Sigo teniendo dudas y reflexiones sobre esto. Durante mucho tiempo la integración ha funcionado como motor de las organizaciones sociales, especialmente este tercer sector que se dedica a la migración, y creo que siempre ha pasado de un modo u otro, por un lado, por lo folclórico, en el sentido de que se plantea como “vamos a ver qué se hace en tu país, qué se come, cómo se visten” y es como: señora, he nacido en Huesca, no he nacido en Gambia a pesar de que mis padres sí. Entonces, la idea de la integración nos ha reducido a lo folclórico y, por otro lado, ha situado que el ideal de integración es cuando tú dejas atrás esa otra cultura y abrazas completamente el estereotipo de la cultura de ese país. Además, es el estereotipo, como si tú de repente llegas a España y los domingos comes paella, los sábados por la tarde te vas a ver los toros y en tu Spotify se ven listas de flamenco. Y todo esto es mentira, porque ¿cuánta gente tiene ese estilo de vida?
Luego, hemos ido pasando a la inclusión y a mí lo único que me echa un poco para atrás es que sigo pensando que mantiene unas dinámicas de poder, como que tú te tienes que incluir en lo que yo tengo. Si queremos hacer un cambio fuerte en nuestra sociedad tenemos que construir de igual a igual, de tú a tú y mirarnos a los ojos. Yo no estoy dispuesto a que se me hable, se me mire o se construya una sociedad sin que se me mire a los ojos y desde una posición en la que me están dominando. Yo no quiero ni voy a pasar por eso, porque eso es de lo que venimos y donde estamos. Si realmente queremos construir una sociedad antirracista, pasa por hacerlo mirándonos a los ojos y en igualdad de condiciones.