Samuel Salcedo (Barcelona, 1975) esculpe la metáfora del disfraz a través de personajes que ocultan su verdadera naturaleza bajo la máscara de un animal, aunque a veces también introduce otros elementos de la cultura popular que no escapan a su ironía: una bolsa de Ikea, un flotador o un casco de Darth Vader, por ejemplo. Caretas con las que hombres y mujeres juegan a transformarse, y que a veces nos llevan a lugares bastante incómodos donde podemos vernos reflejados.
Su obra es algo cruda en la reflexión del ser humano, pero también humorística y real, aunque no es de esos hiperrealismos que corren el peligro de convertirse en algo pueril en el sentido de “mira lo bien que lo hago” –algo que no va con Salcedo–, sino que, como él mismo nos cuenta, es un realismo que funciona sobre todo en las esculturas de menor tamaño, donde muestra alguna imperfección con fallos e incluso con marcas de la herramienta, del mismo modo que juega con la desproporción o se permite alguna licencia –siempre que le ayude en la expresión creativa– sin necesidad de impresionar.
Estudió en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Barcelona, pero nos cuenta que en algún momento de su vida se torció y acabó haciendo escultura. Después vivió en Inglaterra donde realizó un master en Manchester Metropolitan Univeristy que pudo pagar mientras trabajaba como asistente de Jaume Plensa: “Luego estuve peleando años y años hasta que vi que me podía mantener haciendo lo que hacía. Más o menos me hacían caso y seguí adelante”.
Samuel estuvo en Madrid para participar en el pop up Theriomorphism II, la cuarta edición de una exposición colectiva comisariada por el artista Okuda San Miguel y organizada por Ink and Movement en la Galería Kreisler. Nos reunimos con el artista para hablar de esa capacidad de transformación del hombre en animal que genera distintas visiones de su identidad, así como de su relación con la realidad que le rodea.
Estudió en la Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Barcelona, pero nos cuenta que en algún momento de su vida se torció y acabó haciendo escultura. Después vivió en Inglaterra donde realizó un master en Manchester Metropolitan Univeristy que pudo pagar mientras trabajaba como asistente de Jaume Plensa: “Luego estuve peleando años y años hasta que vi que me podía mantener haciendo lo que hacía. Más o menos me hacían caso y seguí adelante”.
Samuel estuvo en Madrid para participar en el pop up Theriomorphism II, la cuarta edición de una exposición colectiva comisariada por el artista Okuda San Miguel y organizada por Ink and Movement en la Galería Kreisler. Nos reunimos con el artista para hablar de esa capacidad de transformación del hombre en animal que genera distintas visiones de su identidad, así como de su relación con la realidad que le rodea.
Samuel, ¿qué te atrajo de este proyecto?
Ya conocía a Okuda y esta exposición que hacía con otros artistas porque había coincidido con él aquí en Madrid y me encantaba la idea. Me lo propuso y me encantó, aunque yo en principio no estoy en el mundo del Street Art ni nada que se le parezca, pero creo que conceptualmente sí que estoy muy cercano. De hecho es un tipo de arte que me gusta, porque tengo muchos amigos que son pintores de calle e incluso suelo comprar este tipo de pintura para mi colección personal. Quería ver cómo casaba lo que yo hacía con otro tipo de obra. Y hacer una pieza entre todos. He venido encantado.
Tus personajes se suelen esconder detrás de máscaras de animales. ¿Por qué?
Me gusta la idea de la máscara, de la careta, no es un concepto muy complicado. A veces nos ponemos la careta y nos disfrazamos. Este hecho de disfrazarte, de ocultarte tiene un significado. Mis personajes están desnudos o medio desnudos, están escondidos, están ocultando el rostro detrás de un disfraz de animal, muchas veces. Los animales tienen un significado –se lo ponemos nosotros. Un conejito lo asociamos con un animal bonito y si es un lobo pues con un animal malo, lo cual no tiene ningún sentido. No es más que un convencionalismo porque lo hemos decidido nosotros. Pero ¿cómo es el personaje que está debajo de esa careta? A lo mejor el que está debajo del conejito es muy mala persona y lo contrario puede ocurrir con el lobo. Me gusta empatizar con la gente que ve mi obra, que es casi como un espejo.
¿Entonces nos ponemos esa careta para ocultarnos?
Sí, pero no en el sentido de que nos ocultamos porque no queremos mostrar algo, sino que a veces puede ser por motivos lúdicos, como el carnaval por ejemplo, y este hecho de creernos transformados, a mí me gusta. Cuando nos ponemos una máscara creemos que los demás están viendo algo que realmente no es, pero nosotros no sabemos lo que los demás están viendo. A lo mejor te arreglas, te pones súper guapo y los demás te ven ridículo y tú estás convencido de que estás súper bien. Me gusta mucho trabajar con la idea de incomodidad, de personajes que están con una careta medio disfrazados porque a todos nos puede pasar en un momento de la vida. A lo mejor estamos sobrepasados por las circunstancias, en la vida no puedes controlarlo todo y este punto de incomodidad es un poco el leitmotiv de mi obra.
¿Con qué materiales trabajas para darle realismo a tu obra?
Mi manera de trabajar es muy tradicional. Modelo la pieza en plastilina con barro y luego con un proceso de moldes de silicona y también alguna copia en resina – un plástico que puedo trabajar en un estudio, es un líquido que rellena y que me permite policromarlo también. No es un lenguaje que yo haya buscado, lo he encontrado. Realmente cuanto más grandes son las esculturas, menos naturalistas son, tiendo a inventar un poco la anatomía. En las pequeñas, por lo que sea, al ser casi un muñeco, puedo permitirme ese realismo que en piezas más grandes me desagrada. Así que sí, creo que a este tamaño funciona incluso la policromía porque pinto con sprays de graffiti y lápices de colores. Sin embargo, en las piezas más grandes sí que me permito licencias con el modelado y los materiales.
¿Crees que el arte es más accesible ahora? ¿Es una buena idea invertir en arte?
Para una persona que no está acostumbrada a comprar arte cualquier precio es caro porque no deja de ser un artículo de lujo. Yo mismo no me puedo comprar lo que yo hago. Así que es un mundo un poco extraño. Lo que sí se tiene que democratizar es el acceso por lo menos a disfrutarlo, que es lo que pretendemos. Yo cuando trabajo no pienso en la gente que va a ver mi exposición, pero si mi propia familia o mis amigos ven una exposición mía y no la entienden o no les gusta, me frustraría. Que luego tenga la suerte de que vengan coleccionistas de arte, lo compren y la cosa se mueva es una suerte porque me permite continuar viviendo de esto. Pero uno no piensa en las ventas. Yo mismo cuando voy comprar alguna cosa tengo un límite que no puedo sobrepasar y pienso que el dinero que me estoy gastando en esto me lo podía gastar en otra cosa, porque como inversión es complicado.
¿Y notas diferencias en las ferias internacionales?
Conozco las de Madrid y Barcelona. Tengo la suerte de que mi obra funciona y no tengo queja. Luego vas a algún sitio en el extranjero y ves un nivel de movimiento y dinero increíbles. En cuanto a lo que yo vendo, no tengo ni idea de donde va a parar mi obra. Cuando se vende algo me lo dicen, lo cobro y eso me permite continuar trabajando y producir más obra y hacer cosas que antes no me podía permitir –como trabajar con otros materiales, tener gente que me ayuda, tener un taller más grande… Al final es eso, yo trabajo para trabajar.
Sobre inspiración e influencias, ¿cómo es la evolución hasta que encuentras tu propia identidad?
Cuando empiezas tienes referentes de otros artistas. Yo he trabajado más o menos siempre en la figuración. Al principio pintaba y me fijaba en pintores que más o menos a mí me gustaban. Luego descubrí la escultura y fui intentando buscar un lenguaje. A veces por casualidad quieres imitar a otro y te encuentras a ti mismo. Yo no sé si tengo un lenguaje muy personal o no, tampoco tengo mucho arreglo ya a estas alturas, por lo que hago lo que creo que tengo que hacer y lo que me siento cómodo haciendo. Creo que tengo recorrido aún. Voy descubriendo cosas y me voy inventando, pero al final las ideas me vienen de la vida, porque siempre están los mismos referentes que puede tener otra persona que no se dedica al arte: televisión, cine, cómics, literatura, fútbol, mis hijos en la guardería… estas cosas también me influyen. Las procesas y te van cambiando y tú como persona vas cambiando. El arte tiene que ser vivencial, intentar ser de verdad. Si estás impostando algo la gente lo nota. Es muy fácil caer en el lado oscuro e intentar cosas para vender o pensar en lo que le va a gustar a los demás, lo cual no puede saberse nunca. Hay gente muy buena como artista y luego no tienen salida. Y aprendes mucho, vas viendo, tienes mucho feedback a base de hacer exposiciones, ferias de arte, vas conociendo artistas, intentas mejorar para sentirte cómodo en contexto de artistas… Ya veremos cómo acabamos. De momento yo voy trabajando. He estado en ARCO Madrid, acabo de mandar unas piezas para la feria de Austria, Nueva York en mes y medio y un proyecto grande en Barcelona. También una obra para un jardín gigantesco en Francia, un museo al aire libre…Yo a veces alucino cuando me pasan estas cosas. La verdad es que estoy muy contento. Que dure.