Estamos rodeados de cosas absurdas que, a menudo, nos hacen reír. Algo que vemos u oímos, que pensamos que sólo tiene gracia en nuestra cabeza y que, segundos después, olvidamos. Tuchi transforma este tipo de humor en algo más: más absurdo, más profundo, más más. Lo exporta de su cabeza mediante ilustraciones que llevan la marca indeleble de quien hace lo que quiere, porque quiere. Se define a ella misma como una inconsciente y asegura que, vaya donde vaya, siempre lleva Madrid muy cerca.
Extranjera.
Artista. Aunque la escritura está presente constantemente en mi trabajo. Más allá de que pienso que mis dibujos pueden hablar por sí mismos, es el texto lo que les da un paso adelante.
La realidad es que no cambia nada si ven mi trabajo o no, porque lo voy a seguir haciendo. Yo he dibujado y escrito siempre. Pero también es cierto que, hace cinco años, dejé mi trabajo y decidí hacer una exposición. La monté en la cocina de El Camarote, el estudio en el que dibujaba en Madrid. Colgué mis cuadros para que mis amigos los vieran, pero terminó viniendo muchísima gente. Fue un fiestón, con una gran energía. Vi, por primera vez, que la gente entendía lo que estaba haciendo. Eso me cambió. Probablemente esa gente no sabe lo importante que fue aquello para mí. Desde entonces, compartir está muy bien, me divierte, pero no es ni de lejos lo más importante.
Es bueno que te lleve a eso. Tiene que ver con aquello que capta mi atención. A mí me divierten esas cosas absurdas que uno se encuentra en el día a día. Y cómo, al poner una cosa al lado de otra, aparece un nuevo significado, sin adornos. El otro día, por ejemplo, estaba en el metro aquí en Londres y vi un local de esos de las estaciones que venden un poco de todo. Ahí había unos carteles de comida, con fotos de kebabs, pollo frito… lo que podía ser mi cena, y al lado pegado, sin ningún tipo de diferenciación, un cartel que decía: “vendemos medicinas.” Enseguida me hizo reír. Pasada la capa de humor, creo que eso dice mucho de cómo somos. Creando siempre problemas y dándoles soluciones. Hay informaciones visuales como esas en todos lados. Si haces ese recorte, esos carteles, uno al lado del otro, cambian su significado y cuentan una cosa mucho más profunda. Igual que ese buen vino que llevé a esa cena y que terminamos bebiendo en esos vasitos de plástico. Creo que mi trabajo es eso, utilizar la sensibilidad para abrir ese foco.
Este año me estoy moviendo del papel. Manteniendo el sentido del humor y lo poético, pero cambiando la forma. Estoy trabajando con materiales. Intentando relacionar las palabras y las emociones con los objetos. Es algo nuevo para mí que creo que está haciendo que mi trabajo crezca. Quiero utilizar cualquier medio que tenga para transmitir mejor la idea. Me estoy dando cuenta de lo importante que es el cómo contar las cosas. Dibujo y escribo diariamente. Sobre lo que me inspira, lo cotidiano y sobre cómo nos relacionamos con el mundo. Esas cosas que pasan desapercibidas todos los días. Trato de alejarme de la crítica y me lo tomo con humor.
Más que miedo a estancarme, es que soy una inconsciente. Cada viaje surge de una oportunidad. No me lo pienso mucho. En general me encuentro preguntándome, al tiempo, qué hago en ese lugar. Si mañana me surgiera un proyecto interesante en Namibia, me iría. Y seguramente, buscando una casa me diría a mí misma: “Anda, pero si estoy en Namibia.” Ahora no estoy en Namibia, sino en Londres, y desde aquí soy muy consciente de mi condición de extranjera. Mi trabajo escrito se ve modificado por otro idioma, y eso se refleja en mi trabajo actual. Me interesa mucho el proceso de traducción: hay una pérdida inherente que a la vez abre nuevos caminos y significados. Es como una pérdida positiva. Soy una extranjera en un mundo que cada día tiene más extranjeros. Aunque siempre llevo a Madrid debajo del sujetador.
En realidad es una frase literal. Todos tenemos dentro la imagen de una casa de verano. Es parte de nuestra memoria colectiva. Da igual de qué provincia o país seas, está ahí. Cuando entro en una casa de verano siento siempre cierta melancolía: está llena de objetos que nadie pone en su primera casa, pero que ahí, en la casa de verano, están bien. Son casas que se abren y se cierran cada año, y siempre están igual. Mis padres tienen una casa a las afueras de Madrid desde hace treinta y tantos años y nunca han cambiado los colchones, son esos de funda de tela. Son colchones blandos, pero duermes increíble. Hay unas botellas de colores de cristal absurdas en una estantería medio vacía y hay revistas de costura de hace más de diez años. Es uno de los lugares más importantes de mi vida. Cuando María, Andreu y Antonia me escribieron para participar en ArtNit les agradecí la excusa para contar esto. Hoy en día, esta relación con los objetos y las casas de verano toma un nuevo significado: la gente, por medio de internet, alquila las casas de verano de otra gente. Accede a esos recuerdos, a esos climas que pertenecen a la intimidad de otros. Me llama la atención que, a pesar de estar en la casa de otros, nos sentimos en la nuestra: con su televisor de caja, su cómoda vacía, sus caballos de mar en el baño y sus nudos marineros.
Trabajar con esos dos ha estado muy bien. Con Guille trabajé de forma muy intensa antes de venir a Londres, aprendiendo y construyendo los carteles de Cartel Cartelería. Pintábamos en su salón, de madrugada, hacíamos parones a la una de la mañana y nos comíamos unos huevos fritos con chorizo. No fue muy digestivo. Terminamos realmente agotados, pero mereció la pena. Aún siento que nos falta ruido que meter con ese proyecto, aunque ahora la distancia lo hace más lento. Los dos compartimos sentido del humor y eso para colaborar es muy importante, nos podemos reír de las cosas más perturbadoras (como eso que está pasando en las ciudades, que llaman “gentrificación”, aunque a mí no me gusta mucho esa palabra). Cartel Cartelería, entre muchas cosas estéticas, pretendía eso: dar valor de nuevo a la tradición de Madrid con esos comercios imaginarios. Anteriormente trabajé mucho con el diseñador Juanto Sánchez y el año pasado con Konstantinos Trichas. Y ahora hay nuevas colaboraciones que se vienen: estoy preparando cosas en Madrid con la editorial Sandwichmixto en varios proyectos, uno personal y otro que implica a gente muy interesante. Sandwichmixto pertenece a ese Madrid del que fardo. Aquí en Londres quiero colaborar con mi amiga Eva Papamargariti, que es una genia total y, aunque nuestro trabajo es muy diferente, las dos tenemos pensamientos comunes. Otra persona con la que quiero currar desde hace un tiempo es con el amigo Jonay P Matos, con quien también comparto ese sentido del humor.
Esta no la quiero contestar. Pero… ¿A que no se puede?
La vida del extranjero.