Alícia Vogel nos confiesa que es de observar y, aún más, de guardar silencio. Sin embargo, su obra habla por los codos por ella. Grita, susurra, vibra; incluso, si miramos fijamente alguna pieza, podríamos percibir un ultrasonido. Da voz a lo cotidiano a través del trazo, a escenas que la sorprenden y que, a menudo, rozan lo litúrgico. Da presencia a la ausencia, a la ternura,  a la seriedad. Al conversar con ella, nos acercamos a todo ello, a aquello que espera ser visto y que nos ofrece, en bandeja de plata, a través de su mirada y su obra.
Hola Alícia, ¿cómo estás? ¿Podrías presentarte brevemente para las personas que no te conozcan?
Nací en Olot el 19/11/91. A los diecisiete años me fui a vivir a Girona, donde me gradué en Magisterio de Primaria y Música mientras también estudiaba flauta travesera en el conservatorio. De allí me viene ser fan de Bach. Luego me fui un tiempo a trabajar a Leipzig restaurando ventanas de un edificio victoriano, y cuando volví me mudé a Barcelona para estudiar Bellas Artes con especialidad en grabado y serigrafía. También soy técnica superior en artes visuales, plásticas y arte textil.
Algunos de mis proyectos y piezas se han expuesto espacios expositivos como el Museu de la Garrotxa, el MEM, la Bianyal, la Canònica de Santa Maria de Vilabertran a través de el Bòlit Centre d’Art Contemporani, la galería Herrero de Tejada, entre otros. Un proyecto en particular, el que guardo con más respeto y sensiblería, Jusqu’ici tout va bien, fue adquirido como fondo patrimonial de la UB, expuesto en Can Framis (Bcn) y en Tsukuba Musueum of Art (Japón).
Paralelamente a mi producción artística, trabajo en la división de Goods de la productora Canada, donde se cuece –como tan pulcra y afilada lo describió en su día Marta D. Riezu– “la colección de ideas, objetos e inspiraciones curadas por Canada. Una mise-en-scène miniaturizada de nuestro universo visual”.
¿Qué es lo último que has descubierto de ti misma a través de tu trabajo?
Que me tomo las cosas demasiado en serio, que todo tiene que ser más ligero, menos serio y menos definitivo. Que me tengo poca compasión, que me incomoda mucho la espera del proceso y que habito mal el descontrol de no saber qué viene después.
¿Qué exposiciones, encargos o proyectos de este último año crees que han sido claves para llegar hasta el punto en el que te encuentras hoy?
La perspectiva de un último año es muy corta para entender dónde me ubico ahora, creo que ahora recojo frutos de estar pico y pala estos últimos siete años. Pero si reducimos a solo este último año, serían la expo a cuatro manos És a no dir con Mim Juncà, curada por Ingrid Guardiola (un sueño), tirarme a la pintura de gran formato, y la colectiva Desire Paths en la Galería Herrero de Tejada de Madrid.
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¿Cuáles has disfrutado más y por qué?
Una que me hizo especial ilusión fue ser invitada a participar en la Bianyal (2022), la muestra de arte de la Vall de Bianya, en el Mas Sobeies. Lo organiza la asociación Binari Olot, y cada miembro propone una artista invitada. A mí me invitó mi queridísimo Carles Congost (con la bendición del otro queridísimo Job Ramos), a quienes admiro profundamente, son fuente de todo interesante y sus aventuras se merecen todas las temporadas.
Llamé a la pieza Morir d’un llamp. Era una estructura de cuando era pequeña, en forma de casita, adaptada a mi estatura de ahora para poder entrar dentro. Recubierta por dos telas: una exterior, negra, y una interior, loneta cruda con dibujos y frases con aerógrafo. Y dentro había una luz estroboscópica. De lejos parecía algo a medio camino entre static noise de una tele antigua y una tormenta.
Me gusta hacer piezas nuevas para los nuevos espacios donde van a estar, y ese lugar tiene un entorno abrumador, el paisaje lo es todo. Y pensé que una fulguración, ‘morir d’un llamp’ (morir de un relámpago), sería la manera de tener el paisaje dentro para siempre. Realmente el relámpago era la urgencia de tener la certeza (que nunca llegará) de que esa casa siempre sea casa (la Garrotxa, Olot, mi familia), por más que repita y les repita que ojalá no se mueran nunca. Era volver a plantar el hogar como una bandera, reconquistar a pesar de la añoranza. Decir algo como, sí, este lugar me ha dolido (un poco lo de ‘poble petit, infern gegant’), pero el vínculo es irrompible y nos pertenecemos.
Aparte de que me atacó un murciélago montando la pieza, pasaron cosas maravillosas. Fue una conjunción bonita. Me reencontré con amigxs de Bellas Artes, con el tremendo binomio María y Uri (aka Industrial Akroll), y descubrí la finura y elegancia del trabajo (y suya) de Daniel Riera.
¿En qué proyectos estás sumergida actualmente?
Ahora mismo estoy trabajando en mi próximo solo show, que se va a inaugurar este junio en la Galería Mayoral (Barcelona). How to fold a parachute. Pavor y ganas a partes iguales.
Al ser tan multidisciplinar, me da la sensación de que eres una persona muy observadora, ¿qué escenas te llaman más la atención? ¿Por qué?
Soy muy de mirar (mucho) y callar (mucho, o más), la verdad. Acumulo recuerdos de mi día a día sin querer, con mucha nitidez, y por mucho tiempo. La cotidianidad en sí es algo muy cercano y parece casi estático, esperando ser visto y ya. Pero en realidad es complejo, variable y muy jugoso. Me interesan las cosas que están en sus sitios, solemnes, aceptando que ese es su sitio. La cantidad de significado que cogen con la interacción con otras y el apego que se les puede llegar a tener a ciertos objetos, por insignificantes que parezcan.
Aunque las escenas que no dejan de sorprenderme, y creo que, porque no se pueden ver bien, porque pasan muy rápido, son las que crean estruendo y tienen una escenografía casi litúrgica (rayos, volcanes en erupción, choques, cosas así). También tengo mucha curiosidad por el funcionamiento de las cosas, pero ya me está bien un poco de ignorancia voluntaria para seguir viendo la magia. Sigo sin procesar la imagen de una persona embarazada por ejemplo, una persona dentro de otra siempre me ha parecido algo muy difícil de asimilar.
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No sé si a ti te pasa, pero cuando veo tu arte, percibo mucho antes el trazo que el dibujo en sí. ¿Qué aspecto es ‘el protagonista’ en tu trabajo?
Puedo entender eso, supongo que es por todas las capas que hay. Buscamos las representaciones familiares que nos sean de espejo cuando intentamos entender algo, y el trazo puede que sea el lugar común donde cada subjetividad tenga cabida y se pueda hacer propia. Siempre hay algo narrativo, de manera hermética, literal, irónica o tragicómica –o todas a la –. Y, sorpresa, lo literal a veces es la metáfora más grande. Para mí es fundamental que haya algo que decir, si no, no le veo el sentido. Así que el protagonista (aunque tal vez sea justamente lo menos evidente) podría ser lo que se está diciendo, y todo lo demás se construye a partir de eso. Si quien mira decide ver, puede encontrar detalles y más detalles, y dejará de ver el todo para encontrar todas las partes y los matices (donde está el tomate).
Lo cotidiano parece ser una parte troncal de tu imaginario, ¿qué escenarios o momentos te invitan a dibujar y te inspiran para ello?
La casa (o el hogar), los protocolos y rituales dentro de estos espacios, como el poner la mesa. También las herramientas, sobre todo los martillos y los cuchillos; cosas que rompen cosas. ‘Cosas’ que se mueven, como los caballos o los coches. Aparte de su figuración estéticamente atrayente, las entiendo como símbolos y representaciones de algo más extenso y enrevesado.
Me doy cuenta de que cuando dibujo estoy tan inmersa en lo que estoy haciendo, que hasta que no suelto el pilot, no me doy cuenta de lo que he hecho. Este proceso de inmersión me parece alucinante, ¿de qué forma lo sientes tú cuando estás creando?
Entrar en este estado de focalización me está costando mucho últimamente, pero una vez que consigo estar allí, la percepción real del tiempo directamente no existe y carezco de necesidades. Al principio es un espacio tenso, muchas veces caótico, incómodo, casi múltiple, donde voy tanteando el lenguaje, donde pienso en imágenes porque a veces es mucho más clarificador así. Y van surgiendo nuevos escenarios permeables de esta realidad, con roturas, con la carga de la subjetividad, el delirio y la imposibilidad de ser. Y en el mismo proceso, ese jaleo confuso se va convirtiendo en una zona más tangible y sosegada donde las cosas imposibles dejan de serlo, luego reina el orden y la elocuencia. Una montaña rusa de propósitos y despropósitos, vaya.
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¿Cómo dirías que alimenta el proceso creativo a tu persona y viceversa?
De manera rotunda, desbordante, cíclica e inevitable. El proceso creativo (como trabajo) y la vida se solapan, es así. Y más cuando te posicionas en querer contar desde la sinceridad y la intensidad de las cosas que conoces de cerca. Acaba siendo algo autobiográfico encubierto y eso acojona un poco. Para mí es agotador, pero a la vez me ordena, aunque las piezas parezcan caóticas.
¿Con qué enseñanzas o dogmas, te gusta romper, después de todo estos años creando?
Que el trabajo y práctica artística de la mujer no homologada (véase la ironía y la polisemia, esto daría para hablar días enteros), se sitúe en estratos vinculados a las labores del espacio privado y el hogar (sobretodo cuando hablamos de arte textil); tiene que ser expansivo a espacios públicos y expositivos, con el rigor que merece. Y con la creencia que las fórmulas de éxito (si es que acaso eso existe) son lineales, homogéneas, universales y caducas.
¿Qué o quién ha tenido un impacto importante en tu trabajo?
Mi familia, la muerte, las ofrendas, mis amigxs, el entorno, la comunidad, mi presente (demasiado) cargado de pasado. Las cosas inesperadas, todo lo que no entiendo, la vida sin subtítulos, los juegos de palabras, la tragicomedia. Los objetos que guardan cuentos enteros (la presencia de la ausencia básicamente), y todo aquello que simplemente te embiste, te atraviesa sin remedio y ese transcurso se hace parte de la narrativa.
Dinos una palabra, concepto u objeto que sea importante para ti en este momento, y por qué.
Diría montaña o tobogán. Hay cargas, de muchos tipos. Algunas, las que más o menos podemos controlar, las transformamos en cargas codificadas y metódicas para que al menos pesen menos. También hay otras cargas que solo custodiamos, no podemos intervenirlas. Remar al ritmo de las exigencias de otrxs, que suele ser más urgente, cambiante y enigmático, es agotador. No se puede ir padeciendo, tiene que haber una parte lúdica donde la torpeza en las intenciones pueda ser piadosa. Algo parecido a una tirita en una rodilla arañada. Esa ternura sobre la seriedad de la violencia. Que si no nos proponemos esta elección, justo antes de la cima habría siempre un chasco, frustración y abandono. Es como un cara o cruz controlado. El esfuerzo de trepar está en las dos, pero escoges qué va a ser, si una montaña o un tobogán.
Por último, si tuvieras que quedarte inmóvil durante un día enfrente de algo, ¿qué estarías mirando?
Esto es dificilísimo. Quisiera tenerlo claro, plantear algo muy evocador y perfecto, pienso en algún paisaje, alguna mezcla de varios para hacerlo más atractivo, pero sería mentira. Solo de pensar en estar un día inmóvil ya me da angustia.
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