Es mi forma de hacer punk. Quiero decir, el punk de gritar y romper guitarras está muy bien para quien le guste, pero no estamos en los setenta anymore. Citándome a mí mismo (otra vez) en Eterno moderno (post-punk version): “Hacer un estilo fuera de su tiempo es como parir un feto muerto”.
Empecé este proyecto como una reacción a la música urbana de ese momento (ahora pop) porque, a pesar de que la mayoría de letras son machistas, vacías o frívolas, todo el mundo se justifica en que no importa lo que estas digan mientras que sean bailables. Aclaro que no tengo nada en contra de esto. Al final, el pop siempre ha sido así.
No obstante, partiendo de esta premisa, me pregunté: ¿qué pasaría si utilizo un sonido y una estética totalmente mainstream, pero en lugar de hablar de sexo o desamor, hablo de que tengo ansiedad, de que me explotan en el trabajo o de cómo el capitalismo se está cargando la ciudad en la que vivo? ¿La gente seguiría bailando sin prestar atención a la letra? De esta forma, mi música es una especie de caballo de Troya que quiere cargarse el sistema desde dentro.
La primera vez que toqué en Madrid, catalogaron mi música como ‘pop alterado’ y, sinceramente, me siento muy cómodo con esa etiqueta. Por un lado, es pop por las letras repetitivas y pegadizas, las melodías emotivas y los ritmos bailables. Por otro, según la RAE, alterar significa cambiar la esencia o forma de algo, pero también estropear, descomponer, dañar, perturbar o trastornar, por lo que creo que la unión de ambos términos consiguen definir mi música a la perfección (una vez más, Prodigy y Sonia y Selena).