Òscar Medina

El expresionismo visual nace de la necesidad de encontrar un concepto que defina mi trabajo y mi ser, puesto que ambos se abrazan continuamente y de forma bidireccional. Incitado por convenciones sociales, antes de tener construida la identidad que ahora da sentido a mi discurso, sentía presión por tener que usar etiquetas dicotómicas para definir aquello que hago, ¿arte o diseño?
Encontramos junto a Xavi Puig, —mi sherpa en esta tarea— que existía un nexo entre todo lo que yo materializaba, este era la necesidad de expresarme y mostrar la mirada subjetiva de mi mundo interior. Ahora puedo pintar, animar, diseñar y flirtear con la moda e invitar a bailar a la ilustración sin que ninguna de estas disciplinas se sienta engañada.

Como decía antes, para mí el diseño, la ilustración o la pintura no son más que meras herramientas con las que vehicular la necesidad de materializar gráficamente inquietudes, conceptos y universos. Por tanto, el interés por el arte y la cultura nacen de una necesidad interior y feroz por expresarme, mucho antes de que conociera el marco de las creencias culturales.
El ámbito en el que me siento más cómodo plasmando es el que mejor traduzca en ese instante aquello que quiero manifestar, sumado también a la virtud más aristotélica, la acción más apropiada a la naturaleza de cada ser; el acto más conforme con su esencia, un acto de bien, de verdad, justicia y belleza.

Si hablamos de inspiración creo que soy hijo de todo lo que viene a partir de Matisse en cuanto a formalidad, y sobrino de Edward Hopper por lo que pretendo evocar con mi trabajo. En cuanto a discurso me siento alineado con lo popular, lo cotidiano y la rotura de dogmas y creencias. Si pudiese formar una familia con los pintores que más afinidad tengo, en ella estarían: Giorgio de Chirico (por sus sombras duras y paisajes surreales), Kenton Nelson (por la dulzura de sus luces, sombras y pinceladas) y John Register (por la soledad y la reflexión que inducen sus escenas).
Obviamente por mi retina pasan diariamente centenares de imágenes y referentes de creativos que ayudan a dar forma a lo que hago. Pero también me ayuda leer a Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o algunos filósofos clásicos, y luego el cine para acabar de esculpir el modelo imaginario que tengo sobre la belleza. Por no hablar de la música, que sin ese saxofón meloso de John Coltrane, o la melodía que se esconde en I'll look Around de Billie Holiday, no tendría la capacidad para masticar ni oler lo que hay dentro del universo que acoge mi planeta idílico.
Todo lo que materializo se mueve por sensaciones y emociones percibidas, mi obra es como un catalizador o embudo de todo aquello que alimenta mi alma. Recuerdos, imágenes, sonidos y olores que generan un universo sensorial. Son traducciones de lo sentimental a lo experiencial visual, generando escenas idílicas y oníricas que transportan a un universo en el que has estado, o no, pero que pretenden humildemente generar el mismo nivel de nostalgia.

Mi carácter me impide materializar algo que mi criterio no haya validado previamente. La metodología de proyectos que quedó muy arraigada en mí durante mis estudios de diseño me condiciona a buscar previamente una conclusión formal a aquello que quiero materializar, convirtiéndose en pieza plástica solo aquello que mediante el ensayo y la prueba considero que va a vehicular correctamente la idea o la construcción mental previa. Condicionante con el que este año trato de firmar el armisticio para que me deje fluir de una forma más fresca y desenfadada.

Mis escenas en Mellow Scenes pretenden ser el ensayo plástico de mi forma de comprender la realidad. Todo forma parte de un mismo escenario en el que convergen la esperanza y la nostalgia. Al igual que yo abrazo la vida con la aceptación de lo oscuro y lo luminoso, lo que pinto siempre echará de menos a algo, pero con un barniz de dulzura y gratitud. Aunque algunos domingos no hay dónde esconderse cuando el planeta melancolía decide impactar nuestra tierra, siempre acabo encontrando la belleza y la luz en la sombra.

Close up Bodies, una antigua serie, nació de un momento crudo, nostálgico y silencioso. Fue como un grito después de una ruptura sentimental en la que me había sentido censurado de mi parte más biológica y el amor por la belleza del cuerpo femenino. Representado de un modo expresivo y sintético materialicé, en primeros planos, partes del cuerpo desnudos o semidesnudos. Con pocas líneas y una paleta de color reducida se sugerían las zonas del cuerpo que se ilustraban. La serie es un silencio profundo como una calma repentina, la mirada tranquila de quien contempla sin prisa. Un catalizador.

Existe uno al que le tengo un especial cariño, este es el proyecto de Top Manta, en el que tuve el placer de colaborar gracias a la llamada de Lara Costafreda. Nunca he creído en el arte moralista, pero es cierto que al igual que la palabra, la imagen es una herramienta que puede ayuda a exclamar los males sociales a los que muchos colectivos se enfrentan. Fue, sin duda, un proyecto humano con un retorno afectivo impagable. Ojalá una vez al año naciera una oportunidad como aquella para sentirnos Homo sapiens de verdad y volver a la raíz biológica más intrínseca nuestra, la de la empatía y la sociabilidad.

La libertad es uno de los valores más importantes que me define por naturaleza. Es por lo que desde que me puse a trabajar en mi proyecto propio he tenido claro que mi identidad debía saborearse en todo lo que hiciese y, con ello, el lenguaje plástico y conceptual. Tener claro y bien definido esto, junto a un discurso, ayuda a que quien se acerque a ti para colaborar o trabajar asuma, acepte y valore tu estilo. Razón por la cual normalmente quieren que haga lo que ya sé hacer, pidiendo exclusivamente y en algunos casos concretos que haga algún pequeño movimiento lateral dadas las exigencias del brief y del concepto. Hay veces que no ocurre de este modo, no nos engañemos, en esos casos o no lo acepto o lo batallo para llegar a un acuerdo en el que los dos nos sintamos cómodos, es cuestión de ser diplomático. ¿Consejos para lograr esto? Proyectos personales que inunden tu portafolio.

El confinamiento me ha traído una de las cosas más bellas que he experimentado, encontrarme única y exclusivamente conmigo mismo. La rueda gigante de eventos, de la mala ambición y de las presiones sociales por obrar de una determinada forma me habían dejado exhausto. Gracias a este parón, pude aprender que lo más importante estaba en nuestro interior y que no hacía falta buscar más afuera. Le pude dedicar más tiempo a practicar y jugar con la música, a la lectura, al cine, el ejercicio y todo aquello que alimenta el alma.
Así que intenté transmitir el amor que yo tenía por la luz a los demás, proponiéndoles que compartiesen conmigo vía Instagram imágenes de escenas lumínicas en los interiores de sus hogares; la acción fue un éxito y llené carpetas de Stories. Casi convertimos aquel acto en un mantra y, mientras te concentrabas en cómo la luz iba cambiando a lo largo del día entre las cuatro paredes de tu habitación, empezabas a concentrarte en el presente y en la intención de tan solo ser.

Estas últimas semanas he estado dibujando mucho: una camiseta para Estrella Damm, una portada para la revista Forbes, la portada de un vinilo y varios rediseños de etiquetas de vino.
También he empezado a escribir y espero que este año pueda concluir un pequeño libro que no intenta hacer otra cosa que mostrar mi mirada sobre la realidad, un poco de metafísica, y sobre el existencialismo, la filosofía, el humanismo, la ciencia y los haceres. Que como decía Francisco Umbral, “escribir es la manera más profunda de leer la vida”.