La exhibición, que se estrenó en París hace unos meses y llega ahora a la tienda de Loewe de la calle Serrano, supone un más que merecido reconocimiento al trabajo del artista, e ilustra a la perfección los paralelismos entre el vocabulario de Ramón Puig-Cuyàs y los conceptos de la mítica firma española. Las piezas que pueden verse en la exposición son, como toda su obra y universo, fascinantes por su modernidad y pureza, apasionantes y complejas, y, por supuesto, de una extraordinaria calidad artesanal. Son joyas únicas, en el sentido total de la palabra, como único es su creador: “Mi materia”, asegura Puig-Cuyàs, “está hecha de dudas y de deseos, de curiosidad y de incertidumbre, de reiteraciones y de innovaciones inesperadas”.
En 1969 empecé a estudiar en la Escola Massana de Barcelona, y allí descubrí un espacio de libertad donde poder desarrollar mis inquietudes relacionadas con el arte y la creación, donde la transgresión no estaba prohibida, sino estimulada. Descubrí que había otra joyería más allá de la convencional.Pequeños Un universo de utopías, pero que la joyería podía hacerlas un poco realidad. Significó descubrir que podía ser autor de mi propia identidad a través de la experiencia en la construcción de los pequeños mundos encerrados en mis joyas. Que trabajar con las manos transformando la materia podía hacer visible un universo íntimo y adueñarme de la realidad, modificándola.
Para mí, “joya” es todo aquello que puede ser “transportado” sobre el cuerpo, pero que su principal función es la de ser un objeto relacionado con el mundo simbólico de las personas, mucho más allá de si es arte o decoración. Me interesa trabajar en la joyería de arte justamente porque pienso que es una manera fluida de acercar el arte contemporáneo a la vida corriente de las personas, fuera de los espacios “sagrados” de los museos y las galerías. La joyería de arte, igual que la convencional, está para ser llevada, usada y vivida. No obstante, los museos también tienen una importante función: la de preservar y conservar un patrimonio y que sirva para promover y difundir el estudio de la joyería como fenómeno cultural y artístico, su historia y sus técnicas y estilos.
Cuando estoy creando tengo presente constantemente el efecto que pueda causarle a la persona que va a llevarla, cómo le va a hacer sentir. Por supuesto, tiene que ser un efecto extraordinario, fuera de lo corriente. En realidad, a través de mis joyas intento compartir con los demás el sentimiento de íntima libertad que experimento durante el acto creativo, durante la experiencia constructiva. Intento establecer un sentimiento de complicidad entre el portador y la joya creada por mí, de tal manera que el portador acabe apropiándose de mi obra y haciéndola suya.
Durante muchos años he sido un joyero muy cercano al lenguaje bidimensional; muchas de mis obras parecían como pequeños cuadros. Me sentía cómodo hasta que un día tuve la necesidad de tomarme como un desafío personal el intentar usar una concepción más tridimensional: convertir mis creaciones en pequeñas esculturas portables, como unas arquitecturas que al ser llevadas interaccionan con las formas y volúmenes del cuerpo humano, consiguiendo de esta manera una mayor interrelación de la joya con la persona que la lleva. De hecho, no hay mucha diferencia entre la escultura y algunos tipos de joyería; es una cuestión de escala o de dimensión, pero no de magnitud en cuanto a posibilidades expresivas. Eso sí, la escultura es un arte público, mientras que la joyería es un arte íntimo, personal.
Al principio –a finales de los años sesenta, principios de los setenta– la joyería artística o de diseño era un fenómeno muy minoritario. Veníamos de una gran tradición en las artes aplicadas, como fue el Modernismo, pero eso ya quedaba lejos. En los setenta empezó un gran movimiento de redefinición de la joyería, especialmente en Barcelona, y que estaba conectado con otros movimientos parecidos en Europa, sobre todo los de Alemania. Por supuesto que esta nueva manera de entender la joyería ha tenido un gran desarrollo, y la Escola Massana tuvo y tiene un papel muy importante en la formación y divulgación de estas nuevas ideas. En un mundo globalizado, la joyería que se hace aquí es muy valorada como un referente internacional porque posee una voz y una personalidad propia.
Enseñar es compartir, aprender, como lo es también el acto de crear. Son actividades complementarias. Lo que más me enriquece es que, como profesor, tengo la posibilidad de participar en los procesos creativos de todos los alumnos, de extraer múltiples experiencias compartidas con ellos. Pero la mejor recompensa es ver cómo nuestros “aprendices” nunca dejarán de experimentar y aprender guiados siempre por un deseo de conquistar una íntima sensación de libertad, de construir su propio futuro, de establecer nuevas hipótesis que constituyan un proyecto vital que de sentido a sus acciones y a su vida.
Todo lo que uno experimenta en su vida, con el tiempo, cuando estas experiencias ya se han diluido en la memoria, aparecen de forma espontánea en la obra artística. Lecturas, viajes, visitas a museos, música, encuentros, amistades, amores, la experiencia de la muerte o la enfermedad, en definitiva, la vida, forma parte de los materiales con los que se construye una obra. Por supuesto que al principio tuve maestros muy importantes que fueron un modelo a seguir, pero con el tiempo uno tiene que seguir sus propios pasos, abrir sus propios caminos e intentar ser su propio referente, sin estar pendiente de las modas o las tendencias. Encontrarse solo con uno mismo, y ser honesto con este encuentro.
La joyería es un arte en el que la materia tiene una importancia capital; hablar de joyería es hablar del lenguaje de los materiales. Todos sabemos que el ornamento corporal, la joya, es un objeto fuera de lo cotidiano, y por lo tanto, el hombre siempre ha buscado materiales extraordinarios, exóticos o con propiedades especiales para construir sus ornamentos –características que hacen fácil que estos materiales se carguen de propiedades mágicas o simbólicas. En las últimas décadas la joyería artística ha conquistado espacios dentro del mundo del arte contemporáneo, pero al mismo tiempo sigue manteniendo una relación con la tradición de un oficio que hace que el diálogo con los materiales siga siendo un hecho fundamental y característico de este medio. Creo que como joyero intento no perder el sentido identitario de mi disciplina y de mi oficio, pero también he tratado de abrirlo a nuevos horizontes. Lejos de las formas estereotipadas y de las formas decorativas gratuitas, ahora trabajo con una materia que no es oro ni piedras preciosas –y me gustaría pensar que tampoco se ve como un trabajo con plásticos o resinas– sino que mi materia está hecha de dudas y de deseos, de curiosidad y de incertidumbre, de reiteraciones y de innovaciones inesperadas. Una materia que ha de servir para desvelar una forma única y precisa, donde el valor, la preciosidad, viene dado por el encaje preciso entre la forma, la técnica y la función simbólica y expresiva.
La colaboración con una firma como Loewe y todo su equipo de grandes profesionales ha sido realmente una gran experiencia. Creo que es muy importante juntar sinergias que contribuyan a poner en valor el trabajo bien hecho, el trabajo artesanal realizado desde la sabiduría de un oficio. En un mundo donde los productos están pensados para tener una data de caducidad corta, el trabajo artesanal bien hecho y bien pensado aporta un valor añadido que no pueden aportar las grandes producciones. Un valor que da perdurabilidad a los objetos creados, que les confiere una data de caducidad larga, y que puede contribuir a una concepción más humana y sostenible de nuestra sociedad.
La exposición consta de 27 obras creadas entre 1999 hasta la actualidad. Podríamos decir que es una selección de “masterpieces” muy representativas de las diferentes series en las que he ido trabajando estos últimos años. Estoy muy satisfecho porque son un buen reflejo de mi trayectoria, y mediante esta exposición se puede observar un hilo conductor que las une y les confiere una coherencia con una idea básica: la de tocar, interrogar la materia. El entusiasmo, la emoción y el deseo han conducido este diálogo fecundo con esta materia, que ha alumbrado pequeños universos poéticos en cada obra.
Pienso que deben ser continuos y permanentes; de hecho, creo que siempre ha habido esta relación a lo largo de la historia. A veces pienso que podríamos compararla con la ciencia; la investigación básica se convierte en tecnología aplicada que podemos usar en nuestra vida cotidiana, haciéndola más cómoda. Para mí ha sido muy interesante ver unos diseños, en principio pensados como joyas, aplicadas a unas prendas de vestir. Creo que el resultado ha sido muy interesante porque es una forma diferente de aplicar unos diseños, unas formas, al cuerpo, y una forma diferente de ver mi trabajo.
Sí, por supuesto. La respuesta a la producción industrial y de baja calidad está justamente en ofrecer un producto de calidad, que recupere los valores del trabajo lento y bien hecho, que aglutine la sabiduría del buen oficio con la creatividad y el diseño contemporáneo, que sin olvidar los viejos usos incorpore también los nuevos conocimientos, tecnologías y materiales.
Interesante pregunta. Siempre he pensado que no me importa cómo me recuerden, ya que la memoria es muy frágil y evanescente. Creo que lo importante, lo que perdurará, no serán las obras en sí, sino los hechos, los pequeños cambios en la forma de pensar que las obras hayan podido provocar. Creo que tanto como profesor como creador he podido contribuir a un cambio de paradigma en la joyería, un paradigma que ha desplazado el valor depositado solamente en los materiales caros y los ha deslizado hacia los valores universales del arte y de la creación.



