Es curioso, tengo la sensación de que el tiempo ha ido más lento con respecto al resto de la ciudad, pero sin embargo, la vida parece correr más rápido que fuera. Es posible ir un día y encontrarte el barrio de una manera, visitar a algún vecino, y al cabo de no tanto tiempo, volver y darte cuenta de que todo ha cambiado: Florence ya no tiene la tienda en el rastro, Youssou ya no vive en el tercer piso sino que se ha mudado al primero, Mohamed no vende más ropa deportiva y ahora se dedica a aparatos electrónicos de segunda mano, Elena no tenía ni siquiera pareja la última vez que la vi, pero al volver, resulta que está embarazada de varios meses, Frances se ha marchado a Nigeria, Joaquín ya no vive en la Casa de la Buena Vida, etc. Y así, el cambio de las cosas es una constante en el barrio.
Lo que más me ha sorprendido es saber cómo vivían antes muchos de ellos, en la casa cuna o la gota de leche, cómo crecieron y se enamoraron allí, cómo fueron felices al entrar por primera vez en sus casas de Palma Palmilla, saber que algunas familias gitanas vinieron desde Barcelona caminando por los montes durante semanas durmiendo a la intemperie, etc. Algunas de las personas que he conocido han nacido dentro del barrio y nunca han salido de él; no han cogido un autobús o nunca han visto el mar.