Rodada a medio camino entre el artificio de la ficción y la improvisación basada en experiencias reales, a partir de los recuerdos del centro penitenciario de máxima seguridad de Sing Sing (Nueva York) de algunos de sus actores, Greg Kwedar logra dirigir una película tierna y veraz sobre la capacidad de redención innata a todo ser humano, y que aterriza a los cines españoles este 10 de enero.
Existe una frase clave que enuncia el personaje de Domingo Colman, nominado a los Globos de Oro, en una de las reuniones del programa de teatro Rehabilitation Through the Arts: Prison Arts Programs, el cual existe en la vida real, cuando le preguntan qué significa para él el teatro. Él responde que es una forma de escapar de la prisión, de su realidad, no físicamente, pero sí mentalmente; la posibilidad de jugar a ser otra persona. 
Para el director era importante democratizar la forma de hacer cine y al mismo tiempo conseguir que los expresidiarios que forman parte del reparto de la película, los mismos que estrenaron en 2005 la obra de teatro Breakin' the Mummy's Code escrita por Brent Buell, en el mismo programa de rehabilitación mediante las artes que se retrata en la película, pudieran hacerse cargo de su propia historia.  Para muchos de ellos, tras años o meses en libertad, fue muy duro volver a pisar una prisión, aunque en este caso no se rodara en la verdadera Sing Sing. Sin embargo, la oportunidad de participar en un proyecto de esta naturaleza se sobreponía a sus posibles tristezas. 
En ese sentido, de la misma manera que Kwedar hace de la comunidad el epicentro mismo de la película, también reivindica una forma de trabajar como colectivo a la hora de plantear el rodaje: todo el mundo que ha participado en la película es dueño de esta y ha cobrado el mismo salario, desde los actores con experiencia a los que no, hasta el equipo de dirección, el de maquillaje o el de producción. Se trata de crear un espacio seguro en el que todos puedan narrar su encuentro con la historia, aportar sus propias experiencias y resignificar la forma de hacer cine.
Tras ocho años con la idea en la cabeza de producir este largometraje, su realizador ha hallado lo que quería contar. Creando una puesta en escena honesta y austera que genera un doble juego entre los personajes que se interpretan a sí mismos y los personajes que interpretan a otros personajes. Logra desnudar la masculinidad de sus personajes ante la cámara, deconstruyéndola en su sentido más puro de comunidad, haciendo florecer una especie de la vulnerabilidad que, sin embargo, equipara la fuerza con la ternura.
Todo esto explicado a partir de una obra de teatro que ejerce un viaje a través del tiempo, un viaje hecho de ilusión donde conviven un faraón de Egipto, piratas, vaqueros, Hamlet y actuaciones musicales rebosantes de originalidad. Hecha de todo aquello que alberga el poder transformador del arte, una película hecha de teatro.
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