En momentos felices, en momentos tristes, siempre recurrimos a las flores. Están ahí cuando nace alguien, cuando alguien se va, para decir un te quiero, o básicamente cuando no sabemos qué decir. Habrá flores que adornen, pero otras son esas que hablan por nosotros. Muchas veces basta una flor para contar una vida, para reinventarla o quizás, como en el caso de Jay Wheeler, para salvarla.
En 2022, el cantante puertorriqueño estuvo a punto de morir en un accidente automovilístico, apenas unos días después del nacimiento de su primera hija. Atrapado y lleno de miedo en el coche, en otras entrevistas ha dicho que pensó en tres cosas: su esposa, su hija y Dios. Sobrevivió, pero desde entonces nunca fue el mismo. Decidió volver a empezar, y lo hizo entre girasoles: las flores que salen en verano, que insisten en buscar la luz incluso cuando todo alrededor parece oscuro.
Así nace Girasoles, su octavo álbum y, sin duda, el más personal. Más que un disco, es un manifiesto emocional. Quince canciones que transitan del desamor a la fe, de la pérdida al consuelo, de la oscuridad al amor en sus formas más completas: la pareja, la paternidad, el vínculo con uno mismo. Wheeler se desnuda en este proyecto que sigue el ciclo vital de un girasol: desde que se siembra la semilla, hasta que florece y llega a su plenitud. Es una metáfora de la vida como camino de transformación.
Girasoles se divide en tres etapas que reflejan un proceso interior, cíclico: la semilla, el crecimiento y la madurez. En esta primera fase, Wheeler se muestra roto, vulnerable. En la canción Intro, a través de susurros en las primeras frases, nos dice: “Caía el sol y no entendía lo rápido que la tierra me cubría. Hasta que con esfuerzo y movimiento logré ver el resplandor”. En Abrázame Fuerte, el sencillo más emblemático del álbum, combina cuerdas dramáticas con una base urbana, casi como una plegaria. También es, claramente, un homenaje a las tres mujeres que lo sostienen: su madre, su esposa Zhamira Zambrano (quien además participó en la escritura de varias canciones) y su hija.
En la segunda etapa (La vida y sus cosas, Una como tú, Te hice una balada), Wheeler empieza a caminar entre amores. No hay certezas, pero sí dirección. Te hice una balada —una joya compartida con Robi— es la confesión de alguien que ha escrito canciones para no romperse. “Te hice una balada, pero no la canto / porque duele recordar”. Ahí está todo: el dolor, el pudor, la lucidez.
Y entonces, florece. No como quien olvida, sino como quien acepta. En la tercera parte, Casita suena como una despedida amable. Una carta escrita sin rencor, con la ternura de quien ya no necesita respuestas. En Nota, junto a Omar Courtz, el cuerpo toma la palabra. Hay perreo, sí, pero no como evasión, sino como liberación: la danza como antídoto contra tanto nudo interno.
Girasoles no es un álbum de invitados, pero cuando los hay, florecen en el momento justo. Las colaboraciones, aunque pocas, brillan en este álbum. Vemos a Shanty en Te amo; el artista cuenta que esta colaboración nació de un demo viral que Wheeler descubrió en su Instagram, en un fragmento donde aparecía llorando. Inmediatamente pensó que tenía que formar parte de esto, y lo hace en una combinación de bachata y trap. También vemos a Omar Courtz, quien aporta en Nota, el tema que quizás es el más introspectivo del álbum.
