Básicamente soy un skater frustrado. De adolescente era tan malo patinando que empecé a pintar las tablas de mis amigos, y más adelante las paredes de mi pueblo del extrarradio de Barcelona. El graffiti me ha enseñado muchas cosas buenas y muchas cosas malas. Las dinámicas que se crean entre individuos o las reacciones y texturas de los materiales son parte importante del planteamiento de muchas de mis obras actuales. Trato que mi obra sea sincera, por lo que mis referentes son mis experiencias.
Somos hijos de los 90. Comíamos bollicaos para conseguir los cromos. Teníamos una GameBoy y discos de Lagwagon. Esas son las cosas que yo conozco.
Siempre trato de dejar al azar ciertas partes de mi trabajo. Me gusta mucho madurar ideas y poder llevarlas a cabo, pero siempre dejo un margen para la intuición. Ahí es donde ocurre el error, que a veces es un problema y otras supone una ventaja. Tener que solucionar un imprevisto suele hacerte pensar más allá y terminar con algo más potente aún.
Creo que cuando trabajas la ironía, la obra no es completa hasta que no interactúa con su público, puede significar muchas cosas.
Creo que al público no hay que tratarlo de inútil. No me gustan las exposiciones que no dan espacio a la interpretación. Nunca pongo demasiado texto y siempre suele ser para contextualizar, nunca para justificar.
Al fin y al cabo, aunque sean horribles o desafortunadas, cada una de esas piezas pasadas me ha enseñado algo que ahora ya controlo. Es parte de la evolución, tienen que dejarme de gustar para poder avanzar, pero nunca les pierdo el cariño.
Hago música y consumo música. Viajo todo lo que puedo.
Instagram no importa. Estas cosas vienen y van y nada de eso quedará cuando se pase la moda. Yo lo uso de diario, no como herramienta de trabajo. Aún así, creo que funciona para poner en contexto mis piezas.
Creo que todos somos libres de hacer lo que queremos. Es cuestión de cuánto estamos dispuestos a sacrificar por ello. Dentro de unos años me veo en una playa de Belize llevando a los turistas por el agua con una banana hinchable. O no.
Yo soy feliz normalmente. No necesito cosas concretas que me hagan serlo, por eso no suelo comprar cosas bonitas. Supongo que es cuestión de la actitud con la que vives. A mí me hace feliz cuando el dependiente del McDonalds no se olvida de ponerme la salsa en la bolsa.
Acabo de volver de Marsella, donde acabo de inaugurar una exposición individual en la galería Association D'idées, titulada Jimbo Jones (el matón adolescente de Los Simpsons). Trata de ilustrar mi punto de vista sobre las vanidades del mundo del graffiti y las actitudes de la cultura de la calle. El mundo del graffiti suele clasificar de "real" aquello que encaja dentro de las normas no escritas que la propia evolución de la escena ha ido imponiendo. Yo considero que el graffiti "real" lo hace la gente que interviene en la calle de forma espontánea, ese niño que sale a pintar "Jessika TQ" o esa gente que dibuja en el cemento fresco simplemente porque se puede y le apetece.




