Mi amiga Laura, quien me acompañó a Sagunto, no creía que el nombre real de Elio Toffana fuera ‘Elio’. Elio es una voz del griego antiguo, Ἥλιος, que significa ‘Sol’. Y quizás la paradoja sea que este artista, original de Aluche (Madrid), lleva toda su vida alumbrado por los focos, brillando. Un nombre que guarda sus orígenes en el imaginario del mundo clásico, así como lo hacen también el Teatro romano de Sagunto y la inspiración de Pandataria.
Esta coincidencia conecta al espacio, a la persona y al motivo por el cual se realizó esta entrevista. Lo iréis viendo, pero las conexiones y momentos circulares son una de las constantes de este texto. Tanto por la vigencia del mensaje que lanza Chevi Muraday, y otro tanto, por el relato sobre experimentar en carnes lo que pudo ser un sueño de juventud. Un retorno a la isla Pandataria, pero también a un virginal miedo escénico perdido. Un reencuentro con las primeras veces.

Pandataria es un refugio de quienes creen en la belleza de lo marginal. Así como el teatro que llegaba a las ciudades para repartir cultura entre quienes no podían acceder de otros modos, como la barraca de Lorca o las tragedias de Sófocles. Y si queréis saber qué es para mí Pandataria, pues… Pandataria es un sí. Un diez de diez. No os la perdáis.
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Elio, hace cinco minutos seguías sobre el escenario. ¿Cómo te sientes exactamente ahora?
Un poquito cansado pero muy feliz, pleno. Hoy en concreto creo que ha sido una buena función, no hemos tenido ninguna cagada tocha. Y, sobre todo, muy contento de poder actuar en un espacio como este. Hace dos mil y pico años había gente contando historias bastante parecidas en este mismo teatro. Es como una magia, una poética… una energía guay.
¿Has dicho “no hemos tenido ninguna cagada grande”? ¿Significa que en las previas se ha escapado alguna?
¡Alguna ida de olla pequeña en algún momento! Son muchos textos, a veces tienes que refrescarlos o se te va. Esta obra implica un montón a nivel técnico: a veces un micro se pilla, se te despega, una luz va mal… Hoy ha salido todo bastante bien.
Me alegro. Fácil, sencillo. ¿Qué cuenta para ti la obra?
Para mí Pandataria es una metáfora de la sociedad en la que vivimos, que a su vez es transversal a todas las épocas. Es algo que ocurría hace dos mil años, pero que puede pasar ahora y que seguramente pase en otros dos mil. Es también una metáfora, yo creo, sobre todos aquellos lugares físicos o simbólicos en los que la gente es condenada por no encajar: ya sea por su identidad sexual, nivel económico, política, etc. Cualquiera de los ámbitos. Pandataria es la puta vida. Un señalamiento hacia los que te pueden marginar. Y, a su vez, hemos intentado representar también nuestro propio reflejo. Ponernos a todos frente un espejo y ver cómo podemos mejorar como personas.
¿Qué ha aportado Pandataria a tu crecimiento personal y como profesional?
Como intérprete, me ha permitido exponer un mensaje en el que creo. Es muy bonito contar algo con lo que están de acuerdo y eso no te lo dan todos los papeles, aunque sea igualmente interesante representar algo distinto a ti. Y luego, a nivel más técnico, yo no soy bailarín. Nunca había trabajado con una compañía de bailarines. Tampoco es que yo baile que gran cosa, eh, pero bailo más de lo que yo sabía. Que ya es bastante, yo soy un tronco de un árbol (risas).
¡Pero es que con el baile te has atrevido mucho! Mola. Es de lo que más me ha impactado. La danza es un elemento absolutamente protagonista durante toda la obra.
¡Muchas gracias! Hemos estado unos meses con estos chicos. Chevi Muraday es un coreógrafo increíble, tiene el Premio Nacional de Danza en España y veinte años de carrera. También los chicos con los que bailamos (Chus Western, Basem Nahnouh y La Merce) me han enseñado un montón.
¿Y qué tal la experiencia de desarrollar esa nueva faceta artística? Imagino que trabajar una coreografía así no es fácil.
No, para nada, ha sido duro. Hemos ensayado durante dos meses, casi tres, de lunes a sábado durante seis o siete horas al día. He perdido cinco kilos, una locura. Pero pillas otro tipo de resistencia también: fondo, elasticidad… otro tipo de cosas. Desde luego que han ocurrido momentos de tensión y de frustración, pero al final creo que hemos conseguido el objetivo.
Tú tienes un background en la actuación más allá de lo que es presencia escénica, conciertos y demás, ¿verdad? Me encantaría escucharte repasar un poco esa trayectoria tuya.
Estudié interpretación como carrera universitaria durante cinco años. Luego he hecho cosas de teatro pequeño, microteatro, y un montón de cursos en Londres, en Madrid –en mil lados–. Pero sobre todo empecé en el cine. Con mi primera peli ganamos tres premios Goya. A partir de ahí fue que empecé a estudiar teatro. Luego rodé otra peli, con Javier Bardem, y nos nominaron a otros cuatro Goya. Y bueno, tele, siete u ocho cositas o así.
¡Qué fuerte! Felicidades, no sabía de las dimensiones de todo esto. Por cómo lo cuentas casi pareciera que la música fuera el plan B que salió bien.
No creas, yo amo mucho la música. Son dos cosas distintas. Cada una me da un lenguaje y unos códigos particulares para poder expresarme y crear belleza, ¿sabes? Para crear arte.
Lo entiendo totalmente. Creo que los artistas muchas veces son irremediablemente multidisciplinares porque persiguen la máxima expresión, y eso conduce a explorar otros formatos. Oye, ¿y el juego de la puesta en escena? Hay un momento en el que parece que te caes, ¿no? O sea, la interacción de los cuerpos con el escenario, ¿eso cómo se prepara, cómo está pensado?
Chevi vino con una maqueta cuando me junté para cenar con él y Cayetana el día en el que me contaron que querían cantar conmigo. Imagínatelo, fue increíble, ¡llegaron con un teatro de juguete! Entonces ya estaba dibujado todo lo que ellos querían: ya estaba la isla, el mar y todo lo demás. Trajeron muñecos de estos, ¿cómo se llaman?
¿Playmobiles?
¡Los Playmobiles, eso es! Con los putos Playmobiles me explicaron y dibujaron toda la movida. ¡Increíble! Yo flipaba sin parar. Pero, claro, era importante hilar fino sobre el movimiento en Pandataria. He leído alguna crónica que decía que el movimiento y la puesta en escena eran sencillas o minimalistas. No sé hasta qué punto yo te diría algo así. El baile invade todo el espacio, no puedes introducir más elementos.
Es que siento que Pandataria es una propuesta muy alternativa a lo que conozco de ti. Como comentábamos, la relación tan estrecha con la danza, por ejemplo. ¿Tú habías trabajado algo que tuviera que ver tanto con coreografía tan fuerte?
No, nada, qué va.
Es que tiene tanto peso la coreografía que si empatizo contigo, pienso que me intimidaría un poco.
Bueno… En el teatro, cuando estudias la carrera, sí que estudias algo de movimiento.
O sea, habías estudiado la movilidad, pero no la habías explotado. ¿Por qué? ¿No habías sentido tanto interés previamente? O igual tú mismo habías dicho, mira, tengo muchas cosas, igual la danza en otro momento (risas).
Era una espina un poco clavada. Siempre había pensado que me hubiera gustado hacerlo porque, como no tenía ningún tipo de idea, sentía que me venía bien como actor. Una herramienta más para mí. Pero sí, claro, me daba vergüenza e igual estaba centrado en otras cosas, como dices tú. Eso sí, ahora que lo he pensado, me apetece seguir.
¿Te gustaría estudiar danza contemporánea? ¿O qué imaginas?
Sí, sería danza contemporánea, totalmente. Me encantaría que viniera alguien y me dijera, eh mira, aprende esto. No sé. Sería feliz si pudiera seguir trabajando y ganando experiencia. ¿Quizás meter algo en los shows? No sé, tampoco tengo pensado ningún proyecto a corto plazo.
Es que en el momento en el que estamos haciendo esta entrevista, estás a muy pocos días de marchar a México, ¿no?
Sí, en menos de veinte días. Me voy con DJ Swet y Dano a Colombia, Perú, México y Costa Rica. Luego Dano se va a Argentina y yo me vengo otra vez aquí para seguir con la obra.
¿Cuánto tiempo vas a estar girando con Pandataria?
Hasta el final del 2024.
¡Guau! ¡Es un montón entonces!
Sí. Tenemos como treinta y pico bolos ya cerrados, y la idea es hacer unos ochenta o así. A lo mejor también en teatros de Latinoamérica. Va a ser loco. Más o menos creo que estaremos durante un año y medio.
Con alguna experiencia previa vinculada a la interpretación, ¿habías tenido que hacer algún tipo de gira como esta? ¿Cómo te sientes con esto?
No. Ten en cuenta que esto es… Bueno, no es por tirarme flores, pero es que esto es como la Champions del teatro (risas). Literalmente. O sea, que no hay nada más grande en España que los teatros que estamos haciendo con los festivales de verano de Sagunto o Mérida, y los que nos quedan. ¡Y puedes imaginarte cómo estoy! Feliz.
¿Te ha vuelto a dar algún tipo de pánico escénico? Yo sé que tú esto lo tienes controlado, pero quizá al ser algo tan distinto…
Pues tía, ¡un poco sí! Porque arrancamos en Mérida, que es uno de los teatros más importantes del mundo. Tiene capacidad para cuatro mil personas. Que lo mismo había allí dos mil, pero es igual (risas). Es una locura, la verdad. Da mucho miedo. En ese momento, sobre todo, tiene que primar la concentración: estar muy atento a los compañeros, como si no existiera el público. Bueno, a ver, tienes que incluir al público inevitablemente porque se lo estás contando a ellos (risas). Pero concentrado.
¿Y cómo has visto al público? ¿Cómo ha reaccionado?
Creo que muy bien. Aquí no me he fijado tanto, pero en Mérida, por ejemplo, hubo peña que se piró. Sabemos que nuestro mensaje es muy potente y no todo el mundo tiene por qué coincidir. Aun así, el recibimiento y las primeras críticas están siendo muy positivas.
El aplauso ha sido muy largo aquí, habéis salido en tres ocasiones distintas a saludar y la mayoría de la gente se ha levantado. Es para estar muy orgulloso. Antes has mencionado a Okuda, y sé que él ha tenido que ver en parte de la dirección creativa de la obra. ¿Me cuentas un poco? Las máscaras que usáis parecen suyas. ¿El vestuario?
Sí, las máscaras son suyas, pero lo más importante de su participación quizá sea el tapiz. El vestuario es de Udal, que es un diseñador también colega de Chevi.
Yo desconocía que Okuda trabajara algo de indumentaria o de dirección de arte para teatro.
Udal sí tiene algo más de experiencia con esto, pero Okuda es la primera vez que lo hace. En el tapiz que te digo hay representada una estrella del caos, que si te das cuenta, realmente es el mismo dibujo que en las máscaras. La gente dice que el estilo de Okuda es muy luminoso y cool, pero a mí me parece súper oscuro, la verdad. Yo lo veo y me da miedo. Digo, tío, ¿este pibe qué tiene dentro? No me parece para nada tan solo lo que se ve en una primera lectura, creo que hay bastante más detrás.
Me gustaría que me explicaras un poco qué relación has tenido individualmente con el elenco y con Cayetana [Guillén Cuervo]. Has comentado off-the-record que era muy buena compañera. 
¡Puf! Cayetana. Cuando ves a alguien brillar tan fuerte solo puedes sentir admiración. Quiero ser como ella, me parece absolutamente increíble. Yo le digo que es una persona puente; la típica que une mazo de mundos diferentes, gente que no tiene nada que ver unos con otros y siempre para positivo, para crear algo guay para todos. Y si a eso le sumas la admiración que le tengo como artista…
Ella también es de una generación algo más anterior a la nuestra. Pero le encanta el rap, sale en un vídeo de Bobby y Peke, apoya mucho el movimiento. Y sí, creo que ve que nosotros también inspiramos a la peña y que tenemos un poco la misma filosofía. Tenemos que juntarnos y que haya cosas positivas para todos. Crear en sintonía.
Sí. Y hablando de rap, ¿tu intervención con el rapeo hacia el final de la obra, cómo se cocinó? ¿Cómo lo escribes? Porque me imagino que el resto del guion tuyo no es (risas).
No, la obra de teatro la ha escrito Laila Ripoll, que es una de las dramaturgas más potentes de España, está sin duda en el top five. Aunque también han retocado bastantes cosas Caye y Chevi. Con el rap intenté hacer algo no fuera muy explícito ni macarra, donde primase lo poético y lo artístico. Tienen mucho protagonismo las metáforas, pero es un texto que, como el guion, fue cambiando. Es más, fíjate si cambió todo, que había una escena al principio donde éramos dictadores. Estaban Mussolini, Franco, Hitler, y hablábamos entre nosotros. Un poco como en la escena hacia el final en la que aparecen Calígula, César, etc. De hecho, esta segunda deriva de la idea inicial de la primera. Se transformó la escena en una conversación en una sauna, como en unas termas.
La música de fondo es muy impactante también; abstracta y cinematográfica.
La persona que ha hecho la música se llama Mariano Marín. Siento que contextualiza perfectamente todo a través de los sonidos, pero casi no usa instrumentos. Muchas veces son sonidos ambiente que se grabaron arrastrando arena, chocando madera, o cosas así. Se han hecho artesanalmente. En mi rap también queríamos que no fuera un rap al uso, sino casi una especie de drum lead.
¿Cómo preparaste tu personaje? Porque realmente convergen varios a la vez.
Ha sido raro, porque son personajes un poco etéreos. El primero es el caos, el segundo es la justicia, el tercero es César Augusto y luego es un rap. Es complicado porque, cuando tienes que interpretar a alguien abstracto, ¿cómo te acercas ahí? ¿Qué imaginas al pensar en la justicia? ¿Cuál es la energía del caos? ¿Cómo lo interpretas? Realmente el personaje no existe. Tú nunca dejas de ser tú. El que crea el personaje es el público.
Hay dificultades para que determinada gente (y creo que esto tiene que ver con el mensaje de la obra) nos dé oportunidades o piensen que somos capaces de interpretar cosas que son distintas a lo que nosotros somos en la realidad. Es un pensamiento incrustado en la sociedad que un pijo puede interpretar todos los personajes del mundo, pero, ¿un pobre? No. Alguien que viene de la clase baja siempre está con su estigma, tronco. ¿Tú te crees que un pijo va a interpretar mejor que yo a Edipo Rey? O sea, ¿un pijo sin vida, y yo con todo lo que he vivido? ¿En serio él va a tener más herramientas para poder llevar a cabo este personaje? En absoluto.
De ahí la importancia de Pandataria. Porque da igual si se trata de un pobre, una negra, una puta o una persona trans. Siempre, siempre es lo mismo. Y aunque va cambiando, y es una pasada que se nos dé apoyo institucional o tengamos espacio en circuitos más formales, esa lacra sigue ahí. Por eso tenemos que seguir luchando.
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