Alberto Otto no sabe si escribió La tos porque la historia lo pedía o porque quería conocer la soledad. Lo cierto es que vivió dos años atrapado en su rutina, hasta que una voz le habló y tomó el control. Una voz que guía esta historia de recuerdos frágiles, cuerpos que parecen hablar en silencio y una tos que no es solo un ruido, sino una sombra ineludible. Hoy hablamos con él sobre la memoria, la escritura y ese eco que nunca se va. Esta novela, cierra la colección de Sabina Urraca en Caballo de Troya, pero inaugura un territorio propio.
Una tos. Un sonido que se repite, que persiste, que acecha. Un terror que, en palabras de su autor, es asco, angustia, pudor, atracción. No es solo un síntoma ni un ruido de fondo; es una presencia, una sombra misteriosa adherida al cuerpo de un hombre desde su infancia. Lo persigue, lo condiciona, lo acompaña.
Una voz. Una voz que se apoderó de Alberto Otto para escribir esta historia, como luego se apodera de sus lectores al leerla. Una voz narrativa que construye un mundo íntimo y perturbador a través de la mirada de quien ha compartido la vida con ese hombre y con su tos, sin jamás haberla oído. Un hijo que nos guía entre recuerdos difusos, paseos sin rumbo, silencios densos y una rutina que, por su propia monotonía, se vuelve inquietante.
La tos es una fábula doméstica que nos introduce en la vida de una familia que parece habitar fuera de este tiempo, con sus reglas, sus palabras, sus silencios mostrándonos una existencia simple y aterradora. Hoy conversamos con Alberto sobre la memoria, el asilamiento que marcó la gestación de esta obra, la escritura como obsesión y esa tos: esquiva, indefinible, pero extrañamente familiar para cualquiera que la lea.
Para comenzar, ¿cómo te presentarías fuera del rol de escritor? ¿Quién es Alberto Otto cuando no está creando historias?
Alberto Otto es mi nombre de escritor, así que bajo ese nombre sólo soy escritor. Y es un nombre y un rol que ahora lo acapara todo. Cuando no escribo, leo, paseo, hablo mucho por teléfono, voy donde me llevan mis amigos, tengo citas o me siento en un banco a mirar a la gente.
En la novela, el recuerdo parece ser una obsesión constante para el narrador, especialmente cuando intenta encontrar cuál fue su primer recuerdo. ¿Por qué ese interés en los recuerdos?
La persona que narra La tos, que es tan sabia, sabe que los recuerdos, siendo fallidos y tramposos, son lo más valioso que tenemos. Repitiendo sus palabras, “una vida sin recuerdos sería como una vida sin tener a dónde ir”.
Y tu primer recuerdo, ¿cuál es?
Es el mismo que el suyo. Mi padre dándome la mano en un túnel camino a algún sitio. Pero a mi padre no le seguía ninguna tos, ni somos como ellos. Compartimos nuestro primer recuerdo y alguna otra cosa, pero digamos que es una casualidad.
¿Desde cuándo recuerdas que querías ser escritor?
Por desgracia, no tengo el recuerdo concreto del día que lo decidí. Porque yo creo que hubo un día, cuando era muy pequeño. Sí recuerdo la sensación de ver sobre la página que unas palabras con otras formaban los cuentos y entender que eso lo hacía alguien y yo quería ser quien hacía eso.
Han pasado cinco años desde la publicación de tu primer libro, Un chalet en la Gran Vía. ¿Cómo ha sido tu proceso personal y profesional entre ese momento y ahora? ¿Qué has aprendido de ti mismo en este tiempo?
Ha sido un tiempo de silencio y de aprendizaje. De maduración. Diría, incluso, de fundación. He empezado a ver quién soy, a encarar mi particularidad, con lo mejor y lo peor. He comprendido que eso que llamo particularidad, tan difícil de explicar, es el único sitio que tengo para vivir. Y, por supuesto, para escribir.
Las cosas tardan lo que tardan, aparte de que el tiempo es subjetivo, aún así te pregunto: ¿por qué has tardado tanto en publicar un nuevo libro?
La tos es mi primera novela. Aunque haya un libro anterior, yo siento que con ella empiezo algo que lleva mucho tiempo preparándose. Así que no son cinco años, son treinta y ocho.
¿Era esta la primera historia que has querido contar desde la publicación de Un chalet en la Gran Vía, o han ido surgiendo otras que has descartado?
Ha habido otras que han asomado, pero enseguida han dado señales de que no iban a desarrollarse en condiciones. Algunas, porque necesito que se cuezan mejor. Otras, porque tengo que formarme más para escribirlas.
¿Recuerdas cuándo apareció la voz que va narrando la historia de La tos? ¿Apareció de manera inesperada? ¿Qué estabas haciendo o dónde te encontrabas en ese momento?
Apareció al final de la primera versión de la novela. Yo no estaba nada satisfecho; sabía que eso no era, pero seguía escribiendo y escribiendo, dejando atrás párrafos y capítulos enteros que no servían. Aun así, escribía con fe, convencido, en lo más profundo, de que esa era la historia y solo había que esperar a que ocurriera algo. Y entonces, en un salto de párrafo, apareció esta persona, contando la historia a su manera. Me dejó muy claro que era ella quien debía narrarla y que su voz era el espíritu, la esencia de la novela.
¿Por qué una tos? Quiero decir, ¿por qué no una sombra o un susurro?
Porque La tos sonaba muy bien. Yo quería ser el autor de La tos. Y porque hay algo que a mí me aterroriza de escuchar una tos detrás de mí. Un terror que es asco y es angustia y es pudor y es atracción y es condolencia.
Me intriga saber cómo fue plasmar esta voz en el papel. ¿Cómo fue el proceso creativo de La tos? ¿Eres tan metódico como el personaje principal?
Una vez que surgió la voz, todo consistía en sentarme y escribir lo que esta voz quisiera. Tenía que ser muy temprano, dos o tres horas antes de que empezara el día. Siempre en mi casa. A oscuras y con tapones. Seleccionaba mucho lo que leía. No veía a mucha gente. No hablaba nunca de la novela. Intentaba proteger un clima interior, el clima de lo que estaba escribiendo. Sí, soy metódico y bastante disciplinado cuando el método lo invento yo.
“Ya no sé si creé una rutina de soledad porque lo pedía la novela o si escribí esta novela porque quería conocer la soledad”.
Y todo este proceso de materialización de la novela duró nada menos que un par de años. ¿Cómo viviste esa experiencia?
Aislado y acompañado al mismo tiempo. Estar escribiendo una novela tiene algo sagrado para casi todo el mundo. Incluso para quien nunca ha leído una novela. Si estás escribiendo una novela, los que te rodean te consienten más. Y si pides soledad, te la dan. Si pides silencio, te lo dan. La concepción de una novela no es un proceso tan individual como parece, hay una colaboración invisible de los demás para que la novela se dé. Los que me rodean me consintieron y me sujetaron durante este retiro. Gracias a ellos yo podía imaginar que estaba solo.
Los protagonistas de la novela viven aislados, con sus propias reglas, silencios y una existencia simple. ¿Crees que tu propio aislamiento como escritor te hizo conectar más con esta voz? ¿Fue la voz narradora lo que te llevó al encierro, o fue tu encierro el que encerró a esta voz?
La rutina y la novela se confundieron y me fueron atrapando. Me dejé atrapar. Ya no sé si creé una rutina de soledad porque lo pedía la novela o si escribí esta novela porque quería conocer la soledad.
Dices que La tos te fue atrapando durante el proceso de escritura, y que esa voz narradora salía como a borbotones, casi sin poderlo impedir. ¿Crees que esto influyó en las decisiones formales como los párrafos que se amontonan o los diálogos sin marcas convencionales? Te imagino escribiendo sin parar, conteniendo el pis como el personaje...
No es que influyera, es que la única manera en que se podía escribir esa historia. Para mí el cómo es más importante que el qué. O, mejor dicho, el cómo precede al qué. Lo siento así como lector y como escritor. Los argumentos me dan igual. Los temas me dan igual. Sólo me resulta sustancial qué palabras son elegidas, el orden que ocupan, cómo suenan. Si no hay algo de eso, no entiendo, me aburro, lo dejo. Sólo si suenan de una manera especial cuentan algo importante para mí. Y sí, durante un tiempo escribí tal y como dices, a chorro.
En la novela el cuerpo de los personajes parece ser un lugar de conflicto: retenciones, tensiones, expulsiones... ¿Fue intencional usarlo como un ‘texto paralelo’, una forma de expresar lo que el lenguaje verbal no alcanzaba a comunicar?
Hay muy poca intencionalidad en esta novela. Si sucede lo que comentas, se ha dado sin que me diera cuenta. Es una idea muy bonita. Sus cuerpos, sus movimientos, sus silencios son soportes para expresar lo que no se podía decir o lo que yo no sabía escribir. Con el tiempo, he ido entendiendo que mis limitaciones como narrador son los rasgos, las cualidades, de mis personajes.
La corporalidad está muy presente en esta novela, hay algo profundamente físico en ella. Los cuerpos de los personajes tienen una presencia imponente. Por ejemplo, el hijo que narra la historia parece tener una corporalidad inmensa, casi como un gigante, mientras que el padre es muy bajito. ¿Cómo influye la corporalidad en tu narrativa?
Creo que es una fijación muy primaria. Desde pequeño me gusta el cuerpo humano, así de simple. Me maravilla que la misma carne, hecha de lo mismo y nacida igual, coja en cada uno su forma única e insólita. Siempre única e insólita. Me gustan las distintas formas que tienen los cuerpos y sus partes. De las más grandes a las más ínfimas. Me gusta observarlas y evocarlas. Me gusta cómo se mueven. Me gustan sus nombres. Y eso siempre termina apareciendo en lo que escribo.
Esto me lleva a otra cuestión: aunque en algún momento imaginé al protagonista como hombre, luego me di cuenta de que nunca defines su género. Quizá sea algo mío, el querer encasillar. ¿Cómo imaginabas tú a este personaje? ¿Qué tenías en mente mientras desarrollabas la historia? ¿Fue algo intencionado o te diste cuenta más tarde de ello?
Efectivamente, esta persona nunca revela su género. Casi todos los lectores la asumen como hijo, y yo no lo corrijo porque es una opción que la lectura permite. Que sea una hija también lo permite. Pero para mí, esta persona nunca ha tenido un género definido. En absoluto fue intencionado, sucedió así. Cuando empecé a escribir, no me permitía conjugar en masculino ni en femenino. Y no le puse esa condición para escribir. Seguí escribiendo sin un género, y, respecto a esto, fue muy sencillo.
Esa ambigüedad también se refleja en las emociones del protagonista. La historia habita entre la violencia y la ternura. Hay momentos inquietantes, como el de la caja en la infancia, y otros llenos de sensibilidad. ¿Cómo navegaste entre esos dos extremos?
Los extremos están muy cerca en la vida real. La literatura permite mostrarlos. Y eso es gracias a la escritura. Esas situaciones de gran ambigüedad que aparecen en la novela se dan porque la escritura lo permite. La escritura es como un enfatizador de lo real, una herramienta que usa quien escribe para revelar algo que en lo vivido quizá pasa desapercibido. Una situación construida con las palabras adecuadas provoca algo así como una revelación. Y para elegir las palabras adecuadas no había que hacer nada más que escribir desde el corazón de este personaje.
“La escritura es como un enfatizador de lo real, una herramienta que usa quien escribe para revelar algo que en lo vivido quizá pasa desapercibido”.
Al leer La tos, es inevitable preguntarse sobre qué estás hablando exactamente. Esa tos puede verse como un fenómeno sobrenatural o como una especie de maldición que acecha a la familia, pero también puede interpretarse como una metáfora de una enfermedad mental, especialmente a la luz del final de la novela. Para ti, ¿qué es La tos?
La tos es lo que le pasa a esa familia. Hay una tos que persigue al padre por la calle, angustiándole y recluyéndole. Es dura y terrible, pero también es asumible y cotidiana. Es algo que afecta a los tres miembros de la familia, pero cada uno hablaría de ella de manera muy diferente. O tal vez no hablaría. Para quien cuenta la historia, es lo normal, lo que le pasa a su padre, aunque ni siquiera pueda oírla y, además, sea un secreto. No es ni extraño, ni triste, ni terrorífico. Más bien, todo lo contrario. Como ente, qué es la tos, quién es, de dónde viene o qué quiere, yo no puedo decirlo.
Sabina Urraca fue la editora de La tos y la novela cierra su colección para Caballo de Troya. ¿Qué significó para ti formar parte de este proyecto? ¿Cómo influyó Sabina en el proceso de creación?
Fue un honor que Sabina contara conmigo dentro de la colección, porque lo hizo además con mucha confianza en mí. Durante toda la escritura de la novela me dejó solo, porque así se lo pedí. Pero estaba ahí para sostenerme cuando me flaqueaban las fuerzas. Más tarde, cuando ya tuve la versión que me dejaba satisfecho, entró para hacer una labor de edición textual exquisita y cuidadosa.
¿Qué otros autores, estilos o géneros te influyeron?
Leí novelas que tuvieran un tono particular. O, digamos, una frecuencia que me mantuviera en lo que estaba escribiendo. Por ejemplo, leí toda la obra de Jon Fosse. También me daban eso Bernhard, Faulkner, McCullers, Morrison, Martín-Santos, Benet y una novela de Cela que leía una y otra vez, Pabellón de reposo.
¿Has escuchado nuevas voces? ¿Estas escribiendo algo en estos momentos?
Sí, hay dos personajes dando saltitos dentro de mí. Les haré esperar unos meses, para dar espacio a otras cosas. Quiero leer todo lo que no puedo leer cuando escribo, estar más tiempo fuera de casa, pasear de noche, hacer todo lo posible por enamorarme, viajar a Argentina para abrazar a mi amiga Bárbara, hacer nuevos amigos, acompañar a desconocidos que estén solos. Y, en fin, en unos meses, sentarme a escribir esa novela.
Y, para terminar, ¿una pregunta que no te hayan hecho nunca y que te gustaría contestar?
Todavía no me han preguntado: ¿Tienes miedo a la hoja en blanco? Contestaría: ¡No! Tengo miedo a la hoja escrita.