Que hay decenas de miles de desaparecidos en México no es, por desgracia, una noticia en sí. La violencia que vive el país, donde cada vez es más frecuente que las personas se ‘desvanezcan’ de la faz de la Tierra (a manos de los cuerpos de seguridad del estado, del narcotráfico, de las mafias que trafican con personas, entre otros), es alarmante. Son demasiados los casos, y demasiado dolorosos, para poder incluso contarlos. Es por eso que el escritor Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) ha tardado unos diez años en poder escribir Los vivos (2024, Literatura Random House), su última novela.
“No quería escribir una novela, digamos, literal, con un tema que está aconteciendo en presente; necesitaba encontrar una forma que pusiera distancia con ese presente, una distancia que no me permitía el tiempo y que, por lo tanto, debía darme el lenguaje”, nos dice en esta entrevista. Monge, quien ya ha escrito sobre la violencia que asola México –y América Latina– anteriormente (en novelas como la multipremiada Las tierras arrasadas, El cielo árido, o la colección de relatos La superficie más honda), ahora vuelve con una historia más metafórica, críptica, pero, según sus propias palabras, la más poética que ha escrito “en el sentido de las imágenes”.
Leer a Monge es darse de bruces con una realidad funesta y aterradora. Es vivir en propia carne las vivencias desgarradoras por las que pasan sus protagonistas, que, a pesar de habitar un mundo ficticio, es un reflejo de nuestro entorno. En una de sus primeras novelas y más celebradas, Las tierras arrasadas, la historia te golpea más fuerte que un baño de agua congelada. En cambio, Los vivos invita más a la reflexión, en cierto modo.
Y eso es porque no habla de las desapariciones de manera literal, sino más bien existencial. “Entendí que, para contar la desaparición, lo que yo necesitaba era contar la aparición; enfrentar la novela como una novela de desaparecidos, pero también de aparecidos”, dice aquí. Y eso se refleja muy bien en un pasaje de la novela: “Las personas aparecen así, igual que otro día desaparecen”, añadirían: “estás y de repente, en un instante, como si nada, como si fuera cualquier cosa, como si eso fuera, en realidad, lo normal, ya no estás”.
Ahora que el tema está más candente que nunca, no porque el nuevo gobierno mexicano esté esforzándose por reducir la violencia del país o invertir recursos en hacer justicia a las miles y miles de personas desaparecidas, sino porque el director francés Jacques Audiard ha decidido abordarlo de la manera más burda, incorrecta, insensible y desinformada posible en el film Emilia Pérez, es un gusto hablar con alguien que sí ha vivido –y todavía vive– esta realidad, ha hablado con decenas de afectados y ha pensado, reflexionado, escrito y reescrito una obra que sí lo trata con sensibilidad, sentido común y poesía.
Hola, Emiliano, un gusto tenerte en METAL. Antes que nada, ¿cómo estás hoy y desde dónde nos respondes?
Hola, Arnau, el gusto de estar en METAL es mío. Estoy bien, dentro de lo que cabe. Te respondo desde Morelos, México.
Publicas Los vivos, un libro críptico pero también emocional. ¿Cómo empiezas a gestar esta idea hace algunos años, y cómo se ha ido desarrollando hasta convertirse en el libro que podemos leer hoy?
Los vivos se incrustó en mi cabeza hace unos diez años, poco después de terminar de escribir Las tierras arrasadas, una novela sobre migrantes centroamericanos tratando de cruzar México y sobre sus secuestradores mexicanos. Ahí, claro, me enfrenté al asunto de la desaparición y desde entonces di vueltas en torno a la posibilidad de hacer una novela sobre este tema, pero las primeras ideas que tuve las descarté porque no encontraba la forma que estaba buscando.
No quería escribir una novela, digamos, literal, con un tema que está aconteciendo en presente; necesitaba encontrar una forma que pusiera distancia con ese presente, una distancia que no me permitía el tiempo y que, por lo tanto, debía darme el lenguaje. Fueron muchos años buscando la forma de contar Los vivos, y no fue hasta que entendí que, para contar la desaparición, lo que yo necesitaba era contar la aparición; enfrentar la novela como una novela de desaparecidos, pero también de aparecidos, en la que no hay vivos ni muertos, sino seres que no tienen clara su propia condición.
No quería escribir una novela, digamos, literal, con un tema que está aconteciendo en presente; necesitaba encontrar una forma que pusiera distancia con ese presente, una distancia que no me permitía el tiempo y que, por lo tanto, debía darme el lenguaje. Fueron muchos años buscando la forma de contar Los vivos, y no fue hasta que entendí que, para contar la desaparición, lo que yo necesitaba era contar la aparición; enfrentar la novela como una novela de desaparecidos, pero también de aparecidos, en la que no hay vivos ni muertos, sino seres que no tienen clara su propia condición.
Diría que de todos tus libros es el más metafórico. Se habla de un tema sin hablarlo directamente, haciendo que el lector imagine pero nunca confirme. ¿Por qué te has decidido por este enfoque?
Como bien dices, Los vivos es una novela metafórica pero también me parece una novela bastante directa. Una novela, digamos, llena de cotidianidad, aunque se trata de una cotidianidad ajena a la nuestra o a lo que consideramos normalmente una cotidianidad. Es extraño, porque las metáforas de Los vivos, en realidad, funcionan exactamente al revés de como usualmente funcionan las metáforas.
¿En qué sentido?
Quiero decir, más que estar ahí, las metáforas, en lo que se cuenta, lo que se cuenta convierte o trata de convertir en metáfora la realidad en torno a lo que se cuenta; de hecho, busca volver metáfora al lector mismo, su experiencia, su forma de ver el mundo antes del libro, no tanto o no solo durante la lectura. Creo que, por eso mismo, parece mi novela más metafórica, aunque no lo es, sino que lo parece. Tejer la oscuridad, por ejemplo, es una novela mucho más metafórica. Lo que sí sucede con Los vivos es que es mi novela más poética, en el sentido de las imágenes.
La obra trata uno de los mayores problemas en México: los desaparecidos. Amigos y familiares se encuentran en un sinvivir, preguntándose con angustia qué habrá pasado, dónde estarán, por qué ellos… ¿Qué te hizo decidir por este tema, y por qué ahora?
La desaparición es uno de los temas que mayores heridas ha abierto en mi país, aunque bien podría decir en América Latina. Por supuesto, no se trata de un tema que acabe de empezar, aquí, en este continente; llevamos siglos desapareciendo. Lo que también es un hecho, sin embargo, es que la desaparición se ha multiplicado y se vuelto mucho más violenta durante las últimas décadas, pues ya no solo hay un agente de la desaparición: no solo desaparecen los cuerpos represivos del Estado, tampoco los grupos paramilitares, ni siquiera desaparecen únicamente el crimen organizado y sus socios; se ha generalizado la desaparición. Se ha vuelto, casi, una moneda corriente. Eso, obviamente, es uno de los motivos que me lleva a escribir del tema ahora, pero también, como te decía al comienzo, que fue ahora cuando por fin conseguí darle forma a una novela como Los vivos.
Por último, te diría también que tiene que ver, claro, con todos los testimonios que me entregaron diversos familiares, amigos y conocidos de personas que han desaparecido, testimonios en los que esa pregunta se impone a todo lo demás: ¿dónde están? Esa pregunta me hizo querer responder, literariamente, por supuesto, además de dónde están, cómo están y, sobre todo, qué están buscando aquellos a los que nosotros estamos buscando. Y ahí se convierte el tema en una novela.
Por último, te diría también que tiene que ver, claro, con todos los testimonios que me entregaron diversos familiares, amigos y conocidos de personas que han desaparecido, testimonios en los que esa pregunta se impone a todo lo demás: ¿dónde están? Esa pregunta me hizo querer responder, literariamente, por supuesto, además de dónde están, cómo están y, sobre todo, qué están buscando aquellos a los que nosotros estamos buscando. Y ahí se convierte el tema en una novela.
“La desaparición es uno de los temas que mayores heridas ha abierto en mi país, aunque bien podría decir en América Latina.”
Esta es un poco personal, pero, ¿tú has vivido alguna desaparición de alguien cercano? Si sí, ¿cómo fue (o sigue siendo) la gestión emocional de esa herida que nunca cierra?
No, personalmente no he enfrentado esta forma de la desaparición, quiero decir, la forma de desaparición de la que trata Los vivos. Igual, lo terrible de responder a esta pregunta en un país como el mío es que se convierte en un asunto de mera proximidad: ¿qué tan cerca de ti han estado las desapariciones que te rodean? Porque todos, en México, tenemos más o menos cerca la desaparición de alguien: un vecino, un pariente lejano, un conocido, cuando no es alguien de tu primer círculo emocional o familiar. De ese tamaño es la herida que, como dices, no cierra.
En México, durante el mandato de Andrés Manuel López Obrador, han sido asesinados treinta y siete periodistas y han desaparecido cinco, según denuncia Reporteros Sin Fronteras. Precisamente por investigar temas de corrupción, narcotráfico, desapariciones, etc. ¿Crees que la literatura puede suplir el papel del periodismo en cierta medida?
Lo peor es que las cifras, en un país como este, siempre se quedan cortas: nunca muestran el territorio en toda su extensión ni el horror en su verdadera magnitud. La cifra de periodistas asesinados, así como la de desaparecidos y, en general, las cifras en torno a las víctimas de la violencia, siempre son aproximadas y siempre lo son por lo bajo.
Ahora bien, sobre eso otro que me preguntas, lo de la literatura y el periodismo, te respondo lo más claro que puedo: no, nunca, ni siquiera es algo que deba pensarse. Se trata de cosas distintas que enfrentan de manera diferente los temas, que se relacionan de forma desigual con el mundo, que buscan objetivos radicalmente disímiles, a pesar de que a veces puedan utilizar materias primas similares o, incluso, idénticas. Para mí, la literatura y el periodismo son igual de necesarios y ni uno puede suplir al otro ni el otro al uno.
Ahora bien, sobre eso otro que me preguntas, lo de la literatura y el periodismo, te respondo lo más claro que puedo: no, nunca, ni siquiera es algo que deba pensarse. Se trata de cosas distintas que enfrentan de manera diferente los temas, que se relacionan de forma desigual con el mundo, que buscan objetivos radicalmente disímiles, a pesar de que a veces puedan utilizar materias primas similares o, incluso, idénticas. Para mí, la literatura y el periodismo son igual de necesarios y ni uno puede suplir al otro ni el otro al uno.
Tú mismo eres periodista además de escritor, ¿cambia mucho la manera de trabajar cuando escribes para un diario/revista que cuando estás metido en tu obra personal?
Con esto trato de ser muy cuidadoso y congruente, entre otras cosas por lo que señalas en la pregunta anterior: por el enorme peligro que corren los periodistas en mi país y por el valor con el que viven. Por eso intento aclararlo siempre que puedo: no me considero periodista, aunque escribo en periódicos y revistas. Y es que lo que escribo, en general, son artículos de opinión; no soy, pues, un periodista en el sentido mexicano de la palabra.
Lo que soy, sí, es un escritor. Y un escritor al que le interesa pensar en los límites y vasos comunicantes que hay entre estas dos palabras: periodismo y literatura. Eso sí, la manera de escribir para un periódico y la manera de escribir una ficción son absolutamente opuestas, en el sentido de que, al escribir para un periódico o revista, estás condicionado por tu ética propia, que es una sola, pero cuando escribes ficción, a lo que estás condicionado es a un coro ético, que además de con la tuya, te hace escribir con la ética propia de tus narradores y tus personajes. Y eso lo cambia todo.
Lo que soy, sí, es un escritor. Y un escritor al que le interesa pensar en los límites y vasos comunicantes que hay entre estas dos palabras: periodismo y literatura. Eso sí, la manera de escribir para un periódico y la manera de escribir una ficción son absolutamente opuestas, en el sentido de que, al escribir para un periódico o revista, estás condicionado por tu ética propia, que es una sola, pero cuando escribes ficción, a lo que estás condicionado es a un coro ético, que además de con la tuya, te hace escribir con la ética propia de tus narradores y tus personajes. Y eso lo cambia todo.
Hay un hilo conductor general en todas tus obras literarias: la Violencia, así en mayúsculas, como nombre propio. ¿Escribes sobre ella para entenderla, para combatirla, o simplemente para plasmarla?
Para entender la violencia, por supuesto, pero sobre todo para hacer preguntas nuevas en torno a la ella. Me parece que todo aquello que tenemos delante se convierte en algo totalmente distinto en cuanto cambiamos el punto de vista, el ángulo en el que estamos colocados. Ese movimiento lo hace posible, como muchas otras cosas, la literatura. Y ese movimiento, que genera siempre preguntas nuevas, porque genera imágenes nuevas, palabras nuevas, emociones nuevas, es una vía de transformación, tanto del individuo como de la colectividad, tanto de la realidad como de la ficción. La violencia es un ecosistema y estamos dentro de él, lo raro sería no querer entender, no hacer más y más preguntas en torno a tu medio ambiente.
Esta violencia abarca varias problemáticas: la trata de personas, las desapariciones forzosas, los vínculos familiares que se rompen, la muerte, la traición… Tras escribir sobre temas tan sobrecogedores, ¿hay algo en ti que pese? A nivel espiritual, me refiero. No debe ser fácil investigar y escribir sobre sucesos tan duros.
No lo es, sin duda. No es que haya algo en mí que pese, es que no sé si hay algo que no pese. Y, claro, con el tiempo se va volviendo más difícil, más casado, más triste llevar todo eso dentro. Pero, por como soy, no creo que llevara todo esto de un modo diferente si me dedicara a cualquier otra cosa. Quiero decir, si no fuera escritor, seguro que habría encontrado, hiciera lo que hiciera, el modo de relacionarme con estos mismos temas, de una manera similar. Quiero decir, me parece que lo que toco como escritor lo toco, fundamentalmente, porque son asuntos que primero me interesan como ser humano, como persona.
“La violencia es un ecosistema y estamos dentro de él, lo raro sería no querer entender, no hacer más y más preguntas en torno a tu medio ambiente.”
Ahora que me he mudado a México y estoy leyendo más autorxs de aquí, me doy cuenta que la violencia está presenta en muchísimas obras: Furia de Clyo Mendoza, Temporada de huracanes de Fernanda Melchor, Casas vacías de Brenda Navarro, o Conjunto vacío de Verónica Gerber Bicecci, por poner algunos ejemplos. ¿Cómo ves el panorama literario mexicano actual?
Como te decía en una de las respuestas anteriores, lo raro sería que la violencia no estuviera ahí, en la literatura que se está escribiendo actualmente en México; diría, incluso, en la mejor literatura que se está escribiendo en mi país. La literatura es muchas cosas, obvio –una manera de enfrentarse a la realidad, una manera de negarla, una manera de imponérsela, una manera de entregársele, una manera de trascenderla, una manera de deformarla, una manera de lastimarla, una manera de amarla u odiarla–, pero sin duda alguna es, ante todo, un vínculo vivo con esta, con la realidad. Y es, muchas veces, el primer vínculo que los seres humanos tenemos con la realidad: nada se mete a la boca las cosas de la realidad antes que la literatura y el arte.
Ahora bien, ¿cómo veo el panorama literario mexicano actual? Salvo por las enormes cotas de literatura sin literatura que están llenando las librerías, quiero decir, la veo bien. Y no solo por los nombres que bien mencionas, hay muchos más, aunque de pronto parezca, también, que se confunde publicar con cargar contenido.
Ahora bien, ¿cómo veo el panorama literario mexicano actual? Salvo por las enormes cotas de literatura sin literatura que están llenando las librerías, quiero decir, la veo bien. Y no solo por los nombres que bien mencionas, hay muchos más, aunque de pronto parezca, también, que se confunde publicar con cargar contenido.
Hay algo que me llama mucho la atención de tus libros, y son los nombres de los personajes. En Los vivos conocemos a Hincapié, Vestigia o Herencia. En Las tierras arrasadas, a Cementeria o Epitafio. Me parecen hasta cómicos, en cierta medida. ¿Cómo y por qué eliges nombres tan poco al uso?
Esto, lo de los nombres de los personajes, responde a cosas diferentes en cada libro. Tiene que ver, siempre, con la posibilidad de la desindividualización, pero la búsqueda, en cada caso, es única para una u otra novela. No es lo mismo nombrar buscando señalar una característica de la historia que una característica del personaje, como tampoco nombrar buscando poner el dedo sobre el mundo interior o sobre el universo inmediato de un personaje. No me gusta, además, el uso de nombres propios, me parece una forma de rendirse a las posibilidades del lenguaje.
El otro día escuchaba una reflexión sobre cómo se enseña a escribir; si el arte o la música se estudian en instituciones reconocidas (facultades de bellas artes y conservatorios), la escritura no (lo primero que te dicen en Filología es que allí no vas a escribir). ¿Consideras que hay una falta de institucionalización o profesionalización en la enseñanza de la escritura?
Considero que no se debería buscar la institucionalización ni la profesionalización ni en la enseñanza de la escritura ni en la de las artes ni en la de la música. Tampoco, claro, estoy en contra de la universidad o de la educación, faltaría más. Estoy en contra de lo que pasa con la mecanización de lo que también y sobre todo debe ser una búsqueda íntima y constante, en mutación interminable. Basta con ver lo que ha sucedido en EU desde que todo se llenó de licenciaturas y maestrías y doctorados en escrituras: hay cientos de miles de libros correctos, pero cada vez es más difícil encontrar libros extraordinarios.
Virginia Woolf explicaba la necesidad de tener una habitación propia para escribir; en definitiva, hablaba más de tener un espacio tranquilo donde trabajar, además del tiempo y el sustento económico. ¿Cuáles son para ti las cosas más necesarias o imprescindibles para escribir?
Obviamente que lo que escribió Virginia Woolf es fundamental. Para lo es tanto como lo que sucede entre un escritor y un texto, quiero decir, que ahí también se genere un espacio singular y único, un espacio que crezca más y más, como una burbuja, y que se vaya convirtiendo en un lugar otro, en el que también se puede estar y en el que se puede y se debe pasar tanto tiempo como el que se pasa en la vida cotidiana de uno. Sin la aparición y el crecimiento de ese otro espacio, para mí la escritura no es posible.
Aunque hace pocos meses que salió Los vivos, imagino que ya estás enfrascado en algún que otro proyecto. ¿Qué planes tienes de momento para 2025 que podamos saber?
Hace años que tengo un libro refugio en el que paso el tiempo y al que me dedico de lleno entre novela y novela. Se trata de un libro de textos medianos que son mezcla de ensayo y relato. Ahí es donde estoy ahora mismo.