“Las incertidumbres son siempre un hermoso punto de partida”, dice Marcelo Martinessi, director y guionista de Las herederas, con la tranquilidad y la certeza de alguien que sabe que lo ha hecho bien. Y es que su ópera prima fue galardonada, entre otros tantos, con dos Osos de Plata en el Festival de Cine de Berlín 2018. Y el 8 de marzo, al fin, llega a las pantallas españolas.
Martinessi dice confiar en la capacidad del cine para destruir prejuicios y cegueras. Por eso ha hecho de Las herederas algo tan valiente como paradójico y necesario, capaz de denunciar la hipocresía social. Una película sobre el paso del tiempo, el derrumbe de las élites privilegiadas y la pérdida de estatus; sobre la memoria histórica y la identidad. Una película sobre la dignidad y los prejuicios, sobre el deseo y la culpa.
Marcelo, antes de nada, felicidades por Las herederas, tu ópera prima. Es una narración audiovisual valiente que ha sido galardonada, entre otros tantos, con tres premios en la pasada edición del Festival de Berlín. ¿Cómo recibes este reconocimiento?
Lo que pasó en la Berlinale fue muy lindo. Me queda en la cabeza una mezcla de sensaciones, todas positivas. Y más allá de los premios, me parece un logro considerable que, a pesar de sumar seis países para financiarla, esta película no haya dejado de ser como la imaginábamos en un principio: una narración pequeña, íntima.
En Paraguay, la fuerza mediática que ganó la película se transformó en fuertes debates; reconocimientos desde diversas instancias, cuestionamientos desde otras. Pudimos dimensionar la vitalidad y fuerza del cine para generar diálogos, agitar una sociedad y mirar al futuro. Esto me parece importante en un país que tiene un romance con el pasado e insiste continuamente en volver atrás.
En Paraguay, la fuerza mediática que ganó la película se transformó en fuertes debates; reconocimientos desde diversas instancias, cuestionamientos desde otras. Pudimos dimensionar la vitalidad y fuerza del cine para generar diálogos, agitar una sociedad y mirar al futuro. Esto me parece importante en un país que tiene un romance con el pasado e insiste continuamente en volver atrás.
Las herederas, además de dirigirla, también la has escrito. Y según tengo entendido, la empezaste a escribir en 2013. ¿Cómo brotó el interés por contar esta historia? ¿Tuvo algo que ver la crisis política que sufrió el país en 2012?
Empecé a pensar en hacer esta película en el 2012, un año de crisis en lo personal y también en lo colectivo. Ese año hubo un golpe de estado en Paraguay mientras yo era director de la recientemente creada televisión pública. Fue un momento en el que dejé de creer en el futuro de mi país, al menos en ese futuro que yo. Ingenuamente, sentía posible. Y tuve una sensación de vacío enorme. Lo que tienen esas crisis es que dejan lugar para que entren nuevas sensaciones. Y de alguna forma, esta película es hija de ese momento, de esa búsqueda de nuevos lugares de pertenencia.
Chela y Chiquita, protagonistas del largometraje, pertenecen a una clase social burguesa que empieza a tambalear. Tus anteriores films tratan, también, sobre aspectos relacionados con la identidad, la sociedad y la memoria de Paraguay. ¿Qué te atrae de estas temáticas?
Por más que los trabajos sean muy distintos, cuando veo el conjunto de mis cortos anteriores y este largo siento que quizás, por haber nacido en Paraguay, uno de los países más desiguales del mundo, no puedo evitar que haya siempre –al menos de forma tácita– una idea de ‘clase’ en todas las historias que decido filmar. En este caso, ellas son mujeres que pertenecen a una élite protegida y privilegiada que tiene asegurados el techo y la comida.
Pero la película las encuentra en un momento en el que empiezan a perder esas seguridades y ellas mismas no hallan forma de adaptarse a otra realidad. La protagonista sigue necesitando tener su auto de marca, su sirviente, sus pequeños lujos. Y aunque el auto sea viejo o la sirviente no sea tan preparada como las que tuvo antes, ella hace todo lo que puede para que su vida siga siendo la misma. Por eso ese pequeño proceso de tener un trabajo y ganar dinero la coloca en otro lugar y surge el deseo como un territorio nuevo, casi desconocido, pero lleno de posibilidades.
Pero la película las encuentra en un momento en el que empiezan a perder esas seguridades y ellas mismas no hallan forma de adaptarse a otra realidad. La protagonista sigue necesitando tener su auto de marca, su sirviente, sus pequeños lujos. Y aunque el auto sea viejo o la sirviente no sea tan preparada como las que tuvo antes, ella hace todo lo que puede para que su vida siga siendo la misma. Por eso ese pequeño proceso de tener un trabajo y ganar dinero la coloca en otro lugar y surge el deseo como un territorio nuevo, casi desconocido, pero lleno de posibilidades.
“Una parte de ser libres es entender lo peligroso que es ceñirse a reglas externas en la construcción de la propia identidad.”
¿Qué o quiénes te inspiran a la hora de crear personajes femeninos como estas dos protagonistas?
Me crié en un mundo marcado por mujeres: madre, hermanas, abuelas, tías, vecinas. Sabía que mi primer largo iba a meterse en ese universo femenino. Aparte, yo creo sinceramente que la mejor forma de narrar al Paraguay es a través de mujeres. No hablo de mujeres abnegadas y heroicas como las que están en el discurso oficial de las autoridades del gobierno y de la iglesia sino de mujeres de carne y hueso que se saben libres o, al menos, capaces de libertad.
Y una parte de ser libres es entender lo peligroso que es ceñirse a reglas externas en la construcción de la propia identidad. Constantemente se intenta moldear un rol femenino en base a expectativas o parámetros absolutamente arbitrarios. Por eso siempre voy a buscar relatos de mujeres que pudieron moverse al margen de eso. Por elección o porque la vida les empujó a hacerlo.
Y una parte de ser libres es entender lo peligroso que es ceñirse a reglas externas en la construcción de la propia identidad. Constantemente se intenta moldear un rol femenino en base a expectativas o parámetros absolutamente arbitrarios. Por eso siempre voy a buscar relatos de mujeres que pudieron moverse al margen de eso. Por elección o porque la vida les empujó a hacerlo.
Las herederas muestra como la clase acomodada entra en decadencia y se topa de frente con una oleada de aire fresco, en este caso personificada por Angy. ¿Es la película una radiografía de la realidad del país? ¿Qué semejanzas hay con la sociedad paraguaya actual?
Escribí Las herederas pensando, en gran medida, en una sociedad estática y que ‘no se anima’ –como Chela, al principio de la película–, que prefiere tener la vida resuelta por otros y servida en bandeja, sin cuestionarse demasiado: una cárcel inconsciente y elegida. Pero cuando ese sistema de relaciones se viene abajo y tenemos que tomar las riendas de nuestra propia historia, entramos en crisis, sobre todo porque seguimos acostumbrados a ese doble juego de protección/represión.
Me parecía que este personaje podía ser cualquier hombre o mujer más allá de su identidad social, sexual, política, que haya vivido en un país con una historia de autoritarismos. Entender el encierro en todas sus formas fue crucial a lo largo del proceso de escritura. Por eso, como contrapeso de esa vida aletargada y ‘careta’, es muy atractiva la aparición de Angy, que se mueve de otra forma y llega para hablar de su vida, su cuerpo, su deseo.
Me parecía que este personaje podía ser cualquier hombre o mujer más allá de su identidad social, sexual, política, que haya vivido en un país con una historia de autoritarismos. Entender el encierro en todas sus formas fue crucial a lo largo del proceso de escritura. Por eso, como contrapeso de esa vida aletargada y ‘careta’, es muy atractiva la aparición de Angy, que se mueve de otra forma y llega para hablar de su vida, su cuerpo, su deseo.
A pesar de su éxito y de ser aclamada por las críticas, la película no tuvo el mejor de los recibimientos por parte del sector político más conservador del país. ¿Es, en parte, por la relación sentimental entre las dos protagonistas? ¿A qué se debe este rechazo?
Se debe a que la clase dominante de mi país es conservadora, católica y, aun más que eso, es hipócrita. Aceptarían ver a homosexuales, lesbianas o personas trans en la pantalla, siempre y cuando puedan burlarse de ellos, siempre que puedan ubicarlos en el lugar de ‘lo cómico’. Cuando no es así, hay rechazo, tanto en el cine como en la vida.
¿Consideras que molestar a los sectores más conservadores de la sociedad, ya sea paraguaya o de otros países, es un éxito como artista, especialmente con películas como esta?
Es lindo que la historia que uno cuente pueda provocar diálogos. Pero como director o contador de historias me parece un error que la sensación de éxito o fracaso dependa de las actitudes de una sociedad muerta, que sigue anclada en el pasado, añorando volver atrás. Molestarles o no molestarles, de verdad, me tiene sin cuidado.
Los que nacimos en los años 70 en Paraguay somos hijos de una generación perdida. Alfredo Stroessner asume el poder absoluto del país en 1954, promueve el culto a su personalidad, prohíbe libros, tortura y asesina a jóvenes o los envía al exilio. Duró treinta y cinco años en el poder. Entonces nuestros padres, los que se quedaron en el país, tuvieron que pasar su juventud bajo la sombra de un régimen que no les permitió ser. Sus mejores años han sido coloreados por el miedo. Y una generación, naturalmente, tiende a reproducir sus valores y sus formas.
Las mujeres que hacen a esta película, sin ser culpables, son producto de un tiempo que creíamos que se había acabado. Pero la historia reciente nos muestra que no es así. Por eso me interesa verlas, explorar ese universo que en muchos sentidos para mí sigue siendo un misterio. Trataría que lo que hago se conecte y dialogue con gente joven –sin importar demasiado la edad. Digo joven porque me refiero a gente que se haga preguntas, que tome riesgos. Y esa gente en mi país sigue siendo marginal, outsider.
Los que nacimos en los años 70 en Paraguay somos hijos de una generación perdida. Alfredo Stroessner asume el poder absoluto del país en 1954, promueve el culto a su personalidad, prohíbe libros, tortura y asesina a jóvenes o los envía al exilio. Duró treinta y cinco años en el poder. Entonces nuestros padres, los que se quedaron en el país, tuvieron que pasar su juventud bajo la sombra de un régimen que no les permitió ser. Sus mejores años han sido coloreados por el miedo. Y una generación, naturalmente, tiende a reproducir sus valores y sus formas.
Las mujeres que hacen a esta película, sin ser culpables, son producto de un tiempo que creíamos que se había acabado. Pero la historia reciente nos muestra que no es así. Por eso me interesa verlas, explorar ese universo que en muchos sentidos para mí sigue siendo un misterio. Trataría que lo que hago se conecte y dialogue con gente joven –sin importar demasiado la edad. Digo joven porque me refiero a gente que se haga preguntas, que tome riesgos. Y esa gente en mi país sigue siendo marginal, outsider.
Paraguay es reconocido como el país más católico de toda Latinoamérica. Dos semanas antes del estreno, algunas organizaciones religiosas paraguayas pretendían hacerle boicot a la película, denunciando que “promovía el lesbianismo y la infidelidad” y que “no era nada más que una película de homosexuales para homosexuales”. ¿Cuál es el remedio para la intransigencia?
No creo que haya un remedio. Me parece que a pesar de los muros de intolerancia que se siguen construyendo todos los días, uno tiene que aprender a abrir pequeñas ventanas que dejen entrar un poco de aire y de luz.
A lo largo de la historia, el cine paraguayo se ha visto limitado y censurado por un gobierno autoritario que duró más de seis décadas. ¿Son, proyectos como Las herederas, impulsores de nuevas tendencias y ideologías, quizás más desafiadoras, críticas e innovadoras?
Ojalá que sí. Aunque uno nunca sabe si la sociedad en su conjunto capta el mensaje. Confío en la capacidad del cine para destruir prejuicios, cegueras o terquedades, pero me parece también difícil que una película pueda sacudir una sociedad tan adormecida. Lo más fuerte de la burguesía de mi país, a lo largo del tiempo, es ver como sobreviven sus pequeñeces y se heredan de generación en generación, como una enfermedad genética.
“Me parece que a pesar de los muros de intolerancia que se siguen construyendo todos los días, uno tiene que aprender a abrir pequeñas ventanas que dejen entrar un poco de aire y de luz.”
¿Cómo ves el futuro cinematográfico y del sector audiovisual de Paraguay?
Aquí no existió aun una generación que produzca cine de forma regular. Aparte de esfuerzos puntuales como el de Carlos Saguier (El Pueblo, 1969) y otros, más algunos registros documentales, no ha habido una producción continua. Lo que estamos tratando de hacer ahora es crear el marco apropiado para que en Paraguay sea posible hacer películas: una ley, una escuela de cine, fondos concursables. Dar esos primeros pasos es crucial para poder consolidar esta fuerza generacional alrededor de un cine propio. Viniendo de un país donde históricamente hay un ‘Estado ausente’, o cuya mínima presencia ha sido marcada –al menos en el campo cultural– por la vigilancia y el castigo, me parece que es hora de hacer las cosas de forma distinta.
¿En qué estas trabajando actualmente y cuáles son tus objetivos y esperanzas para el futuro –cercano, y quizás no tan cercano-?
Es un gran privilegio sentir el ‘viento a favor’ que nos deja Las herederas. Hay una oportunidad real de hacer las cosas en las que uno cree y que uno quiere. Ahora que ya se está cerrando el recorrido internacional de la película, voy a sentarme tranquilo a escribir algo, pero aun no sé qué. Las incertidumbres son siempre un hermoso punto de partida.