“Moraland es un país gobernado con mano de hierro por Sergio Mora, el severo dictador que obliga a sus ciudadanos a vivir en extrema poesía, severa luminosidad, humor totalitario, laboriosa elegancia, peligrosa benevolencia y diversión absolutista. Peor aún, este estado es un estado del ser; un estado condenado a la felicidad sublime. El resto del mundo está preocupado”. Así define el diseñador francés Philippe Starck a Moraland, el libro que acaba de publicar Norma Editorial y que recoge la impresionante obra del ilustrador español Sergio Mora a lo largo de décadas de trabajo.
Sergio es uno de los pocos representantes españoles del surrealismo pop contemporáneo, y que muchas veces suena con nombres tan reconocidos como Mark Ryden o su esposa Marion Peck. También es, junto a Mariscal, uno de los pocos artistas españoles en ganar un premio Grammy por la portada de un disco –en su caso, la de El poeta Halley, de The Love of Lesbian. Y entre sus fans y coleccionistas podemos encontrar, además de a Santi Balmes, a Alaska, Juli Capella, o el mismísimo Alessandro Michele, quien le pidió algunas ilustraciones para incorporar en ciertas prendas de la colección Primavera/Verano 2018 de Gucci.

Tras centenares de esbozos, ilustraciones, cuadros, murales, carátulas de CD, cerámicas y, sobre todo, muchos éxitos y fracasos de los que ha aprendido, Sergio Mora se alza como una de las figuras más destacables del panorama artístico español. Por eso ahora publica Moraland, un volumen de casi trescientas páginas que recoge series y proyectos que, hasta la fecha, no podían encontrarse en un mismo soporte fijo. Para celebrar tal logro quedamos con él para saber más sobre el libro, de dónde sale su alter ego Mágicomora, y qué le depara el futuro.
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Hablemos un poco de ti y de tu trabajo. Digamos que a lo largo de los años has creado tu propio universo, que ahora recoges en el libro Moraland. ¿Qué encontramos en este lugar?
Pues un poco lo que tu decías. El proyecto recoge los trabajos de los últimos años que he ido haciendo de forma dispersa y que no podían verse juntos en ningún soporte físico. Sí que he hecho libros ilustrados, pero todas estas series de pintura o los encargos de restaurantes, por ejemplo, son el tipo de cosas que no se habían podido ver en conjunto. Y son los trabajos que me interesaba juntar para así cerrar esta etapa y decir, ‘Lo que ha pasado en este viaje hasta aquí ha sido esto’.
Hasta te creaste un alter ego, Mágicomora, bajo el que llevas trabajando bastantes años. ¿Cómo surge esta identidad? ¿Son Sergio Mora y Mágicomora personalidades diferentes?
No, son la misma identidad. Se trata simplemente de un juego. Nació de casualidad cuando la gente empezó a hacerse correo electrónico. Quise crearme uno de Hotmail, pero cuando ponía sergiomora, ya estaba pillado. Entonces empecé a jugar con combinaciones. Y justo aquel año había ilustrado un libro que se llamaba La linterna mágica. Probé magicomora y estaba libre. Y bueno, pues soy Mágicomora –o sea que fue culpa de Hotmail. 
Vayamos a Moraland, el libro que acaba de publicar Norma Editorial y que recoge lo mejor de tu trabajo a lo largo de toda tu carrera. ¿Qué supone para ti, a estas alturas, que se haga un volumen así, a modo casi de retrospectiva?
Es un poco una celebración, como cuando celebras un cumpleaños. Siento que puedo mirar atrás y sentirme afortunado porque han salido trabajos muy bonitos. Y tener todo este reflejo es como cuando haces un álbum de boda o de alguna otra fiesta. Es un poco compartir esa alegría con los demás –por eso va con una lámina de regalo, para poder compartir este momento.
Se divide en cuatro capítulos que repasan toda tu carrera, han colaborado personajes reconocidos de otros ámbitos de la cultura (Juli Capella, Nacho Canut de Fangoria, o Santi Balmes de The Love of Lesbian), y la verdad es que es fantástico. ¿Pero qué es lo que más te gusta a ti personalmente del libro y por qué?
Estoy muy contento con la portada. Además, fue una decisión de última hora y nos ha venido a huevo porque justo lo presentamos el día de Halloween y queda perfecto con la Familia Addams en los teatros y todo el mundo disfrazado por la calle. En principio, en la portada iba otro cuadro que estaba hecho con azules. Y digamos que este cuadro definitivo resume de dónde vengo y anuncia hacia dónde voy. Estoy especialmente contento con esta portada porque hace que este libro sea un poco un puente entre la celebración y el anuncio.
Háblanos más de la portada, entonces.
Es una anunciación, una madre con el hijo: la madre es un monstruo y el hijo es un gremlin. El pintor es Mark Mothersbaugh, el cantante de Devo. El tipo lleva unas gafas 3D que tienen un color cálido y otro frío, así que ve la realidad más dimensionada. Es un poco un juego de unión de opuestos. A parte, he jugado con una idea de lo clásico y lo moderno, con referencias actuales, de los 80, e históricas. Están el humor, el tono poético y, por otro lado, el tema de los opuestos, la santidad y la monstruosidad. Así que resume mucho el espectro de mi trabajo.
Moraland empieza con el capítulo Tradición y modernidad, y sorprende encontrarse con un proyecto bastante reciente, el del restaurante Bazaar Mar en Miami, al que le siguen otros proyectos en los que destaca algo por encima de todo: el azul. ¿Por qué crees importante que empiece así?
Primero, porque el título del libro Moraland viene de la frase de Philippe Starck hablando sobre mi trabajo. Por eso me pareció que él y José Andrés tenían que abrir el libro. También porque es uno de los proyectos más potentes y espectaculares en los que he trabajado. Y empezar por ahí es una buena carta de presentación y hace que todos los frikismos que hay detrás se perciban de otra manera.
“Siento que puedo mirar atrás y sentirme afortunado porque han salido trabajos muy bonitos.”
Del azul se habla mucho también en el libro, y se destacan sus propiedades o relación con lo mágico, así como con lo histórico. Pero me gustaría que fueras tú quien me hablara también de ese color. ¿Qué tiene para ti?
Más que una elección, el proyecto, de alguna forma, pedía este color. No era indispensable, ya que cuando me encargaron hacer los murales podía haber usado cualquier otro (o los que quisiera). Lo que pasa es que el proyecto consistía en hacer murales de cerámica, y el color icónico de los azulejos es el azul. Cuando uno piensa en los azulejos, recuerda sobre todo los portugueses, que son los que más han trascendido. Y automáticamente piensas en el azul.
Por otro lado, se trata del Bazaar Mar, con lo que el azul era perfecto. También buscaba una temática española porque José Andrés es un chef español en Miami. Además, también jugué mucho con la idea del tema marinero –de llevar el lenguaje del azulejo al lenguaje de los tatuajes de los marineros. Todo encajaba a la perfección.
¿Fue a partir de aquí que te obsesionaste por el azul?
Me gustó tanto trabajar con ese color que lo llevé también a mi pintura e hice una serie de cuadros. Me parece muy estético. Los hice de gran formato porque venía de hacer murales y de diseñarlos en digital, y tenía ganas de pintar. Cuando haces un cuadro en azules, creas un clima. Al crear algo monocromo parece que puedes poner todas las locuras que quieras en el contenido y siempre quedará elegante. El Bazaar Mar está lleno de cosas súper locas, surrealistas y divertidas que, si se hicieran a todo color, no podrían estar en un contexto de lujo.
Me encanta ver que formaste parte de la colección Primavera/Verano 2018 de Gucci. ¿Cómo surgió este proyecto?
Pues fue muy de golpe. Hoy, todas estas cosas empiezan recibiendo un mail. Yo recibí uno de Gucci proponiéndome si quería colaborar con ellos, y dije, claro, cómo no. Me pidieron imágenes disponibles para coger algo que poder utilizar (porque ya era para hacer algo para el desfile que se hacía el mes siguiente, y yo estaba a punto de irme de vacaciones, ya que fue a finales de julio y llegaba agosto). Les pasé material que tenía libre de derechos con el que se pudieran hacer cosas. Eligieron una serie de dibujos, y a partir de allí fue el equipo de Gucci el que trabajó.
Si no me equivoco, se han hecho muchas prendas, y todas con el mismo dibujo. 
Me empezaron a llegar prendas y era como si hubiese pasado Papá Noel. Al final han hecho muchísimas cosas, siempre con el mismo dibujo, que es una versión de Zoltar (un mago que salía como el autómata en una película de los años 80 titulada Big). Tienen más dibujos seleccionados que todavía no han usado, pero puede ser que salga algo. De momento han hecho muchas prendas con este dibujo, como camisas, jerséis, camisetas, etc. Y en Gucci son muy cuidadosos, siempre que hacen una colaboración ponen una etiqueta con el nombre del artista.
Has realizado portadas de discos de artistas como Fangoria, Marc Parrot o Love of Lesbian –y más que se pueden ver en el capítulo Música para camaleones. De hecho, la portada del disco El poeta Halley te valió un Grammy Latino al mejor diseño de empaque. A pesar de que ya llevabas un recorrido impresionante, ¿crees que marcó un antes y un después de alguna manera en tu trayectoria?
Totalmente. Es como ganar un Oscar. A parte, en España creo que solo le han dado uno a Mariscal por Chico y Rita (pero diría que era compartido) –me refiero es que no es nada habitual. Así que esto es un poco un aval. Y tener un reconocimiento mundial hace que la gente te mire con otros ojos.
“El movimiento y la mutación son herramientas sin las cuales sería imposible ejercer la creatividad sin límites que nos caracteriza”, escribe Sandra Lozano en la introducción de Caras B, el cuarto y último capítulo del libro. Y creo que es un buen resumen o reflejo de tu trabajo, porque a lo largo de estos casi veinte años, tu evolución es más que clara. Tus personajes y universos, por más que sigan siendo ‘muy tú’, han mutado. Así que, para acabar, y viéndolo todo en perspectiva, ¿qué le dirías a tu Sergio del pasado cuando no había hecho más que empezar?
Le diría que me alegro de que se haya apuntado a yoga. Porque estoy mejor, me ha ido bien –me serena.
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