En robótica, se ha popularizado el término “valle inquietante”: esa sensación desconcertante ante lo que presume ser humano y normal, pero que, de forma instintiva, sabemos que algo está mal. Por supuesto, el terror no es ajeno a ello, pero tampoco Magnus von Horn. La chica de la aguja, que se acaba de estrenar hoy en nuestros cines, nos transporta a una grisácea Copenhague de la posguerra, donde Karoline conocerá a Dagmar Overbye, una anciana de carácter empático que promete encontrar un hogar para el recién nacido de la chica. Sin embargo, es imposible evitar la sensación constante de que hay algo siniestro detrás de esas amables intenciones.
Cuando una película acaba con la frase “basado en hechos reales”, es imposible evitar sentir un escalofrío, especialmente si es un retrato tan siniestro, aunque gris, de una asesina de infantes. Yo me enfrenté a la cinta sin saber nada de esta historia, pero no creo que sea necesario saberlo. La chica de la aguja no es una película policial y no es hasta la mitad que aparece el personaje de Overbye. Al contrario, von Horn decide apostar por una perspectiva distinta. Igual que en la realidad, la asesina recibía a sus víctimas de madres muchas veces desesperadas, y el filme busca explorar el porqué.
La película se centra en el personaje de Karoline, interpretada magistralmente por Vic Carmen Sonne, quien no se basa en nadie en particular. Su vida en esa Copenhague gris, mostrada con una impresionante cinematografía en blanco y negro, es un reflejo de la vida de muchas mujeres de clase trabajadora de la época. No es de extrañar que la primera mitad de la película se enfoque casi enteramente en ella y que, rápidamente, acabes desarrollando una fuerte compasión por esa mujer cuya mayor falencia es su posición social y su sentimiento de culpa.
De hecho, es fascinante cómo la película, aún con la inquietante sensación de que hay algo siniestro detrás, consigue hacerte sentir tanta compasión por los personajes, incluso por Overbye. No descubrimos la realidad de sus horribles actos hasta el final, aunque es imposible no intuirlo mucho antes y tenerlo en mente siempre. Pero, aun sabiéndolo, gracias a una magnífica actuación, es difícil no verla como un personaje demasiado humano.
Por otro lado, tenemos a Peter, el marido de Karoline. Un soldado que queda desfigurado en la guerra y solo encuentra desprecio cuando consigue volver a casa. La película se ensaña mucho con él, especialmente en una fantástica y grotesca escena donde se convierte en un espectáculo de circo. Pero, aun así, nunca deja de ser un personaje sumamente compasivo. Un perfecto ejemplo de la esencia de la película: una historia de actos horribles y siniestros, pero también de personas que, pese al mal de su mundo, consiguen encontrar compasión entre ellos.