Absolutamente, pero Los Ángeles tiene una combinación de cosas peligrosamente adictivas. La historia con esta persona acabó pronto (y bien), y el mes siguiente fue el más desolador que recuerdo. Estaba completamente sola, sin un duro, sin coche, casi sin poder comunicarme en inglés, y en la casa más bonita en la que he vivido, en el barrio más perfecto de la ciudad. No entendía nada, ni qué hacía aquí ni por qué. Estuve, por fin, realmente asustada. Y me latía el cerebro como nunca antes. Con el tiempo, la desolación que genera la falta de familiaridad hacia absolutamente todo se va transformando en algo más amable cuando comprendes que es un regalo tener tantas cosas que descubrir o que entender. El tamaño de la ciudad tampoco ayuda, pero precisamente en ese caos se produce una libertad indescriptible y valiosísima.
En todo este contexto, con gente de tantos lugares, entre tantas capas y círculos tan distintos coexistiendo, puedes imaginar la locura que implican las relaciones personales. Es mi parte favorita. Son lo más imprevisible e interesante, y la razón principal por la que estoy tan enganchada a este lugar. Además, la dificultad de encontrarse aquí hace que la magia de conectar con alguien se multiplique considerablemente y que, en muchos casos, el lazo que se crea sea más profundo. Resumiendo, sobrevivir aquí (cuerdo) es tan jodido que se ha vuelto la relación tóxica perfecta. No te deja aburrirte ni asentarte; hay paz, hay oscuridad, y la intensidad perfecta de dolor y de cariño. Aquí tienes lo que quieras, y aprendes rápido que si no lo encuentras es porque no has buscado bien, o no lo suficiente.