl muy famosa dice que la novela es un espejo que paseamos por el mundo, y después Rodoreda la pone al inicio de Mirall trencat. Yo veo ahí un gesto casi de burla, irónico, como para decir, lo que te vas a encontrar aquí no es ese espejo sino que es uno roto. Lo bonito es que un espejo roto multiplica la realidad, vemos lo mismo pero de una forma muy distinta. Me gusta pensar que la escritura hace eso.
Volviendo a tu novela. Los protagonistas son Rita y Líton, un par de amigos que viven en un ambiente rural casi marginal. ¿Cuéntame un poco cómo surgieron y cómo evolucionaron desde que los pensaste por primera vez?
Evolucionaron conmigo. Cuando me pongo a escribir no tengo unas fichas previas sobre los personajes, sus vidas anteriores, qué les ha pasado y qué no, qué piensan, etc. Yo sé exactamente lo mismo que tú, lector de la obra, porque me gusta descubrirlos con el proceso de escritura. Me gusta pensar que sé de ellos lo mismo que ellos saben de mí, que es prácticamente nada, por no decir nada. Y me gusta sorprenderme, descubrirlos.
Pasa lo mismo con las amistades o con las personas que me encuentro en la vida. No tengo una ficha previa de su mochila emocional antes de conocerlas, me adentro a lo desconocido con una intuición. Como mis personajes aparecen también por una intuición y por cómo pienso que han de ser, creo en ellos de alguna forma y luego genero un compromiso. Al final de la novela, con algunos me iría de fiesta y a otros querría no verlos nunca más. Aunque a todos los protagonistas los quiero de alguna forma. Bueno, el querer que implica haber acompañado mucho tiempo a una persona porque la entiendes.
¿Cuánto tiempo has estado escribiendo este libro?
Lo empecé justo al terminar Napalm. Acabamos la edición y, ante el miedo de quedarme huérfano de escritura, entré rápido a escribir. Empecé en 2021 y se publicó en 2024, pero claro, decir que he estado tres años escribiéndolo sería falso porque ha habido mucho tiempo de silencio, de no pensar en el proyecto, de dejarlo reposar. Combino momentos de adentrarme en el proyecto durante dos meses sin salir de él, de solo estar haciendo eso encerrado en una residencia, y después seis meses de ni leer ni abrir ese documento en el ordenador. Necesito esas distancias para trabajar.
Cuando hablo con otros artistas que están en el estudio y marcan sus propios tiempos, siempre dicen que sus obras les hablan y que están dos meses sin trabajar en algo. Lo puedo entender aunque mi trabajo es muy diferente, tengo deadlines estrictos. A lo mejor es mi lado capricorniano…
¡Yo también soy Capricornio!
¡Qué maravilla! ¿De qué día?
Del 31 de diciembre. Pero, ¿sabes qué pasa? Cuando te lo digo así parece algo volátil pero no, la obsesión es máxima. Si lo hago así es porque sé que es lo mejor para mi trabajo. Aquí está mi Capricornio. No lo hago porque sea capaz de desconectarme del proyecto, es porque sé que, para que la escritura sea lo mejor posible, necesita reposar. Entenderlo me ha costado mucho. Adaptarme a esa metodología no es algo que sea orgánico y natural, es algo que sale de la comprensión. Pienso, Pol, lo mejor será que el texto descanse de ti un tiempo y tú de él. Pero son periodos de duelo, dices, ¡ay, quiero tocarlo pero no puedo!
Para mí la escritura es un juego y voy allí por deseo, cuando estoy creando me olvido mucho del proceso de publicación.”
Cuando empieza el libro, y tal vez por deferencia a la heteronorma, el lector puede pensar que es la típica historia de chica conoce a chico. Pero no, es mariliendre conoce a marica y se hacen BFFs. En tu anterior novela, la historia sí era de amor romántico, pero entre dos chicos. Como persona LGBTQ+, ¿hay algo de reivindicativo en esto, o simplemente es porque estas historias te son más cercanas?
Ambas. Lo mismo pasa con la lengua. Es una complejidad constante de vivir algo desde la naturalidad más absoluta y desde la militancia activista más comprometida. Está la naturalidad de mostrar un mundo que para mí es conocido pero a la vez es desconocido. Escribo sobre esas historias porque son las que me rodean y forman parte de mi existencia; también porque quiero saber más de ellas. A la vez está la consciencia de lo que implica hacer eso. No lo hago desde la reivindicación pero sé que implica una reivindicación. Entonces lo tengo que abrazar y lo abrazo.
Personalmente, me costó mucho entrar en tu primera novela; era un rompecabezas, y hasta que no tenías bastantes piezas (capítulos) no le veía la forma. En cambio, este libro es más accesible a nivel narrativo. ¿A qué se debe este cambio?
Para mí, Napalm en el corazón era una exploración en ese momento, una intuición, un goce total a la hora de escribir. Con el tiempo me he dado cuenta de que tiene algo de manifesto, de declaración de intenciones; esta es mi manera de entender la literatura, esto es lo que me interesa, esto es lo que quiero hacer. Pero lo hice desde un sitio casi analfabeto, en el sentido de que yo no sabía nada de narrativa. No era el gran lector de novelas ni tenía muchísimas referencias. Hay una intención que se manifiesta con los recursos que tengo entonces.
Después, cuando me pongo a escribir Paradís, lo hago con la sensación de que tengo más oficio. Aprendí muchísimo en el proceso de edición de Napalm con mi editora, con la que nos encontramos por casualidad. Yo mandé esa novela a un premio, lo gané, y de repente me pongo a trabajar con una persona que no conozco de nada. Descubro allí no solo una gran lectora sino una maestra. Así que me pongo a escribir Paradís con una consciencia mucho más clara de lo que estoy haciendo.
Claro, tiene sentido.
Si te fijas, la novela tiene unos juegos de puntos de vista y de personajes que salen de la necesidad de explorar. Es decir, con Napalm descubrí el juguete y con Paradís juego. Pero a la vez también Napalm es una novela muy consciente, muy segura de sí misma y de la cual yo estaba muy convencido. Quiero decir, que sea una intuición y una tentativa no significa que no quisiera hacer eso radicalmente. Con Paradís no quería hacer algo más legible pero sí explorar otras cosas que necesariamente implicaban más legibilidad, más trabajo de personaje, hacer capítulos más largos y menos, etc.
A ver, me encantó Napalm, ¿eh? Pero era mucho más difícil.
Bueno, es que entras o no entras. Hay gente que lo ama y otra que lo odia. A mí me gusta la literatura, y el arte en general, que para acercarte a él la neutralidad no puede ser la condición. Es decir, llegar a un libro que te puedes leer tanto si estás devastado por un amor que te acaba de dejar como si estás feliz porque te han dado el trabajo de tu vida no me interesa. A mí me gusta que mi afectividad se encuentre con el libro. Pensar que hay una escritura o un arte neutro que te puede encontrar sea cuando sea me parece exigirle muy poco a la realidad.
Lo tuyo, al final, es un reto.
Sí, y no siempre puedes asumirlo o no siempre te puede interesar.
Hay un capítulo que descoloca, el de las señoras mayores; es casi un punto y aparte. ¿Por qué querías resaltarlas a ellas, y qué crees que aporta esa ruptura de la historia de Rita y Líton?
Me encantaba la idea de una voz polifónica desvinculada de la individualidad sólida. Esto remite al coro griego, a esa cosa de que un personaje no va necesariamente vinculado a una identidad particular, a un sujeto individual, sino que puede ser una voz que es casi el eco de una sociedad, de un pueblo, de una geografía, de un espacio.
Con ese capítulo me interesaba narrar la vida de estos personajes porque, al final, ves lo que les pasa a Rita y a Líton pero desde un sitio no monolítico. Tenía ganas de explorar una voz que no es héroe, que no narra las cosas desde el orden lineal progresivo que nos imponen sino desde una experiencia mucho más caótica, cotidiana, vital. Quería que todo eso estuviera ahí.
Además quería sumar la capa de unas voces que hablan en un lenguaje que hace referencia a un mundo que ya no existe, porque esas viejas al final están hablando de una realidad que ha desaparecido aunque todavía está viva en sus palabras. Esas palabras son tan específicas, tan valiosas, tan poéticas… Y también tan de otra época. De ese mundo del que hablan solo quedan por testigo sus palabras. Quería insistir en eso.
Aunque no se diga explícitamente, el libro se ambienta en los 80: la irrupción del sida, los cassettes, etc. Y tu anterior novela, aunque tampoco explícitamente, se situaba en un ambiente de postguerra civil. Ese tiempo impreciso, ¿ayuda a su universalidad en parte?
Creo que si hace algo, precisamente, es desubicar. Pero no me molesta, de hecho es algo que me gusta. Lo que me permite es desvincularme de las cosas de la actualidad que no me interesan creando mi propio contexto. Lo que consigo es generar un espacio-tiempo que es autónomo en la novela y funciona por sí solo. Conecta con la realidad por otras cosas que no son la transparencia o la referencia directa.
Sobre la cuestión de la universalidad, supongo que sí. Entiendo cuando la gente dice que mis relatos son universales y creo que es por eso, pero yo siempre digo lo contrario, que mis novelas son hiperparticulares. Es decir, que tú no sepas ni cuándo ni dónde está pasando la historia no significa que pudiera pasar en cualquier tiempo o en cualquier sitio. De hecho, lo que te estoy diciendo es que solo puede pasar en un espacio-tiempo concreto, que es el de esta novela. Que después las historias, de tan particulares, consigan llegar a un sitio desconocido del corazón de la gente y tomen un matiz universal, esto ya es otra cosa.
“Pensar que hay una escritura o un arte neutro que te puede encontrar sea cuando sea me parece exigirle muy poco a la realidad.”
Estos espacios, además de irreales o difíciles de situar, siempre son sofocantes, tanto en la novela anterior como en esta: pueblos pequeños, sociedades cerradas de mente, rumores y prejuicios, etc. Pero también encontramos refugios liberadores, ya sean el invernadero (En las manos, el paraíso quema) o el ‘más allá’ de las montañas y la libertad (Napalm en el corazón). ¿De qué manera esta marginalidad y opresión ayudan al mensaje de la obra?
Diría que me interesa la oscuridad en general porque creo que ya sabemos cómo somos en los espacios luminosos. Hay algo en la oscuridad, en la represión, en lo difícil… Ahí sale algo de las personas que no conocemos. Ser bueno en la luminosidad es fácil, ser generoso en la claridad es fácil. Pero, ¿qué será de nosotros cuando nos encontremos en situaciones límite? Me gusta explorar eso. No para decir la cosa fácil de que en las situaciones difíciles se descubre que hay gente mala, sino para ahondar en la complejidad de lo que pasa cuando no estamos en nuestro mejor momento.
Me gusta explorar eso porque creo que no solo salen, como podríamos predecir, cosas malas, sino que también salen muchas cosas buenas. Por ejemplo, una esperanza exagerada, inmensa. Todos mis personajes están llenos de esperanza y de deseo, no capitulan ante el mal y militan activamente un deseo para intentar generar nuevos mundos u otros mundos posibles.
Sí, cuando todo está bien, todo está bien. Pero cuando las cosas van mal… Recuerdo hablar con mis abuelos de la Guerra Civil y explicaban que, en ese momento, y más en los pueblos, todo el mundo sabía de qué bando era pero existía un sentido de comunidad. Por ejemplo, el hermano de mi abuela era cura. Pero era un cura de pueblo, conocía a todo el mundo porque todavía se iba a misa, todos eran creyentes más allá de su ideología política. Ni todo era tan blanco ni todo era tan negro; ni todos eran católicos fascistas reaccionarios, ni todos eran anarquistas ateos antisistema. Eran gente de pueblo normal, con su día a día y se conocían y se ayudaban.
Me pasa lo mismo cuando hablo con mis abuelos y descubro que su infancia, durísima, en un contexto de posguerra y siendo del bando de los perdedores, tuvo momentos brillantes y preciosos que todavía recuerdan. Se casaron en pleno franquismo y se amaron. Todo eso me hace pensar que hay espacios luminosos que habitar y reivindicar.
Hay una cita que repito siempre sin saber de dónde la he sacado ni si es exactamente así, algo que decía Bolaño parecido a: ni en el día más infeliz de mi vida no he dejado de ser feliz, ni en el día más feliz no he dejado de ser infeliz. Pensar que hay lugares absolutamente felices o absolutamente tristes me parece una forma muy simplista de ver la realidad.
Volviendo al libro y a cómo se trata la enfermedad (del sida). Ese miedo, ese pánico que aterró sobre todo a generaciones de personas LGBTQ+ y que a día de hoy seguimos arrastrando. El estigma existe, a pesar de que ya se pueda vivir con ‘normalidad’ y ser indetectable = intransmisible. ¿Qué implica esta enfermad dentro de la novela?
La intención era explorar la emocionalidad de eso, ahondar en un sentimiento muy particular del cual había leído mucho en clave histórica. Tantos libros leídos, tantos documentales vistos, tantas historias escuchadas al respecto… Pero tenía la sensación de que no había atisbado o ahondado en la cosa de, ¿qué se siente cuando una persona que querías no vuelve? ¿Qué se siente cuando estás bailando con gente que sabes que en unos días no estará? ¿Qué se hace ante la incertidumbre de no saber lo que te está pasando por dentro? ¿Qué se siente al saber que los demás tampoco saben lo que te está pasando a ti? Había por mi parte un intento desesperado de acercarme a ese sentimiento.
¿Por qué?
Porque para mí era importante acercarme a una emoción que no viví pero que forma parte de mi historia por ser parte de un colectivo. De esa historia solo he escuchado una narración muy hegemónica, muy pulcra, muy común. Cuando preguntas te dicen, sí, se morían como moscas. Y a mí no me satisface, pienso que tiene que haber algo más, tengo la intuición de que hay algo mucho más profundo que todavía late en nosotros.
Me encanta que En las manos, el paraíso quema traspasa lo textual y el formato libro: hay una postal que ayuda a visualizar una habitación y también has abierto un podcast para hablar sobre temas que toca la novela. ¿Por qué traspasar esta frontera del ‘mero’ libro?
Hay dos respuestas. La de la postal es que no creo que con las palabras se pueda llegar a todas partes. Creo en la potencia de la literatura pero soy consciente también de sus límites. Ensanchar los lenguajes permite ensanchar la forma de acercarse a la realidad y, consecuentemente, permite ensanchar la realidad. Por eso en Napalm también aparecían fotografías, cartas, poemas, dibujos, etc. Ampliar los lenguajes con los que creaba un mundo me permitía hacer un mundo más ancho.
En relación a los podcasts, tiene que ver con qué es para mí la literatura, y para mí es una forma de acercarme a la realidad. Y lo es ahora, no sé si lo será en diez o quince años; no sé si escribiré toda mi vida.
Espero que sí.
A veces pienso que ojalá sí pero otras, que ojalá no. Ahora mismo la literatura, contra lo que se puede pensar, no me abstrae, no me lleva al mundo de las ideas. Al revés, me permite tocar la realidad de una manera más honda.
Terminé la novela y tenía la sensación de que había muchas cosas que había intuido, que había tocado pero me había separado de ellas rápidamente; las había visto en un destello. Así que pensé en hablar con personas que sí habían tocado estos temas o aterrizado en estos sitios y que me permitirían entender mejor lo que he hecho. Esto es el resultado de pensar que la literatura es una forma de acercarme a la realidad, una excusa para generar conversación. Lo que decíamos al principio. Para mí, esta novela, una de las cosas bonitas que ha tenido es que ha sido un motivo para hablar con mucha gente a la que admiro y a la que quiero.
Alba Riera, en el opening de la Turra, dice: “A mí me han roto el corazón más veces por amistades que por amor”. Sin embargo, el corazón roto en el arte casi siempre se refiere al romántico. En tu libro se trata esto y me encanta. ¿A qué crees que se debe? ¿Por qué hay tanto amor-centrismo?
El amor está más capitalizado, más institucionalizado. Es una respuesta muy obvia pero es cierto que está tan capitalizado y tan institucionalizado que también se ha incorporado en nuestra forma de sentir y de relacionarnos. Nosotros otorgamos más poder social al amor; no solo lo hacen las instituciones, el sistema o el capitalismo, sino que eso ha permeado en nosotros. Creo que es un claro proceso de gentrificación de nuestras mentes. Una cosa es que el sistema insista en eso, pero que lo haga no tendría que evitar cuidar a nuestras amigas cuando pierden a otra amiga. Y si no lo hacemos es porque hemos comprado el discurso que, socialmente hablando, el amor y la familia son las cosas que tienen más valor.
Somos los que otorgamos al amor y a la familia ese poder, que es que sean el único sostén social cuando todo fracasa. Esperamos de la familia y del amor que estén allí cuando las cosas nos van mal, pero no de las amistades. Y eso no lo hacen el capitalismo, las instituciones ni ningún ente abstracto con un hombre malévolo, lo hacemos nosotros con la forma de relacionarnos. Por eso insisto que el capitalismo no son solo formas de producción, de capital o entes abstractos económicos, sino que es cómo nos encontramos, dónde nos encontramos y qué tiempo dedicamos a la gente con la que nos encontramos.
Tienes razón. Lo ves en amigas que desaparecen cuando tienen novio, pasa a ser su principal (y casi única) prioridad. He perdido algunas por ese motivo, porque a la segunda o tercera te das cuenta de que no les importas tanto. En un punto te cansas porque quieres dejar de ser el segundo o tercer plato.
Hay algo de pena en eso.
Sí, mucha, pero más pena me doy yo que me abandonan por un desconocido (risas).
Hay que entender que, probablemente, esa persona tiene un relato incorporado de que el éxito es eso. Por lo tanto, ser compasivos y conscientes de que es el resultado de una forma social de entender la vida. Pero a la vez también no ser unos cínicos. Al final, tomamos las decisiones nosotros. Dejar de hablar del capitalismo, de los cuidados y de los afectos de forma abstracta. Ey, somos nosotros quienes nos estamos cuidando y asumiendo ciertos modelos de vida. Y que todo te empuje a una cosa implica que es más fácil ir hacia ese sitio, pero no significa que solo haya ese camino.
Totalmente. No quería sonar cruel, pero es verdad que cuando una amiga desaparece por estar con un chico, reaparece cuando lo dejan y vuelve a desaparecer con uno nuevo… Es un patrón tóxico. Y a los quince lo podía tolerar pero ya tengo treinta años, así que espabila, chica. Si sigues abandonando a tus amigas para estar con novios, significa que eres una mala amiga.
Creo que eso demuestra que el amor desinteresado como tal no existe. Es decir, siempre necesitamos algo del otro y no es malo necesitarlo. No voy a querer a una persona que, a la que puede, desaparece y luego aparece cuando le importa. ¿Por qué? Porque veo que no hay el mismo interés que yo tengo, que es gestar una compañía compartida.
Por cierto, respecto a lo de Alba, quién te ha roto más veces el corazón, ¿amigues o amantes?
Amigas, sin duda.
“No me imagino ser amigo de alguien a quien no admire”, dijiste tú en la Turra. ¿Qué admiras o valoras más de las personas que te rodean?
La posibilidad de entrar en los sitios a los que no sé entrar yo. Eso puede tener un matiz productivista o interesado, que no es así pero a la vez tiene algo de eso. Es decir, cuando quiero a alguien, ¿quiero la pureza de esa persona (¿qué es eso?) o quiero y deseo las puertas que esa persona me abre? Tiene mucho que ver con lo que decíamos antes de los personajes. ¿Qué es la pureza o la esencia de una persona?
Por ejemplo, con mi amiga Berta llevamos juntos desde la guardería y todavía no la conozco aunque a la vez la conozco muchísimo. Pero ella está constantemente abriéndome a un mundo nuevo, no porque tenga que ser productiva o imaginativa, sino simplemente porque su realidad no es la mía. En esa diferencia hay la maravilla del encuentro, el deseo del encuentro.
Todas mis amigas son muy distintas a mí. A la vez hay vasos comunicantes, claro, pero muchas veces tiene que ver más con una idea compartida o con una fragilidad muy difícil de señalar. A mí me gusta que mis amigas no sean como yo, sino, ¡qué aburrimiento!
Te entrevisto ahora que tu segunda novela sale en castellano, pero yo ya me la leí en catalán hace meses y la verdad que es un placer hacerlo. No entiendo de dónde sacas ese vocabulario, es una delicia. Lo entiendo, claro, pero difícilmente lo hablo de esa manera. ¿Cómo mantienes ese nivel de catalán?
Yo tampoco lo hablo. Piensa que mi madre, cuando se enfada conmigo me dice, quién diría que escribes esas novelas hablándome así. No porque le hable mal faltándole al respeto, sino por la forma coloquial en la que hablo.
Una cosa que me fascina es ver cómo visten los diseñadores al final de un desfile. Pienso, ¿ah, pero esa persona ha hecho todo esto? Pues yo hago un poco lo mismo pero con la escritura. Hay un interés intensísimo con el lenguaje y sus posibilidades pero obviamente hay sitios y momentos para todo. Que me fascinen el lenguaje y lo poético no significa que esté todo el rato en ese registro.
“Creo en la potencia de la literatura pero soy consciente también de sus límites. Ensanchar los lenguajes permite ensanchar la forma de acercarse a la realidad y, consecuentemente, permite ensanchar la realidad.”
Y por cierto, ya que al ser catalán eres bilingüe, ¿repasaste tú la traducción final?
Muchísimo. Era una de las cosas fundamentales para mí cuando se empezó a traducir la novela, tener un rol activo. Estuvimos casi dos meses trabajándola palabra a palabra, matizando muchísimo. Fue un proceso maravilloso porque aprendí un montón de castellano.
También me reafirmé en la decisión de no haber hecho la traducción porque cuando alguien es escritor, no es escritor en abstracto, es escritor en una lengua. Pensar que el cambio a otro idioma, por mucho que también sea materno, es inocente, transparente y puedes hacer exactamente lo mismo, creo que es ingenuo. Traducirte a ti mismo implica un gesto de mucha consciencia de qué quieres hacer: ¿pretendes purificar el lenguaje? ¿Generar un extrañamiento? Entonces adelante. Pero si buscas transparencia, ¿por qué lo estás haciendo? Es una duda que tengo.
Por cierto, hablando del catalán, supongo que viste la polémica que se generó a raíz de la prueba de las PAU. Cuando los periodistas entrevistaron a pie de calle a varies alumnes, se vio que el nivel estaba bajísimo. En redes explotó la polémica de que el catalán se muere, de que cada vez hay menos catalanohablantes, etc. Sobre todo por parte de la gente mayor, que han tenido que luchar por hablarlo y ser educados en su propio idioma.
Me interesa la lectura que haces, mi interpretación es algo similar. Lo que no ha podido una violencia explícita, histórica y radical contra el catalán con ocupación directa, violencia directa y leyes salvajes lo está pudiendo una transformación silenciosa, paulatina, lenta y casi imperceptible de la ideología, que va de la mano de la globalización, de las grandes plataformas. Es importante atender a eso.
Ante una violencia explícita es más fácil el alzamiento de resistencia. No digo que no haya violencia explícita, ¿eh? Hay muchísima. Pero no hay una dictadura que persigue y condena a la cárcel. Entonces nos pensamos que, como no hay esto, ya no hay violencia, discriminación, o un intento de eliminación de una lengua. Nos pensamos que esa persecución y eliminación es solo algo violento, dictatorial, fascista… Y no es así. Opera de muchísimas formas. Ahora mismo está operando a través de la modificación ideológica de lo que significa hablar esta lengua.
¿Y qué significa hablar catalán? ¿O qué no?
En la raíz de todo esto está la sensación de que el catalán no es útil, de que el catalán no es divertido, de que el catalán no es guay, de que el catalán no está de moda. Y eso ¿quién lo ha hecho? ¿Una ley? ¿O todo un sistema actuando silenciosamente pero sin parar? El segundo caso. Y una violencia diferente de la de hace cincuenta años pide también una reacción o unas políticas diferentes a las de hace cincuenta años.
Por ejemplo, La Turra para mí es un caso de éxito. Han sabido ver algo: que era necesario un espacio como ese, de divulgación, de hablar de cualquier cosa pero con una profundidad crítica que combina a la vez una superficialidad agradable con una exigencia teórica y unos invitados potentes aunque discursivamente relajada. Han creado un espacio que era necesario y por eso funciona.
Totalmente de acuerdo en lo que dices, hablar catalán se ve como algo ‘poco práctico’. Pero es un pensamiento muy capitalista, muy de la producción.
Esto me hace pensar que a lo mejor deberíamos hablar de lengua en los institutos no tanto en las asignaturas de catalán o castellano, sino en la de filosofía o ética. Aunque ahora también se están cargando eso (risas). Es lo decía Ovidi Montllor: los que no quieren que hables, pienses y escribas en catalán, son los mismos que no quieren que hables, pienses y escribas.
El debate o la conversación no tendría que estar en términos de si el catalán es guay o no, sino qué significa tener y habitar una lengua, qué posibilidades te ofrece y qué mundos te abre. Ir a la cuestión ética y moral de las lenguas. Mi mejor amiga, Berta, es profesora de catalán en el instituto, y me cuenta cómo hay alumnos que le dicen que no hablan catalán porque ‘no les sirve de nada’. ¿En qué momento hemos enseñado a nuestras hermanas o hijas que una lengua es algo que sirva? Hablar una lengua no va de servir, va de otra cosa.
Empezaste publicando poesía y ahora estás más en la narrativa. ¿Quieres volver a publicar más poesía, o te está gustando esto de la ficción?
Cuando acabé Paradís me puse a escribir otra vez rápidamente, y es algo que tiene más forma narrativa que poética. Tengo muchas ganas de escribir poesía pero no está pasando, no porque no quiera sino porque simplemente no está pasando. Me consuelo a mí mismo diciendo que los poemas que escribiría están contenidos en las novelas que hago, y que el día que deje escribir narrativa aparecerán esos poemas que tanto deseo. Pero ahora mismo lo que escribo es narrativo, o sea que de momento ahí seguimos.