En la mitología romana, Minerva es la diosa de la sabiduría y de las artes, además de patrona de los artesanos. Hija de Júpiter, en una ocasión se enfrentó a Aracne para comprobar cuál de las dos tejía más rápido una tela magnífica. Su carácter tenaz hizo que se construyera la nave de los Argonautas según su propio dibujo, en el que coloca en la proa una madera cortada que les hablaba, dirigía el rumbo y les ayudaba a evitar peligros. Es la voz de Minerva quien lleva el timón de la nave. Muchos años después, Barcelona le dedicó una calle con mucho encanto que cruza otra que recuerda al filósofo Séneca. En ese eje urbano ha construido su mundo creativo Lydia Delgado, al principio en un local en Minerva y hace unos años en su tienda insigne de la calle Séneca.
Como la diosa, Lydia es una artesana luchadora, venerada por una clientela fiel que reconoce su habilidad para hacer de ellas unas mujeres distinguidas. Sí, la distinción. Eso es lo que consigue Lydia, sea con un abrigo adornado con palmeras, un pantalón bicolor, o unos pendientes de nácar. En los ochenta descubrió a Ariadna Gil como modelo cuando tan solo tenía dieciséis años; era un momento en que todo estaba por hacer y todo era posible. Todavía recuerdo en la tienda de Minerva una foto imponente de la actriz de perfil con un vestido negro de Lydia. Como la diosa, la diseñadora hoy lleva el timón de su propia nave, y es su voz interior la que le indica por dónde debe seguir su rumbo y cómo conducir por las curvas sinuosas de la vida.
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¿Cómo ves el mundo?
Vivimos en un mundo al revés. No digo que todo esté mal y no quiero ser destructiva, pero a veces en vez de evolucionar hacia un camino mejor seguimos con lo mismo. En 2021 todavía estamos con las mismas historias del siglo XIX. Me parece que la vida te la montas tú, aunque nosotros somos seres un poco privilegiados, porque si pasa algo siempre tenemos de dónde tirar, así te lo digo (risas). Yo intento, en la medida que pueda, que mi vida sea agradable. El positivismo es importantísimo, porque la mente te puede hacer daño. La sociedad nos ha contado mentiras desde siempre, y la gente se las cree. Llega un momento en la vida que dices: esto no es así.
En occidente asociamos el cambio a las nuevas generaciones. ¿Estás de acuerdo?
Yo creo que el cambio es global. Soy bastante radical en este tema. Hay cosas que son inamovibles porque la sociedad lo es, pero en la generación de mis hijos, que no dejan de representar a una cierta élite, observo algunos cambios. Todo va despacio en cierto modo, porque para que se perpetúe una idea tienen que pasar diez años. Es importante decir que lo que vivimos no es solo lo que vemos.
¿Te refieres a que la realidad es subjetiva?
Absolutamente. Si no investigas, te quedas en la superficie.
Los medios de comunicación y las plataformas tienen una gran responsabilidad en la representación de la realidad.
¡No me hables de los medios de comunicación porque soy anti todo! No veo televisión, ni sé cómo funciona. ¡No me acuerdo! El otro día por casualidad vi algo en casa de mis padres, y es todo horrible. Aunque no seas muy consciente, los contenidos son muy degradantes, malos y tristes. La gente cree que la estética es algo frívolo, y no lo es; la estética es ética. Hay gente que esto se lo come mañana, tarde y noche. Y yo no quiero que esta cosa tan oscura entre dentro de mí.
¿Has conseguido aislarte del ruido político?
Mucho. Me he aislado de todo esto, a saco.
Te ayuda seguramente a vivir mejor pero, sobre todo, a estar centrada en lo tuyo. Lo digo porque hay mucho trabajo detrás de Lydia Delgado.
La verdad es que trabajo bastante, aunque siempre me parece que no hago nada. En realidad, hago lo que puedo, francamente.
¿Eres disciplinada?
No lo soy en el fondo, pero cuando algo me gusta, vibro. Yo hacía muchas cosas que en el fondo no iban conmigo. Hay cosas que igual están bien para todo el mundo pero que a ti no te convienen. Alguien me dijo que tenía que hacer lo que yo quisiera. Si quieres hacer un abrigo con trozos de tela de colores, hazlo. Si quieres hacer otra cosa, hazla. Donde no vibres, no vayas. Y si vas a hacer algo que te va a contrapelo, no lo hagas. Y me dije: lo voy a probar (risas). Cuando eres un artesano, no te forras. ¿Me explico? La gente piensa que vives en un mundo 'chupiguay', y nada de eso. Hay mucho trabajo. Hace un tiempo vivimos un parón que me llevó a pensar que debía cambiar las cosas. Y probé. Me quité todo lo que me creaba mucha fatiga, y que en el fondo me aportaba poco. A veces haces cosas por inercia y te crees que aquello es lo normal, y no lo es.
¿Este cambio estaba únicamente ligado a la tienda, a las pop-ups que organizas en Madrid, o a algo más?
Era con el trabajo, aunque hace tiempo que dejé de hacer colecciones. Cuando la gente me decía que tenía que estar en París y en Nueva York, yo pensaba ¿para qué? Me sabe fatal, pero no lo necesito. Necesito lo mínimo para poder pagar lo que debo (risas). No necesito que me aplaudan. Con los que me aplauden ya voy sobradísima. Siempre he pensado que como menos molestes al planeta, mejor, porque las cantidades no me hacen ninguna gracia. Prefiero ser una pequeña artesana.
Ese es un posicionamiento muy ético por tu parte.
No sé hacerlo de otra manera, ni sé ser de otra manera. Es imposible.
¿Eres fiel a ti misma?
Eso es lo que dicen, y yo pienso, ¡pues sí! (risas).
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No es malo… El resto sigue el ritmo que les imponen.
Yo creo en ese mundo que igual percibimos, pero que desconocemos.
¿Lo crees así desde muy pequeña?
Un poco sí, lo que pasa es que ahora es el momento en que he podido vivirlo. Las conversaciones que había en la cocina de casa de mis padres, y en particular, entre mi madre y mi abuela, eran sobre budismo y cosas así. De pequeños ya hemos crecido en un mundo especial.
Me interesaba conocer mejor esa necesidad tuya de crearte un mundo de fantasía. Una cosa es querer crearlo, otra muy distinta es ser capaz de hacerlo. A parte de lo que haces, que es absolutamente único e incomparable a nada conocido, ¿cómo has conseguido crear un mundo a tu medida? No parece que renuncies a nada. ¿Es así?
(Silencio).
Te has apropiado de ti misma. Eres completamente fiel a tu propio ser, algo que me parece bastante inaudito en el sector de la moda. Sigues tu camino, a pesar de todo.
No sé hacer otra cosa. La verdad es que con todo esto que he aprendido en los últimos 3 años, después de estudiar mucho y hablar con personas para que me ayudaran, es ahora cuando empiezo a entender un poco lo que hago. A mí la gente me decía muchas cosas y yo no hacía mucho caso. Mi hija Miranda siempre me lo decía: “Mamá tienes una visión distorsionada de tu realidad porque todo lo que haces es tan increíble…”, pero yo lo relativizaba. Igual no estoy en esta posición de análisis. Ahora mismo estoy contenta, conformada y agradecida. Es verdad que he creado un mundo propio.
¿Sigues tu intuición?
Total. Yo estoy en el punto de que la luz se haga. Si tengo un problema, ni pienso en cómo resolverlo. Prefiero pensar que el universo me guíe y haga que tenga las ideas para solucionarlo. Oye, es un poco chollo; lo recomiendo. Estas cosas que me han enseñado a mí, hay que ir poniéndolas en práctica, porque sino la vida puede ser muy cansina.
¿Qué influencias hay en tu vida, o qué artistas te han inspirado especialmente? ¿O también vas por libre en este sentido?
Artísticamente hay muchísimas personas que me apasionan y que ciertamente me han influenciado. Pero mi infancia fue determinante, tuve la suerte de vivir el momento más espectacular de la Costa Brava. ¡Aquello era un sueño! En Tamariu había una especie de cala con chiringuitos de caña con unos personajes increíbles y rubias suecas con aquellos bikinis…
Exactamente como en las fotos de Xavier Miserachs. Farolillos por la noche, comiendo pescado a la plancha, todo el mundo guapísimo... Me quedaba admirando a aquellos chicos franceses, a cada cual más guapo, que bajaban a la playa por la mañana con un suéter de Shetland y bermudas de rayas. Los bares eran de madera preciosa como de barco y allí comíamos almejas con Coca-Cola.
Recuerdo que había un par de tiendas, una psicodélica, y otra que tenía unas cerámicas picassianas que me tenían fascinada. Yo iba por ahí como loca. Era muy pequeña y todo aquello me impactó. Creo que esa sensación la he podido revivir en México más tarde. Todo lo que tenga que ver con el mar, las palmeras y los peces me fascina.
Lo describes como un lugar que no ha sido devorado por nada, que era completamente original. Un sitio que no ha sufrido ninguna interferencia más que la del viento, el mar y la propia naturaleza.
Ese es el verdadero lujo y lo más bonito de este mundo. No puedo hacer nada para evitar los desastres que se han hecho después.
¡Hay que mirar hacia otro lado!
Eso hago (risas). En mi mundo intento no molestar. Yo no compro ni bolsas de basura. Tengo un plan muy extraño. Si voy a una tienda bio, cojo una de estas bolsas reciclables y la utilizo para la basura. Me acuerdo de que cuando empecé con la moda, me decían que no dijera que era ecologista porque quedaba demasiado hippy. Yo iba con el rollo de la artesanía y el ecologismo y ahora es lo más cool.
¿Cómo fue el tránsito de bailarina a diseñadora?
La danza ha sido una de las mejores cosas de mi vida. Salía del cole y me iba al Liceo a ensayar. Aquello era un locurón. Estábamos todas detrás del escenario y veías a las madres de las bailarinas haciendo punto mientras esperaban, o bajabas al sótano donde había todos los trajes y podías elegir según el papel. ¡Me encantaba actuar! Eso sí que es la aventura máxima. Te conviertes en alguien que no eres, y es maravilloso.
¿Te costó dejarlo?
Pues no. Lo dejé porque me di cuenta de que era un ambiente muy cerrado. Veía muchos llantos, chicas angustiadas y disgustadas porque no les habían dado el papel, y pensé que esa vida era demasiado dura. Yo tenía ganas de viajar y lo dejé.
“Yo no era persona cuando hacía colecciones, no era un ser humano, ahora me doy cuenta.”
Empezaste diseñando camisetas. ¿Cómo eran?
Primero trabajé para Antonio Miró. Fue una época muy divertida porque éramos muy amigos todos los que trabajamos allí. Hasta que un día llegué a mi casa y pensé que tenía que hacer otra cosa. Con Chelo Sastre hicimos unas camisetas que se vendieron muy bien. Realmente fue cuando tuve más dinero (risas). Siempre he sido una artesanita, de ir despacio y con pocas ínfulas. Al principio todo fue fácil, pero luego se complicó a saco.
¿Se complicó a pesar de ti?
A medida que he ido evolucionando reconozco que lo hago bien y que la gente cuando va de Lydia tiene un nivelazo. Lo tengo que reconocer. Pero no me considero solo diseñadora de moda, cada vez, en el fondo, menos. Prefiero que la ropa sea como un objeto.
¿Puede ser que la moda sea tu vehículo para llegar a ese mundo imaginado?
La verdad es que consigo que parezcan millonarias de los sesenta o setenta en Portofino. Y es por la calidad, ese es mi mundo. O el look típico que llevas cuando estás a punto de bajar las escalinatas de tu casa en Londres. De repente es como muy británico o puedo ver a la chica conduciendo por los pueblos de la costa italiana. Yo prefiero bajar en un descapotable por las curvas de la costa de Capri que estar viendo las noticias. Yo vivo en ese mundo, pero también soy bastante realista.
¿Te posicionas respecto a lo que está pasando a nivel social?
¡Me posiciono a saco!
¿Eres optimista?
(Silencio) Tú y yo tendríamos que quedar un día… (risas). Yo creo que cohabitan dos partes: la oscuridad gana, pero también hay un resquicio de luz. Nos están tomando el pelo todo el rato. Me pasa que cada vez me encuentro a más gente con la que hablamos el mismo idioma; no soy solo yo, es gente que sigue sus intuiciones. Siempre pienso que si no tuviera estas creencias estaría muerta, más que aplastada. Si me pasa algo que no me chifla, pienso, ok, si me ha pasado es porque tenía que pasar. Aquello de aprender de lo que te está pasando es verdad. Hay otra cosa que defiendo y que dentro de poco estará por ahí, el vivir solo. Yo reivindico que nos han engañado. Siempre nos han contado que la vida mola si estás en pareja.
Una pareja da estabilidad, dicen...
¡Por Dios, no! Yo no quiero tener a un ser humano de carne y hueso cerca. Estar con alguien tiene un punto perturbador. Si toda esa inquietud te la sacas de encima es lo máximo, yo ya estoy en otra. He llegado a un punto que, cuando veo a un matrimonio mayor cogidos de la mano, pienso, ¡que pereza! (risas). Yo nunca he aprendido tanto como estando sola. Ahí sí que he aprendido, porque sino te distraen sin parar. No puedes evolucionar profundamente. No todos hemos nacido para lo mismo. A veces me encuentro con chicas de treinta o cuarenta y pienso, ya te darás cuenta.
Este no es un mensaje para convencer a nadie, es un mensaje para decirle al que está solo que aproveche porque tiene todo en sus manos. Con todo lo que nos está pasando, es el mejor momento de mi vida. Ahora empiezo a vivir. No quiero ni gustarle a nadie. Solo quiero estar tranquila.
No es poco.
El precio que se paga para gustar lo veo altísimo.
¿Cómo trabajas? Cuéntame cuál es tu proceso creativo.
Picasso decía que con el caos llega el orden. Yo no dibujo una cosa, me la imagino. Lo medio monto, lo miro, y tengo que ver si funciona. Soy bastante asalvajada en este sentido. La perfección, como que no. Voy trapicheando un poco. Es un proceso mental, una cosa me lleva a la otra.
Para entenderlo mejor: ¿a partir de la forma de un pendiente puedes diseñar un abrigo?
Exacto. Yo no era persona cuando hacía colecciones, no era un ser humano, ahora me doy cuenta.
¿Lo vivías como una tortura?
Lo era, pero como me gusta lo que hago, pensaba que todo iba en el mismo pack, pero no me encontraba bien. La creatividad no quiere esfuerzos, más bien un esfuercito, la creación es lúdica. Cuando se convierte en una obligación, a mí no me interesa. Cuando empiezas a hacer colecciones, estás más fresco, pero dejé los desfiles. A mí aquellas moquetas, las preguntas con el micrófono y todo aquello me destrozaba. Había algo allí que cuando entraba empezaba con el ay, ay, ay, y un día dije, ¿qué sentido tiene esto? Si al final salen cuatro fotos monas y ya está, ¡esto fuera! Y entonces empecé a quitarme casi todo.
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Todo ese montaje conlleva tener un gran equipo y grandes dosis de mando.
Es horroroso para mí. Hay gente que lo vive con mucha alegría. Por eso es tan importante que cada uno encuentre su punto. Cuando tenía que hacer el abrigo, la chaqueta, la falda, el pantalón... oye, mira, no. Ahora, lo que intento es poder disfrutar de lo que hago. Si voy por un camino que noto que hay algo que no disfruto, ahí lo dejo. Lo he leído en cien libros. Tienes que escuchar a tu guía interior. Nos lo han explicado al revés y nos han educado en la cultura del esfuerzo. Cuando interiormente notas como un placer y un motorcito, es que por ahí vas bien. ¿Esto por qué no te lo explican en el colegio?
Seguramente porque si todos hiciéramos lo mismo, el sistema se colapsa. Y esto es lo que hay que evitar a toda costa. Sin la obligación de presentar una nueva colección cada seis meses, entiendo que ahora trabajas de forma más anárquica. ¿Cómo te organizas?
Yo voy haciendo, y cuando veo que una cosa ya la hemos visto lo suficiente, digo basta. Ahora mismo estoy haciendo algunos proyectos, pero me dije, vamos a vender lo que tenemos, a ver qué pasa. Por favor, los Dioses, ¿pueden hacer vender lo que tengo? Y esto me permite estar haciendo cosas nuevas constantemente.
¿Tu hija Miranda Makaroff te presiona en ese aspecto?
A ver, Miranda tiene su vida, pero ayer la llamé para proponerle hacer algo con un tejido dorado y se entusiasmó. Esto es lo que me importa. Desde que se fue a vivir a Ibiza no hemos hecho nada más juntas, aunque ahora empezaremos a hacerlas, pero con calma.
Me interesa tu conexión con el surrealismo y el cubismo. ¿Cómo lo explicas?
A una cierta edad empecé a comprar libros, y uno de los primeros fue de Man Ray. Me sentí muy identificada con esa época, con ciertos ambientes y las presencias de esos personajes. ¡Se me pone la piel de gallina! Cuando pienso en todas las fotos de Man Ray de los 30 y 40 o del Picasso de los 50 y 60... Todo esto tiene mucho que ver con lo de la playa de la Costa Brava porque allí había algo muy parecido a todo lo picassiano. Todas esas visiones surrealistas del marfil y el negro y el arte africano... Ahí me sentí muy identificada. Creo que en lo que yo hago hay mucho de eso. Me fascina el mundo de Picasso y las máscaras africanas. Está bien conocer la historia, porque es increíblemente enriquecedora.
¿Qué opinión te merece la reconversión que se plantea la industria de la moda en cuanto a la utilización de materiales 'eco friendly' y revisar la velocidad de la producción? ¿Tú te lo crees?
¿Estamos hablando de un Zara o de un Louis Vuitton?
¿Hay mucha diferencia?
Creo que tienen que reinventarse y que los trabajadores cobren sueldos dignos, claro que sí.
El modelo de compra compulsiva, hoy me compro una camiseta de veinte euros y mañana me compro otra por doce porque ya la han rebajado, tampoco se traduce en la calle en algo apetecible. La gente viste de uniforme, ¿no crees?
No te digo ni lo que opino.
¡Dímelo!
Yo flipo, voy por la calle pensando no mires, no mires, no mires… De repente, hay unos grupitos de gente un poco mona… Y te diré que Madrid es diferente.
¿Qué ha pasado en Madrid?
Barcelona es la decadencia absoluta en el mundo de la estética. Las personas que llevaban una falda con animales de Lydia, o un abrigo a rayas, ahora las ves y no las distingues de esta especie de masa. ¿Qué ha pasado? Pues no sé que ha pasado. Yo creo que tiene que ver con el carácter. Tú puedes hacer una cosa diez veces, pero a la treinta y cinco… Esto es algo que les pasa a los catalanes, a parte de que aquí hay un problema.
En Madrid, en cambio, la gente se cuida más. No hace falta tener que quedar con las amigas de Miranda para encontrar a gente mona, hay otra actitud. Aquí el grupo de las solteras estamos empezando a movernos sin pereza, en Madrid les interesas más. Me da igual que sea por mero interés, los que vivimos en Barcelona tenemos un pasado de cosas absurdas que nos las hemos creído. A mí toda la vida me han dicho que si tienes un amigo catalán es de por vida, y si tienes uno madrileño, te dura dos días, esto es muy bestia. En Madrid todo es posible, y aquí estamos en el fatalismo catalán. Yo creo que son inputs recibidos durante mucho tiempo, y que ahora acaban por estropearlo todo.
¿Y no te da por irte a otro lugar?
Pues no. Al final una de las cosas que he aprendido sin llegar a la exageración, es lo que decíamos antes, la vida te la montas tú. Porque si tienes que estar todo el rato pendiente de lo que sucede es un drama. A mí siempre me ha gustado el mundo cosmopolita. Yo no me veo aquí, para mí, abrir un libro me transporta a otro lugar, me cuesta poco. En el momento en que alguna cosa no es de mi agrado, y me entra la inquietud, me voy a una cabaña de unos amigos en México y pienso, ¡esto existe! Me siento como una niña que está aprendiendo. Creo que justo ahora estoy olisqueando un poco la auténtica realidad.
Esta es una posición muy humilde frente al mundo. Ya sabemos que nadie se va a acordar en absoluto de nosotros cuando desaparezcamos.
Siempre me pregunto para qué quiere la gente que se acuerden de ellos. ¿Dejar huella? ¿Para qué? A mí me da igual. Cuando me piden ropa para una exposición, primero les digo que ya no tengo porqué lo he dado todo y segundo, no quiero una exposición ni muerta.
Pues la mereces.
No, no, ¡me daría un patatús! Yo no tengo nada. Solo cuatro o cinco vestidos, y nada más. Y cuando la gente dice que quieren que le recuerden, ¿para qué? (risas). Nunca lo he entendido eso.
No le debes nada a nadie, has hecho tu propio camino.
A mí me han ayudado mis padres cada vez que me he quedado sin dinero, porque la gente se cree que somos como millonarias, y para nada. Somos currantes a saco. El único interés que tengo es ser feliz con mis cuatro palmeras y ya está. Que no me líen.
Me hace gracia lo de las palmeras, porque estos días estaba leyendo una biografía de las hermanas Chanel, donde se explica que en realidad lo que hicieron fue casi por casualidad. Se educaron en un orfanato donde la religión estaba muy presente. Años más tarde, para sus trajes de costura, se inspiraban en los vitrales de las catedrales francesas, en la iconografía religiosa y en los rosarios. ¿En qué conectas con Chanel?
¡Me encanta el mundo Chanel!
Chanel cosía y se implicaba mucho en todas sus creaciones, era una auténtica artesana. Pienso que hay un paralelismo contigo respecto al concepto de la creación. A ella le gustaba vender, pero lo que de verdad quería era crear, en el sentido de proponer un nuevo modelo de mujer. Tú también consigues vestir a las mujeres a las que les interesas, de una manera totalmente distinta en nuestro entorno. Esto creo que es lo que define a Lydia Delgado. Y es exactamente lo que consiguió Gabrielle Chanel en su época.
La verdad es que no me lo he planteado nunca, pero a veces alguien me pide cosas que no quiero hacer, como vestidos de novia o piezas a medida. Yo estoy entre Man Ray y Chanel. El mundo perlas, lacitos, niñas de comunión, las procesiones con las cruces en los pueblos italianos, el ritual… el momento Chanel es un momento único. Yo no me considero nada diseñadora de moda; ya no estoy en esto, no es lo mío. Chanel tiene una cosa, que a veces a mí me pasa, y es la capacidad de llegar a la simplicidad desde la complejidad. Ahora no hago trajes largos, por todo lo que conlleva. De repente hago esto o hago aquello, unos abrigos con mariposas o palmeras… En contra de lo que decíamos de Barcelona, aquí estos abrigos los vendimos todos.
Reivindicas el hecho de comprar como algo espiritual; explícamelo.
Entiendo que en el momento que compras se produce un efecto espiritual. Es el momento en que tú contigo mismo entras en un estado donde eliges lo que quieres para ti, porque te estimula y te hace ilusión. Ese momento es mágico, es espiritual. En el momento en que entre todo lo que hay elijo algo, este algo tiene vida, es parte de mi alma. Cuando compro un objeto todo lo que sucede en ese momento es pura magia. Es todo: placer, reconocimiento, quizás incluso alguna cosa que no hay palabra para describirlo. ¿Eso qué tiene de malo? La gente sale de la tienda dando las gracias. Si te gastas dos cientos cincuenta euros en un bolsito está mal visto, en cambio si te gastas la misma cantidad para cualquier otra cosa, no. No lo entiendo. A veces su actitud es como si hicieran algo malo. El mundo nos ha hecho creer que gastar un poco de dinero en ropa o complementos está mal.
Me he fijado que en la última sesión de fotos las modelos son muy jóvenes, pero también hay modelos más mayores que podrían ser sus madres. Estas fotos explican muy bien tu mundo. El mismo abrigo lo puede llevar la hija y la madre.
Yo no me lo planteo así, pero es verdad. Comparten la ropa las hijas y las madres. Lo oigo cada día de mi vida, y debería estar animadísima. Bueno, no está mal, las más jóvenes vienen a la tienda cuando van a fiestas o a una boda, y luego se ponen el vestido para las cenitas. Mi ropa tiene un precio, pero es un precio muy barato para lo que es. Si la gente supiera que hay un esfuerzo y un sacrificio para que lo puedan tener…
¿Un vestido puede materializar un sueño?
El sueño te lleva a tu realidad. Si con una fantasía materializo que la otra persona sienta una situación idílica, esa es la materialización del sueño. ¿Por qué le ponemos estos límites? Si no lo hiciéramos, veríamos las cosas de una manera diferente.
Con una escucha más consciente de lo sensorial, eso lo apartamos porque a lo mejor nos lleva a un sitio donde nos asusta llegar.
Exacto. Una vez mi marido me dijo: ¿no puedes pensar algo normal? También me decía que tengo una sabiduría que él no tiene. Lo sensorial es lo más importante porque dicen que es tu propia guía y resulta que tu guía es tu parte sensorial. ¡Jopetas! (risas).
Persigues la fantasía y el aspecto jovial de la vida. Son valores que se adjudican a la juventud. ¿Te mides bien con el paso del tiempo?
No me preocupa. Yo últimamente estoy de subidón y creo que es porque he aterrizado aquí, en mi nueva casa. Cada momento es oro. No sé si la vida pasa, es que quizás no. Puedes cambiar tu aspecto, pero el día a día tiene tanto valor… Animo a todos los raros a desmelenarse un poco. El hecho de hacerse mayor es muy guay. Yo nunca he sido más feliz que ahora, no siento ninguna nostalgia. Las cosas tan bonitas que existieron las guardo en mi corazón. Los grandes hoteles a los que iba Agatha Christie yo los tengo. Queda alguno por Egipto, y todas esas cosas maravillosas que han desaparecido las tengo. Igual no están en físico, pero están en mi país, que es mi interior. Quizás solo haya algunas fotos en libros, pero siguen ahí. Estaba más mona hace unos años, pues sí, pero no me importa. Con el paso del tiempo lo único que puedes hacer es mejorar porque entiendes más las cosas. Yo soy una pipiola que no sé nada. Olisqueo cuatro cosas y más o menos trapicheo con eso.
La vida siempre está por delante. ¿No te planteas nada en concreto?
Cuando empecé, siempre me preguntaban por mis objetivos y yo les decía: no tengo (risas); entonces pensaba que era rara. Mi único objetivo es no empeorar demasiado (risas). 
Hay un aspecto que me parece importante destacar y es que, sin ser disruptiva, pareces bastante radical.
¡Soy punk, directamente!
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