Cinco semanas después de su estreno en cines comerciales, y tras su paso por el prestigioso Festival Internacional de Cine de San Sebastián, Chinas sigue en la gran pantalla. Todo un hito para una peli indie rodada con poco presupuesto que, además, nos sumerge en la comunidad china de Madrid (más concretamente, Usera) a través de sus personajes: Lucía, Claudia y Xiang. Y es que el segundo largometraje de la cineasta Arantxa Echevarría se merece esto y mucho más.
Dice el refrán que quien mucho abraza poco aprieta, y aunque hay críticos que afirman que Chinas intenta abarcar demasiado en sus dos horas de duración, es imposible imaginar la película sin alguna de sus protagonistas. Precisamente porque es un film coral, cada voz, cada experiencia y cada protagonista aporta algo al relato, que se teje de manera tan compleja como las propias relaciones humanas que nos muestra. El racismo se superpone con la inocencia cándida de la infancia, las costumbres chinas chocan con las españolas, y las tres protagonistas intentan navegar un mundo (o más de uno) que parece no abrazarlas pero sí apretarlas.
Tras cuatro años de arduo trabajo, investigación de fondo, charlas y experiencias compartidas, hablamos con Arantxa sobre su nuevo film y qué podemos aprender de él, pero también del fenómeno Barbie, mujeres futbolistas y la precocidad con la que crecen los más jóvenes.
Tras su estreno en el prestigioso Festival de Cine de San Sebastián, Chinas ha llegado al fin a las salas de todo el país. ¿Cómo está siendo el recibimiento hasta ahora? ¿Cómo lo estás viviendo tú?
El recibimiento de Chinas está siendo maravilloso. Es una película indie con poco presupuesto y con menos dinero aún para distribución, por lo cual, que siga en cartelera cinco semanas después del estreno es un verdadero logro. Y ha funcionado mucho el boca a oreja.
Creo que es una peli muy universal que, aunque en este caso hable solo de la comunidad china, es extrapolable a cualquier tipo de comunidad de emigrantes. Esta sensación de no pertenecer y ser a la vez… Porque hablamos de gente que es española, ha recibido educación española y tiene amigos españoles aunque con una cultura china por detrás en casa. Y esto creo que es extrapolable.
La idea nace de una experiencia personal: tu relación con Lucía, una niña que trabajaba en el bazar de sus padres por las tardes/noches, a la que la noche de Reyes dejaste una muñeca para que no se sintiera discriminada por sus compañeros de clase. ¿Puedes contarnos cómo empezó esa relación, y por qué le dedicas este largometraje?
La película nace de una experiencia personal; yo soy Carolina Yuste en la pantalla. Yo trabajaba haciendo cortometrajes de animación encerrada en un pequeño estudio moviendo cosas inanimadas y llegaba tardísimo a casa. Justo debajo tenía esta tienda de alimentación donde siempre paraba a comprar algo –una cerveza, un sándwich, la leche del día siguiente–, y ahí conocí a Lucía, a mi Lucía.
Lucía tenía unos ocho años y nos hicimos muy amigas solamente de ir yo todos los días y ayudarla con los deberes, o incluso íbamos al parque si no era muy tarde. Creé un vínculo muy bonito y muy, muy de verdad con ella. Su madre, Sui, en cambio, hablaba muy poquito español, entonces la relación era más fría. Hasta que un día me dio una carta a los Reyes Magos. Me preguntó, ¿qué es esto? Porque no sabía leer castellano. Y en este caso, ni siquiera sabía lo que eran los Reyes Magos porque en la tienda no vendían juguetes, y me tenías que ver a mí explicándole que había tres tíos vestidos de brilli brilli siguiendo una estrella, que era una costumbre española.
Bueno, al final conseguí que entendiera que todos los niños de su clase iban a recibir un regalo salvo Lucía si no le compraba la Monster High del pelo azul, que es lo que pedía. La madre me dijo que no, que no iba a comprárselo porque Lucía no sacaba buenas notas –aunque sacaba sietes y ochos–, ni ayudaba en el bazar –eso que tendría nueve añitos–. Y sobre todo, que ellos tenían la cultura del sobre rojo con el dinero dentro para celebrar el año nuevo chino. 
Y de ahí, ¿cómo germina Chinas?
Todo se habría quedado en una simple anécdota si no fuera porque Lucía cogió esa carta y me la dio. Me dijo, por favor, Arantxa, mándala tú, que mi madre nunca tiene tiempo para hacerlo. Ese día me cambió la vida porque claro, sentí la responsabilidad absoluta de cumplir los sueños de una niña. Y le compré la Monster High de pelo azul. No me atreví a dársela en mano a Sui porque tenía miedo al rechazo y a que me dijera que no, y se la metí por el cierre de la tienda.
Me sentí la mujer más maravillosa, ¡había hecho feliz a una niña! Era… vamos, increíble lo que había hecho. Además no tenía mucho dinero, así que para mí era todo un hito. Pero, esa misma noche, me desperté a las tres de la mañana totalmente abochornada. Esa es la palabra, llena de vergüenza. ¿Esto de las mejillas rojas que queman? Porque de repente me di cuenta: quién era yo para sentirme en la potestad de hacer un regalo a una niña que iba a crear un problema con una cultura, entrometerme en la educación de unos padres… Fue terrible.
Bajé corriendo al bazar en pijama, siendo de madrugada, y con un palo intenté recuperar la muñeca pero no llegaba. Llegó un borracho… Bueno, pasó de todo, pero no conseguí la muñeca de vuelta. Entonces, ¿qué pasó? Que la vergüenza no me permitió volver. No volví al bazar. No volví y nunca supe si le dio la muñeca o no. Y ahí se me quedó enquistada esa situación, este buenismo blanco de pensar que yo era mejor que una madre de otra cultura. Y fue un poco el germen de toda la peli.
“No creo que haya nada más político que encerrar a muchas personas en una sala a oscuras durante un par de horas, apagar la luz y contarles algo. Me siento con una mochila de necesidad de decirles algo importante.”
Lucía es solo una de las protagonistas en un film muy coral, donde además de la suya, también nos adentramos en la vida de Claudia, su hermana mayor, ya contaminada por los prejuicios sociales, y la de Xiang, otra niña de diez, pero ella adoptada por una familia española caucásica cuando era un bebé. ¿Por qué creíste importante contar estas historias a la vez?
Sí, es una película muy coral y, si te das cuenta, sobre todo, involucra a varias generaciones de mujeres –la abuela, la madre, la adolescente y la niña pequeña–. Para mí era importante reflejar un poco todos esos diferentes puntos de integración, o de convivencia mejor dicho, que odio la palabra integración, de una comunidad migrante que viene a un país como España, tan racista y clasista.
Para mí era importante explicar también lo que es la identidad, que es algo que siempre me preocupa en todas las películas. Y también en mi vida (risas). Supongo que debo sufrir esto de pertenecer a un grupo porque nunca pertenecía a ninguno en concreto. Siempre era la diferente en clase, y recuerdo que la adolescencia fue muy complicada. Tuve la suerte de tener buenos amigos y encontrar apoyos, pero podría haber sido todo lo contrario. Esa época en la que uno es tan frágil, no sabes definirte muy bien y encima todo el mundo te exige que te definas, o que estudies, o que sepas qué quieres ser de mayor. Yo recuerdo estar llena de confusión y dudas, aún así tuve suerte y salí más o menos bien. Pero creo que, muchas veces, la identidad es la imagen de los demás hacia ti.
Utilizar una niña adoptada china y a otra que es hija de los dueños de un bazar, y que todo el mundo dé por hecho que tienen que ser amigas porque tienen el mismo origen, es una de esas partes de la identidad. No tienen nada que ver, una es una niña de clase alta con padres españoles, mientras que la otra es hija de inmigrantes, y claro, la apariencia física es lo que hace que todo el mundo confunda su identidad. Y la identidad para mí, que es la base toda esta peli, es lo que tú sientes de verdad, pero hasta que no eres adulto no lo comprendes. Incluso siendo adulto, a veces tampoco controlas muy bien qué identidad tienes.
El trabajo de investigación previo y el rodaje siempre abren puertas a nuevos conocimientos y maneras de entender. ¿Sientes que cuando empezaste a desarrollar la idea de Chinas ibas con algún prejuicio/idea preconcebida sobre la comunidad china que luego te han desmontado las actrices y personas con las que has hablado?
Por supuesto que cuando empecé a escribir el guion y a documentarme tenía estereotipos y microrracismos en mi cerebro; todos los tenemos. Empecé a trabajar con Liwai, una asociación cultural conformada por Yue, que es psicóloga y asistente social en Usera, ayudaba a las familias chinas con los trámites y demás, y por Shiro, que es una artista de la diáspora china que tiene una compañía de performance, Cangrejo Pro. Ellas me hicieron una limpieza, tanto de guion como de cabeza, de todos los estereotipos o conceptos blancos y occidentales sobre la comunidad china.
Y luego vino lo que vino: un casting de ocho meses hablando hora y media con cada chica o persona que venía, conociendo sus motivaciones y su realidad. Empecé a darme cuenta de muchísimas cosas que ni siquiera sabía. Por ejemplo, me hablaron de la violencia en los bazares, de ahí la secuencia de la madre, cuando le roban y le echan la cerveza encima. Me hablaron del problema generacional entre los adolescentes y los padres, la diferencia en la forma de amar de los padres a sus hijos, que es muy diferente a la manera occidental de demostrar el amor.
Todo eso fue un viaje muy, muy interesante, han sido cuatro años de aprendizaje. Y, sobre todo, cuatro años de darme cuenta de que yo también estaba equivocada pensando que sí sabía cosas. Es maravilloso porque en cada coloquio o pase que hacemos aprendo algo nuevo. El otro día, por ejemplo, pasó algo precioso. La secuencia de las tiritas, que es una de mis favoritas, donde las niñas juegan a ser la otra, a ponerse en la piel de la otra… En un coloquio, una chica china levantó la mano y me dijo, quiero comentarte lo de las tiritas. ¿Sabes qué? Yo de pequeña pensaba que los blancos con ojos azules veían el mundo azul. Y me pareció tan bonito, tan representativo de lo que puede hacer un niño…
Es admirable que en una producción española se trate el tema de una identidad tan común en nuestro país pero a la vez desconocida por la mayoría. Más allá del punto de partida sentimental, ¿hay una intención política?
Por supuesto. Yo soy una persona muy política y creo que todos lo somos aunque no nos demos cuenta. Renegamos de la política pero es la base de toda nuestra sociedad –las leyes, las normas, etc–. El futuro es la política. No creo que haya nada más político que encerrar a doscientas o trescientas personas en una sala a oscuras durante un par de horas, apagar la luz y contarles algo. Me siento con una mochila de necesidad de decirles algo importante, interesante, algo que pueda hacerles reflexionar. Cuando hago comedia me pasa lo mismo pero desde otro punto de vista, es el momento en que necesito que la gente se olvide de sus problemas y se ría y sienta que ha pasado dos horas de felicidad.
Pero en Chinas, lo que lo que necesitaba era contar algo que a mí me estaba rascando el corazón. Creo que es importante que ciertas miradas transversales a los márgenes sean contadas y que nos olvidemos un poco de nuestra vida fácil, de Netflix, de la hipoteca y de los niños. Hay otras vidas más allá de las nuestras que sufren gravemente, y nosotros somos parte de la solución. Me parece importante por eso.
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Hablemos del casting. Estamos poco acostumbrados a ver actores racializados en películas españolas, al menos yo recuerdo bien pocos. ¿Cómo fue ese proceso?
Pues el casting ha sido algo apasionante. Es verdad que no ha habido referencias visuales de gente racializada más allá, en la comunidad china, de mafiosos y cosas de esta índole, que no representan para nada a la comunidad. Pero el casting fue interesante porque, primero, había cincuenta mil personas de origen chino en Madrid, por lo cual se me quedaba corto. Además, tenían que ser de la misma provincia de China, es decir, no podíamos hacer que el padre hablara con acento andaluz y la hija con acento gallego, por ejemplo; tenían que ser del mismo sitio. Lo cual hacía el casting cada vez más restringido. Al final lo hicimos a través de WeChat, una app muy popular en la comunidad china.
Luego, eran actores naturales, es decir, hay que hablar mucho con ellos para encontrar que tengan el personaje dentro. No tienen las herramientas de un actor de verdad, por lo cual lo que busqué siempre fue verdad, realidad.
¿En qué sentido?
Por ejemplo, Yeju, la actriz que hace de madre, en su caso tiene una tienda en Cobo Calleja. Mandó a su hijo pequeño a China cuando tenía tan solo unos meses porque no se podía ocupar de él a causa de estar trabajando mucho para darle un futuro. Su hijo estuvo en China cuidado por los abuelos y para que aprendiera el idioma, pero a los diez años lo trajo de vuelta a España. Imagínate lo que es, con diez años, venir a un país donde todo el mundo es blanco, todo el mundo habla otro idioma, y las personas a las que has visto cinco o seis veces en tu vida dicen que son tus padres. Ese problema, esa brecha, Yeju la tenía en el corazón. Por eso la secuencia de la cena funciona tan bien, porque ella habla desde su verdad.
Otro ejemplo, Xinyi, que hace de Claudia, la adolescente. Vivió una situación muy parecida a la de la película. Ella se crió en un colegio español, sus amigos eran españoles, oía música española, etc. y en casa tenía una cultura china más férrea, más fría. Tuvo casi que educar a sus dos hermanos pequeños, era la que iba al médico con ellos porque los padres no hablaban español, la que trabajaba con diez años en el bar de sus padres… Estaba harta. Siempre decía que prefería no tener tanto dinero para el futuro sino más tiempo de los padres.
Así que ya ves, el casting fue un viaje que ayudó a crear el propio guion y las historias. Cuando conocí a Xinyi decidí cambiar a Claudia para que se pareciera a la actriz de verdad. Y hay más ejemplos: Lucía también es ‘hija de bazar’, Susana va a un colegio público donde todos sus amigos son de diferentes nacionalidades, etc. Todo tenía una verdad detrás que, sino, creo que no habría funcionado.
La película es muy enriquecedora para el público, pero supongo que para ti también. ¿Qué te ha enseñado Chinas?
Chinas para mí ha sido un viaje, un viaje enorme. Ha sido tan enriquecedor que he madurado como ser humano, sinceramente. Para mí, Carmen y Lola era una película al estilo Romeo y Julieta dentro del mundo gitano, pero Chinas, como cineasta, es una peli mucho más compleja: coral, con muchísimos personajes, tramas, melones abiertos… Era muy difícil poner todo en el mismo sitio y con el mismo interés. Para mí ha sido enriquecedor en todos los sentidos y estoy, si te digo la verdad, muy orgullosa de haber hecho esta peli, porque para mí es un paso dentro de mi filmografía.
“Siempre he pensado que el mundo lo cambian los diferentes, que los que van en contra de la manda, esas ovejas negras, son las que transforman el mundo. Hay que ser diferente y hay que ser valiente para serlo.”
En una sociedad hiperacelerada donde los jóvenes son famosos en redes muy temprano, parece que si no has cumplido tus objetivos antes de los treinta (nos consideran viejos a esa edad) ya has fracaso de por vida. Tú debutaste con tu primer largo a los cincuenta. ¿Cómo valoras el ritmo frenético del mundo actual? ¿Qué le dirías a los jóvenes que nos están leyendo sobre el éxito (lo que quiera que eso signifique) y el paso del tiempo?
Mi primera peli la hice con cincuenta tacos, o sea, tarde. Fue así por muchos motivos, uno de ellos ser mujer. Y otro es que hacer cine es carísimo, es una cuestión de millones, y las apuestas a mujeres en esa época eran mucho más complicadas de conseguir. Al final me tuve que autofinanciar mi propia primera peli, sufrir, pasarlo angustiosamente, pero tuvimos la suerte de que funcionó bien. No siempre una buena primera película tiene distribución o es vista por el público, es una cuestión también de suerte.
¿Y qué le diría a los jóvenes? Buf, ¡mil cosas! Primero, que vean la peli, que creo que ayuda mucho a entender esto de la premura y de tener que tomar decisiones rápidamente. Y siempre lo digo, me encantaría hacer un viaje en el tiempo e ir donde la Arantxa adolescente de dieciséis años y decirle, tranquila, no te agobies, todo va a salir. Pero claro, en ese momento que estás tan solo, con cambios hormonales, con necesidad de afianzarte, de tener pertenencia a un grupo, de ser famoso (esto de las redes que te posicionan todo el rato de cara al público, una exposición absoluta), pues es complicado.
¿Cómo le dices tú a un adolescente que se tranquilice, que no tome decisiones locas, que el tiempo pondrá las cosas en su sitio? Es el típico discurso que me decían mis padres que a mí me parecía absurdo y baladí. Creo que a los adolescentes lo que hay que darles es cultura, mucha cultura. Hay que darles una base emocional y cultural. Y hablar mucho de empatía, que creo que se está perdiendo un poco este mundo de prisas y de momentaneidad. Todo es demasiado momentáneo para tener empatía por nada.
En este film te has centrado en la comunidad china en España, y en tu anterior película, Carmen y Lola, te adentraste en la comunidad gitana. Veo que lo tuyo es la otredad, además de la identidad, como hablábamos antes. Supongo que ser lesbiana te ha ayudado en ese recorrido de exploración identitaria fuera de la norma. Háblanos un poco más sobre ese interés hacia ‘el otro’ y cómo crees que el cine puede ayudar a cohesionarnos.
Sí, supongo que ser bollera ha cambiado mucho mi percepción de la vida. Siempre me he sentido ‘la otra’. Sobre todo cuando eres pequeño y ves que eres diferente también te sientes el único. Aunque haya más gente alrededor que haya nacido homosexual no lo ves, sientes que lo que te está pasando a ti, esta disfunción que sientes, te hace diferente y te hace una oveja negra dentro de la manada. Eso es cuando eres pequeño. Cuando empiezas a tener cierta madurez emocional y descubres con los años que ser bollera, o ser homosexual, no es malo sino que es una parte de tu forma de ser, es muy interesante.
Siempre he pensado que el mundo lo cambian los diferentes, que los que van en contra de la manda, esas ovejas negras, son las que transforman el mundo. Hay que ser diferente y hay que ser valiente para serlo. En mi caso fue obligado, pero hay muchos otros para los que es una necesidad también desde el punto de vista no solo emocional sino también cultural, de no querer pertenecer a esa manada porque te sientes diferente. Eso es una maravilla, y creo que es lo mejor que le puede pasar a uno, ser diferente.
En otra entrevista hablas del bien que ha hecho la ley de discriminación positiva que ha permitido que muchas mujeres hagan cine. En los últimos años, realmente, vemos un boom: Elena Martín Gimeno, Carla Simón, Itsaso Arana, Elena Trapé, Andrea Jaurrieta, y muchos otros nombres empiezan a copar nuestras pantallas. Y hay que seguir así, por supuesto. Tras años en el audiovisual dirigiendo cortos, documentales, y ahora largos, ¿qué más hay que hacer desde las instituciones para promover la igualdad?
Sí, la ley de discriminación positiva nos ha ayudado mucho. Los productores de pronto tenían un acicate para producir a mujeres que nunca habían tenido antes. Y de pronto pues es lo que dices tú, han surgido muchas voces femeninas con mucho que decir y muy interesantes. ¿Qué pasa? Que un cincuenta por ciento de la sociedad ha estado callada. ¡Somos el cincuenta por ciento de la población y no hacíamos películas! Mis únicos referentes eran Pilar Miró, Josefina Molina, Icíar Bollain e Isabel Coixet. Era muy triste y muy desalentador como directora querer serlo porque los productores no confiaban en ti, solo podías hacer cortos y no podías demostrar lo que eras capaz de hacer en un largo, estábamos muy solas.
La vida me la explicaban los hombres: el cine, la publicidad, la literatura… Todo eran hombres. Cómo era sentir el amor, cómo era ser madre, cómo era mi propio orgasmo; todo estaba contado desde una voz masculina. Entonces, ¿qué hay que hacer? Seguir con estas discriminaciones positivas pero también fomentando que esta mitad de la población se deje escuchar. Y ya no solo en el cine, mira lo que está pasando en el fútbol y los deportes, lo que está pasando en la cultura. Es el momento de seguir luchando. Siempre pensamos que hemos llegado ya a conseguir muchas cosas pero no. La mujer sigue siendo, dentro de las empresas, la directora de recursos humanos. Yo quiero que también sea la financiera y la CEO.
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Esta pregunta es un poco random, pero me encantaría hablar de Barbie, de Greta Gerwig, que ha roto récords y expectativas. No es por ser prejuicioso, pero yo como marica jugaba con Barbies de pequeño y exploraba mi lado femenino, y a lo mejor tú, como bollera, las rechazabas precisamente por eso. ¿Cómo viviste el fenómeno Barbie como cineasta, como mujer, como feminista, como lesbiana, como…?
¡Qué bueno lo del fenómeno Barbie! (Risas) Es una pregunta cojonuda. Yo, para que veas, de pequeña pedía el Scalextric, recuerdo perfectamente un juego de coches que tenía un volantito y unas marchas, pero siempre me acababan regalando la Nancy. Y yo no entendía por qué los Reyes Magos no se enteraban de cuáles eran mis gustos y mis deseos. Me aburrían profundamente las muñecas, entonces lo que hacía era cogerlas y disfrazarlas de piratas o así. Hacer todo lo que fuera menos femenino posible con una muñeca.
El fenómeno Barbie ha sido muy interesante porque es una película de masas. La han visto tantísimas personas, y en el fondo estás dando un mensaje tan interesante que… vamos, estoy por comprarme una Barbie. Lo que sí que, a mis hijos, que tengo dos niños pequeños, siempre les he comprado muñecas. Les he comprado un poco de todo, también un poco random, y que eligieran por si mismos. No voy a volver a hacer lo que hicieron mis padres de romperme un poco el corazón cada vez que abría un paquetito y veía una muñeca más.
Hace años dirigiste el documental Cuestión de pelotas, donde se denunciaba la situación de las mujeres futbolistas como limpiadoras en vez de jugadoras (hasta obligó a la Real Federación Española de Fútbol a regularizar su situación laboral y deportiva). El mundo de los deportes, donde los hombres campan a sus anchas haciendo y diciendo barbaridades, es asqueroso, y en los últimos meses lo ha podido comprobar toda la sociedad. Con todo lo que ha pasado, ¿te sientes pionera?
Cuando hicimos Cuestión de pelotas, que era para DocumentosTV, me metí con un total desconocimiento del fútbol femenino. Poco a poco empezamos a ahondar y me quedé alucinada porque se trataba de mujeres que estaban en la liga superior, en la superliga, en el 2010, que trabajaban como los chicos, exactamente igual, con los mismos deberes de partidos, etc., pero que no eran profesionales. ¡No podían tener un contrato! Era terrible. Lo que hacían para poder fichar a jugadoras era contratarlas como limpiadoras del estadio, como masajistas… Unas absurdeces increíbles.
Cuando fuimos a la Federación, que creo que es uno de los sitios más machistas que uno se puede encontrar, me topé con gente como [Nacho] Quereda, que era el seleccionador oficial. Y no había mucha diferencia con lo que había ahora. Decía cosas como, si las mujeres ya pueden ser abogados y médicos, ¿también quieren ser futbolistas? Mira los pobres chicos de segunda, ganando tan poco dinero, ¿y ellas quieren monetizar un ocio? Un ocio que las llevaba a tener que trabajar en cualquier otra cosa, entrenar todos los días, pegarse unas palizas, pagarse los viajes para ir de ciudad en ciudad a jugar partidos, etc. Cosas terribles, terribles.
Lo guay de este docu es que cuando salió fue tan flagrantemente machista y repulsivo todo lo que decía la Selección que les obligamos, de una manera u otra, a crear la ficha profesional porque ya era una cuestión de derechos humanos. Entonces pionera no lo sé, creo que conseguimos cambiar algo pero no todo. Opino que las pioneras han sido las chicas de la Selección española que se mataron y se destrozaron para ganar el Mundial solamente para poder reivindicar sus derechos.
Tenían una doble misión: el amor al deporte y el amor a una misma. Y creo que todavía queda, ya no solo en el fútbol, queda taaanto por recorrer. Y poco a poco van saltando las liebres y vamos viendo estos errores, estos machismos perennes en una sociedad tan caduca como la que tenemos ahora. Tenemos que seguir asaltando todos estos espacios delimitados por los hombres. El feminismo no es más que eso, igualdad. Es algo que debemos de tatuarnos en la cabeza.
Para acabar, sé que estás trabajando en otra película, que ha sido más bien un encargo. ¿Qué podemos esperar de Arantxa Echevarría en los próximos meses?
Pues mi próxima película es otro berenjenal, me meto en unos líos… Es un encargo pero he podido escribir yo el guion con Amelia Mora, y se llama La infiltrada. Es sobre una chica de veintidós añitos que salió de la academia de policía en Ávila y fue seleccionada por un jefe de brigada que le pidió que se metiera infiltrada en ETA. ¡Y estuvo ocho años! De los veintidós hasta los treinta, es decir, media vida, la parte más interesante de nuestra vida incluso, dedicada a la lucha contra ETA viviendo una realidad que no es la suya, fingiendo una persona que no es la suya. Muy fuerte. Es una historia que me parece fascinante y que creo que va a dar mucho que hablar.
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