The Misfits es el último trabajo de la realizadora María de Castro, un cortometraje que narra la historia de tres jóvenes que crean, en una casa, su propia utopía, un lugar en el que ser ellos mismos sin tener que fingir ni aparentar. Una oda a la expresión individual, a la huida de las convenciones sociales, a la creación de unas reglas propias; una oda a la libertad. Alejados de prejuicios y miradas recelosas, sus protagonistas tienen el tiempo de explorar, experimentar y divertirse. Hablamos con María sobre amor, odio, nostalgia, y libertad.
Antes que nada, cuéntanos un poco sobre ti, ¿quién es y qué hace María de Castro?
Soy gallega, vine a Barcelona a estudiar (nada relacionado con el audiovisual) y me quedé en la ciudad. Vengo de una familia muy académica donde parecía que había que estudiar algo de números, ingeniería, economía, pero poco a poco fui encontrando mi camino en un lenguaje más creativo y audiovisual. Actualmente trabajo como realizadora en Barcelona.
Tu cortometraje nos traslada a una utopía alejada de la realidad, nos enseña un lugar acogedor en el que poder ser feliz jugando, bailando y, sobre todo, siendo uno mismo. ¿Crees que la sociedad actual desvaloriza las cosas simples?
Creo que la gente sí valora lo simple pero estamos sobre estimulados, nunca antes la sociedad había recibido tal cantidad de inputs diarios, información, imágenes, etc. Y por eso lo simple se pierde y se diluye, siendo casi un nuevo lujo. En este sentido, en el corto los personajes están alejados en un espacio cerrado que han creado por y para ellos mismos. La casa es su campo de juego, donde pueden explorar sin distracciones, con el tiempo necesario para perderse y encontrarse.
¿Qué te impulsó a desarrollar este proyecto? ¿Cuál fue tu punto de partida para rodar el corto?
Mi anterior proyecto, Taste, había sido más narrativo, más lineal y quería probar a hacer algo más visual que partiera de trabajar situaciones que nos transmitieran una idea, una sensación o una emoción. Quería contar una historia como si fuera una colección de momentos aparentemente inconexos en lugar de una historia con un principio y fin.
En The Misfits destaca una paleta de colores muy concreta –tonos naranjas, marrones y azules–, además de prendas y mobiliario antiguos. ¿Por qué elegiste un tratamiento con aire nostálgico o vintage?
Cuando pensaba en un espacio cerrado al mundo real, un espacio sin obligaciones que no pertenece al mundo de los mayores, ni al presente, ni a lo urbano, me venía a las cabeza un espacio y y una localización un poco anacrónica, alejada de la ciudad, como de otra época. Después, una vez encontrada la atmósfera de la localización, la paleta y la elección de los looks vino sola.
Tu obra es una oda a la libertad, pero, ¿tú te consideras un persona libre?
Me cuesta pensar en mí misma con estas grandes palabras como ‘ser libre’. Creo que todos somos bastante bidimensionales y nunca se puede ser totalmente libre, es inherente a vivir en sociedad, pero sí creo que se puede intentar buscar un camino propio que te deje estar contento y no se aleje mucho de tu ideal de qué o quién te gustaría ser. Quizás mi mayor giro hacia la libertad haya sido buscar ser realizadora a pesar de que todo indicaba lo contrario.
Hablas del odio y del amor de maneras iguales. ¿Consideras que se viven paralelamente?
En el corto presentamos tres personajes que viven según sus propias reglas y que están dispuestos a explorar, y esto implica adentrarse en claros y oscuros, poder dejarse sentir y pasar de amar a odiar, incluso poder provocarlo y forzarlo en algún momento. En este sentido, el corto es una utopía y los personajes encuentran este espacio seguro para probar, para jugar, para decirse ‘I hate you’, ‘I love you’. En la vida real supongo que depende de la relación y de los límites de cada uno.
Protagonizan tu cortometraje un trío en vez de la típica pareja formada por un hombre y una mujer. ¿Qué significa para ti elegir una ‘pareja de tres’?
The Misfits (que se traduciría como ‘los inadaptados’) explica la relación entre personas que viven fuera de las convenciones sociales y que redibujan sus propios límites, por eso no queríamos centrarnos en una pareja, que sería el ejemplo clásico de una estructura social tradicional. Rosellini decía escéptico sobre el Mayo del 68 que no creía que una sociedad que seguía perpetuando el esquema social y sexual de la pareja fuera capaz de lograr ninguna revolución. Algo ya intuía del tema.
La sociedad evoluciona diariamente y se va adaptando a nuevas formas de amar. Actualmente, no existe un único prototipo de pareja. Sin embargo, generalmente, las películas de amor todavía cuentan mayormente historias basadas en parejas heterosexuales. ¿Cómo crees que el cine puede/debe ayudar a contar las historias de la gente que vive en los márgenes o que lleva estilos de vida ‘poco convencionales’?
Personalmente, no creo que el cine o el arte tenga o deba expresar nada concreto porque creo que cada autor puede tener la libertad creativa (volvemos con la libertad) para contar lo que quiera y, de hecho, lo interesante suele estar no solo en lo que se cuenta sino en cómo se cuenta. Pero lo que sí creo que es socialmente muy relevante es que el lenguaje construye realidades y que si cada vez los discursos, los temas y los contenidos son más diversos, eso suele ser síntoma o reflejo de un cambio social. Mi sensación es que lo que se está normalizando en la sociedad se normaliza también en el ocio que se consume y en el imaginario colectivo y no al revés.
Finalmente, ¿tienes algún proyecto entre manos que podamos saber?
Estoy escribiendo mi primer guión de largometraje, La oportunidad, una historia capitular que retrata una generación (la nuestra, o la mía) que al acercarse a la treintena se da cuenta que el futuro no es como lo soñaban y descubre la nostalgia. Una historia sobre madurar, crecer y encontrarse.