La regulación de las emociones en público es un tema que trae cola. Si lo positivo está ampliamente aceptado (reírse en voz alta, salir a la calle a celebrar que tu equipo ha ganado, abrazarse y besarse), lo negativo no corre la misma suerte (llorar en público, ¡qué vergüenza!, piensan muchos todavía). Para cuestionar estos paradigmas sociales que nos oprimen, el fotógrafo Ayub El Kadmiri presenta su nuevo proyecto, Donde haga falta.
Todo empieza, como todo en esta vida, un día como cualquier otro. “Mientras observaba a una chica sentada en el metro, con la cabeza apoyada en el cristal y sollozando, se me ocurrió que ya era momento de hacer un pequeño tributo a todas esas personas a quienes el malestar les pilla mientras recorren el espacio público, o incluso a quienes todavía no se atreven a expresarlo”, nos comenta Ayub. “Donde haga falta nace de la necesidad de cuestionar eso, de recordar que la calle, el metro o la plaza son lugares donde también se puede llorar, frustrarse o, simplemente, ser sin esconderse”.
Para reivindicar esa expresión libre de prejuicios en el espacio público, que habitamos todos pero que, a veces, se rige por normas demasiado estrictas, Ayub decidió crear un personaje que encapsulara el amplio abanico de sentimientos que podemos llegar tener. “El payaso me parecía la mejor representación de esa vulnerabilidad callejera. Su rostro lo expresa todo sin necesidad de ver la emoción explícita”, nos explica. “También hay algo en el payaso que lo vuelve un extranjero en cualquier contexto: no pertenece del todo a ningún lugar pero tampoco desentona. Su presencia descoloca, genera una pausa en el entorno y eso permite que el mensaje llegue con más fuerza”.
Y así, con un maquillaje llamativo, una gorguera bien grande y unos zapatos a rombos que recuerdan a los arlequines, Ayub y ‘el payaso’ pararon por varios sitios de la ciudad, construyendo la historia de Donde haga falta. “Cada escenario cambia la manera en que percibimos la vulnerabilidad en público”, dice el fotógrafo. “El metro es un lugar de paso, impersonal, donde compartimos espacio pero rara vez conexión. Un parque es más abierto, pero también más expuesto. Un centro comercial es un sitio diseñado exclusivamente para el consumo”, nos aclara sobre el porqué de las localizaciones que ha elegido. “Me interesaba explorar esa tensión: la de sentirse a la vez dentro y fuera del espacio que se habita, la de querer desaparecer y, al mismo tiempo, dejar huella en él”, concluye.
Con este proyecto, Ayub espera que las personas se sientan más a gusto con vivir sus emociones en público, ya sean buenas o ‘malas’. “Al igual que la celebración, la vulnerabilidad también es válida para ser expresada”, reivindica. “Nos han enseñado que para llorar, para sentir pena, es mejor hacerlo en casa, en el espacio privado. Que lo público no hay que alterarlo, que hay que pasar por él como si no hubiéramos pasado. Pero yo no hablo de exponer el dolor para llamar la atención, sino de normalizarlo. De permitirnos vivir sin miedo ni culpa ante la mirada ajena o el juicio de los demás”. Y concluye, muy sabiamente: “Es una norma social que hemos construido, y por lo tanto, podemos cambiarla. Si podemos celebrar en las calles, también deberíamos poder llorar en ellas”.









