Un cielo difícilmente azul –para tratarse de Asturias– se abre luminoso ante la pantalla de nuestro plomizo ordenador en una videoconferencia geolocalizada en Vegarrionda, un pequeño pueblo del oriente asturiano donde vive Rodrigo Cuevas en su especial refugio, a más de cuatrocientos kilómetros del Teatro de la Zarzuela (Madrid), donde actuará el próximo 30 de noviembre –si el coronavirus lo permite– con el espectáculo Barbián, una especie de zarzuela con tintes de cabaret que promete un show tan sexy y atrevido como su creador.
Hablando con el artista, no sabemos qué pesa más, si su parte de agitador o de folklórico, pero lo cierto es que desde que publicara su primer trabajo, Yo soy la Maga, en 2012, Rodrigo Cuevas se ha convertido en un músico y showman contemporáneo que ha abrazado la música popular y el cabaret para acercársela no solo a los paisanos de su tierra, sino para difundirla por los más aplaudidos auditorios de toda España.

Mucho antes del auge del éxodo rural del que tanto se habla ahora, Rodrigo Cuevas decidió establecer su carrera artística en Galicia y Asturias, después de estudiar piano y tuba durante trece años en el conservatorio de Oviedo y en la ESMUC de Barcelona para, con solo 23 años, profundizar en la herencia musical más pura de sus antepasados gracias a sus vecinas pandereteiras, bajo un tratamiento marcado por su dominio de la técnica y del sonido, desplegando siempre una pátina de humor en sus espectáculos.

Lo que nos hace vibrar de la música folklórica de Rodrigo Cuevas no es su gusto por introducir bases electrónicas o por su surrealista puesta en escena inspirada en juegos de género aderezados con tacón y liguero, sino la esencia que subyace: un profundo respeto por las tradiciones y las enseñanzas ancestrales que volvemos a ver en su último trabajo, Llabores, presentado junto a Raül Refree, en homenaje a aquellas aldeanas que cada día se calzan sus zuecos rigurosamente para sembrar la tierra y ordeñar ‘les vaques’, acompañando sus tareas con suaves cantos a su vez heredados e hilos de voz que seguirán uniendo unas generaciones con otras.
Después de tu formación clásica en el conservatorio de Oviedo, ¿cuándo se produce tu acercamiento a la música asturiana? ¿Habías investigado otros campos musicales?
En el conservatorio estudié piano, pero ya de pequeño cuando vivía en Asturias tenía cierto interés por las músicas tradicionales, así que empecé a tocar la gaita en una banda de gaitas, aunque luego no le acabé de pillar el rollo del todo.
En aquella época, la única referencia que había de música tradicional era el folk, toda esa corriente folk y celta que entonces estaba tan de moda pero que no me acababa de enganchar. Además, a nivel estético no me interesaba mucho, por lo que tampoco profundicé demasiado. Así que seguí con mi carrera de clásica y fui a estudiar a Barcelona, donde tenía una asignatura que era Músicas Tradicionales del Mundo, con Silvia Martínez, que entonces era presidenta de la Sociedad Ibérica de Etnomusicología.
Cuéntanos más sobre esta experiencia.
Yo estaba en Barcelona haciendo una carrera que era Sonorología, sobre el estudio del sonido –síntesis, post-producción, grabación y sonorización. Estudiaba sobre todo la parte más técnica del sonido y me encantaba la clase de Músicas del Mundo porque sí que me gustaban mucho las músicas tradicionales, la etnografía y la antropología. Silvia me invitó a un congreso de musicología en Mallorca para que viera si me gustaba de verdad y, si era así, podía intentar cambiar a Etnomusicología, así que allí fui.
Una noche nos llevaron a una taberna que había en Palma de Mallorca en la que cantaban tonada unos paisanos. Mallorca tiene un folklore super vivo, súper chulo y yo flipé muchísimo así que volví de allí queriendo cambiar a Etnomusicología. No pude porque no me dejaron en Sonorología, así que tuve que hacer la prueba otra vez y al final pasé, dejé el conservatorio del que acabé un poco harto y me fui a vivir a Galicia. Pero ya tenía aquella semilla. Ya en Galicia conocí a unas vecinas que eran pandereteiras con las que pasaba mucho tiempo. Me apunté a un curso de panderetas y ahí fue cuando empecé. Tenía 23 años.
Acabas de presentar Llabores junto con Raül Refree, un espectáculo que gira entorno a las mujeres y sus labores en el entorno rural. Vemos que hay más sobriedad en tu nuevo trabajo. ¿En qué consiste este espectáculo? ¿De qué forma rompe con Electrocuplé o Trópico de Covadonga?
Toda la parte cabaretera está fuera, totalmente, es un espectáculo mucho más serio. Todos son serios porque en su construcción hay mucho trabajo detrás, pero en Electrocuplé profundicé más la parte folklórica, ya que según iba avanzando, me parecía que tenía más chicha, por lo menos a mí me interesa más. En Llabores, la puesta en escena es más seria, y también al estar Refree en directo pues tiene que ser así.
Él y yo nos encontramos muchísimo en unos sitios pero luego también somos súper diferentes, porque él es muy serio yo soy muy showman encima del escenario. Él tiene una imagen estética más canónica en hombre y, sin embargo, yo juego mucho con el género, así que tenemos que buscar puntos de encuentro, que los ha. Tenemos que hacer una especie de mínimo común múltiple todo el rato. Yo tenía ganas de hacer algo más serio, también presentarme más como músico, puesto que aquí no solo canto, como en Trópico de Covadonga.
Háblanos más sobre el proceso creativo del álbum y cómo habéis trabajado con Raül hasta llegar al resultado que escuchamos.
A nivel conceptual, para hacer el disco de Manual de cortejo, Raül y yo hicimos un viaje por Asturias. Yo quería que él conociese de primera mano el folklore asturiano, aquellos trabajos o recogidas de campo que siempre había escuchado. Hay una frase latina que me gusta mucho, ‘traduttori, traditori’ (el que traduce, traiciona). Quería que Raúl conociera este mundo de primera mano, no cantado por mí, porque entonces siempre iba a quedar con mis historias.
Hicimos este viaje, y de ahí sacamos mucha inspiración para Manual de cortejo. No tanta música pero sí mucho material interesante, que en su mayoría se trataba casualmente de cantos de trabajo, que ni siquiera eran canciones, ya que no tenían estructura de canción, sino que eran preciosos juegos vocales. A la hora de hacer Llabores, decidimos que como teníamos tantos cantos de trabajo, queríamos incluirlos: para coger las abejas, para ordeñar, o para la siega para los festeiros.
Hay mucho audio de señora del que grabamos en ese viaje por Asturias. Tocamos mucho encima de ellas, así que es un espectáculo con mucho testimonio en directo. Y mucho homenaje también a las señoras. Dos se murieron justo después de aquel viaje, así que para mí es muy emocionante estar trabajando con su herencia directa y poder trasladarlo a la gente. Por ejemplo, en la presentación que hicimos en Manresa, que habría unas cuatrocientas personas, posiblemente muchas de ellas habrían escuchado a mí o a Raül, pero no a una señora cantando directamente y tocando la pandereta. Y la gente también se emocionó con ello.
A la hora de traducir todo este mundo folklórico y recuperar la tradición, estéticamente resulta un poco shock.
El mundo de la imagen, para bien o para mal, es muy importante. Es un medio de expresión que tenemos, al que es muy fácil de llegar porque comunicas mucho mejor hoy en día con un videoclip que con una canción. Yo no tengo todo el dinero que me gustaría para hacer los videoclips, pero sí que me gusta trabajar con gente interesante. Me parece muy divertido todo el mundo del videoclip. Jugar con mundos muy locos, hacer pequeñas pelis como si fueran cortos, y me gusta mucho plasmar el surrealismo rural.
El tipo de música que haces no es muy comercial, y sin embargo llega a un público muy heterogéneo. ¿Por qué crees que conectas con tanta gente?
No lo sé, pero sí que es uno de los orgullos que tengo. Cuando voy a un concierto, sobre todo en Asturias, van desde los 28 a los 40 o 50 años. Cuando voy fuera, hay menos mezcla. Pero en Asturias vienen guajes a verme, y vienen con su güela de la mano. Hay un margen de público desde los 5 años a los 85, que es algo fascinante. Yo creo que es porque trabajo con la música popular y tradicional, que no tiene un target de edad sino que es una música que comparte todo el mundo.
Synth folk, tonada glam y cabaret underprao… ¿Hay que tomarse las cosas con humor?
Sí, siempre hay un punto de humor en mi trabajo porque creo que con él se pueden decir cosas importantes y, además, con un punto de amabilidad. O también dejarlas caer y que la gente no sepa si lo estás diciendo en serio o no. El sentido del humor te permite llegar a temas profundos sin dar la chapa y sin ofender. Creo que hace mucha falta el sentido del humor, deberíamos trabajarlo mucho porque los inputs que tenemos ahora mismo son todos muy negativos.
Ante esta situación que estamos viviendo, ¿qué vas a hacer? ¿Cómo te planteas los próximos meses?
¿Si me suicido o no? (Risas) De momento, la verdad que tengo suerte porque estoy tocando mucho, trabajando mucho con conciertos, y creo que la mayor parte del sector no está así. De momento acabamos de estrenar Llabores, que creo que va a tener bastante recorrido. A Trópico de Covadonga también le queda bastante recorrido, por lo menos le queda un añín. Y ahora, el 30 de noviembre vamos al Teatro de la Zarzuela en Madrid con Barbián, un espectáculo de zarzuela que íbamos a representar en Veranos de la Villa pero que se suspendió y nunca más se volvió a hacer.
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