Meryem El Mehdati es hija de inmigrantes, nació en Marruecos y se ha criado en Puerto Rico, Gran Canaria. Es una mujer que ya ha visto cómo funciona esto de la vida del asalariado y, evidentemente, se ha dado cuenta de lo frustrante que es. En su novela debut, Supersaurio, se desahoga a través de un personaje ficticio que lleva su nombre. ¿Y por qué ponerle su nombre? “La protagonista se llama Meryem porque no hay Meryems en ninguna parte, nunca las he visto, solo me he visto yo; para creer que existes en este mundo y que puedes llegar a ser lo que quieres ser tienes que poder señalarte en algún momento, ya sea en la literatura o en lo audiovisual, ¿no?”, nos cuenta. Y tiene toda la razón. Leer una novela en español con un nombre como el suyo –o cualquiera que salga de los típicos Paula, Inés o María– o que hable en primera persona de prácticas musulmanas no debería ser inusual, pero lo cierto es que no se encuentran con facilidad.
En Supersaurio se refleja lo irreal que es la meritocracia, la hiperturistificación de las Islas Canarias, los comentarios machistas que, si eres mujer, estás harta de vivir, y también de amor. “Es imposible tener la edad de la protagonista y vivir ajena a esas realidades, a no ser que te hayas criado en una burbuja o seas millonaria” revela. Y os adelantamos que sí, os vais a sentir identificadas y os va a dar rabia y vergüenza, pero también os vais a reír (y mucho). Hablamos con la autora sobre el peligro de romantizar el pasado, crecer escribiendo fanfiction, de referentes como Fleabag y The Office y cómo es crecer sin expectativas. Vaya, de lo que vivimos cualquiera que no venga de familia millonaria, como ella misma dice.
Meryem, antes de nada, ¿cómo te presentarías?
Como una persona muy tranquila y sosegada. Me río mucho, sobre todo de mí misma, creo que una ha de tomarse en serio lo justo y necesario. El mundo es un lugar bastante horripilante, intento no dejar que eso me trague y me destruya (hay días que esto es inevitable y todo se ve con un filtro gris oscuro, somos humanos).
Hace poco lanzaste tu debut literario: Supersaurio. Tras años de escribir fanfiction en Internet, es la primera vez que publicas una novela. ¿Crees que el hecho de haber escrito durante años en Internet te ha abierto el camino?
Sí, desde luego. Descubrí mi estilo gracias al fanfiction y desde entonces hago un poco lo mismo (de formas distintas, si es que esto tiene sentido, creo que sí). Lo que me abrió el camino fue llegar a un sitio donde había chicas a las que les preocupaban las mismas cosas que a mí, con intereses muy similares. Creas comunidad, formas una especie de grupo y eso te abre a más personas que conocen a esas personas. Experimentas con tus textos y el feedback es inmediato, sabes qué funciona y qué no, te vas ‘limando’ en cierta forma. Para cuando Jorge de Cascante me contactó, yo ya tenía un estilo propio, una forma de contar las cosas que quizá otras personas no tienen.
¿Cuánto hay de autobiografía y cuánto de ficción? ¿En qué se distinguen la Meryem real de la protagonista del libro?
El noventa y nueve por ciento de Supersaurio es pura ficción. Nunca he trabajado en un supermercado, por ejemplo. Tengo la impresión de que la mayoría de la gente no cree que una mujer pueda escribir una novela donde la protagonista sea una mujer sin que se etiquete automáticamente como ‘autoficción’. Eso no sucede con los hombres que escriben novelas, ¿por qué? No tengo nada en contra de la autoficción, ojo. Solo planteo la hipocresía de que la experiencia de los hombres es universal y la experiencia de una mujer es solo para mujeres. Tenemos que quitarnos esto de encima.
La protagonista se llama Meryem porque no hay Meryems en ninguna parte, nunca las he visto, solo me he visto yo; para creer que existes en este mundo y que puedes llegar a ser lo que quieres ser tienes que poder señalarte en algún momento, ya sea en la literatura o en lo audiovisual, ¿no? Decir, “Mira, es como yo” o “Mira, se parece a mí, yo también puedo ser gimnasta olímpica”. Si no existe representación hay que crearla, y yo decidí usar esta oportunidad que me dio Blackie Books y crearla.
La protagonista se llama Meryem porque no hay Meryems en ninguna parte, nunca las he visto, solo me he visto yo; para creer que existes en este mundo y que puedes llegar a ser lo que quieres ser tienes que poder señalarte en algún momento, ya sea en la literatura o en lo audiovisual, ¿no? Decir, “Mira, es como yo” o “Mira, se parece a mí, yo también puedo ser gimnasta olímpica”. Si no existe representación hay que crearla, y yo decidí usar esta oportunidad que me dio Blackie Books y crearla.
Me ha encantado el vocabulario de la cultura de Internet, el tono humorístico y cómo expresas la frustración de crecer sin expectativas… Aunque sea ficción y trate de las vivencias de una mujer en concreto, creo que muchas personas nos sentimos identificadas. ¿Cómo surge el hecho de empezar un proyecto como este en el que hablas de la conciencia de clase, la hiperturistificación de las Canarias o la frustración juvenil?
Es imposible tener la edad de la protagonista y vivir ajena a esas realidades, a no ser que te hayas criado en una burbuja o seas millonaria. La proporción de millonarios que hay en el mundo es tan ínfima… No me interesan sus historias ni sus vivencias, los considero mis enemigos (los millonarios, quiero decir), representan todo lo que me parece repugnante en este mundo. La avaricia, la crueldad, el beneficio propio a costa de la salud y la miseria de los demás, el acumular por acumular.
Si la protagonista es una chica joven hija de inmigrantes y de clase obrera, tarde o temprano se habrá tenido que enfrentar a esa frustración. Si además vive en Canarias, muy pronto habrá descubierto que todos esos resorts que pueblan las montañas de sus islas no están hechos para ella sino para otras personas que no lucen como ella. Nadie es impermeable al entorno en el que se cría y en el que crece, todos estamos marcados por una serie de condiciones materiales. Si además usa Internet desde muy joven y está metida en ese lenguaje desde su adolescencia, su segunda lengua es el vocabulario y la cultura de Internet. Para que el lector se crea al personaje que está leyendo, ese personaje tiene que presentarse de forma honesta, pienso, y si tiene mi edad y la de mis amigas y sale de un contexto similar al mío y al nuestro, tiene que hablar como nosotras y enfrentarse a cosas que nos hemos enfrentado. Al menos yo lo veo así.
Si la protagonista es una chica joven hija de inmigrantes y de clase obrera, tarde o temprano se habrá tenido que enfrentar a esa frustración. Si además vive en Canarias, muy pronto habrá descubierto que todos esos resorts que pueblan las montañas de sus islas no están hechos para ella sino para otras personas que no lucen como ella. Nadie es impermeable al entorno en el que se cría y en el que crece, todos estamos marcados por una serie de condiciones materiales. Si además usa Internet desde muy joven y está metida en ese lenguaje desde su adolescencia, su segunda lengua es el vocabulario y la cultura de Internet. Para que el lector se crea al personaje que está leyendo, ese personaje tiene que presentarse de forma honesta, pienso, y si tiene mi edad y la de mis amigas y sale de un contexto similar al mío y al nuestro, tiene que hablar como nosotras y enfrentarse a cosas que nos hemos enfrentado. Al menos yo lo veo así.
¿Y cómo resumirías Supersaurio en pocas palabras?
Fleabag meets The Office meets Superstore meets Twitter, pero en español.
Total (risas). La narración en primera persona que nos acerca a su día a día me recuerda mucho a Fleabag –también por el tono–, o a personajes como Pam de la sitcom de The Office, donde se ve que realmente el oficio de sus sueños no es ser secretaria. Entiendo que han sido grandes referentes para ti, ¿de dónde sacaste la inspiración?
Del día a día. No conozco a nadie que tenga el trabajo de sus sueños. La gente suele tener trabajos más o menos soportables donde les pagan más o menos dinero, ¿pero el trabajo de sus sueños? No conozco a nadie que sueñe con trabajar. De hecho, cada día hay más personas que reconocen que odian hacerlo y que continúan en la rueda porque salir de ella resulta imposible.
“Si estás ocupado recelando de tu vecino, no te fijas nunca en el de arriba que te está pisando el cuello.”
Haces referencia a esa vocecita que, siendo hija de inmigrantes, te dice que no puedes fracasar ni fallarles a tus padres. Existe una gran presión familiar de ser buena estudiante y una ciudadana ejemplar. ¿Tú también has hecho frente a este sentimiento?
En cierta forma todos tenemos esa vocecita. Nadie quiere fallar, el fracaso se presenta como el final más horrible, algo que hay que evitar a toda costa. Nunca he tenido miedo de fallarles a mis padres porque desde muy pequeña me han enseñado que mi valor como persona no reside en mis méritos académicos o profesionales o en lo material, sino en mí misma, en el simple hecho de que soy un ser humano y todos merecemos dignidad, respeto y amor. No obstante, como dije antes, no somos impermeables a nuestro entorno. Vivimos en un mundo extremadamente competitivo donde tenemos que vendernos constantemente a las personas que nos rodean: tenemos que ser los mejores las 24 horas del día. Los más felices, los más trabajadores, los más inteligentes, los más articulados, los más divertidos, los más ingeniosos, los más ecologistas. Ser simplemente bueno no es una opción, ser mediocre es la muerte. Si a eso le sumas ser mujer… En fin.
La precariedad juvenil es otro de los grandes temas que abarca el libro. La protagonista se sacó una carrera y un máster, y aun así tuvo que pasar por un largo proceso de selección para que finalmente la cogieran como becaria en las oficinas de una cadena de supermercados enorme. ¿Qué tienes a decir respecto a la meritocracia?
Que es un timo, una mentira, algo que se inventó una persona que nunca tuvo que ganarse nada por sí misma.
He leído que en otra entrevista también hablabas de lo peligroso que puede ser idealizar el pasado y esa nostalgia generacional, ¿en qué sentido?
En el sentido de que volver a determinados momentos de tu pasado, por ejemplo, de tu infancia, es comprensible y algo a lo que muchos recurrimos. Significa que fuimos felices, que hay cosas bonitas en las que refugiarnos cuando tenemos un mal día. Pero se está confundiendo esa nostalgia con la nostalgia de algunos que te recuerdan que no hace mucho con Franco se vivía muy bien. A ese sentido me refiero.
En el libro se pone en evidencia lo ignorantes que son los españoles en cuanto a la religión musulmana y las personas extranjeras (siempre que no sean de origen blanco y rico). El hecho en que ni se fijan en cómo escribir o decir un nombre que no es habitual para ellos (como el tuyo), el hecho de hacer miles de preguntas sobre el Ramadán o insistir para que una persona musulmana beba un poquito de alcohol, “que una cerveza no es nada.” ¿Por qué crees que en España la sociedad es tan ignorante?
No creo que la sociedad española sea ignorante, creo que somos una sociedad abierta y bastante multicultural. Hay un grupo concreto de personas que intentan hacernos creer que esto no es así y que somos muy diferentes porque les interesa que tu enemigo sea tu vecino, no el dueño del edificio en el que los dos viven. Si estás ocupado recelando de tu vecino, no te fijas nunca en el de arriba que te está pisando el cuello. Lo de los nombres es algo muy común en los contextos de oficina, les pasa a muchas personas, sean del origen que sean y profesen la fe (o no) que profesen. Finalmente, lo del alcohol… No es algo exclusivo de los musulmanes. Cualquier abstemio puede decirte que ha vivido situaciones similares; vivimos en una sociedad en la que beber se ha convertido en la norma y se asocia mucho a contextos de ocio, no hacerlo resulta extraño. Genera curiosidad: “¿ni una cerveza? Si no es nada...”, etc.
Tienes razón. Cambiando de tema, no hay que olvidar la explotación turística en la que se encuentran las Islas Canarias. Existe un gran contraste entre el abandono que sienten los que viven ahí todo el año en comparación con los que van ahí de vacaciones. Se destina todo el dinero a hoteles, instalaciones y actividades pensadas para los turistas. ¿Nos puedes explicar de primera mano cómo se vive esta situación?
Las islas ya no dan más de sí, no cabe un hotel más. Creces en un sitio que poco a poco va echándote porque nunca se pensó para ti, todo está enfocado a atraer a gente que quiere pasar unas buenas vacaciones. Hay zonas en las que no hay ni un centro de salud, ni una biblioteca, ni una librería, solo centros comerciales y hostelería con carteles en inglés y precios que tú con tu sueldo de persona que vive aquí no puede permitirse. Se ha degradado tanto el medioambiente que esas pérdidas son irrecuperables, se prostituyen espacios protegidos con cemento para seguir construyendo en localidades donde no se llega a los ciento veinte habitantes. No es algo que solo sufra Canarias, se ve en todas partes en España, nosotros lo acusamos más porque todo nuestro tejido económico parece depender de si llegan aviones con alemanes a las islas o no.
“La sociedad nos ha convencido de que ellos son unos callados y nosotras unas cotorras”, dices en el libro. ¿Qué querías decir con esto? Háblanos un poco de esta idea que nos han metido en la cabeza.
Nos han convencido de que las mujeres hablamos demasiado, de que ocupamos mucho espacio, de que lo que pensamos sobre las cosas no importa. Ya están otra vez las feministas con esto, con lo otro, pero el que está constantemente hablando, ocupando todo el espacio y quejándose de todo suele ser un tipo.
Y ahora que se acerca el verano, una época donde mucha gente retoma la lectura, ¿qué libros nos recomendarías?
Una ciudad entera bañada en sangre humana de Jorge de Cascante, Poco se habla de esto de Patricia Lockwood y Todo sobre el amor de bell hooks.
Por último, ¿qué planes tienes a corto plazo? ¿Y te ves con ganas de escribir otro libro en un futuro?
Seguir siendo una persona tranquila, ese es mi único plan a corto y a largo plazo, la verdad. En un futuro por qué no, ahora mismo sí es verdad que no tengo otro libro en la cabeza. Parece que las personas tenemos que estar continuamente produciendo para merecernos nuestro lugar en el mundo, pero a mí solo me gusta hablar cuando tengo algo que decir.