Catalán de sangre francesa, Adrià Cañameras empezó a hacer fotos desde muy joven. Al principio, asistiendo a Misha Kominek mientras trabajaba en la pastelería de su padre. Y ahora, en su último libro, Ciertas Vidas Perras, Adrià fotografía Madrid y a su pareja de una forma casi compulsiva: es el resultado de dos años intentando representar su visión de la capital, la de un recién llegado. Ahora expone esas fotos en Barcelona.
Buenas, Adrià. ¿Qué tal en Madrid? ¿Cuánto llevas aquí, un año?
Bueno, viviendo de verdad llevo desde septiembre, pero ya hacía un año que iba y venía. Cada mes pasaba una semana aquí para ver a Mar. Vi que había mucho más trabajo y, como con Mar estaba todo bien, me mudé. De momento me va muy bien, tanto con trabajos comerciales como con el libro. Empecé a hacer fotos, y como la ciudad era nueva, me salió algo diferente. En Barcelona, después de tanto tiempo viviendo allí, lo conozco todo y ya no lo fotografío. Aquí es mucha información, Madrid es una locura. Hay un contraste entre lo moderno y lo antiguo muy grande, y con el libro me decanté por el Madrid atemporal.
Y aparte de Barcelona, ¿has vivido en algún otro sitio?
He pasado meses en Berlín, pero nunca vivir vivir.
Pero comentábamos que, si ahora te movieses de Madrid, sí que sería fuera de España.
Sí, eso seguro.
Quizás volvería a Barcelona un tiempo, a ver si han cambiado las cosas, pero sí que me gustaría irme. A París, o quizás a un sitio totalmente fuera de Europa, ¡China!
Tu fotografía es bastante personal, no la puedes desligar de tu contexto.
Sí, mi trabajo propio sí que es personal. Pero en los encargos me olvido de esa parte, como en lo que estoy haciendo para Grassi; es mi mirada, pero no es personal.
He oído la historia de que tu padre acoge a Misha Kominek cuando llega a Barcelona de joven, y te empieza a dar clases. Luego te apuntas a la escuela, y claro, no te aporta nada y la dejas…
Sí, mi padre tenía un restaurante vegetariano, el primero de Barcelona. Un día pasó Misha y le pidió trabajo. Misha no trabajaba nada bien, pero se hicieron muy amigos, así que mi padre le pagó los estudios de fotografía. Yo, como a los 16 no hacía nada en la escuela, acabé la ESO y quería ya estudiar fotografía. Mi padre me dijo que vale, pero que iba a trabajar también con él en la pastelería. Aquí Misha me empezó a coger de asistente, pues él ya tenía bastantes trabajos en Barcelona, y ahí vi que en la escuela poco iba a aprender. Aprendes la técnica, sí, pero tú mismo te creas la visión. Yo aprendí con Misha de los 16 a los 18.
¿Y no sentías presión por ser, digamos, un joven aventajado? Llevas en el mundo real desde muy pequeño…
Presión no, yo he tenido la suerte de contar con el trabajo de pastelero a la vez que hacía fotos, y así no tenía que preocuparme del dinero, hacía lo que quería. Nunca tuve que disparar fotos que no me interesaran en ese momento para ganarme la vida. Y aunque todo el mundo te dice, "¡buen trabajo!" yo no me lo creí y seguí trabajando. Al principio hacía muchas fotos, era una esponja, y ahora soy más tranquilo. Veo referencias y me fijo mucho en cómo retratan otros fotógrafos.
¿Podríamos decir que las personas que te rodean influyen en la forma en la que miras?
Sí, por supuesto que sí. Aparte, todos mis amigos siempre han sido gente que hace cosas: músicos, arquitectos... Y he ido creciendo con ellos. Los ejemplos más claros son John Talabot o El Guincho, con los que crecido de la mano. No me encargaban nada como fotógrafo externo, sino que estábamos ahí juntos, les gustaba lo que hacía y contaban conmigo. Ellos han hecho que mi trabajo se vea en muchos sitios. Otro ejemplo es Arquitectura G. Yo siempre hacía las fotos de después de la reforma, ahora han ganado un premio importante, y cuentan otra vez conmigo.
¿Te ayudó estar en este contexto catalán donde ocurrían tantas cosas?
Bueno, quizás cuando estás ahí no te das cuenta, pero por ejemplo la revista Apartamento sí que ayudó mucho. Fue un movimiento muy guay, pero luego todo el mundo va hacia lo mismo…
Hablábamos el otro día que echabas en falta un poco de emoción en la fotografía.
Entiendo y me interesa la nueva fotografía, pero también noto, a veces, que falta vivir la vida. Veo que hay muchas tendencias, en las que yo mismo he llegado a estar, pero creo que con este libro me he desmarcado de ellas completamente. He querido ir a los principios de la foto más clásica.
Pasando al libro, es como una oda a la fotografía por la fotografía: dejarte llevar por una ciudad nueva y, en tu caso, por tu novia, Mar. ¿Cómo crees que influye ella en tu trabajo?
El editor, Luis Cerveró, siempre había querido sacar un libro conmigo, pero yo nunca tuve una idea clara, hasta que me di cuenta de que Madrid era una buena oportunidad para lanzar un proyecto con Mar y la ciudad nueva. Al principio era yo con la cámara por las calles, caminando mucho y descubriendo la ciudad, buscando sitios donde crear su atemporalidad e ir ordenando. Al final es un estudio de Madrid acompañado de Mar. A Mar siempre le hago fotos, no es que sea exclusivo para el libro, a ella le gusta y a mí también.
¿Y te cambia la forma en la que miras el estar con ella?
Ella fue mi primera novia de adolescente. Yo estaba en mil cosas, y entonces conocí a esa chica tan guapa y se convirtió en un estudio, quería hacerle mil fotos. Ahí es cuando me di cuenta de que quería ser fotógrafo: veía libros de fotógrafos y sus parejas, ¡y yo quería hacer eso! Luego lo dejamos durante varios años y cuando volvimos era diferente; yo he cambiado, pero siempre hay una magia a la hora de hacerle fotos. Además, ella me mete bastante caña, opina mucho (risas).
¿La forma en la que sueles trabajar es muy de dejarte llevar?
Antes era más loco, pero ahora lo pienso todo mucho más. He aprendido a saber qué es lo que me interesa. Estoy pensando en calmarme y quizás pasar al medio formato. Dejar de ser tan directo y probar a preparar más las cosas, a ver cómo sale, y si me gusta.
¿Tus referentes no son solo fotográficos, no?
No, de hecho vienen más del cine, es lo que más me interesa. Me gustaría probar en esa disciplina, pero para eso necesitas un equipo. Por suerte, toda mi familia se dedica a ello, y entre todos hemos hecho una película que ha dirigido mi padre, era su sueño. Es un mediometraje hecho por y con amor, no tenemos productora ni nada, pero al final se trata de querer hacer algo, y hacerlo.
La familia es importante para ti, entonces.
Sí, bastante. En los 50 y 60 vivían todos en una casa en Francia y eran escultores, pintores, lanzaban publicaciones con las diferentes cosas que hacían... Quieras o no, te influye, aunque a algunos no los conociera directamente.
Aparte del libro de las fotos abstractas y el de tu familia, ¿qué más proyectos tienes en mente?
Algún encargo comercial y alguna presentación de libros o expos, y ya veré. ¡Siempre hay algo, por suerte!