Branu nos lleva a la calma de los veranos infinitos, sin prisas, cuando la vida se detiene y solo se disfruta. Cuando las tardes se alargan, las historias se acumulan y la asfixia castellana se apaga ante la ilusión de los proyectos que comienzan.
“Branu es un conjunto de ideas que parte de una sensación: los veranos en el pueblo. Queríamos hacer referencia al lugar de donde proviene esta artesanía, el antiguo Reino de León, e hicimos uso de su lengua romance, el llionés, que al igual que la artesanía del mimbre se está perdiendo. Branu significa ‘verano’ en leonés”, nos cuenta uno de sus fundadores. Esos veranos en el pueblo de Villoruela (Salamanca) fueron la inspiración de Cristian Herrera Dalmau y Javier Rodríguez –artista y creativo publicitario– para recuperar este material típico de la región muy demandado durante los años 70 y 80 gracias a sus laboriosos artesanos, que favorecieron el despegue económico del pueblo.
Javier lamentaba que este arte centenario se fuera diluyendo, tal y como ocurriera con otros tantos oficios locales, principalmente porque la producción venía de fuera. Un motivo suficiente para dar un paso más y recuperar sus raíces familiares –Javier desciende de artesanos–, proponiéndose continuar con el negocio familiar que cerró su abuelo en los 80, a la vez que rescataba aquellas historias desaparecidas con el tiempo. “Vamos muy enfocados a lo nuevo, lo diferente. A esas cosas que siempre han estado y no hemos valorado como debíamos”, afirma.
La originalidad de Branu se encuentra en la actualización de un material tan bucólico como el mimbre, que es tejido ahora sobre una estructura inesperada, pues ya no se trata de la clásica madera sino de un soporte de acero tubular acabado en blanco o negro que contrasta con la calidez de este añorado material en unas piezas sencillas, contundentes y atemporales.
Actualmente, la historia continúa y ya han comenzado a producir sus primeras series de piezas fabricadas a caballo entre Barcelona (donde residen) y Villoruela. “Esta marca no tiene sentido si no producimos en mi pueblo. Queremos contar una historia con estas piezas, cada pieza es ligeramente diferente porque se tejen a mano. Han pasado por las manos de mis vecinos y poder enseñarlas diciendo, ‘esto es lo que se hace allí’ no tiene precio”, nos cuenta Javier.
Antes que nada, ¿cómo surge este proyecto?
Llevaba tiempo buscando realizar un proyecto que implicara fabricar algo, realizar un tangible y, durante unas vacaciones en Salamanca en casa de mis padres, se me ocurrió ir a mi pueblo materno a ver a los artesanos. Me estuvieron enseñando lo que hacían y era lo que se había hecho toda la vida: estructuras de madera y tejido de mimbre. Un hermano de mi abuela, que también trabajó el mimbre en su día, me comentó que el problema de las sillas era que, aunque el mimbre es muy duradero, la madera de los bastidores se estropea con el paso del tiempo. Así que pensé que había que buscar una nueva estructura. Al volver a Barcelona le conté a una amiga lo que se hacía en mi pueblo y que quería hacer algo con metal y mimbre. A ella le entusiasmó la idea y me presentó a Cristian. Así empezamos.
¿Villoruela es al mimbre lo que Ubrique a la piel?
Hasta hace unos años sí, pero Cuenca ha sobrevivido mejor. El problema es que es un oficio que no se puede mecanizar, es puramente manual y poco escalable. Además, es un trabajo duro y las nuevas generaciones no sienten interés.
¿Cómo es el tratamiento artesanal para tejer el mimbre?
Comienza el día antes de ponerse a tejer. El artesano calcula cuánto mimbre necesitará al día siguiente y lo deja ablandando durante toda la noche en agua templada. Es un proceso que requiere mucho esfuerzo por parte del artesano; aunque el mimbre esté blando, hay que hacer mucha fuerza para darle forma y que quede tenso.
Igual que ocurriera en los 70 y 80, ¿por qué crees que se ha producido la fiebre decorativa por materiales de fibras naturales como el ratán, el esparto o el mimbre?
Las fibras naturales nos devuelven a nuestros orígenes primitivos, nos conectan con la naturaleza y aportan un contrapunto de calidez en la era tecnológica en la que vivimos. Diría que es algo innato y sano tanto para el medio como para nosotros.
¿Qué posibilidades encuentras a la hora de trabajar con mimbre? ¿Envejece bien o requiere algún cuidado especial?
En primer lugar, es un material de procesado natural. Simplemente se corta, se deja secar y se pela. Es maleable y esto permite jugar con diferentes formas. En el Poni o el Llaüt, el mimbre funciona como recubrimiento bidimensional, sigue un plano y se adapta a él. Para la Merienda, generamos un volumen aprovechando las capacidades estructurales del material.
Utilizamos mimbre cultivado en la zona, de una variedad mucho más densa a la que se utilizan en la artesanía asiática, y afirmamos sin miedo que es un material de larga durabilidad. Simplemente hay que conservarlo en un lugar seco y protegido, como cualquier material orgánico.
Las estructuras metálicas en blanco o negro le dan ese punto de modernidad a las piezas. ¿Le dedicáis mucho a la experimentación? ¿Cómo llegáis a esta mezcla de materiales?
Estuvimos casi dos años experimentando en el taller de Cristian, fabricando estructuras y mandándolas a Villoruela para que tejieran el mimbre, hablando con los artesanos sobre qué se puede hacer y qué no. Fue cuestión de tiempo e insistencia que acabásemos entendiéndonos. Ahora que hemos empezado a producir las estructuras en serie, estamos experimentando con diferentes materiales naturales y técnicas. La verdad es que no nos aburrimos y nos encanta seguir aprendiendo.
Las estructuras de acero son piezas independientes, soldadas en su totalidad y sin un solo tornillo. Esto resuelve que jamás se desvencije la estructura. Pero el protagonista es, principalmente, la fibra natural, que se presenta en crudo, tal como es.
Las siluetas como Llaüt nos dan una idea de la simplicidad que marca la esencia de Branu. ¿Tenéis alguna influencia o referencias de diseño?
El diseño de las piezas corre a cuenta de Cristian, pero sí coincidimos en buscar formas esenciales, atractivas y modernas. El lenguaje básico con que Cristian ha resuelto la estructura de acero permite llevar el mimbre a un estado más abstracto y generar un contexto o diálogo entre piezas. La colección se fue puliendo durante los dos primeros años de experimentación en el taller de Cristian.
En el catálogo vemos cuatro piezas muy especiales: una silla, una butaca, un chaise longue y un taburete. ¿Ampliaréis la colección?
Ahora mismo estamos centrados en la producción de las piezas que tenemos prototipadas pero estamos planteando nuevas opciones de acabado para el metal y las fibras naturales. Más adelante nos gustaría experimentar con iluminación y colaborar con artistas y artesanos que quieran involucrarse en el proyecto.
¿Dónde podemos encontrar vuestras piezas?
De momento solo online, pero estamos valorando empezar a vender en tienda y así poder exponer el producto físicamente. También se puede visitar el estudio de Cristian para ver los prototipos personalmente.