Ariadna Parreu es artista, docente, investigadora y persona normal. En 2010 defendía su metodología creativa a partir del análisis de una pizza congelada, en base a su perímetro y la proximidad de éste al círculo perfecto. A día de hoy coordina el programa MACBA en Familia e imparte clases de Historia del Arte y Teoría de la Imagen al margen del discurso propio de un historiador o un teólogo. Hemos querido saber más entorno a la situación de la escena artística emergente, los japoneses que construyen ascensores a la Luna y por qué “la sociedad es materia”.
Hola Ariadna, tu obra se caracteriza por investigar y teorizar en torno a cosas cotidianas, ¿siempre ha sido así o te inspiró la pizza Buitoni?
Creo que todos sentimos algún tipo de atracción hacía los objetos, y hacia los cotidianos también. Si te quedas un rato observando ese martillo dejará de ser martillo y será algo, y su forma te seduce porque sí, no por su función. Entonces te preguntas por qué se ha llegado a esa forma, a ese material, de dónde se obtiene, quién lo ha fabricado, qué entraña ese pequeño trozo de material… Y así llegas al origen de los tiempos. Es como repetir hasta la saciedad el nombre de algo – que esa es otra: por qué ese nombre – y de repente ya no lo reconoces, es extraño y muy seductor, como el ‘monja/jamón/monja’.
Evidentemente la pizza es una fuente inagotable de inspiración, aunque la idea llegó después de observar y conocer el proceso de fabricación de las barritas de pescado. Me lancé a la pizza no solo por ser un símbolo con diferentes capas históricas, geográficas y temporales sino porque tiene más ingredientes, es más estética.
Buitoni fue la elegida porque están más buenas que otras marcas pero básicamente porque fue la única que se entrevistó conmigo para explicarme su proceso de trabajo y su laboratorio de investigación, las otras no querían revelar sus secretos, rollo Coca-Cola.
Evidentemente la pizza es una fuente inagotable de inspiración, aunque la idea llegó después de observar y conocer el proceso de fabricación de las barritas de pescado. Me lancé a la pizza no solo por ser un símbolo con diferentes capas históricas, geográficas y temporales sino porque tiene más ingredientes, es más estética.
Buitoni fue la elegida porque están más buenas que otras marcas pero básicamente porque fue la única que se entrevistó conmigo para explicarme su proceso de trabajo y su laboratorio de investigación, las otras no querían revelar sus secretos, rollo Coca-Cola.
¿Algún otro objeto que te haya confesado sus secretos?
En uno de mis últimos trabajos, por ejemplo, parto de los dildos de diseño actuales para narrar toda su genealogía. Desde el origen del consolador en el siglo XIX – y marco aquí ese cambio de denominación –, pasando por la anatomía aplastante de los vibradores del los años 70 para llegar a estos objetos ergonómicos tan cuques que podemos ver hoy en cualquier tienda erótica. A través de este objeto se narra la opresión de la mujer, la historia de los materiales, las implicaciones capitalistas y bélicas de la ergonomía, la noción de belleza y sus connotaciones sociales con la disolución de las formas; así como la disolución de los horarios e incluso del mal, como esa falsa dicotomía entre Clinton o Trump, pero aquí lo que fallan son las formas.
¿Cuál es la función del artista que habla de lo cotidiano tratándose de una experiencia procesada por toda la sociedad? ¿Qué crees que la sociedad espera del arte?
Pues eso mismo, pararse a recapacitar el porqué eso está allí, por qué su uso, nombre, forma, color, material y precio. A través de este viaje se revela otra historia, porque no solo hay una, hay muchas y conocerlas es crucial para entender todas las relaciones que se establecen entre uno y todo lo demás: la pizza, tu vecina, el Papa y el agujero de la capa de ozono. Porque el relato lo formamos todas y todo, no es épico ni pertenece a nadie.
Y referente a lo que la sociedad espera del arte, yo creo que nada… O eso espero.
En algunas de tus conferencias hablas sobre la recíproca necesidad entre el arte y la ciencia, ¿crees que hay una fórmula matemática para hacer ‘buen arte’?
Claro, por eso traduje el proceso de crecimiento de un experimento de maíz transgénico del CESID en una fórmula matemática para la creación, así a secas. Era, con toda mi mala intención, una memez en forma científica, me interesa muchísimo la hibridación de disciplinas. El arte es una hibridación en sí mismo capaz de inmiscuirse en cualquier campo, desde la antropología, las matemáticas, el deporte o la agricultura. La ciencia ha adoptado unos parámetros de supuesta objetividad y veracidad que no pueden ser cuestionados, la subjetividad y relatividad del arte nos acercan a otro tipo de conocimiento que no cierra sino que encaja. Por eso me interesa tanto esta relación, aunque muy a menudo es unidireccional, siendo el artista el que infecta un laboratorio y no el científico quien acampa en un taller de arte. Pero bueno, infectar también mola.
Estuviste dos años como artista residente en el centro de producción Hangar (2012-2014), ¿ha influenciado en tu actual actividad como profesora de historia del arte y teoría de la imagen?
Bueno, estar en Hangar te da espacio y medios de trabajo, también contactos y visibilidad, pero sobre todo colegas y amigos que están muy cerca y eso sí influye. En mi actividad docente han influenciado mucho, además de mis estudios, de dónde provengo – mis padres también fueron profesores y creo que los he mezclado a los dos: la investigación y cinismo con el amor – y cómo me planteo las cosas, que es de forma distinta a un discurso propio de la historiografía y la teoría. Me acerco a ‘las cosas’, a los temas, pinturas, tapices o ‘whatever’, de una manera más macarra: sesgando de otra manera el relato, pretendiendo no perder el rigor académico pero reinterpretando el tema desde mi perspectiva de artista, de mujer, de precaria, de ‘viejoven’.
“No es lo mismo llevar una chaqueta de piel que de polipiel, extensiones de pelo artificial que de alguna chica india, comer con tus manos, en un plato de plástico o en porcelana.”
¿Qué opinas sobre la situación de la educación artística actual? ¿Crees que es comprensible que muchos jóvenes se planteen mudarse a países nórdicos para desarrollar proyectos y estudios más experimentales?
Aunque parezca extraño, creo que mi opinión no es muy válida acerca de la situación de la educación artística en Barcelona. Dejé hace mucho la universidad de Bellas Artes y también por suerte pude realizar un Erasmus en Berlín donde los métodos son muy distintos, desde mi punto de vista, más coherentes. Sé que se están promoviendo nuevas maneras y visiones, sobre todo desde escuelas de diseño, y esto me flipa muchísimo, porque volvemos al origen de las ‘cosas’. También es cierto que hay poca oferta fuera de la escuela, y eso si lo veo como un handicap.
El tejido artístico, de Barcelona en concreto y del resto de España en general, es muy bueno pero está inmerso en la precariedad, en el olvido institucional, comercial y mediático. De hecho no sé hasta qué punto eso es bueno o malo, pero sí que es cierto que te aboca a la pobreza y no, no se vive ‘por amor al arte’. Se vive de cuatro euros para pagar el piso cutre y comer; y beber también, pero eso nos lo arreglan estas empresas de cerveza que están en todas las inauguraciones.
Los artistas, así como otros profesionales dedicados a la investigación, si quieren vivir de ello – y vivirlo, no arrastrarlo como un lastre – siempre se han tenido que ir. No es de hace cuatro años, eso ha sido siempre así en España, y en los países nórdicos y fríos hay más salidas, pero tampoco no es nada fácil.
El tejido artístico, de Barcelona en concreto y del resto de España en general, es muy bueno pero está inmerso en la precariedad, en el olvido institucional, comercial y mediático. De hecho no sé hasta qué punto eso es bueno o malo, pero sí que es cierto que te aboca a la pobreza y no, no se vive ‘por amor al arte’. Se vive de cuatro euros para pagar el piso cutre y comer; y beber también, pero eso nos lo arreglan estas empresas de cerveza que están en todas las inauguraciones.
Los artistas, así como otros profesionales dedicados a la investigación, si quieren vivir de ello – y vivirlo, no arrastrarlo como un lastre – siempre se han tenido que ir. No es de hace cuatro años, eso ha sido siempre así en España, y en los países nórdicos y fríos hay más salidas, pero tampoco no es nada fácil.
¿Crees que el arte es algo que pueda aprenderse exclusivamente en el aula?
La escuela te da herramientas, medios y maneras que debes transformar y reinterpretar. Esperar aprenderlo todo en la escuela es un grave error, pero entenderlo es un proceso.
Además de impartir clases, conferencias, visitas guiadas... ¿Estás sumergida en algún proyecto personal?
Sí, es una manía de los artistas, estar siempre en mil ‘movidas’, aunque no todas responden a las mismas necesidades. Estoy finalizando el proyecto que realizo juntamente con el Materfad La materia como forma, uno de los dos proyectos deslocalizados que concede Barcelona Producció. El mío quería que ocurriese en este lugar ¡Y fue posible! Acabará pronto, el 1 y 2 de diciembre se presenta en el mismo Museo del Diseño de Barcelona DHUB. Finalizará la estancia en esta materioteca pero no la línea de investigación que he ido desarrollando, pero no quiero avanzar acontecimientos. Estoy con la tesis, con proyectos que dejé en el cajón, y bueno... Estaré en el Centro Cultural Arts Santa Mónica (Barcelona) mezclando todas mis facetas en el próximo proyecto de Sonia Fernández Pan: The more we know about them, the stranger they become.
Y haciendo referencia al proyecto que desarrollas juntamente con el Materfad, La materia como forma, ¿qué importancia tienen los materiales en el desarrollo de la sociedad?
La materia configura nuestro entorno, la pizza, nuestro cuerpo o la escuela destilan toda una manera de entender el mundo y las cosas que habitan en él. La historia del ser humano se ha divido en referencia a estos mismos, desde la Edad de piedra, hierro o silicio. No solo narran con qué manufacturamos, sino modos de vida: qué comemos, queremos, necesitamos, dónde y cómo habitamos y qué creemos. La idiosincrasia de cada cosa, ser, espacio o cultura está vehiculada por los materiales que se eligen y lo forman. Porque no es lo mismo llevar una chaqueta de piel que de polipiel, llevar extensiones de pelo artificial o de alguna chica india, estar enterrada en un sarcófago de terracota – como los festivos etruscos –, de pórfido o incinerada. La materia relata, palpita, también es pensamiento y el pensamiento también es material, no hay una brecha entre una cosa y otra y menos una escala de ‘status’. Esa es la perspectiva neo-materialista, “la sociedad es materia”.
¿Algún ejemplo práctico de esta teoría?
En 1985 el físico ruso Konstantin Tsiolkovski ideó un ascensor de la Tierra a la Luna, durante el siglo XX esta idea fue cuajando por diversos físicos e incluso aparece en la novela de ciencia-ficción Fuentes del Paraíso de Arthur C. Clarke – la ciencia-ficción, ese maravilloso medio para entender el mundo. Aunque la idea es de lo más ‘chorra’, en 2012 la empresa de construcción japonesa Obayashi decidió ponerse manos a la obra con la idea de Tsiolkovski, ya que tenía los cálculos pero no se había podido construir porque no existía un material capaz de soportar su peso hasta hace poco, con la aparición del grafeno. A día de hoy sigue siendo una proyecto inviable, pero seguiremos imaginando ascensores a otros mundos.
¿Qué esperas del estudiante que está formándose académicamente en alguna doctrina artística?
Yo no espero nada. Deseo y requiero que sean muy curiosos, que sientan pasión y tengan autocrítica, a partir de ahí que cada uno siga su camino.