Centrado en el retrato y con un claro interés en las posibilidades descriptivas de la cámara, la obra del fotógrafo Nicholas Nixon (Detroit, Michigan, 1974) sostiene la tensión entre lo que vemos y lo que sentimos. Imágenes que buscan el puro placer y momentos que nunca volverán. Asistimos así a la mayor retrospectiva que acoge la Fundación Mapfre en Madrid hasta el 7 de enero de 2018 sobre uno de los fotógrafos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, con una muestra de más de doscientas fotografías que repasan sus casi cincuenta años de trayectoria.
El mundo de Nicholas Nixon se perfila en gran formato, como las emociones que evocan su paisaje interior en blanco y negro lleno de luz. Una topografía del territorio en el que vivimos pero sobre todo del humano, con una serie de fotografías que de forma cálida y muy transparente trata en forma de series, con temas recurrentes que reflejan esa tensión entre el carácter descriptivo y el evocador, en los que también se filtran algunos pasajes con marcada vocación social.
La visión de Nixon sobre las azoteas de Boston y Nueva York nos adentra en una primera serie en la que la cámara de 8x10 sustituye a la Leica de sus inicios. Las vistas de estas ciudades de los años 70, a gran tamaño, son claras y definidas, tomadas desde un punto elevado con cierta distancia y algo de frialdad, que hace que reflexionemos sobre ese paisaje alterado por el hombre al que irónicamente le falta humanidad.
Un gran contraste si comparamos estas imágenes con sus posteriores series de retratos, donde se adentra en la intimidad de parejas, de ancianos alojados en residencias que visitaba como voluntario y también de personas con sida, con una secuencia de quince vidas afectadas que incluyen conversaciones y cartas transcritas por Bebe, su mujer, muy presente en el transcurso de su obra.
La visión de Nixon sobre las azoteas de Boston y Nueva York nos adentra en una primera serie en la que la cámara de 8x10 sustituye a la Leica de sus inicios. Las vistas de estas ciudades de los años 70, a gran tamaño, son claras y definidas, tomadas desde un punto elevado con cierta distancia y algo de frialdad, que hace que reflexionemos sobre ese paisaje alterado por el hombre al que irónicamente le falta humanidad.
Un gran contraste si comparamos estas imágenes con sus posteriores series de retratos, donde se adentra en la intimidad de parejas, de ancianos alojados en residencias que visitaba como voluntario y también de personas con sida, con una secuencia de quince vidas afectadas que incluyen conversaciones y cartas transcritas por Bebe, su mujer, muy presente en el transcurso de su obra.
Baudelaire probablemente alabaría el trabajo de Nixon ya que para él “un buen retrato siempre parece como una biografía dramatizada o más bien como el drama natural que habita dentro de cada ser humano”. Los retratos de Nixon nos hablan de esas huellas vitales que se asoman en los rostros de la vejez y la enfermedad, donde la serenidad y el sufrimiento dejan ver la fragilidad y el abandono de los últimos años.
La familia también es un tema habitual, como vemos en la serie de las hermanas Brown, en la que como si fuera una biografía documental recoge la evolución física y emocional de su mujer Bebe y sus tres hermanas desde 1975 hasta la fecha. Fotografiadas siempre en exteriores y con luz natural, las hermanas miran a cámara en esta especie de álbum familiar para que seamos testigos del paso del tiempo: vemos cómo cambian sus caras, sus peinados, su ropa, pero también sus rasgos psicológicos, actitudes e incluso los lazos familiares que las unen.
Sin duda, esta es una de la obras más conocidas del fotógrafo, incluida entre las colecciones del MoMa de Nueva York, que ocupa aquí un espacio protagonista, convirtiéndose en el centro de la muestra.
Al finalizar el recorrido te das cuenta de que aunque las imágenes de Nixon destacan por su cualidad realista, también hablan de lo que no podemos ver, algo que comparte el comisario de la exposición Carlos Gollonet cuando dice que “estas fotografías no tienen ninguna función relevante, simplemente buscan el puro placer, la magia renovada de la fotografía de momentos que nunca se repetirán”.
La familia también es un tema habitual, como vemos en la serie de las hermanas Brown, en la que como si fuera una biografía documental recoge la evolución física y emocional de su mujer Bebe y sus tres hermanas desde 1975 hasta la fecha. Fotografiadas siempre en exteriores y con luz natural, las hermanas miran a cámara en esta especie de álbum familiar para que seamos testigos del paso del tiempo: vemos cómo cambian sus caras, sus peinados, su ropa, pero también sus rasgos psicológicos, actitudes e incluso los lazos familiares que las unen.
Sin duda, esta es una de la obras más conocidas del fotógrafo, incluida entre las colecciones del MoMa de Nueva York, que ocupa aquí un espacio protagonista, convirtiéndose en el centro de la muestra.
Al finalizar el recorrido te das cuenta de que aunque las imágenes de Nixon destacan por su cualidad realista, también hablan de lo que no podemos ver, algo que comparte el comisario de la exposición Carlos Gollonet cuando dice que “estas fotografías no tienen ninguna función relevante, simplemente buscan el puro placer, la magia renovada de la fotografía de momentos que nunca se repetirán”.
La retrospectiva de Nicholas Nixon se puede ver hasta el 7 de enero de 2018 en la Fundación Mapfre sala Bárbara de Braganza, calle Bárbara de Braganza 13, Madrid.