Sus obras paracen salidas de los años cincuenta, pero sus ojos siempre están mirando hacia el futuro. Adamo Dimitriadis es un artista con una fascinación por aquel futuro imaginario que las generaciones pasadas esperaban, pero que nunca sucedió. Ese futuro utópico de coches voladores y rayos láser, donde la tecnología salvaría a la humanidad. Pero la realidad es devastadoramente distinta y así lo refleja él. ¿Cómo se puede ser tan optimista con la amenaza nuclear siempre presente? Desde la lupa de la ética, Dimitriadis disecciona el progreso tecnológico y las perspectivas y sueños de la humanidad sobre su propio devenir.
Adamo fue seducido por las artes desde muy corta edad, pero no fue hasta más adelante que definiría su estilo particular. Sus obras no solo recuerdan a aquellas imágenes futuristas del siglo pasado, sino que también beben fuertemente de la ciencia ficción y el futurismo. Dimitriadis ha contado con múltiples exposiciones. La más actual, titulada Horizonte artificial, tuvo lugar en la Galería Utopia Parkway de Madrid, pero tiene más en el horizonte.
Hola, Adamo, es un placer poder contar contigo. ¿De dónde nace tu amor por la pintura?
Mi pasión por la pintura nace en El Prado, los paseos dominicales por sus salas se remontan a mi infancia, y ya desde entonces supe que quería ser pintor.
Tu estilo retrofuturista es muy particular, ¿cómo lo describirías tú?
Conceptualmente sí añado elementos del retrofuturismo en la ilustración y la publicidad de las décadas de los 50 y los 60, sobre todo en mis exposiciones Ecos de la era atómica (2016) y Memorias del futuro (2017), pero no lo consideraría retrofuturista.
Hasta alcanzar tu estilo actual, ¿por qué otros pasaste? Me refiero a si siempre has ido en esa línea o si antes exploraste otros caminos muy diferentes al que vemos ahora.
Mis primeras obras datan de los 90 y se encontraban más próximas a esa versión menos frívola del surrealismo pop que mostraban artistas como Roger Brown o Jim Nut. Pero pronto abandoné ese estilo, evolucionando hacia lo que podríamos denominar un Realismo Científico.
Muchas de tus obras recuerdan a cómo se imaginaban el futuro en los años 50. ¿De dónde surge ese interés?
Siempre me ha seducido la imagen utópica del futuro que se mostraba en aquellas décadas, ilustradores como Arthur Radebaugh me parecen fascinantes. Fueron los años de la Guerra Fría y de la amenaza nuclear atómica, en los que la representación del futuro era tan idílica como irreal.
Tus obras son un tanto menos utópicas que aquellas. ¿A qué se debe ese giro?
A esa Guerra Fría y la amenaza nuclear atómica, que están aún presentes e incluso con más protagonistas. La humanidad se encuentra en una espiral autodestructiva que eclipsa aquella visión tan bella como utópica. Mi obra invita a una reflexión sobre el futuro al que nos dirigimos.
Como curiosidad, y viendo el punto en el que estamos: no hay coches voladores, ni invasiones alienígenas, ni armas de rayos láser. ¿Cómo te imaginas tú el futuro dentro de cuarenta o cincuenta años?
Realmente no como ese futuro que comentas y que se publicitaba. Tendrían que aparecer signos para remediar esta progresiva autodestrucción y que abran paso a la esperanza.
Una de tus colecciones, Horizonte artificial, se ha expuesto recientemente en Madrid. ¿Qué es lo que unifica estas obras?
El diálogo entre ciencia y moralidad. Horizonte artificial muestra un horizonte de progreso y de perspectivas truncadas en el que ciencia y moralidad convergen hacia un destino incierto.
En esta serie, los avances tecnológicos cobran protagonismo. ¿De dónde surge este interés?
De los cambios radicales que la ciencia empuja con sus avances tecnológicos y lo que implican en nuestra forma de entender el progreso. Que el progreso sea positivo o que se aleje del beneficio humano depende del destino que se dé a esos avances.
Viendo tus obras, imagino que hay mucha influencia del mundo del cine. ¿Cuáles son tus películas de ciencia ficción favoritas?
Tengo varias. Pero, solo por destacar unas pocas, yo diría: Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972), La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971), La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), 2001: Una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Pero tengo más.
Y a lo mejor la literatura también juega un peso importante, ¿eres de leer Isaac Asimov, Philip K. Dick, o alguien más contemporáneo como Liu Cixin?
Sí, he leído mucha ciencia ficción y ha sido una gran inspiración. Por supuesto Isaac Asimov y Philip K. Dick, sin olvidar a Stanisław Lem, Ray Bradbury, Frank Herbert, o Alfred Bester, por destacar algunos, aunque siento predilección por las novelas de James Graham Ballard, que en parte fueron una influencia para mi exposición Ciudad terminal (2019).
Según dices en tu pagina web, ciencia y moralidad son para ti dos aspectos indisociables. ¿Qué peso tiene esto en tu arte?
El progreso científico, auscultado desde la lupa de la ética, ha sido siempre un eje sobre el que ha girado mi obra. El mal empleo que se ha dado a la ciencia, con todas esas muestras que nos han ido acompañando hasta nuestros días. Como ejemplo, en esta última exposición, la obra Wernher Von Braun y la Luna, basada en el ingeniero aeroespacial, personifica las dos vertientes que han acompañado siempre al progreso científico.
Viendo tu interés por el progreso y el desarrollo de las nuevas tecnologías, ¿cómo ves la evolución de estas desde aquellas utópicas imágenes de los 50?
Una evolución asombrosa en algunos campos y decepcionante en otros. Aquellas icónicas predicciones del ser humano conquistando otros mundos han quedado ya totalmente desestimadas, pero raramente se imaginaba que cualquier persona pudiese disponer en su bolsillo de un dispositivo de comunicación con toda la información del mundo.
En tus obras se referencia constantemente aquel antiguo futuro utópico. ¿Pero, cómo ves tú la realidad del presente? ¿Se refleja en tus obras?
Mi obra toma como eje esa antigua representación del futuro utópico para reflexionar sobre nuestro presente, contrastándolo con las luces y sombras que nos rodean.
Teniendo en cuenta que tus obras son críticas con el progreso y el desarrollo de la ciencia, ¿crees que toman una perspectiva pesimista hacia el futuro?
Las señales nos dirigen hacia el pesimismo. Aquellas bombas de Hiroshima y Nagasaki son ya petardos en comparación con el poder destructivo de las actuales, y se sigue utilizando el terror a ese poder genocida de destrucción total.
Desde tu punto de vista, ¿qué potencial crees que tiene el arte de plasmar algo tan intangible como estos futuros hipotéticos?
Como forma universal de expresión, se convierte en un medio esencial para reflexionar sobre ese futuro incierto.