Por supuesto que esos miedos, ese temor a lo desconocido, permanece en la sociedad. Igual que hay impulsos primitivos, hay miedos que lo son; pero hoy más que nunca contamos con poderosas armas de distracción. Vivimos una existencia estética, presa del instante. El placer y la distracción, los estímulos constantes impiden la introspección. No estamos acostumbrados a permanecer en silencio el suficiente tiempo como para despertar el impulso a observarse, y es solamente en el silencio con uno mismo donde se desvela y se cultiva el autoconocimiento que libera de esas tensiones. El sistema se aprovecha de ello, por eso procura crear un ideal juvenil que nos aleja de la idea del envejecimiento y cuando la muerte llama a la puerta, directa o indirectamente, procuramos ocultarla, maquillarla, hacer de ella una experiencia lo más aséptica posible.