Nos recibe en la biblioteca de su estudio con puntualidad británica. Tiene poco tiempo pero nos atiende con suma amabilidad. Está concentrada con su equipo preparando un nuevo proyecto para un concurso público. La editorial Gustavo Gili acaba de presentar la monografía más completa que le han dedicado hasta el momento: Carme Pinós. Arquitecturas. En este volumen se recorren casi dos décadas de sus trabajos caracterizadas por la exploración de las formas y su integración en el paisaje y la ciudad, hasta su evolución personal hacia construcciones más contundentes y escultóricas que se integran perfectamente en el entorno, ya sea natural o urbano, con un claro compromiso por la calidad.
La trayectoria de Carme Pinós es sinónimo de excelencia y ha sido reconocida con importantes premios nacionales e internacionales, entre los que destaca la Creu de Sant Jordi otorgada recientemente por el gobierno catalán, el Premio Nacional de Arquitectura y Espacio Público de la Generalitat de Catalunya, el Primer Premio de la IX Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo y el Premio Nacional de Arquitectura del Consejo Superior de los Arquitectos de España. Su última aventura, diseñar una colección de objetos producidos y comercializados por su estudio que se pueden comprar online a precios asequibles.
¿Recuerdas cómo y cuándo decides dedicarte a la arquitectura?
Desde muy pequeña en mi ambiente familiar continuamente estábamos viendo casas. Mi padre tenía esa obsesión. Siempre viví con este amor a la arquitectura y a las obras. Teníamos una finca en el campo en la que trabajaba un picapedrero, todavía recuerdo su nombre: Alegre Alegre. Extraía piedras grandes de una montaña que transformaba en tochos para hacer las reformas. Mi padre se casó ya mayor. Soy hija de un señor que tenía 63 años. Era un personaje muy carismático que quiso decidir la profesión de sus tres hijos: el mayor arquitecto, yo química y el pequeño agrónomo. ¡Le salió todo al revés! (risas). Menos el pequeño, que sí ha sido agrónomo, mi hermano mayor decidió ser médico como mi padre. Por mi parte, como no concebía que en la familia no hubiera un arquitecto, decidí que el arquitecto sería yo, no me lo planteé nunca más. En aquel momento debía tener unos 13 años. Hice la carrera y aquí estoy.
¿Cómo recuerdas los años de estudio en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, en un momento político y social tan convulso?
Fueron años muy políticos donde predominaba un ambiente de izquierdas, siempre estábamos manifestándonos. El primer año la Escuela abrió en enero pero cerró de nuevo y seguimos estudiando en academias. Nos formábamos más como personas que como arquitectos. Leíamos mucho, íbamos a la Filmoteca todo el día, veíamos una película detrás de otra... La amistad entre los que cursamos la carrera era muy fuerte.
¿Cómo te ha ayudado esta formación de cariz humanística?
¡Mucho! Primero porque en la Escuela conocí a Enric Miralles y a todo el grupo con el que estudiábamos. Teníamos ansia por leer y para formar un espíritu crítico que todavía llevo conmigo. Leo todo lo que puedo, sobre todo ensayo para comprender la contemporaneidad, no tanto saber lo que se lleva o qué toca hacer, sino para entender porqué pasan las cosas.
¿Y lo llegas a entender?
¡Evidentemente no! (risas). Si lo comprendiera sería más fácil encontrar soluciones, y está clarísimo que soluciones se ven muy pocas…
En cambio, tú desde tu profesión sí propones soluciones y muy imaginativas…
Mi visión de la Arquitectura está muy ligada a mi consciencia social. Me preocupa mucho la ciudad y por eso siempre digo que hacer arquitectura es hacer ciudad, y hacer ciudad es situarse a pie de calle. No sólo me preocupa cómo los edificios generan el perfil de la ciudad, lo importante es cómo llegan al suelo, es decir, cómo te recibe el edificio y cómo te sientes cuando estás cerca. La arquitectura hace posible que cada movimiento sea una celebración. Cómo entramos en el edificio, cómo nos movemos en él, todo eso es pensar el edificio a escala humana. Si el edificio es noble y la entrada es bonita, eres consciente de que estás entrando en él. Yo intento buscar esto.
Me llama mucho la atención que hables de la memoria de la arquitectura. Explícamelo.
¡Sí! Al igual que el lenguaje, la ciudad también tiene memoria. Sabemos que una catedral representa la creencia de todo un pueblo. ¡Y eso es sagrado porque recoge el paso de mucha gente que ya no está!, es la suma de muchos esfuerzos. No podemos hacer tabula rasa y arrasarlo todo. La memoria de la arquitectura son los trazos de todo lo que le precede. Una vez dije, “no se mira, se piensa”. Yo no miro con los ojos sino que miro con el pensamiento. La memoria que tienen las cosas condiciona como las vemos. Fíjate, a veces ves un dibujo y no entiendes nada hasta que encuentras una pista y dices, “¡ah si esto es una rodilla!” y en el momento que has entendido que es una rodilla, que quiere decir que tienes la memoria de todo el cuerpo, lo ves completamente distinto. Lo mismo pasa en la arquitectura. Tenemos que ser respetuosos con la Historia y su significado.
¿Existe un paralelismo entre el ritual que seguimos en un edificio y su memoria?
¡Por supuesto! En el momento en que eres consciente de lo que representan las cosas, las vives de otra manera. Entiendo por ritual la celebración, la repetición de algo como si fuera siempre la primera vez, de manera consciente. Y esto siempre es una celebración, ¿no? Cada año celebras tu cumpleaños, pero cada vez es distinto, como un día único. La arquitectura, que es el ámbito en el que pasan las cosas, te invita a la celebración.
Tu concepción de la arquitectura es eminentemente social. Esencialmente te has dedicado a la obra pública. ¿Ha sido voluntario?
¡Sí! Me fascina hacer ciudad, me fascinan los espacios públicos. Y sólo se llega a la obra pública haciendo concursos. Podría haber accedido a los encargos de otra manera, codeándome con ciertas clases sociales, pero yo no lo he hecho. En México estoy haciendo casas privadas para unos clientes y estoy encantada, pero a mí lo que me fascina es el espacio público. ¡Ahora tengo el gran privilegio de estar haciendo la Plaza de la Gardunya!
¿Cómo has concebido esta intervención tan esperada?
¡El proyecto estuvo parado un tiempo y ahora ya no hay quien lo pare! En la época del alcalde Porcioles en este solar se proyectó un edificio monstruoso como el de las oficinas del Ayuntamiento detrás de la Plaza Sant Jaume. Por suerte se hizo un parking que tenía una concesión por muchos años y era muy caro expropiarlo. Cuando prácticamente terminaba la concesión, el ayuntamiento tuvo el coraje de rescindir el contrato y hacer un concurso que gané yo hace casi 8 años. Ahora estamos acabando la reforma del mercado de la Boqueria y Plaça de la Gardunya, pronto empezamos la Escola Massana y seguimos con las viviendas a finales de año. Son tres proyectos muy distintos que no podían ser tratados por igual. No he querido romper con la estructura urbana del casco antiguo, ni tampoco he querido hacer una plaza como la Plaça Reial en la que todas las fachadas son iguales. La Plaça Reial fue una intervención llevada a cabo por la burguesía de la época con el objetivo de disponer de su propio espacio en la ciudad amurallada. El Raval, donde está la Plaça de la Gardunya, es un collage de muchas clases sociales y por ello he querido que la intervención sea un reflejo de esta realidad formada por distintos grupos que se entrelazan.
Hablas de una escuela, un mercado y un edificio de viviendas. Una vez más estás haciendo ciudad…
¡Es ciudad! Por eso he querido coser esta parte Barcelona. Me fijé en el casco viejo donde los espacios públicos son casi los negativos de los edificios. Las plazas no son como la Plaça Reial, que es una intervención geométrica impuesta, sino que son pequeñas plazas que salen de espacios residuales, anecdóticos. Yo quise que la Gardunya fuera como un tejido de pequeños espacios que se iban articulando. Los edificios hacen gestos porque entre la Plaça del Doctor Fleming y la Plaça de la Gardunya voy encadenando pequeños espacios públicos. Las viviendas tienen una “pata” que se adentra en la plaza y da continuidad al pasaje del mercado. He creado una zona más íntima en la que pondremos árboles que no pueden ser muy altos, todo a pequeña escala. Así, una mitad de la plaza estará llena de árboles y la otra mitad, la que mira a la fachada de la Massana, no tendrá árboles para que la visión de la escuela sea más fuerte con el fin de darle todo el carácter institucional, emblemático y escultórico que tiene este edificio.
De tu obra me fascina tu tendencia a no cerrar los espacios…
Siempre he tenido la obsesión de no sentirme acorralada y por eso nunca camino cerca de una pared, busco grietas que me permiten escapar en los interiores. En los exteriores intento crear espacios propios de la arquitectura mediterránea, como el umbráculo, espacios que no son ni dentro ni fuera. Llàtzer Moix dijo algo muy bonito: “Entrar saliendo, ese es el objetivo”. Intento que en el interior de los edificios la gente no tenga conciencia de que está encerrada sino que entre en otro mundo. Y este otro mundo lo da la luz natural.
¿Y esto que nos dice de ti?
(Silencio) Bueno, seguramente dice de mí que no me dejo atrapar… (risas). Necesito sentirme libre. Algunas universidades extranjeras me han propuesto optar a cátedras y las he rechazado. Tomo cada proyecto como una nueva aventura que no sé a dónde me llevará. Siempre digo que lo que tengo claro es lo que no quiero, pero lo que quiero lo voy descubriendo poco a poco. Cuando tienes demasiado claro lo que quieres, pronto llegas al sitio y ahí te quedas. Hay una frase de Coderch que me encanta: “Yo camino, y cuando huelo a mierda, me separo”. Es un poco así.
Debes sentirte muy libre…
Me siento todo lo libre que puedo ser. Alguna vez he escrito que la responsabilidad, en contra de lo que parece, nos hace libres. Cuando hemos cumplido con lo que creemos que tenemos que hacer los caminos son infinitos. Precisamente, el hecho de conocer nuestra responsabilidad y cumplir con ella nos deja libres de cargas. Cuando no sabemos cuál es nuestra responsabilidad y estamos llenos de temores e inseguridades, todo se hace muy pequeño y angustioso. Cuando estamos seguros de saber que lo que se nos pide, lo cumplimos, y los caminos son infinitos.
Tengo la impresión de que reflexionas mucho sobre cada proyecto. ¿Es así?
Como te he dicho, en cualquier proyecto lo primero que sé es lo que no quiero. Después me cuestiono si quiero integrar o potenciar una perspectiva, o quizás, sin querer, taparla. ¿Quiero hacerla eje de todo el proyecto? Lo voy descubriendo… Ahora doy clases en l’Ecole Nationale Supérieure d'Architecture de Paris-Malaquais, y a mis alumnos les doy tres lugares a escoger en el programa y así pueden reflexionar sobre la ciudad, qué significa ese sitio, porqué escogen uno y no otro, y de este modo empiezan a tener conciencia de ciudad.
¿La conciencia de ciudad se tiene por experiencia? ¿Es importante para ti pisar la calle?
¡Absolutamente! En la Gardunya pasé, junto con mis colaboradores, mucho tiempo sentada en el bar RA viendo cómo la gente pasaba, cómo la gente sentía el barrio. De todas maneras te estoy hablando de hace 8 años y todo ha cambiado mucho... Hago arquitectura con la observación de los movimientos de la gente, de sus rituales…
¿Observar el ser humano te ayuda a comprenderlo mejor?
¡Evidente! Leo mucho sobre la contemporaneidad. Ahora he descubierto al filósofo coreano Byung-Chul Han y ya me he leído sus cuatro libros…
¿Qué te ha descubierto?
Su espíritu crítico. Cuando habla de que estamos en la era del positivismo, utiliza una expresión que yo también uso: “Esto es pornográfico”. Han habla de la exhibición de la intimidad. Muchas veces me han pedido publicar mi casa en revistas y me he negado. No comparto esta exhibición de lo privado. Yo hago público mi pensamiento y mi responsabilidad que es hacer espacio público. Y si mi pensamiento puede decir algo a la gente, lo digo, no tengo vergüenza de decir lo que pienso.
Tengo la impresión de que en los últimos años Barcelona ha apostado por hacer arquitectura-espectáculo y se ha roto con la tradición de crear ciudad. ¿Estás de acuerdo?
No, precisamente Barcelona es conocida en todo el mundo por su conciencia de espacio público. Es cierto que hay algunos casos que me enfadan como, por ejemplo, cuando me piden no poner bancos para evitar que indigentes duerman y que eso implique que las familias no se puedan sentar a ver jugar a sus hijos. Existe un boicot al espacio público y al uso que hacen de él los “sin techo”. ¡En algún sitio tienen que estar! Pero, de todas maneras, creo que Barcelona continúa con su tradición de generar espacios públicos. La Boqueria es un ejemplo y la Diagonal, con el ensanchamiento de las aceras, otro.
¿Eres crítica con el modelo de ciudad expuesta al turismo?
¡Ah, eso sí! Aunque hay cosas buenas y malas. Yo he vivido en la Diagonal toda mi vida, y… ¡era una carretera! Te explicaré una anécdota bastante simpática: hace un tiempo un extranjero me preguntó por un número de la calle Balmes y yo le contesté, “está más abajo”. Y me dice: “¿Pasada la carretera?” (risas). ¡Evidente! Para el extranjero que acaba de llegar, aquello no era una calle, era una carretera. Y en este sentido, ¡ahora es un paseo! Yo no iba nunca en transporte público. Desde que se puede pasear por la Diagonal voy en metro. Con la ampliación de las aceras, tengo la sensación de que hay más sol. Yo soy crítica con este turismo masivo que ha destrozado la Boquería. ¡Se ha convertido en un lugar de degustación de fruta! Cuando estaba casada iba cada sábado a comprar, ahora van grupos de turistas a hacerse la foto con un guía. Esto no debería permitirse. Es una pena, pero el barcelonés a la mínima se vende al mejor postor. Y los demás, nos retiramos, en vez de protestar… ¡La Rambla de las Flores es patética! Cuando bajo por las Ramblas lo hago por el lateral, no quiero ver lo que hay dentro… Venden camisetas del Barça, es penoso y tristísimo. Creo que el Ayuntamiento debería vetarlo. Que suba el turismo a comprar a la Diagonal me parece bien. Yo también voy de compras en París. ¿Porqué los de París no pueden venir de compras aquí? La masificación y la incivilización del turismo es lo que tenemos que frenar.
Una obra tuya reciente en España es el edificio CaixaForum de Zaragoza. ¿Qué relación mantienes con el edificio?
Voy a todas las inauguraciones, a cuidar “el nen” como yo digo. Ha sido un éxito de público. En menos de medio año lo han visitado más de 300.000 personas. La gente que está a su cargo está muy contenta, lo miman muchísimo. Su valor escultural se explica porque está en medio de un parque. Hoy en día, un museo pide espacios neutros para exposiciones itinerantes en los que la luz se controla artificialmente. En mi obsesión por hacer ciudad, decidí “colgar” las dos salas de exposiciones para liberar el edificio hacia el jardín. La crisis se ha llevado por delante el parque que habíamos previsto, pero ya se hará. ¡Desde luego, aquel descampado no puede quedar así!
¿Para ti es muy importante integrar el edificio en su entorno?
Eso es un incondicional de toda mi arquitectura. El nivel del suelo debe ser acogedor. Detesto encontrar muros que te excluyen al andar. Es sagradísimo. Cuando los edificios, por más bonitos o escultóricos que sean, se estrellan contra el suelo sin tener en cuenta al viandante, a mí no me interesan.
¿Todo esto ayuda a que el usuario se lo apropie?
¡Claro! El CaixaForum es muy emblemático, parece muy espectacular, pero la gente lo ha asimilado de una forma increíble. ¡Es que está pensado para el ciudadano! El hecho de que por la noche se ilumine responde a mi voluntad de darle un carácter festivo porque pienso que eso es lo que tiene que ser ir a ver una exposición al CaixaForum. Yo lo ilustro con esta luz y con esta presencia más emblemática.
Eso no tiene mucho que ver con la arquitectura-espectáculo que vemos en Dubai o en Doha...
Si te digo la verdad, no le presto mucha atención. Olvido deprisa las cosas feas, que no me gustan o que no comparto lo que representan. En cambio, cuando encuentro algo que admiro, no paro de mirarlo.
¿Se vive mejor así?
Vivo concentrada en lo que pienso que toca hacer. La vida dura muy poco y si empiezas a perder el tiempo, no te queda nada…
¿Quién es el arquitecto que más admiras?
Le Corbusier, es increíble… Se reinventa sin traicionar nada. Después de la II Guerra Mundial todo estaba arrasado y había gran necesidad de vivienda social, de devolver la dignidad a la gente que había sufrido tanto. La obsesión de Le Corbusier -que era una obsesión de la época- fue hacer las ciudades con luz, con sol… Seguramente, esas ciudades bombardeadas se querían dignificar y, aunque en algún caso se hiciera tabula rasa, en mi opinión, es en ese contexto que hay que entenderlo. ¡Es impresionante “el Corbu”! Un gran plástico y un gran arquitecto del espacio y su funcionamiento. Si visitas los edificios que proyectó en la Ciudad Universitaria en París, la Casa de Brasil o la de Suiza, verás que están impecables y funcionan a la perfección. Han pasado los años y, sin ser conservados como si fueran una reliquia, siguen totalmente adaptados a la vida porque Le Corbusier entendía muy bien el espacio.
Volvamos al ámbito académico. ¿Qué te aportan personalmente las visitas a universidades extranjeras?
¡Mucho! No sólo por experiencia con los alumnos, sino por la posibilidad de sumergirte en una cultura distinta… Ahora doy clases cada lunes en París y ya digo que soy parisina… París me es próximo, ¡¡me encanta!!
¿Cómo te aproximas al alumno?
Siempre pienso que cada alumno es un Le Corbusier en potencia. Para mí, lo más importante en un profesor es su capacidad para que el alumno coja confianza en sí mismo a la vez que sepa ser crítico con lo que hace. Como dije antes, en el momento en que conoces tu responsabilidad, la asumes y respondes a ella, tienes muchas posibilidades de hacer cosas y te sientes seguro. Eso es lo que le enseño al alumno: saber cual es su responsabilidad, a qué debe atender, comprender el programa, saber interpretarlo y saber cuantas posibilidades le da. Los escucho mucho, los valoro, y si me enfado, no lo expreso. Para que un alumno aprenda es vital hacer que vaya creciendo. Siempre les digo: el mejor profesor es uno mismo.
Precisamente es Han quién dice que nuestro mundo ha destruido el silencio que necesitamos para reflexionar…
Uno tiene que saber interrogarse, ser crítico con uno mismo para ir creciendo. Pero al mismo tiempo, uno tiene que confiar en que tiene todas las armas para ello. La cuestión no es: “No sé si podré”. ¡Mal! La cuestión es: “No se cómo tengo que hacerlo”. Y para ello debemos mirar lo que está fuera de nosotros, dejar que nuestra intuición nos guíe. Dejar atrás esta cultura del narcisismo, del individualismo y del concepto de éxito. Tenemos que ser más universales. Si te cuestionas todo el rato a ti mismo tienes muchos números para la frustración. Si te concentras en lo que hay fuera, creces en el proceso, estás atento, tomas decisiones, escuchas al otro que te da una pista y ¡para allá voy!. La responsabilidad nos hace ir más allá de nosotros mismos.
¿Esta decisión tiene que ver con la aventura que inicias en 2012: OBJECTS by Estudio Carme Pinós?
Esto nació como un “divertimento”, por salud mental. Paso muchas horas en aeropuertos y hoteles y dibujo cosas. Tenía tantas que me dije, ¡voy a hacerlas! Doy soluciones sencillas a los problemas que tenemos en las casas, aunque me pongo límites. Son muebles fabricados con chapa doblada. No hay artesanía porque no la podría pagar. La mano de obra es mínima. Contamos con una máquina que dobla y corta, un pintor, y la madera cortada sin manipular. No estoy en contra del mueble icono. Al contrario, me encanta. Fíjate en estas sillas de Eames, la mesa original de “Corbu” de vidrio…. Pero yo quería jugar a otro juego en el que el usuario fuese el protagonista del resultado final, y por un precio asequible. La vedad es que tendría que dedicarme un poco más a Objects. Tengo muchos dibujos en las libretas, diseños que no he producido esperando que la arquitectura me deje más tiempo.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
Estamos haciendo un crematorio en la parte superior de la capilla del cementerio de Igualada. Dialogo con los lucernarios de la capilla que están en la parte alta, pero no he querido interferir. El cementerio tiene una atmósfera magnífica, ha envejecido muy bien, es romántico… Me encanta. Es como lo habíamos planteado con Enric. Algo que está insertado en la naturaleza y que el tiempo va cosiendo lentamente…
¿Qué relación tienes con la muerte?
Esto nos tomaría mucho tiempo… Creo que nuestra cultura ignora demasiado la muerte. Tenemos que perderle el miedo. Como dicen los gitanos: la muerte no puede ser mala porque es natural. Lo que pasa es que es incomprensible. La vida se puede celebrar y disfrutar, pero se puede entender. La vida es vida porque hay muerte. No nos hagamos preguntas, porque no hay respuestas.
¿Cómo definirías nuestro tiempo?
De huida hacia delante. Hemos montado un tinglado que no hay quien lo aguante. Estamos como en la peor época de la Edad Media, cuando el señor del castillo subyugaba a todos los de abajo y no existían los conceptos de nobleza, justicia y dignidad. Imperaba la ley del más fuerte y punto. Estamos igual. Nos hemos cargado todos los valores y vivimos bajo una hipocresía y manipulación total enmascarada con el velo de la democracia. Pero si bien antes se sabía quién era el señor del castillo, ahora no lo sabemos. Existen unos paraísos fiscales intolerables. ¿Por qué demonios no legalizan la prostitución? ¿Por qué una prostituta no puede tener seguridad social? ¡Que la gente haga de su cuerpo lo que le de la gana! Pero que paguen impuestos los que lo utilizan. Lo único que fomenta toda esta hipocresía son las mafias, que tienen todo el dinero en paraísos fiscales… Los ricos cada vez son más ricos y los pobres más pobres. No soy pesimista respecto al ser humano porque creo que cada uno tiene una gran potencia que, si das una oportunidad, emerge; pero soy muy pesimista con el sistema. Ahora bien, ¿cómo saldremos de esta? No tengo ni idea…
¿Y a nivel personal, cómo te las arreglas? ¿Escapándote a Mallorca, dibujando objetos?
No, me las arreglo aquí, trabajando con la complicidad que tengo con toda mi gente. Me las arreglo avanzando en cada proyecto como si fuera un juego responsable. Adoro Mallorca, pero la gasolina la tengo aquí. Allí tengo otras cosas, pero la gasolina la tengo aquí.
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