En 1984, Isabel Coixet, una joven publicista, daba sus primeros pasos en el cine presentando un cortometraje sobre una niña que hablaba con su vecino a través de un hueco en la pared. Tan solo pasaron cuatro años para que la Academia del Cine Español la nominara a dirección novel por su primer largometraje, Demasiado viejo para morir joven. Cuatro décadas después, y tras el éxito de grandes obras como Mi vida sin mí, Elisa y Marcela o Paris Je t’aime, Coixet es la directora y guionista más laureada de la Academia con ocho Goyas a sus espaldas.
Una larga y reconocida trayectoria donde su característico estilo fílmico, su compromiso político, las mujeres, la igualdad y las segundas oportunidades han sido protagonistas en su filmografía. Unos pilares fundamentales que no siempre han sido bien recibidos por una crítica y una industria principalmente dominada por hombres. Sin embargo, su tenacidad, curiosidad y compromiso con el cine y sus valores la han convertido en la emocional y valiente directora que hoy conocemos. Una reconocida cineasta que el próximo 9 de diciembre recibirá el premio de honor de la Academia del Cine Europeo por su contribución en el cine nacional e internacional.
Recientemente ha presentado Un amor, su adaptación cinematográfica de la obra homónima de Sara Mesa. La cinta nos habla de la historia de Nat (Laia Costa), una chica “sensible y herida” que se muda a un pequeño pueblo con el objetivo de reconducir su vida. Dentro de una casa destruida, junto a un perro callejero y el rechazo de su casero y de todo un pueblo, se ve obligada a aceptar la proposición sexual de un vecino a cambio de solucionar unas goteras de su tejado. Ante esta situación, la protagonista se ve envuelta en una historia de obsesión, abuso y poder que le harán cuestionarse el tipo de mujer que creía ser. Un relato crudo, real y emocionalmente demoledor que opta a siete nominaciones a los Premios Goya, incluyendo todas las categorías principales.
Un amor de Sara Mesa no parece la historia más fácil de adaptar al cine. De hecho, te prometiste no volver a adaptar nada. ¿Cómo llega el libro a tus manos? ¿Cuándo decides que debes convertirlo en cine?
Sara me parece la hostia como escritora y me interesa todo lo que publica, así que leí Un amor en cuanto salió. Fue un shock, me identifiqué mucho con su protagonista y con la atmósfera de la obra. Como dices, no pensaba en adaptar nada ni me apetecía especialmente, pero en acabar de leerla quise tirarme a la piscina. Yo no pienso mucho las cosas. No es que todo tenga una razón concreta. Me fascinó y lo hice.
Sé que odias las definiciones. Un amor nos habla, precisamente, del amor, del consentimiento, del abuso, del poder, de ceder. Pero, ¿cómo conseguiste hablar de todo ello?
Creo que a través del pueblo. Con la distancia de haberla rodado y que la gente la vea, de alguna manera creo que esa cosa del pueblo pequeño me permitió contar de una forma más clara, rotunda y directa dinámicas que suceden también en las ciudades. Las cosas que le pasan a Nat le pueden pasar a cualquiera en la ciudad. A mí me han pasado en la ciudad, de hecho.
Entiendo que el personaje de Nat también permite contar estos temas.
Sí, me gustaba la idea de tener una protagonista imperfecta, alguien que meta la pata, como todos lo hacemos cada día. Me hace mucha gracia cuando la gente la juzga desde una superioridad moral. De hecho, es algo que también vemos en la película. Todos los personajes que la rodean la juzgan y le ofrecen soluciones que ella no ha pedido. Todos estos pequeños temas que a mí me interesan mucho.
Sara Mesa confesó que el personaje de Nat es uno de los más odiados e incomprendidos de su carrera. ¿Ha supuesto un reto que la gente empatice con ella?
Para mí no supuso un reto puesto que siempre empaticé con ella. Pero vaya, siento que queremos que los personajes de la literatura o el cine tengan una perfección y una coherencia que nosotros no tenemos. Justamente el juicio a Nat me parece incoherente. Cuanto más veo que la gente se indigna con ella, más me doy cuenta de que en realidad están indignados con ellos mismos. Hay una parte de ellos que no quieren admitir. No existe la gente perfecta. Todos llevamos con nosotros una parte mezquina que no nos gusta ver ni admitir. Yo la primera. Pero cada vez tengo más facilidad para admitir que todos estamos jodidos.
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Entonces, ¿qué reto quisiste asumir con esta película?
Soy adicta a las voces en off. De hecho, hay muchísimas en mis películas. Un amor parecía que pedía a gritos una continua conversación de Nat con ella misma, pero justamente por eso me reté a no hacerlo. Quería encontrar ideas fílmicas que plasmasen su estado mental, pero para eso tenía dos cosas fundamentales: la casa y el perro. De alguna manera, creo que Nat, la casa y el perro son una santísima trinidad que se van explicando y retroalimentando.
De hecho, podemos observar como todos los personajes masculinos de la película juzgan a Nat, a su perro y a su casa de la misma forma.
Así es.
Entiendo que los personajes masculinos son otro reflejo de la sociedad. Sin embargo, algunos críticos te acusan de haberlos caricaturizado y de ser personajes muy cliché. ¿Realmente tuviste esa intención o crees que este tipo de críticas son la respuesta de un hombre que se ha sentido reflejado y prefiere criticar antes que reflexionar?
(Risas) ¿Qué puedo decir? Hay mucha monja que fuma y mucha puta que reza. Si yo te contara todas las cosas que me han dicho… El otro día, en un coloquio, un hombre me decía que el personaje más tóxico de la película era Nat. Mire, señor, si usted, después de ver la película, opina que el personaje más tóxico es Nat… hágaselo mirar. La gente queda retratada. Como ese típico crítico que pone muy bien la película pero se nota que le jode. Se nota mucho.
Igual que aquellos que alaban la película a pesar de esa escena final de baile. El momento del baile bajo la atmósfera de Es wird wieder gut ha sido muy criticado.
Es tan obvio para mí. Tío, relájate. Admítelo. El baile es una cosa dionisíaca que todos los directores hemos explotado. Pero si lo hago yo, mal. Me aburren, ya ni me hacen gracia.
“Queremos que los personajes de la literatura o el cine tengan una perfección y una coherencia que nosotros no tenemos. Justamente el juicio a Nat me parece incoherente.”
Lo bueno es que los podemos calar rápido.
Totalmente. También ha habido críticas de mujeres flipantes. Una escritora indignadísima criticaba tanto la novela como la película. Se preguntaba por qué Nat no abandonaba el pueblo. Bueno, ¿y Madame Bovary por qué no deja a su marido? En la vida hacemos cosas y no sabemos muy bien por qué las hacemos. A mí no me han pasado grandes dramas en la vida, pero sí que he estado en relaciones de mierda en las que me levantaba cada día y me decía, hoy acabo con esto. Y no. No es tan fácil. Y pasa el tiempo y no sabes cómo hacerlo. Y cada vez estás peor. Pero un día reúnes fuerzas y dices, bye, bye.
Y de eso nos habla la película, ¿no? Nos cuenta una realidad humana.
Sí. Y son cosas que nos pasan en todos los terrenos, no solo en el amoroso. La tragedia y la gracia de la vida es que no hay libro de instrucciones. Todos buscamos una forma de vivir más felices. Y no la encontraremos. Vas probando, vas errando. Así funciona.
Si Un amor tuviese moraleja, ¿sería que la vida no tiene libro de instrucciones?
Puede. El otro día, una feminista con un discurso muy coherente, señalaba que Nat tenía que follarse al vecino y, después, al vecino de enfrente. Que eso la haría una mujer empoderada. Ya, bueno… pero Nat quiere follarse a quien quiere follarse. Si quieres, escribe una historia sobre una mujer que va a un pueblo y se folla a sus vecinos. Estará bien, pero será otra historia. Un amor es la historia de Nat, una chica sensible y herida que le despierta el deseo quien se lo despierta. Hay que entender que las personas vienen de donde vienen. Además, la pobre y transitoria locura de Nat solo le jode y perjudica a ella.
De hecho, es algo que observamos en esa escena de baile que antes comentábamos. Justo ahí también vemos a la Nat más conectada con sus emociones. Incluso el reencuentro con su perro Sieso nos puede dar pistas de que la película nos habla de la importancia del amor propio.
Es un final que se puede interpretar a muchos niveles. Es una escena donde vemos a Nat recuperar muchas cosas. En primer lugar, su propio cuerpo. Hay algo en el cuerpo que ella necesita recuperar. Nat ha dejado que un señor entrara en ella. ¿A quién había pertenecido realmente su cuerpo? Pero también se recupera a sí misma. No sabemos qué es lo que sucederá después. Quizás se hunde más desde otro lugar. No lo sabemos. Pero yo tengo cierta esperanza.
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¿Tuviste claro que un personaje como el de Nat solo podía interpretarlo Laia Costa?
Sí, lo tuve claro desde el primer momento. Laia es una tía superequilibrada y centrada, segurísima de sí misma. No tiene nada que ver con Nat. Sabía que solo una actriz tan inteligente como ella podía entender a alguien tan diferente a sí misma y ser capaz de actuar con resortes tan contrarios a ella. Además, ya habíamos trabajado juntas en Foodie Love y nos entendimos y pasamos genial. Laia es una tía sin miedo que no iba a dudar en tirarse a la piscina conmigo.
¿Cómo encaró el personaje? ¿Qué consejos le diste?
El personaje de Nat es una persona que, por su trabajo, ha visto y sentido de cerca historias de personas que han huido de genocidios y que han vivido experiencias horrorosas. La gente que trabaja con estos temas son personas que deben hacer muy bien su trabajo pero que, por otro lado, deben aprender a anestesiarse. Y eso es muy jodido. Encontramos el camino hacia Nat por ahí. Además, le recomendé unos libros y unas películas para entender más al personaje. Laia también habló con Sara para resolver dudas que se le planteaban.
Qué proceso tan bonito. No me extraña que todos los actores que han trabajado contigo hablen maravillas de ti. ¿Qué consideras primordial para dirigir a todo un equipo?
Que, como directora, tengas las cosas claras. Y cuando no las tengas, también lo digas. No pretendas saberlo todo. Eso es imposible. Para mí, es primordial crear un clima de confianza y que tu equipo te pueda decir las cosas. También es verdad que yo soy muy abierta y si alguien tiene una idea mejor a la mía, tengo cero problemas en aceptarla. Al final, me rodeo de gente que sabe hacer su trabajo, que tiene poco ego y que quiere hacer bien las cosas. Gente que cree en lo que hace.
Solo trabajas con gente que tenga mucha fe en el proyecto.
La belleza de un rodaje es eso. Mucha gente, muy diferente entre ellos, trabajando por un objetivo común. Es algo no tan frecuente en la vida. Es como hacer un edificio. Y es precioso poder observar juntos ese edificio una vez acabado. Nos hemos hecho madrugones, nos hemos mojado, nos hemos puesto de barro hasta las cejas… Pero ha valido la pena el esfuerzo.
“La tragedia y la gracia de la vida es que no hay libro de instrucciones. Todos buscamos una forma de vivir más felices. Y no la encontraremos. Vas probando, vas errando.” 
Pero como directora, seguro que algo les debes exigir…
(Risas) Lo único que les pedí es que leyeran la novela de Sara Mesa. Se lo pedí hasta a la última eléctrica. Al final, la novela era la pauta de lo que estábamos haciendo.
Eres una directora que sabe lo que hace y cómo hacerlo. Sin embargo, ser mujer en una industria mayormente dominada por hombres no habrá sido fácil. En ese aspecto, ¿puede que haya algo de Nat en ti?
Sí. Nat quiere ir a la suya, pero al final lo que quiere es que los demás la acepten. En ella siempre vi esa dualidad. Todos la tenemos y es eso lo que nos hace vulnerables. Yo siempre he querido hacer lo que me ha dado la gana y eso tiene un precio. A veces te toca oír cosas que no quieres oír, pero tampoco hay mucho que pueda hacer al respecto.
Cuando empecé en el cine era mujer y joven, dos estigmas que te hacían una outsider, una friki, una tía rara. En cambio, ahora es superguay. Ojalá haber nacido más tarde, ¿no? (Risas) Ahora que parece que es el momento, quizás soy demasiado mayor. Pero vaya, quizás las cineastas jóvenes desearían haber empezado cuando yo. Siempre hay un desajuste en el tiempo. Toca remediar y apechugar.
¿Sigue habiendo desconfianza o inseguridad?
Sí, pero no en un plató, no en un set de rodaje. Quizás no me siento la persona más segura del mundo, pero sí la que lo tiene todo controlado. Entro en un estado zen. Pase lo que pase, sé que hay una manera cínica de solventar los problemas.
¿Y fuera de los platós y los rodajes?
¿En la vida en general? Un espanto todo (risas). Sigo siendo esa que si me viene un Piter y me dice, eso lo tendría que haber pagado tu casero, miento y digo que así lo hará. Solo para evitar reconocer que no he tenido los ovarios suficientes para poner mis límites. En ese aspecto sigo siendo Nat.
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Sin embargo, en lo profesional parece ser que sí sabes lo que haces. Actualmente eres la directora y guionista más laureada de la Academia, y Un amor opta a siete candidaturas en la próxima ceremonia de los Premios Goya. ¿Se lo creería la Coixet de Demasiado viejo para morir joven? ¿Qué queda de esa niña que grababa con la cámara que le regalaron en su comunión?
No sé si se lo creería. ¿Y qué queda de ella? Queda el flequillo. Quedan las gafas. Queda la sensación de ser un pulpo en un garaje (risas). Queda todo. Te ves envejecer, pero dentro sigue esa niña de siete años. Siguen todas las personas que eres, que has sido y que quieres ser. Actualmente tengo el mismo cacao en la cabeza que cuando empecé en el cine.
¿Siguen las mismas ganas y la misma pasión por el cine?
Obvio. Mira, el otro día en París entré en el cine a ver una película que no sabía ni de qué iba. Duraba dos horas, pero si hubiese durado cuatro me habría seguido pareciendo interesante. Era Little Girl Blue, de Mona Achache, un docu-drama con material de archivo sobre la historia de la madre de la directora. Era el estreno y solo éramos ocho personas en la sala. Eso es posible.
¿Qué quieres decir con eso?
Cuando piensas que ya no se puede hacer nada en el cine y que ya nada va a sorprender, de repente, entras en un cine, en el estreno de una película con solo ocho personas y te das cuenta de todo. Te das cuenta de que el cine tiene la capacidad de transportarte a la vida de otras personas, incluso de remitirte a la tuya. Y de querer y necesitar saber más. Mientras eso pase, yo seguiré queriendo hacer cine. Así que de la Coixet que empezó sigue viva la curiosidad.
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