Cuando volví de Nueva York seguí haciendo fotos, pero aún no vivía de la fotografía, sino que lo hacía de la hostelería y seguía con mis proyectos. Vivir plenamente de la foto es complicado y hay meses en los que ganas dinero y otros en los que tienes que sustentarte, así que buscas otras maneras de sacar pasta. Un día vi por internet, en Kickstarter, a un chico que hablaba de cómo fabricar las afgan box, minuteras afganas, porque decía que estaban desapareciendo. Explicaba que en Kabul en los años 60 igual había trescientas personas haciéndolo, pero que hoy en día quedaban unas diez. Él quiso hacer que renaciera esa técnica porque es muy interesante y, además, a nivel histórico también tiene peso.
Enseguida pensé que eso era para mí porque yo siempre he trabajado con foto analógica, con retratos, y revelaba en blanco y negro, así que era como una extensión de lo que hacía. Pero no lo puse en marcha hasta unos años después, cuando me propusieron montar un puesto de fotografía en el mercado de Las Dalias en San Carlos. Necesitaban un fotógrafo y querían que, a cambio, ese fotógrafo tuviera un puesto. Y ahí fue cuando les propuse fabricar una minutera y montar un puesto vendiendo retratos hechos en el momento. Les encantó la idea y fue para adelante. La minutera me ha permitido vivir de la fotografía y hacer lo que amo con una entrada de dinero más o menos constante. Digo más o menos porque trabajo aquí seis meses al año.