Kiwi Bravo no es un estudio de fotos, ni de video, ni de producto, ni de interacción. Es un estudio multidisciplinar de Barcelona fundado por los madrileños Gonzalo Sánchez de Lollano y Raúl Arribas que abarca todas estas disciplinas –y muchas más–, que persigue siempre el mismo fin: despertar emociones y sorprender al espectador. Salir de la zona de confort es su método de trabajo, así se obligan a afrontar nuevos retos constantemente y a conseguir resultados nuevos e inesperados. ¿Su truco para diferenciarse? Eliminar los límites a la hora de crear.
¿Quién y qué se esconde detrás de la marca Kiwi Bravo?
Gonzalo: Kiwi Bravo somos Raúl y yo, que nos conocimos en el primer año de universidad en Madrid, de donde somos. Viendo lo desastrosa que era la escuela de diseño allí, un profesor nos recomendó venir a Barcelona a estudiar diseño industrial y, al acabar, montamos Kiwi Bravo.
Kiwi Bravo no es un estudio de fotos, ni de producto, ni de interacción. Es un popurrí de herramientas que tiene elementos de cada uno de estos ámbitos pero que siempre persigue la misma finalidad: emocionar. Y como las metodologías que seguimos a la hora de trabajar son muy parecidas, da igual la herramienta que utilicemos para llegar a ese objetivo. Con lo cual, si es una foto, un producto o un video, no importa porque lo que queremos es emocionar mediante un lenguaje simple.
El nombre es bastante curioso, ¿a qué hace referencia? ¿Tiene algún significado especial?
Raúl: No queríamos perder mucho tiempo en escogerlo. Para ello miramos en el alfabeto radiofónico (el de alfa, beta, charlie, delta; palabras que en cualquier idioma se pronuncian de la misma forma). Queríamos un nombre que estuviera compuesto por dos palabras que sonaran igual en cualquier lengua y que fuera pegadizo. Encontramos las palabras ‘lima’ y ‘bravo’, pero cambiamos la primera por ‘kiwi’. Este es todo el sentido que se le puede sacar al nombre.
Gonzalo: ¿Y que es lo bueno de todo esto? Que se ha generado una especie de interés por el nombre Kiwi Bravo. Lo mismo ocurre con nuestro trabajo. Hay gente que no sabe muy bien qué hacemos pero les gusta lo que ven. De hecho, fue un poco casualidad crear Kiwi Bravo porque íbamos a montar otra empresa, una editora de muebles, y como en los estudios nos pedían fotos nos propusimos cobrar también por esto.
Raúl: Sí, y del boca a oreja nos empezaron a pedir fotos.
“Desde un objeto pequeño hasta una gran instalación, animamos a las personas a través de interacciones y formas directas y comprensibles. Emocionamos e impactamos a la audiencia”. Esta es una de las formas con las que definís vuestro proyecto, pero ¿qué hay exactamente detrás de esta idea?
Gonzalo: Es la base de nuestro trabajo. Es decir, al acabar la carrera nos era muy difícil vender el estudio Kiwi Bravo. Ahora lo llamamos estudio creativo con toda la tranquilidad del mundo, pero nada más acabar, teniendo una formación de diseño de producto y tirando fotos, teníamos ese problema de identidad: ¿cómo nos vendemos? No podíamos decir estudio de foto pero tampoco de diseño industrial. Y claro, si captamos a un cliente para hacer fotos, es raro que también diseñemos productos o montemos instalaciones.
Raúl: Da igual el medio, al fin y al cabo, sea un objeto, una fotografía o una instalación, lo que importa es generar un lenguaje muy sencillo que cualquier persona pueda entender y que sea capaz de emocionarla. El objetivo es llegar a la gente con el mínimo número de elementos posibles. Sin pajas, ni parrafadas, ni nada.
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Los objetos cotidianos y aparentemente simples son la base de muchos de vuestros proyectos. Se habla de Kiwi Bravo con las etiquetas de seducción e intriga, pero ¿cuál es el verdadero secreto, empezando por vuestra página web, que hace que los diseños que hacéis sean tan irresistibles?
Gonzalo: Nosotros lo llamamos sexy. Es una imagen en la que no tienes por qué entender el producto o saber para qué se utiliza, pero te llama la atención y te hace clicar para ver de qué se trata –en el caso de que sea digital–, o pasar de página y seguir leyendo el catálogo y, al fin y al cabo, generar interés. Las herramientas para eso dependen del proyecto y no se trata únicamente de elementos como el color.
Raúl: No, puede ser la inmensidad de la instalación, el sonido que te está transportando, siempre encontrando el código para que la persona se olvide de todo y se centre en eso. Y en el caso de las imágenes, generalmente suelen ser impactantes, sutiles y sensuales.
Gonzalo: Sí, porque al fin y al cabo, se trata de seducir.
Entonces, ¿siempre estáis probando territorios nuevos?
Gonzalo: Dedicarnos a una cosa para la que no nos hemos preparado nos da la confianza y la libertad de hacer lo que queramos, siempre y cuando nos rodeemos de un equipo con el que haya un buen resultado. Porque no nos metemos en ningún proyecto cuyo resultado no sepamos que va a ser bueno.
Por ejemplo, hicimos una instalación interactiva, un mar de quinientos metros cuadrados en el que llegabas, levantabas los brazos, y desde el fondo de la sala te venían olas de cuatro metros que reaccionaban según tus movimientos. Fue para el festival Surfcity, en la Fabra y Coats en Barcelona. Nadie te enseña a hacer un mar interactivo, a eso nos referimos.
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¿Creéis que este ha sido el proyecto que más os ha supuesto un reto? 
Raúl: Este fue el mayor reto porque estábamos empezando, porque no había presupuesto y porque la gracia era hacerlo todo sin dinero.
Gonzalo: Personalmente es el proyecto que más me ha llenado. Se hizo para un festival que duraba un día y se hacían colas de dos horas. Y veías a la gente que entraba y gritaba al interactuar con el mar. El hecho de que la gente reciba así un trabajo emociona.
Dentro de esta línea de diseños limpios, puros y ordenados, ¿cuáles diríais que son vuestros referentes?
Gonzalo: Es cierto que somos muy maniáticos con que todo esté limpio y con que las composiciones estén bastante estudiadas. Lo que aparece en la imagen no es por causalidad, trabajamos con volúmenes muy simples y con elementos poco complejos.
Raúl: Esa es la dificultad. Con tan pocos elementos hay que ser muy maniático con qué punto de vista usas, cómo afecta la luz, cómo es cada sombra y cómo se enfatiza cada volumen. Aunque veas unas gafas en un simple fondo azul, crear la imagen implica mucho tiempo probando y cambiando la luz o moviendo la cámara hasta que está ‘perfecto’ (o lo que entendemos por ello) para que no te fijes en cuál es el punto de vista o en cuántos flashes se han utilizado. Lo que nos gusta es que el ojo no pueda encontrar fallos y se centre únicamente en lo que la imagen te está contando.
En cuanto a los referentes, son muy variados, pueden ser desde un fotógrafo que nos guste a los happy meal de McDonald’s, pasando por posters de videojuegos de los 80. Y siempre los llevamos a nuestro lenguaje.
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