Encuentran la belleza en los lugares más insospechados, y cuando digo más insospechados, no miento. Encuentran bella la inevitable, esperpéntica y encarnada marca del bañador tras quedarte dormida en la playa, o las rodajas de pepino enganchadas en un rostro claramente fustigado por la resaca. Son el verdadero ejemplo de que el arte depende de los ojos de quién lo mira. Su forma de ver la vida me resulta de lo más poética. Una apología neobarata a la cutrez que resulta de lo más convincente. Mientras hablo con ellas, me apetece pedirme un plato combinado con pinchitos, huevos fritos, patatas aceitosas y una ensalada rancia para compensar. Y un gintonic también, por favor.
Crean lemas, y por eso arrasan. Lemas absurdos, pero con mucho sentido, pues “no se pueden tener ideas sólidas y serias en una sociedad tan líquida”, aseguran. Y la verdad es que no dejan títere con cabeza: muerte al patriarcado, al pedantismo y a la solemnidad intelectual, desmitificación del establishment, de lo elegante y de nosotros mismos. La vulgaridad (y la realidad) más oportuna. Sospecho que todos necesitábamos unas Bistecs en nuestra vida. Actúan con la cordura del día que empieza temprano y la intrepidez de una noche larga. Responden como les da la gana.
Le doy vueltas al mismo tema, ¿cómo voy a defender en las siguientes líneas a dos reinas del hit que aseguran hacer música, aún asumiendo que la música no es su fuerte? ¡No se puede defender lo indefendible! Pero yo misma me doy cuenta de que la respuesta es obvia. Ellas no necesitan quien las defienda, y sino, pasen y lean. Ahora sí, sin más miramientos, y al ritmo inescapable de “móvil, cartera, tabaco, llaves”, que empiece la función.