Nadie sale exento de haber caminado de la mano de la inoportunidad, de la cursilería o de la pretenciosidad. Demasiado inocentes o demasiado pedantes. Delirios de grandeza, simple torpeza y demás descuidos que nos han podido dejar en evidencia. Solo alguna que otra vez. Víctimas de la exageración, del arrepentimiento, del egoísmo, de la neurosis, de la envidia injustificada. De alguna cosa habremos pecado.
Él ya lo dice, nadie es perfecto, y viene para recordárnoslo. Todos hemos sido retratados. Seguro que recordamos –aunque nos empeñemos en negarlo, que del engaño también se vive– alguna situación bochornosa, desafortunada o penosa donde hayamos sido cómplices de la teatralidad, la inseguridad o de demasiada heroicidad.
En mi cabeza, tan omnipresente como sagaz, un rostro enigmático pero con lápiz en mano anota las acciones más recurrentes y patéticas que protagonizamos –en demasiadas ocasiones, quizás–, los humanos. No hay tregua con este lince. Y ríe, incrédulo, mientras dibuja estas viñetas que gritan aquello que no decimos, que eludimos o obviamos, aquello de lo que no nos damos cuenta o simplemente decidimos negar. Una invitación para ver desde sus ojos el circo que entre todos protagonizamos.