Me encuentro con Patricio Reig en el Passatge Sert, en Barcelona. Está de vuelta a la ciudad durante unos días porque, aunque es argentino, vivió en la capital catalana durante mucho tiempo –ahora vive en Milán. Es carismático y agradable. La cafetería más cercana interrumpe el paseo. Reig es creativo y nostálgico: sus temas más recurrentes son la fugacidad de la vida, la mujer, y sobre todo, los recuerdos. Y es que para entender el presente, necesitamos conocer el pasado.
Dice que se entiende más con las mujeres que con los hombres, que ellas se comportan más libremente. Retratarlas psicológicamente ha sido una de las obsesiones de su trabajo, que ha ido consiguiendo a base de trabajar paciente pero tenazmente. Pero las mujeres no abarcan todo su foco de interés. En general, se podría decir que el principal objetivo de Patricio es plasmar y transmitir un sentimiento de universalidad, hacernos pensar que todos somos iguales. Y además de con imágenes, también lo ha hecho con palabras, más concretamente bajo el nombre Daniel Isaacs, un pseudónimo (compuesto por su segundo nombre y segundo apellido) bajo el que ha publicado la novela Un hombre que hacía retratos (Emecé Editores). En esta entrevista nos adentramos en su curioso universo, a caballo entre tantos campos y disciplinas creativas.
Arquitecto, pintor consagrado, y finalmente, fotógrafo. ¿Qué es lo que te ha llevado a ponerte detrás de una cámara?
Bueno, lo de arquitecto lo podemos olvidar. Estudié la carrera, me gradué, pero nunca he ejercido. Siempre he escrito, pintado, y fotografiado. Es verdad que lo de la fotografía es más reciente porque aunque siempre hice fotos, fue a partir del año 2000 que empecé a exponer fotografía. Además, es muy pictórica, no tengo muy clara la frontera entre ambas disciplinas.
Y además de combinar la fotografía con la pintura, también lo haces con esos textos que escribes.
Sí, hago mucha caligrafía. Me gusta mucho y le meto textos a algunos trabajos, como Diario de parque, que ahora está expuesto en Buenos Aires. Siempre es un texto poético y no descriptivo. Y como siempre me ha gustado mucho la caligrafía, pues la aprovecho para otros trabajos. Es algo que me relaja mucho. De hecho, también estoy metido en el mundo de la literatura. He escrito una novela bajo el nombre Daniel Isaacs (mi segundo nombre y segundo apellido), titulada Un hombre que hacía retratos, que parte de la inmersión en el mundo de la fotografía y está ambientada a mediados del siglo XIX.
¿Cómo empieza tu viaje por la fotografía? ¿Cuáles son tus puntos de partida a la hora de crear?
Digamos que siempre he trabajado con la condición humana y sus derivadas: la fugacidad de la vida, el paso del tiempo, etc. Por eso hay ese enganche con el pasado, intento dar una explicación. El presente depende mucho del pasado de cada uno. Se tocan también un poco los temas recurrentes en la literatura: la vida, la muerte, el desengaño, el amor, la amistad. En realidad son pocos temas, y a partir de ahí se construye todo. Trabajo mucho el retrato también, y además, trabajo con materiales propios. No soy un fotógrafo muy convencional, definitivamente.
Hablando del pasado y de su importancia, tus fotos tienen un aspecto vintage, con grano, y hasta parece que hayas aplicado algún filtro. ¿Cómo consigues este efecto?
Sí, pero no te creas que es una búsqueda superficial. Realmente me salen así porque el proceso que utilizo es ese. Trabajo con fijadores químicos –de café, ácido acético, etc.– que me dan esos tonos sepia. Es un trabajo muy manual. De hecho, trabajo con cámaras del siglo XIX, cámaras de madera que no tienen nada: te cubres y haces la foto. Son unos sistemas que se utilizaban entonces, como el colodión húmedo. Utilizo todo esto pero de un modo más contemporáneo.
He llegado a ese punto porque esas cámaras te muestran la fotografía tal y como es, sin artificios. Consisten de una lente, un fuelle y una placa. Es una fotografía hecha con elementos muy simples. De hecho, en las sesiones fotográficas con modelos, intento no acribillarles disparando como una metralleta. Es una fotografía más lenta, más conversada. A veces, la propia modelo se dispara a ella misma cuando siente que hay una relación con la cámara, una conversación. Y así salen las fotos. Tiene mucha relación con eso: tomar consciencia de lo que es hacer una foto, la psicología y la música que conlleva un retrato.
He llegado a ese punto porque esas cámaras te muestran la fotografía tal y como es, sin artificios. Consisten de una lente, un fuelle y una placa. Es una fotografía hecha con elementos muy simples. De hecho, en las sesiones fotográficas con modelos, intento no acribillarles disparando como una metralleta. Es una fotografía más lenta, más conversada. A veces, la propia modelo se dispara a ella misma cuando siente que hay una relación con la cámara, una conversación. Y así salen las fotos. Tiene mucha relación con eso: tomar consciencia de lo que es hacer una foto, la psicología y la música que conlleva un retrato.
Repasando tus trabajos, destaca el uso del blanco y negro. Y además, una apariencia o quizá presencia espectral. ¿Por qué rehúyes del color?
He trabajado con algo de color pero no me gusta que la fotografía quede muy coloreada, no me identifico con eso. De hecho, las cámaras que utilizo no pueden hacer color. En esa época habían artistas, como Felice Beato, que utilizaban el color pero como un añadido.
¿Cuáles serían tus influencias a nivel artístico? Es decir, figuras del mundo del arte o de la fotografía que hayan influido en tu obra.
Más que la fotografía me han inspirado otras disciplinas creativas: la literatura del s. XIX y principios del XX, la poesía, e incluso la gastronomía. Hay muchos fotógrafos que me interesan pero no son influencias propiamente dichas. Me gusta mucho Robert Capa, por ejemplo, pero mi estilo no tiene mucho que ver. Puede que tenga más que ver con Sally Mann, por ejemplo, una fotógrafa contemporánea: ella también trabaja con este tipo de cámaras y su fotografía tiene un claro parecido a la mía, pero ya sabes, las comparaciones son odiosas. Igualmente, creo que la búsqueda que hacemos es parecida. También Boltanski, que trabajó el tema de los campos de concentración. Puede que él sea un artista con el que me he cruzado en algún momento: trabaja la memoria, los archivos policiales, etc.
En la serie Todas las mujeres son la misma aparecen diferentes mujeres y, en la mayoría de las ocasiones, con los ojos tapados (de forma manipulada o natural). ¿Qué significado le aporta el hecho de ocultar parcialmente su rostro?
Este trabajo parte de un archivo de cristales (más de doscientos) de los años 30 que encontré en una tienda de fotografía. La serie se ha ido desmembrando, cuando la expuse en Milán consistía en dieciséis piezas. Todas las mujeres son la misma planteaba que, aunque cada persona tenga su personalidad, en realidad hay un ser humano único. Es como un retrato de mujer que se va repitiendo y que anula la visión, una parte de la identidad propia.
Pero, ¿por qué la mirada? ¿Crees que es la parte más característica que diferencia a una persona?
En algunos casos sí. En definitiva, lo que quiero decir es que todos somos iguales. No es una cuestión formal para que quede bonito (hay veces en las que suprimo las miradas, otras en las que las modelos se tapan los ojos ellas mismas, etc.). Al final, forma parte de la historia de las mismas imágenes, es decir, son registros humanos. Es como si suprimes el rostro completo y mantienes la silueta –también tengo algunas así, como con el cuerpo vaciado.
Veo que la feminidad y la figura de la mujer son un símbolo que se repite en muchas de tus series. ¿Cuál es tu concepción sobre ellas? ¿Cómo las quieres plasmar?
La mujer siempre me ha interesado mucho en mi trabajo. Yo me identifico mucho con la mujer, la entiendo más que al hombre –o eso creo. Los retratos psicológicos de mujer me interesan más que los de hombre, no sé por qué. La mujer tiene una manera de expresar sus sentimientos mucho más clara y mucho más libre. Los hombres vamos más con el freno puesto. La psicología de la mujer me gusta mucho, esa manera de ser ellas mismas.
O sea, no es algo puramente visual.
No, es el interés por mostrar la psicología femenina –no tengo tantos retratos de hombres. Y al final despersonalizo mucho a las personas. Todos somos lo mismo, aunque cada uno sea diferente. Hay un poema de Borges, que está en El elogio de la sombra, de J. Tanizaki, que habla justo de ese punto, del hombre único. Dice que ha nacido solamente un hombre, y es cierto. En una persona está todo. Sí, somos diferentes, pero a fin de cuentas todos somos seres humanos y tenemos sentimientos muy parecidos. Yo intento ver a un hombre único casi siempre. Eso lo hace todo más universal.
En tu serie Placard fotografías zapatos que, en algunos casos, van acompañados de un pequeño retrato. ¿Qué historia hay detrás? ¿Pertenecen los zapatos a las mujeres retratadas? ¿Guarda alguna relación personal o historia propia contigo mismo?
Cuando mi madre murió, me encontré con todos sus zapatos en un placard (como llamamos a los ‘armarios’ los rioplatenses). El zapato es un elemento muy recurrente en mi trabajo porque para mí tiene mucho de ausencia, es un elemento que siempre espera a alguien. Y en el caso de mi madre, esperaban a alguien que no iba a volver más. Me impresionó mucho, así que estuve trabajando mucho sobre el tema. Utilicé retratos de personas que podrían ser propietarias de esos zapatos: fotografiaba el objeto e imaginaba de quién podía ser. Hay muchos de esos retratos que son de personas anónimas. Esos sí que son material de archivo que compro en mercadillos y demás. Están hechos con placa húmeda, una técnica del XIX.
En tu obra rescatas documentos del pasado, olvidados, y les das nueva vida: indagas en la memoria visual. ¿Te consideras, por ello, un nostálgico?
Sí, un poco. Para mí el tiempo va demasiado rápido. También es verdad que el pasado hay que cogerlo con pinzas, no se puede uno quedar en él. Para mí, el pasado simplemente es un elemento de gran utilidad para entender el presente, para saber de dónde venimos y cómo hemos llegado al mundo (la familia, tus abuelos, tus antepasados, etc.). Hay una palabra portuguesa, ‘saudade’, que no significa tristeza pero sí es algo que te conmueve por el pasado. Cuando voy a mercadillos, por ejemplo, y veo retratos, objetos, etc., pienso que todos tienen una historia detrás y eso me conmueve. Pero eso sí, no hago apología del pasado.
Por ejemplo, en Vitrina de los hechos combinas imágenes claramente tomadas en la actualidad con imágenes que, a simple vista, parecen muy antiguas. Están en superposición, ¿qué relación guardan las unas con las otras?
Son una serie de vitrinas. Son dos realidades de tiempo distintas que se superponen y funcionan. Por ejemplo, una fotografía de una habitación vacía con una foto de alguien que ya no está superpuesta.
¿Detrás de tu fotografía, hay alguna pretensión más allá del componente artístico? A nivel social, documental, poético, etc.
Documental y poético, sí. Pero no quiero ser pretencioso, en la medida de lo posible. Sí que intento aportar un toque de consciencia para detenernos un poco. Detenerse y observar tu alrededor es bueno. Lo que hace este tipo de fotografía es plantear, como mínimo, una historia detrás de cada imagen –entendida no solo como fotografía sino como objeto, como elemento, como cosas.