Bueno, me gustan las singularidades de todas las ciudades donde he vivido y no suelo perder mucho tiempo haciendo comparaciones entre ellas. Suelo ser muy crítico con la Universidad de Bellas Artes de Madrid. Aunque existen profesores maravillosos, falta un perfil más profesional, es decir, no hay artistas profesionales en las aulas y la mayoría de catedráticos enseñan desde la frustración y el desengaño. Son muy pocos los alumnos que quieren dedicarse al arte profesionalmente, algo radicalmente opuesto a lo que sucedía en la School of Visual Arts de Nueva York. Había mucha competitividad entre los alumnos, pero al mismo tiempo, una unión muy intensa entre todos nosotros.
Aunque el perfil es menos intelectual y más práctico, tuve profesores como Vito Acconci, John Baldessari o Cory Arcangel, quienes respetaban los procesos de creación y estimulaban mis investigaciones con interesantes referencias, algo que brilló por su ausencia en mi etapa como estudiante en Madrid. Cuando terminé mi formación en Nueva York regresé porque me interesaban mucho las cosas que estaban sucediendo aquí y pensé que mi papel en España tenía mucho más sentido que en Estados Unidos. También empecé a tener mucho trabajo en Europa y mi obra, en aquél momento, necesitaba de un contexto más reducido para crecer con mayor libertad y coherencia.