Hace unos 3 años estuve en una residencia en Alemania en la que trabajé en colaboración con la pintora francesa Manon Balaÿ. Fue ella quien me introdujo en la teoría de Priscille Touraille, que da pie al proyecto. Además, la pandemia me permitió tener el tiempo para pensar y hacer desde el terreno, desarrollando más la parte teórica e investigando con materiales que tenía cerca.
Pasé la cuarentena en mi pueblo, en una casa en el campo, en la que estaba al cuidado de tres ovejas, tres cerdos, quince gallinas y una perra. En realidad, todo este proyecto también tiene que ver con cómo me relaciono con la naturaleza, que para mí siempre ha sido sinónimo de trabajo. El paisaje que otros idealizan para mí tiene connotaciones ligadas a un esfuerzo manual que perdura desde hace generaciones en mi propia familia. De hecho, cuando era más joven, sentía odio hacia el campo y hacia todo lo que tenía que ver con este tipo de trabajos. He podido apreciar el desgaste físico y emocional que provocan.
Además, en los últimos años se han producido cambios radicales que afectan al terreno y con ello a las personas. La especulación inmobiliaria o la falta de recursos tecnológicos en un mundo digitalizado han acuciado ese desgaste del que hablaba. Eso también puede verse en el vídeo. Lo siento, ya no recuerdo la pregunta (risas).